domingo, 12 de julio de 2009

Muere Linda "El Guloya Mayor" de nuestros Cocolos...

Vengo con todos los viejos tambores
arcos flechas
espadas y hachas de madera
pintadas a todo color
ataviado
de la multicolor vestimenta de “Primo"
el Guloya-Enfermero.

Norberto James
"Los inmigrantes"


Linda, el guloya mayor,
se fue a danzar al cielo
...
Los Guloyas fueron declarado por la UNESCO Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad


SANTO DOMINGO-. Linda, el guloya mayor de nuestros Cocolos, agrupación patrimonio mundial intangible de la humanidad, inició su viaje a la verdadera trascendencia, en la madrugada de este domingo, alrededor de la 1:45, después de una lucha tenaz contra un fulminante cáncer de hígado que lo tuvo de hospital en hospital y de clínica en clínica, desde el mes de mayo.

Se llamaba Donald Hullester Warner Henderson, tenía 79 años de edad y había comenzado a danzar el 25 de diciembre de 1944, como parte de una tradición que estaba en peligro de desaparecer y por ello fueron incluidos en la Lista de Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, por la Unesco, en el 2005.

El cadáver de Linda es velado en la Logia Masónica o de los Odfelos de San Pedro de Macorís en el barrio Miramar, y el sepelio se espera que sea este lunes, a las 4:00 de la tarde, en el cementerio de Santa Fe, en esa localidad.

Agrupaciones originales y folklóricas, artistas y funcionarios de organizaciones culturales, así como de la Secretaría de Estado de Cultura, el Ayuntamiento de San Pedro y la Red Cultural, preparan la despedida de quien fuera imagen principal de la agrupación danzaria, cuya continuidad está garantizada, según especialistas culturales.

La danza guloya es la expresión artística de los emigrantes de las antillas menores que vinieron al país a trabajar como braceros y técnicos en la industria azucarera a final de 1800.

Desde entonces la danza de los guloyas se enraizó en el país sobre todo en San Pedro de Macorís, donde era frecuente verlo en el vetusto barrio de Miramar o en el Parque Central, ataviados con traje de múltiples colores danzando, derramando alegría con sus candentes ademanes.

De Alfonso Quiñones
Diario Libre
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Los cocolos: la identidad labrada*

Existen versiones contradictorias sobre los orígenes del término cocolo. La más popular atribuye ese origen a la corruptela del gentilicio derivado del nombre de la isla Tórtola.


Norberto P. James Rawlings

martes, 13 de marzo de 2007

Hace algún tiempo me quejaba yo a Diógenes Céspedes, cuando era editor del suplemento cultural del diario dominicano El Siglo, por el encargo con que me había responsabilizado.

"Te estoy enviando un ejemplar del libro La cocina cocola, para que nos hagas una reseña", decía escuetamente su nota por e-mail. Al comunicarnos por vía telefónica, le manifesté mi preocupación por el hecho de que se estuviera proyectando, de mí una imagen de ser experto en lo que llamé cocolografía.

El término, claro está, me lo había inventado. Lo hice en un artículo que publiqué en ese mismo suplemento, el verano de 1999, bajo el título de "Apuntes de cocolografía".

Para ser justo debo decir que, si tuviéramos que conferir título de cocológrafo, tendríamos que comenzar con el Prof. José del Castillo, el Dr. Julio César Mota Acosta y el Prof. Orlando Inoa, quienes han estudiado con rigor a esta minoría dominicana.

A estas alturas, no me cabe la menor duda, que algunos ya se habrán preguntado "¿Qué es un cocolo?" El profesor Orlando Inoa, al historiar el término cocolo en su libro Azúcar. Árabes, cocolos y haitianos1, rastrea las diversas versiones que dan distintos autores sobre el origen del término y, muy acertadamente, lo identifica como "el primer signo de rechazo a la inmigración de braceros azucareros procedentes del Caribe inglés."2 Hay que consignar que entre las razones del inicial rechazo de los dominicanos a los inmigrantes británicos estaba lo económico y lo racial, no necesariamente en ese orden prioritario.

