lunes, 1 de junio de 2009

De mi amigo Polín

Negociando la Soberanía


El Gobierno de Antonio
Guzmán


Por Leopoldo Espaillat Nanita

El aplastante triunfo electoral de Antonio Guzmán al frente de la candidatura del PRD en 1978, resistido con todo su arsenal de maniobras (limpias y sucias) por Balaguer, y el advenimiento de su administración, marcó gran diferencia en el manejo del patrimonio del Estado dominicano y del mercado interno, dominado por las nuevas empresas industriales nacionales, algunas mixtas y otras foráneas, surgidas al amparo de la política de ‘sustitución de importaciones’ y de la ‘Ley No.861 sobre Inversión Extranjera’, que protegía a las empresas de capitales nacionales, e incluso foráneos, del desbordamiento de las importaciones de los productos foráneos.

En la conformación e instalación del gobierno del Presidente Guzmán me tocó desempeñar rol de principalía, conduciendo junto a Secundino Gil Morales, presidente del PRD -en reuniones que se realizaban en mi oficina- la selección de los funcionarios del nuevo gobierno e incluimos, a mi propuesta, un personal técnico no militante que acababa de reintegrarse al país después de prestar servicios en importantes organismos multilaterales como el FMI, el BID, y el BM, como lo fueron Ramón Martínez Aponte, designado como subsecretario de Finanzas (quien luego desempeñara el cargo de Secretario Técnico y pasara luego a servir a la GTE); Miguel Guzmán Fabián como Subsecretario Técnico, y otros, que escapan a mi memoria.

Era entonces mi equivocada opinión que contar en el personal del nuevo gobierno a técnicos nacionales de experiencia en el manejo interno de los organismos multilaterales de crédito pondría al país en la condición de tomar iniciativa con éstos, saliendo de la actitud defensiva frente a las misiones que periódicamente enviaban. Craso error, estos cuadros técnicos y otros reformistas se apoderaron eventualmente del gobierno e influyeron en su eventual fracaso, junto a la desviada conducta del ‘anillo familiar’ asentado en Palacio, dirigido por la PUCMM y divorciado del PRD y sus compromisos.

Estas tareas las acompañé de otras gestiones claves de índole delicada, que no viene al caso relatar, que aportaron a la rápida consolidación del control militar por parte del Presidente Guzmán. Así me tocó fungir de enlace con el empresariado nacional, falto de contacto con los hombres del nuevo gobierno, aunque sí con las finanzas del PRD. Fue George Chotin, con quien me vinculan relaciones de amistad y entonces también de negocios, quien canalizó la invitación a una reunión en la casa de Fernando Villeya, con un grupo de empresarios, que evidenciaría cómo este estamento de poder económico se relacionaba con el gobierno saliente, y también mi ingenuidad y lealtad a la ética política.

Allí estaba la flor y nata del empresariado nacional. Además del dueño de la casa y Chotin, entre los que recuerdo estaban los hermanos José Miguel y Roberto Bonetti Guerra; los hermanos Enrique y José Manuel Armenteros; Jesús Hernández Lopezgil, en representación de Manolito Diez, y otros más. Creí que deseaban conocer la línea de política económica del nuevo gobierno, y les reiteré que se garantizaría el ejercicio de la competencia empresarial, midiendo a todos con la misma vara. Quien me sacó de mi error fue George Chotin y me dijo en el auto lo que no se habían atrevido a decirme en la reunión: ‘Queremos que nos representes en el nuevo gobierno’. Como es natural me negué, y así perdí a poderosos aliados en la lucha que vendría después y para la cual yo no estaba preparado.