Los cocolos como comunidad minoritaria dominicana, proceden de una comunidad mayor, la caribeña que, a su vez, se desprende de otra mucho mayor, la africana, traída al Nuevo Mundo por el mar y entre cadenas.

Existen versiones contradictorias sobre los orígenes del término cocolo. La más popular atribuye ese origen a la corruptela del gentilicio derivado del nombre de la isla Tórtola. Pedro Mir, en su "Carta anti-prólogo" al libro de Julio César Mota Acosta titulado Los cocolos en Santo Domingo, 3 refuta esa tesis:

“De ninguna manera –dice- puede proceder de la palabra ‘tórtolos’ como habitantes de La Tórtola” y agrega que “evidencia [de] la falsedad de ese origen es que la palabra la utilizaba profusamente Gaspar Hernández hacia 1843 para designar a los haitianos, a veces en la forma de ‘mañeses cocolos”, de manera que la palabra se utilizaba en nuestro país un siglo antes de la inmigración barloventina.4

Si es cierto que el término cocolo es hoy un mote cariñoso, "a term of endearment," como se diría en inglés, no es menos cierto que las fuentes racistas que alimentaron el antinegrismo y el antihaitianismo del siglo XIX y principios del XX, fueron las mismas que instigaron el rechazo de los inmigrantes del Caribe oriental, por ser negros y mulatos.

El primer núcleo de inmigrantes arribó a República Dominicana en el año 1872.5 Algún tiempo después el industrial William L. Bass encabezaría una campaña de reclutamiento de braceros por todo el Caribe oriental. Se iniciaría luego el paulatino asentamiento de los entonces súbditos británicos caribeños en las regiones de producción azucarera. Los recién llegados se percataron de que en comparación con sus islas de origen, en las nuevas tierras podrían disfrutar de mejores niveles de vida.6

En contraposición a la imagen de docilidad y sumisión que la prensa tradicional dominicana nos da de estos inmigrantes, José del Castillo nos dice que en 1902 los cocolos realizaron una huelga que paralizó la molienda del ingenio Santa Fe.7

El más importante diario dominicano de la época, el Listin Diario mantuvo una vigorosa campaña de denigración contra los braceros y llegó a pedir que se reprimiera con mano de hierro (la expresión en uso hoy es "con mano dura") cualquier intento o amenaza de huelga.

En 1914 se reactivó la campaña de rechazo de los inmigrantes. Se formó una organización con la supuesta finalidad de propugnar por la prohibición de la inmigración de braceros caribeños. Lo cierto era que el objetivo de sus organizadores era amedrentar a los cocolos, quienes para entonces habían iniciado jornadas de lucha en demanda de aumento de salario.8 Aquella agresiva campaña no se diferenciaba en nada de la que hoy vemos contra los braceros haitianos.

Vale la pena subrayar que, en el ámbito de la ficción literaria dominicana, aquello no pasó inadvertido. El periodista y novelista Pedro Andrés Pérez Cabral (1914-1989), en el primer capítulo de su novela Jengibre9, narra aquel paro.

Ante la avalancha de quejas por el maltrato a los braceros, Gran Bretaña nombró cónsules para atender las regiones en que residían sus súbditos caribeños. Aquello logró sembrar en ellos la idea de que eran ciudadanos de una potencia mundial, residentes en provincias de ultramar. Hubo, claro está, casos en que ese fuerte orgullo de ser ciudadano británico, se tradujo en manifestaciones de arrogancia.10

En mi infancia y buena parte de mi juventud en el ingenio Consuelo vi. siempre colgado en lugar prominente de la casa el retrato de la Reina de Inglaterra. Ese mismo lugar, a partir de la década de los años cincuenta, sería compartido con el del "Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva", Rafael Leonidas Trujillo (1891-1961) y la ominosa placa de bronce que rezaba "En esta casa Trujillo es el Jefe."

El batey, como se sabe, tiene su propia cultura. Es una cultura regida por las leyes de la necesidad y de la supervivencia. El batey es heredero de su antecesor colonial, la plantación esclavista. Es un entorno de subordinación y de obediencia al superior inmediato.

Con la compra de un buen número de los ingenios azucareros por parte de Trujillo en los años finales de la década de los cincuenta, las comunidades cocolas de los bateyes azucareros, se fueron transformando radicalmente.

Al pasar a manos del aparato burocrático trujillista, esas características nefastas que acabo de señalar, se fueron acentuando y el trabajo que inicialmente era el elemento aglutinante de la comunidad, junto con el horror a perder el puesto, pasaron a ser los principales desestabilizadores sociales. Se inició entonces el éxodo de los cocolos a otras tierras o regiones, cuando no a sus islas de origen.

Yo soy un cocolo de tercera generación. A temprana edad en el ingenio Consuelo, donde nací y luego en San Pedro de
Macorís, en mi adolescencia, conocí la hostilidad, el resentimiento y el desprecio por el color de mi piel, por mis apellidos y por mi acento inglés.

Aunque en mi familia no faltaron esfuerzos para advertirme que no era dominicano: "Fíjate en tus dos apellidos: James Rawlings," colaboré con el Movimiento Revolucionario 14 de Junio. Fui militante del Movimiento Popular Dominicano, y dirigente en la Capital de la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER), porque entendía que la paz y tranquilidad que prometía el trujillismo rezagante, encabezado por Joaquín Balaguer, no era más que la paz y tranquilidad de los cementerios.

Tras el estallido de abril de 1965 y sus consecuencias para la sociedad dominicana, mi familia emigró a Estados Unidos. Yo no pude, porque la Embajada estadounidense en el país me tenía en su lista de personas "not fit to travel to US territory."

Angustiado ante el éxodo familiar y de la comunidad cocola, encaré mi propia crisis identitaria que dio como resultado mi primer libro de poesía titulado Sobre la marcha.11

Los cocolos, poca duda le cabe a cualquier dominicano o dominicana que se respete como tal, constituyen una honorable e industriosa inmigración. Su vida austera, sus hábitos mesurados y disciplinados. Su honradez y su laboriosidad, son virtudes de las que los dominicanos podemos sentirnos orgullosos. Hoy son muchos los cocolos que honran, no sólo las regiones en donde originalmente se asentaron sus antepasados, sino a todo el país. Para ellos, para darles la bienvenida que nunca tuvieron, es mi poema "Los inmigrantes."


Los inmigrantes

Aún no se ha escrito
la historia de su congoja.
Su viejo dolor unido al nuestro.

No tuvieron tiempo
--de niños—
para asir entre sus dedos
los múltiples colores de las mariposas
atar en la mirada los paisajes del archipiélago
conocer el canto húmedo de los ríos.
No tuvieron tiempo de decir:
--Esta tierra es nuestra.
Juntaremos colores.
Haremos bandera.
La defenderemos.

Hubo un tiempo
--no lo conocí—
en que la caña
los millones
y la provincia de nombre indígena
de salobre y húmedo apellido
tenían música propia
y desde los más remotos lugares
llegaban los danzantes.

Por la caña.
Por la mar.
Por el raíl ondulante y frío
muchos quedaron atrapados.

Tras la alegre fuga de otros
quedó el simple sonido del apellido adulterado
difícil de pronunciar
la vetusta ciudad
el polvoriento barrio
cayéndose sin ruido
la pereza lastimosa del caballo de coche
el apaleado joven
requiriendo
la tibieza de su patria verdadera.
Los que quedan. Estos.
Los de borrosa sonrisa
lengua perezosa
para hilvanar los sonidos de nuestro idioma
son
la segura raíz de mi estirpe
vieja roca
donde crece y arde furioso
el odio antiguo a la corona
a la mar
a esta horrible oscuridad
plagada de monstruos.

Óyeme viejo Willy cochero
fiel enamorado de la masonería.
Óyeme tú George Jones
ciclista infatigable.
John Thomas predicador.
Whinston Broodie maestro.
Prudy Ferdinand trompetista.
Cyril Chalenger ferrocarrilero.
Aubrey James químico.
Violeta Stephen soprano.
Chico Conton pelotero.