Mi primera encomienda como Secretario Técnico fue redactar con fecha del mismo 16 de agosto, la ratificación que hizo el Presidente Guzmán aprovechando la presencia del secretario de Estado Cyrus Vance en los actos de toma de posesión, de la solicitud que había hecho Balaguer al gobierno de EE.UU. de una línea de crédito de US$42 millones para la adquisición de productos agrícolas, US$11 millones de la P.L. 480 y US$31 millones de la Commodity Credit Corporation.
Eso no fue óbice para que el anillo familiar,conformado por su hija Sonia y su esposo José María, intentaran dejarme fuera del Palacio Nacional desde el mismo 17 de agosto, en el despacho que tenía hasta ese momento el Secretario Técnico en el piso 14 del edificio de oficinas públicas conocido como ‘El Huacal’, donde lo había relegado Balaguer. Ello me obligó al primer enfrentamiento con el ‘anillo’, al reclamarle al Presidente Guzmán que definiera mi asiento, entre el Palacio Nacional o en mi casa. El Presidente decidió ese ‘match’ a mi favor, con gran inconformidad de los perdidosos.

Fue así que me asignaron una oficina con un escritorio todo desvencijado, impropio para recibir a los visitantes que toca atender a un Secretario Técnico, situación que resolvió mi amigo de juventud, el Almirante Francisco A. Amiama Castillo, nuevo jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra, y uno de los militares mejor formados profesionalmente con que contaban las Fuerzas Armadas dominicanas, quien se percató de la situación y ordenó que prepararan en los talleres de la M. de G. un espléndido juego de escritorio, credenza, sillones y armario de caoba, que fue mi legado a los que me sucedieron en el cargo de Secretario Técnico, más el derecho de estar en el Palacio Nacional junto al Presidente.

Agujero Fiscal

El Presidente Balaguer había creado un ‘agujero fiscal’ para que el gobierno de Guzmán, con todas sus consecuencias, no pudiera pagar puntualmente el día 25 de agosto a la empleomanía del Estado, creando ‘Fondos Especializados’, entregando recursos a entidades (ej: RD$ 1 millón a la PUCMM para auspiciar el Aeropuerto de Licey al Medio), y desembolsando sin compro-bantes a contratistas de obras del Estado ingentes sumas, las cuales debían depositar en sus cuentas bancarias a manera de avances a cuenta de cubicaciones futuras, y pagarse ellos mismos. Esto colocaba estos recursos en una condición crítica de preservación a base de la honestidad de los recipiendarios y de recuperación contingente, todo lo cual estuvo rodeado de actividades subversivas de diversa índole.

Esta recuperación fue lograda a base de que quien escribe llamara uno a uno a los principales destinatarios de estos desembolsos, comenzando por el presidente de la Comisión de la Presa de Hatillo, General Antonio Imbert Barrera, quien respondió prestamente al requerimiento que le hiciera de reintegrar los fondos especializados que le habían sido confiados. Igualmente respondieron los contratistas a quienes llamé a mi despacho del Palacio Nacional, muchos de ellos amigos y colegas profesionales. Desde luego, ello conllevaba la revisión de esas adjudicaciones grado a grado, lo que no me hizo el hombre más popular del gobierno del Presidente Guzmán, y sí blanco de la represalia de este poderoso sector económico, los contratistas de Balaguer, en forma de ataques de prensa de plumas pagadas, sumadas a otras que se pagaban desde el Palacio Nacional por instrucciones de Sonia Guzmán.

El Presidente Guzmán encontró una apretada situación fiscal originada en la parálisis de la economía, natural en gran medida dado el cambio radical que suponía el paso del poder al PRD, después de 12 años de gobierno autoritario del Presidente Balaguer y el entonces Partido Reformista, así como por los efectos de los precios mundiales del petróleo. Esto, conjuntamente con las obligaciones vencidas dejadas por la administración Balaguer en el Sector Descentralizado de gobierno (entidades autónomas) con el exterior, las cuales crearon una situación crítica al Banco Central, que obligó al Presidente Guzmán a gestionar un empréstito de US$185.0 millones, los cuales tenían el siguiente destino:

A causa de esta crítica situación de atrasos, fui partidario de la gestión de endeudamiento propuesta por Manuel José Cabral, entonces secretario de Finanzas, pero no en los términos en que finalmente se concertó. Entonces se acumulaban en los bancos europeos inmensos recursos de los países petroleros, de las cuantiosas ganancias obtenidas a partir del embargo petrolero de 1973 y los precios en escalada del petróleo, lo cual permitía ofertas de esos bancos al mundo en desarrollo, cuya economía en expansión era el mercado natural de ese dinero sin salida en el mundo industrializado, y así se recibieron por distintas vías ofertas muy atractivas de fondos a mediano plazo, a tasa fija y moderada.