Vengo con todos los viejos tambores
arcos flechas
espadas y hachas de madera
pintadas a todo color
ataviado
de la multicolor vestimenta de “Primo"
el Guloya-Enfermero.

Vengo a escribir vuestros nombres
junto al de los sencillos
ofrendaros
esta Patria mía y vuestra
porque os la ganáis
junto a nosotros
en la brega diaria
por el pan y la paz
por la luz y el amor.
Porque cada día que pasa
cada día que cae
sobre vuestra fatigada sal de obreros
construimos
la luz que nos deseáis
aseguramos
la posibilidad del canto
para todos.


Notas

* Presentado en “Up from the margins…” en el CUNY Dominican Studies Institute Azúcar. Árabes, cocolos y haitianos. (Santo Domingo: Editora Cole, 1999), 104.
2Inoa, 107
3Julio César Mota Acosta. Los cocolos en Santo Domingo. (Santo Domingo: Editorial La Gaviota, 1977), 2
4Mota Acosta, VII
5Inoa, 96
6Inoa, 104
7José del Castillo. La inmigración de braceros en la República Dominicana, 1900-1930. (Santo Domingo: CEÑIDA, 1978), 38-39.
8Inoa, 111
9[Pedro Andrés] Pérez Cabral. Jengibre. (Santo Domingo: Editora Alfa y Omega, 1978), 53
10Mota Acosta, 32
11Norberto James. Sobre la marcha. (Santo Domingo: Ediciones Futuro, 1969), 32-34

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Ni cocolos, ni guloya: sólo una entente

Francisco Comarazamy

Como en San Pedro de Macorís casi nadie que tenga una frente de cuatro dedos, nativos o extranjeros, se cansa de investigar cuál es el verdadero origen de la etnia “cocola” endilgada a los barloventinos que vinieron a mediados o finales del siglo XIX a trabajar en la industria azucarera de la comunidad que andando el tiempo sería reconocida por historiadores, industriales, economistas, escritores y poetas, como la Sultana del Este.
Los petromacorisanos igualmente no dan pausas a sus inquietudes por saber cuál es el significado de la palabra “Guloya”, nombre de esa ceremonia medio religiosa que se practica en determinada época del año, predominantemente en tiempo de carnaval o mascarada. Ese interés ha crecido más con motivo de la declaratoria de esa práctica por la UNESCO, organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas, como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Son dos inquietudes que desde joven me vienen preocupando debido a sus orígenes aún no aclarados por nuestros historiadores, primordialmente por los que han incursionado en la historia de San Pedro del Mar, tales como Leonidas García Lluberes y Manuel Leopoldo Ricciez con sus laudados trabajos publicados a propósito de la conmemoración del medio siglo de la fundación de la provincia (1932).
Me refiero a los términos “cocolo” atribuido despectivamente a los braceros que vinieron a Macorís del Mar para trabajar en los ingenios azucareros de la región. Llegaron en goletas de dos palos y se quedaron como en una segunda patria pero con atavíos propios, creencias religiosas y arte culinario que sus descendientes mantienen vivos. Reitero que ni racial ni social existe el “cocolo”. Se trata de un degenerativo de la palabra mal usado de “tórtola”. Tórtola es el nombre de la isla de donde procedieron aquellos pioneros de la industria azucarera del Este (San Pedro de Macorís y La Romana).

El otro término es el de “guloya”, que es una versión del pleito de David y Goliat que traducido a la lengua inglesa podría significar “Good Lord”, Buen Señor-Dios. Pero esto es una simple conjetura de mi parte.
Pero mi propósito en este artículo no es discutir sobre ninguno de los dos temas, lo dejo al libre albedrío de los entendidos. Es simple y llanamente para recomendar al lector un valioso estudio que acerca del “Garveyismo en el Caribe: El caso de la población cocola en la República Dominicana” que bajo la autoría de Humberto García Muñiz y Jorge L. Giovannetti, que la revista Clio inserta en su última edición. Es un trabajo que no tiene desperdicios para todas aquellas personas que se interesan por conocer los factores que contribuyeron a establecer la “entente” cocola en Macorís del Puerto en la tesitura de que lo que realmente vale no es la filosofía sino la realidad, no la actitud sino el hecho.

El trasfondo histórico social de ese estudio, el más completo efectuado hasta el presente, lo constituyen los movimientos migratorios dentro de la cuenca del Caribe desde principios del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, período en que cae la industria azucarera en República Dominicana atrayendo la gran oleada de barlo y sotaventinos, originándose lo que yo llamo “entente” cocola formada principalmente por braceros y artesanos de Antigua, St. Kitts, Nevis, Tórtola, Anguilla y también de las posesiones francesas de Guadalupe y Martinica. Hay una anotación en que se expresa que “los súbitos británicos sobrepasan por mucho los de cualquier otro país y por causa de su color están mucho más expuestos al maltrato e irrespeto de sus derechos que cualquier otro extranjero en tiempos difíciles”.

Se advierte que Macorís se convirtió entonces en el centro más importante del cultivo cañero y producción de azúcar cruda para la exportación. Ya en 1918 unas siete centrales existían en la periferia de la ciudad y convivían con los dominicanos los cocolos con sus propias escuelas, iglesias, asociaciones culturales, sociedades de socorro mutuo y logias masónicas, dándole la comunidad criolla un carácter hetoreogéneo extraordinario.

Pero en el fondo el estudio de Humberto García Muñíz y Jorge L. Giovannetti no está circunscrito a la influencia o no de la etnia cocola. Su objetivo es resaltar el rol del “garveyismo y racismo en el Caribe o sea la filosofía de una doctrina aupiciada por Marcus Mosian Garvey (1887-1940), creador de la Asociación Universal para el mejoramiento del negro y la Liga de Comunidades Africanas. pero de todos modos, la investigación y conclusión de la tesis tiene un interés incalculable para los petromacorisanos y no vacilo en recomendarlo por completo.

Y Clío, por su parte ha rendido un valioso servicio a la cultura al reproducirlo íntegramente.

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El término cocolo
tiene un origen oscuro


El mote le fue puesto a los braceros barloventinos a su llegada por los braceros azucareros dominicanos, quienes procedían en gran proporción del suroeste dominicano donde llamaban cocolos a los negros haitianos que atravesaban la frontera. Pedro Mir también dice que esa palabra significa "negro haitiano", sustentándose en que ya en 1844 el sacerdote limeño Gaspar Hernández utilizaba la palabra cocolo como sinónimo de haitiano: "Te felicito a ti y a todos los dominicanos por haber sacudido el yugo de los mañeses-cocolos,..." (carta Baltasar Morcelo, pocos días después del 27 de febrero de 1844). Un poema anterior a 1900 de José Joaquín Pérez se titula Cocolito pero se refiere a un niño indígena.

Sin embargo, en la actualidad no se aplica ni a haitianos ni a indios sino a descendientes de inmigrantes antillanos de habla inglesa (también, aunque es raro, a francoparlantes de Guadalupe y Martinica). La palabra tuvo, inicialmente, un sentido peyorativo ("inmensamente insultante", dice Pedro Mir) pero actualmente sirve para designar indistintamente a los afroantillanos y sus descendientes venidos al país a fines del siglo 19 y principios del 20. Este movimiento migratorio empezó a ocurrir desde la abolición de la esclavitud en las antiguas colonias inglesas, francesas, danesas, etc., y la industria azucarera entró en crisis durante el siglo 19, afectando principalmente a las pequeñas islas que dependían casi exclusivamente del cultivo de la caña de azúcar.

"Turquilanes" y "santomeros"

La inmigración de antiguos esclavos y sus descendientes empezó en pequeña escala antes del desarrollo de la industria azucarera en la República Dominicana, aunque los inmigrantes se ubicaron preferentemente en comunidades costeras con puertos activos (Sánchez, Samaná, Monte Cristi, Puerto Plata). Los principales puertos dominicanos se encontraban en la "Banda Norte" por lo que una gran mayoría de estos inmigrantes provenían de las Bahamas y las Islas Turcas, especialmente en Puerto Plata, debido a la proximidad.