Tal fue el caso del Señor Thomasset, amigo del Presidente Guzmán y de la familia Klang. El Presidente estaba tan interesado en su gestión, que me solicitó un sábado 30 de septiembre de 1978 que no viajara a Santiago, donde estaban programados varios actos con su presencia y a los cuales estaba yo invitado, para que recibiera en el Palacio Nacional al Señor Thomasset, quien venía confidencialmente con una oferta de bancos de Europa, y a quien solicité mejorar sus términos, ya que la tasa era ligeramente más alta que la que proponía la banca norteamericana a tasa fluctuante. Thomasset consideró posible obtener una reconsideración de la tasa de parte de los proponentes, y quedamos en entrevistarnos nuevamente tan pronto hiciera las gestiones de lugar con la banca europea. Mi agenda registra nuevas reuniones con el Señor Thomasset el 29 de noviembre y 11 de diciembre de 1978 y el 17 de enero de 1979. Esta preferencia del Presidente Guzmán y mía, por una gestión directa con los bancos europeos, tropezó sin embargo con las posiciones del secretario de Finanzas, Cabral, y de Eduardo Fernández, gobernador del Banco Central (prestado por la G&W y representante suyo), quien junto con el Secretario Técnico constituían el Gabinete Económico, las cuales prevalecieron en beneficio de la intermediación onerosa de los bancos norteamericanos, protegidos por su gobierno, a tasa fluctuante (baja al principio, usurera después), base de la ‘trampa’ de la deuda externa y eterna de Latinoamérica. Esto determinó que yo le solicitara al Presidente Guzmán que me permitiera inhibirme de participar en esas negociaciones, y por ello ninguna de esas transacciones esta avalada con mi firma.

Presencia de la Inversión Extranjera

Uno de las más escabrosas experiencias de mi paso por el cargo de Secretario Técnico fue la lluvia de propuestas que se recibieron de empresas extranjeras para una diversa gama de propósitos. Entre ellas recuerdo la propuesta del ex–presidente Figueres, de Costa Rica, para un plan de construcción de casas de bajo costo, que hubiera venido a desplazar a las empresas nacionales. También recuerdo a un italiano que representaba una oferta de financiamiento para el desarrollo agro-industrial del país, a la cual estaba ligado el Ingeniero Fortunato Canaán, que pretendía monopolizar todo lo que en esa vertiente prometía el país, y que provenía de la anterior administración del Presidente Balaguer.

No obstante que nunca escatimé esfuerzo para evidenciar mi poca simpatía al proyecto, me extrañaba que cada vez que llegaba a mis oficinas encontraba al italiano sentado en la sala de espera, sin que yo le hubiera concedido pase al Palacio Nacional. Obviamente alguien más lo hacía. Más luego me enteré quien era cuando en un Consejo de Gobierno el moderador de turnos –desbordando su rol y obviamente bajo instrucciones de Sonia Guzmán y su marido- se atrevió a plantear que había la queja de que mi despacho estaba obstaculizando diversas propuestas de inversión extranjera.

Cuando le contesté que sólo había detenido aquellas propuestas rodeadas de condiciones sospechosas de corrupción, y requerirle que identificara esos quejosos, tartamudeó y dijo ignorar que esa condición existía. La enojosa situación terminó cuando el Presidente Guzmán intervino para expresar su respaldo a mi posición. De ello tengo de testigos a todos los integrantes del gabinete Guzmán, incluyendo al hoy Presidente Mejía.

Guzmán negoció con Charles Bludhorn la cesión de varios de los intereses de la G&W en la región oriental. Pero recayó en mí dar el puntillazo a la conversación que sostuvieran, y ello me trajo la profunda animadversión de ese poderoso ejecutivo, mientras que –sin percatarme entonces de ello- la máxima dirección del PRD fraternizaba y armonizaba ‘con el enemigo’. Ya en 1980, con la ayuda del secretario de Estado Cyrus Vance, Guzmán negoció exitosamente el pago de los US$38.0 millones en ganancias ilícitas que había hecho Bludhorn con el azúcar dominicana en connivencia con Alvarez Bogaert desde 1975. Para su desembolso se creó el ‘Fondo para el Desarrollo de la Región Este’.

Los hechos en los cuales tuve parte entonces fueron los siguientes. Con una llamada el domingo 10 de septiembre de 1978 en la mañana, el Presidente Guzmán me expresó su gran contento por la conversación que acababa de sostener con Bludhorn, muy especialmente por su promesa de entregarle 100,000 tareas de tierras de la G&W para asentamientos agrarios. Este era un programa que –quizás por su condición de hacendado- el Presidente Guzmán tenía muy cerca de su corazón, y por eso su particular satisfacción sobre este punto.

Pasó entonces a relatarme que Bludhorn le había ofrecido traspasarle la Zona Franca Industrial de La Romana al Estado dominicano, dado que entonces era el único parque industrial de propiedad privada. Le pregunté al Presidente Guzmán qué le había contestado a Bludhorn, y me dijo que nada. Le razoné entonces el mérito político de ese traspaso, que era una reivindicación anhelada por los romanenses que además estaba en su Programa de Gobierno. Me dio la razón y me dijo que él concertaría una reunión mía con Bludhorn para que le llevara de su parte el recado de que le aceptaba la oferta. Así se hizo, aunque sin indicarle a aquél la misión que llevaba yo.

Al día siguiente 11 de septiembre me trasladé a Punta Águila, residencia de éste, donde me esperaban ya. En el vestíbulo alcancé a ver una hermosa cara conocida que salía, que resultó ser de la actriz Candice Bergen. Pasé a un salón donde me esperaba Bludhorn, acompañado de Carlos Morales Troncoso, su secretario Rolando González Bunster, y el Ingeniero Eduardo Martínez Lima. Después de las presentaciones de rigor pasé a darle cuenta del motivo de mi visita. Bludhorn, quien pensaba que se había librado de ese compromiso, al oír el propósito de mi misión arrugó la cara y comenzó a hacer comentarios desfavorables sobre los políticos que conocía y en especial de su Presidente (que era Jimmy Carter), en un rodeo que apuntaba de soslayo a los políticos dominicanos y a nuestro Presidente.

En ese momento quien arrugó la cara fui yo y con ese semblante le dije que nuestro gobierno estaba únicamente comprometido con el pueblo dominicano y que cumpliría todos sus compromisos. Los demás presentes se limitaban a escuchar sin intervenir en nada. Bludhorn hizo entonces un silencio que pareció una eternidad, y entonces echó a reír, me puso el brazo en el hombro y me dio el recado al Presidente Guzmán de que le llamaría.

A los dos días el Presidente Guzmán me llamó a su despacho para decirme que Bludhorn estaba muy molesto conmigo, y que le había mandado a solicitar que por favor no me volviera a enviar donde él. Entonces yo le contesté que en mi opinión Bludhorn había intentado faltarle el respeto y yo lo había puesto en su sitio, cosa a la cual obviamente el no estaba acostumbrado, y que tampoco tenía el menor deseo de volverle a ver. Entonces le dije, “Presidente, cuando Ud. tenga que pasarle la mano a alguien envíe a otro. Cuando Ud. tenga que apretarle los... envíeme a mí”. Entonces quien se echó a reír fue Guzmán.