Los primeros inmigrantes de las Islas Turcas empezaron a llegar a Puerto Plata después de la Restauración, mucho antes de que se estableciera la industria azucarera moderna. Fueron carpiteros, herreros y maestros de escuelas que emigraron debido a la crisis económica en las Bahamas e Islas Turcas y Caicos. También muchos llegaron como estibadores de los barcos de la línea Clyde Steamship Company, oficio que dominaron por muchos años.

Luego, cuando se construía el ferrocarril Puerto Plata-Santiago a finales del siglo 19, llegaron muchos de esas islas a trabajar en el ferrocarril, así como otros de Saint Thomas, que entonces era una colonia danesa, y se asentaron en gran número en Puerto Plata. A estos últimos, la prensa de la época les llamaba "santomeros" en referencia a su lugar de origen.

El alto número de inmigrantes de las Islas Turcas en Puerto Plata hizo que algunos dijeran que esta ciudad era la "capital de Turquilán" o, simplemente, "Turquilán" (por Turks Islands). El barrio donde se encontraba la mayoría de ellos recibió el nombre de "Turquilancito".

Debemos aclarar que a estos inmigrantes de las Islas Turcas y Saint Thomas nunca se les llamó cocolos en Puerto Plata. El término se limitó a los inmigrantes de las Antillas Menores inglesas que vinieron a los ingenios azucareros, principalmente en San Pedro de Macorís y La Romana.

Instituciones sociales cocolas

El cocolo se distinguió desde el principio por su sentido de orden y organización, fundando diversas instituciones sociales, tales como: logias odfelas y sociedades de socorro mutuo, instituciones religiosas, artísticas y deportivas.

Aunque el odfelismo fue introducido por Henry Astwood, vice-cónsul norteamericano, al crear en 1885 la primera logia odfela en el país (Logia "Flor del Ozama"), este movimiento fue impulsado en el país básicamente por los cocolos. Ellos fundaron la Logia "Estrella Puertoplateña" en Puerto Plata el 17 de julio de 1889, y en 1892 fundaron la Logia "Industria", en la ciudad de San Pedro de Macorís. Posteriormente, en 1908, se fundó, también en San Pedro de Macorís, la Logia "La Experiencia" (la "logia de los cocolos") en la que solamente se aceptaban miembros cocolos y sus ceremonias eran realizadas en inglés.

En otras ciudades del país se establecieron logias odfélicas bajo la guía y dirección de cocolos, y luego integradas casi totalmente por dominicanos.

Las sociedades mutualistas (Mutual help) son un legado cultural de estos inmigrantes afroantillanos. Debido a sus características, su campo de acción es muy localizado. Sus actividades normales son de socorrer a sus miembros enfermos o en prisión, de sufragar todos los gastos funerarios cuando ocurre el deceso de uno de sus miembros; también se dedican a celebrar actos culturales, como la presentación de agrupaciones teatrales, musicales y demás.

Aunque algunas personas eran, simultáneamente, miembros de la logia y de alguna sociedad mutualista, la mayoría de las sociedades de ayuda mutua eran obreros mientros que los odfelos ya habían alcanzado en los ingenios puestos de relativa importancia, y cuyo grado cultural estaba por encima del nivel de la mayoría de los mutualistas.

En vista de que en nuestro país la inmensa mayoría de los nativos profesan la religión católica romana y que para la época de las inmigraciones cocolas el protestantismo sólo contaba con un reducido número de seguidores, los cocolos se vieron en la necesidad de fundar sus propios centros religiosos. Estos fueron de varias sectas y se fundaron principalmente en La Romana, Puerto Plata y San Pedro de Macorís. Los hispanoparlantes denominan como chorcha a sus templos (corruptela de la palabra inglesa "church" - iglesia).

Las principales denominaciones protestantes introducidas por los cocolos

Iglesia Anglicana, establecida en 1897 en San Pedro de Macorís, y denominada actualmente como Iglesia Episcopal Dominicana. Es la que cuenta con el mayor número de feligreses y su sede central está ubicada en Inglaterra.