Pero yo había pisado un callo doloroso de las relaciones que cultivaba su anillo familiar, ya que el gobernador del Banco Central, Eduardo Fernández, santiaguero y allegado a la PUCMM y a su rector Agripino Núñez Collado, venía de desempeñarse como vicepresidente financiero de la G&W, y era protegido de Sonia Guzmán, la poderosa hija del Presidente.

Pero también –como pude percatarme en Febrero de 1979- José Fco. Peña Gómez, anterior líder de ‘izquierda’ dentro de un PRD heredero de la ideología de Bosch, había buscado un acercamiento con los jefes de la G&W, al punto que una conversación telefónica que sostuvo delante de mí con Carlos Morales Troncoso, segundo a bordo en la G&W, desde su habitación del aparthotel de Washington donde habíamos coincidido a su regreso de un ‘tour’por Europa en defensa del azúcar dominicana, terminó con la frase en boca de Peña: “OK mi hermano”.

Esto me puso a pensar que yo -que me malquistaba con Bludhorn, su jefe- estaba pisando terreno falso. Este vínculo lo confirmé mucho después, el 15 de julio de 1992, cuando en el programa de TV: ‘1+1’ del Canal 2, y entrevistado por Juan Bolívar Díz y por Margarita Cordero, Peña Gómez reveló que Bludhorn le había planteado en 1978 que asumiera la defensa del azúcar dominicana, y que había contribuido económicamente con el PRD (entiéndase con él). Esta amistad con Bludhorn la reiteró luego el 29 de mayo de 1993 en el programa de TV ‘Revista 110’, y el 15 de junio de 1993 en el programa de TV, ‘Desayuno de Hoy Mismo’. Ya en otra oportunidad expresaría lo mismo respecto de los ejecutivos de la Casa Vicini.

Eduardo Fernández fue también responsable de la parálisis de la economía, al plantear en un Consejo de Gobierno que la construcción era una actividad inflacionaria, con lo cual se cerraba el crédito bancario al sector privado de la construcción, al tiempo que influía en el ánimo del Presidente Guzmán para que no dedicara recursos del presupuesto para esa actividad. No me valió argumentar que los cuantiosos recursos que se estaban invirtiendo en el campo precisaban como contrapartida la creación de empleos urbanos, que sólo podían generarse rápidamente por vía de la construcción. Pero como cabeza visible de la revisión de los contratos ‘grado a grado’ esa parálisis se me pegó a mí.

Tuve asimismo choques con el Padre Alemán, asesor económico del Presidente de parte de la PUCMM, quien le metió en la cabeza al Presidente que el monto del presupuesto para 1979 ya ajustado y compatibilizado de RD$678 millones era inflacionario, y que era preciso reducirlo. Le expresé al Presidente Guzmán que ese monto era resultado de la eliminación de todas las superposiciones que en demanda de recursos habían hecho todos los departamentos de la administración pública, sin comprometer sus programas y objetivos, y que yo no estaba en disposición de hacerle más recortes. Por cierto ese monto, que sólo lo conocíamos Guzmán y yo, salió en primera plana del Diario ‘El Sol’.

También le expresé al Presidente que ese monto no incluía los préstamos que estábamos gestionando, ni por tanto sus efectos económicos, y le pregunté si su preocupación por los efectos inflacionarios del presupuesto implicaba que suspendiéramos esas gestiones, contestándome que no. No obstante, el Presidente Guzmán –obviamente siguiendo el consejo de Alemán- reunió en su despacho al gabinete, y nos dijo que él haría los recortes, procediendo a enunciar los nuevos montos de cada departamento, incluyendo cortes sustanciales a la propia Presidencia de la República.

No tardaron muchos meses en evidenciarse que en esos recortes el Presidente Guzmán había eliminado recursos que estaban destinados a transferencias a organismos descentralizados, cuyas actividades se vieron afectadas. Otra dificultad que mostró el equipo económico posteriormente fue la de consignar oportunamente los fondos de contrapartida para poder mover los recursos externos de los préstamos contratados. Así el país terminó la gestión de Guzmán con cuantiosos recursos externos que no se habían movilizado.

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