Fe Apostólica, que inició sus actividades en el año 1930. Su sede central está en Portland, Oregon, Estados Unidos.

Iglesia Moraviana, (actualmente, Iglesia Evangélica Dominicana) establecida en 1907 en San Pedro de Macorís, por el Reverendo John Bloise de nacionalidad inglesa. Su sede principal está radicada en Pennsilvania, Estados Unidos.

Iglesia Africana Metodista Episcopal, la cual inició sus cultos en San Pedro de Macorís, en 1912 y fue fundada por un grupo de ingleses antillanos y su sede central se encuentra en la ciudad de New York, Estados Unidos.

Además, en Puerto Plata se organizaron la Anabaptist Chapel, construida en 1867 y que funcionaba oficialmente sólo cuando venía a oficiar actos de culto su Reverendo desde las Islas Turcas, y la Wesleyan Methodist Chapel, primera iglesia protestante de negros de Bahamas y Saint Thomas en el país. Mediante ley promulgada en 1884, el Presidente Ulises Hereaux (Lilís) le concedió el derecho de propiedad de solar donde estaba situada esta última.

Los cocolos y los deportes

Los inmigrantes afroantillanos se distinguieron, y sus descendientes siguen distinguiéndose, por la práctica entusiasta de algunos deportes de factura inglesa, especialmente el 'cricket' y el boxeo.

El 'cricket' era el deporte principal tanto en las posesiones inglesas como en la metrópoli. De ahí que para cultivar éste, y otros deportes, los cocolos crearon en San Pedro de Macorís, varias agrupaciones deportivas, las cuales se dedicaron a formar sus respectivos equipos de 'cricket'. Algunas de esas agrupaciones fueron "Eton", "Arrow", "San Pedro" (formado principalmente por hijos de cocolos), "Golden Arrow", etc. Las "Eton" y "Arrow" estaban organizadas por seguidores de equipos británicos con esos mismos nombres; los seguidores de la "Eton" también habían formado una sociedad mutualista: la "Eton Benevolent Association".

Los descendientes de esos inmigrantes afroantillanos han abandonado la práctica del 'cricket' por la del 'baseball', dándose el caso de que San Pedro de Macorís es uno de los lugares del país donde más se practica el 'baseball' y una gran cantidad de jugadores profesionales provienen de esa región, casi todos descendientes de cocolos.


De Wiki dominicana

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La voz de la cocolidad

Carlos Andújar Persinal*

Recientemente me tocó la enorme oportunidad de disfrutar de un conversatorio animado y conducido por Nadal Walcott acerca de la comida cocola y sus características. Este encuentro pertenece a la tertulia Comer como un dominicano, que se realiza con regularidad en el Centro León, acercando la dominicanidad desde el prisma de la cocina como diálogo. Sin contar que ya Nadal tiene un lenguaje propio, otro interlocutor: el pincel y su gracia e ingenuidad pictórica, para decirnos muchas cosas de sus ancestros.


Pareciera que oiríamos hablar de la riqueza de la comida cocola, sus momentos especiales y sus aportes a la cocina nacional, sin embargo, el diálogo trascendió a temas insospechados que motivaron al interlocutor, quien desde su experiencia como cocolo del Ingenio Consuelo, narró su niñez, su juventud, sus vínculos con la sociedad dominicana de la década de los ´40 de la Era trujillista, y otras vivencias que, más que recetas de cocina, el encuentro narró una vida, un contexto social y cultural, un momento de la historia y una perspectiva personal de la cocolidad, que podría o no parecernos contradictoria, pero que es una interpretación vivida y narrada por un protagonista de esta importante inmigración venida a fines del siglo XIX a la región Este y que se relacionó con el azúcar, el ingenio, el béisbol, la música y el carnaval, además de la comida y otras formas de organización social, como las sociedades mutualistas y la fuerza de la religión anglicana.

Para Nadal Walcott, el cocolo fue sumiso y eso le desagradó siempre, versión conflictiva dado el hecho de que asumir posturas críticas desde el ángulo de los intereses del protagonista del hecho histórico y cultural, es algo poco común y tal vez sea en esto que haya radicado el impacto causado por su participación ese día en el Patio Caribeño del Centro León.

De mi parte, felicito el valiente comentario de Nadal, pues el romance con un hecho cultural o político, no debe cegar el nivel de criticidad y los hechos de la realidad que serán siempre más complejo que la percepción que sobre el mismo tenemos.

Sus relatos de cómo fue criado por su abuela, de haber nacido en un ingenio propiedad de los norteamericanos que no le definió con claridad una pertenencia territorial o si era dominicano o norteamericano, una declaración de nacimiento tardía que le crea confusión con su aniversario, su adjudicación libre de nombre y apellido como parte de su rebeldía interior, sus distancias con tíos y otros familiares respecto a la actitud complaciente para con los “amos norteamericanos”, la adhesión y reverencia de los cocolos a la Corona Inglesa, a pesar de la distancia y la ya desprendida relación umbilical con la antigua metrópolis, todo ello fue el escenario que armó Nadal Walcott para introducirnos a la comida cocola, su influencia inglesa, sus encuentros con la tradición culinaria dominicana, las diferencias entre una cocolidad y otra, que se expresa también en algunos platos culinarios.

La cocolidad, como bien dice Nadal, no es una totalidad, tampoco lo es para la africanidad, pues hablamos de diversidades. Aquí vinieron inmigrantes de diferentes islas del Caribe bajo dominio inglés, desde Tórtola, Sain Kitts, Barlovento, Nevis, Anguila, Islas Turcas y Caicos, Saint Croix, y otras, con algunos elementos convergentes y otros menos familiares y particulares. Tal vez la comida servía para establecer esos dominios particulares, pero una vez como enclave en la República Dominicana, la cocolidad sirvió como escudo y frontera de diferencia y resistencia, al mismo tiempo y desde ella, se construye un marco cultural muy particular que ha pasado a configurar una de las herencias culturales que compone el mapa étnicocultural dominicano.

Desde su óptica, la comida cocola se basó en la harina y algunos vegetales como el molondrón, pero se hizo acompañar del pescado con coco, el cerdo relleno en navidad, el guabaverri como bebida típica, los pudines y panes, además del yaniqueque, torta de harina muy difundida en la totalidad del territorio dominicano. La sopa de habichuelas, y otros buenos platos de la dieta cocola fueron descritos por Nadal como parte de una realidad vivida que también observó con descontento en sus inicios. El apelativo cocolo era un término despectivo para referirse al descendiente de estos inmigrantes, aunque reconoció que frente a la haitianidad, su discriminación fue menor o diferente para llamarlo de alguna manera distinta, entre otras cosas, porque los cocolos fueron una inmigración alfabetizada, que dominaba el inglés y que fue una mano de obra especializada de operarios para el trabajo del ingenio.

La impronta inglesa es evidente en su religión, su estilo de vestir, los sombreros de sus mujeres, el paraguas inglés, la impecable vestimenta, el porte señorial del cuerpo, el dominio elegante del idioma, la influencia sajona en algunos de sus platos de cocina, pero igualmente la cocolidad es más que eso; es guloya, la bebida fermentada de sus momentos lúdicos (el guababerri), la influencia africana de muchos de sus platos e ingredientes como el coco y el molondrón, por tan solo citar algunos rasgos particulares.

Pero también, la musicalidad y contagio rítmico y danzario, la destreza en el deporte, el creole materno- base de la cultura ancestral- y otras maneras de socializar la vida y de sobrevivir, que hicieron de la cultura cocola, una de las más importantes tradiciones de este rompecabezas cultural que representa la República dominicana y que, en voz de Nadal Walcott esa noche, se convirtió en testimonio y reflejo de una cosmovisión, de otra manera de interpretar la dominicanidad sin negarla.-



*Carlos Andújar Persinal
Antropólogo
Fue director del Museo del Hombre Dominicano, es
profesor de la Universidad Autónoma Santo Domingo (UASD)
y labora en el Centro León como Coordinador de proyectos culturales.


c.andujar@centroleon.org.do

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