domingo, 9 de agosto de 2009

Un poco de Historia: Lecturas conversando con el tiempo por José del Castillo Pichardo

8 Agosto 2009

Atrapados por la Guerra Fría

La guerra fría

El prolongado ciclo histórico conocido como la Guerra Fría (1947-90), que marcó con sus sombras y bengalas el siglo XX, dejó hondas huellas entre quienes, sin quererlo, quedamos atrapados en los intersticios de sus tensiones y polaridades.

Quien escribe nació en 1947, en medio de los redobles de tambor del inicio de esa etapa crucial. Pudo haber vivido bajo un régimen democrático, como lo había avizorado la Carta del Atlántico suscrita en altamar en 1941 por Franklin D. Rooselvet y Winston Churchill en anticipo al orden de postguerra tras la derrota del nazismo. Tal como lo soñaron dominicanos idealistas, al igual que mi padre y mis tíos, involucrados en los afanes libertarios del Frente Interno. Pero el nuevo giro mundial determinó que Trujillo pudiese quedarse eternizándose en el poder, mientras Washington -con el general George C. Marshall al frente de la diplomacia del presidente Harry Truman- ordenaba desmantelar la expedición de Cayo Confites, organizada como un desembarco tipo Normandía con el despliegue sincronizado de infantería naval y bombardeo aéreo, combinado con la insurgencia de la resistencia interna. Esa oportunidad la perdí, junto a casi toda la rama masculina de mi familia paterna, devorada por la maquinaria de terror del régimen. Las tremendas matronas de esa familia, arropadas en luto digno y solidario, protegieron a sus vástagos de la vesania criminal.

Como tantas madres la mía, Fefita Pichardo Sardá Vda. del Castillo, luchó por preservar a sus cachorros y levantarlos lo más alejados de los riesgos de caer en las mil y una trampas de la tiranía. Objetivo que alcanzó con sabiduría y espartana valentía sancarleña, al amparo devoto de Nuestra Señora de la Candelaria. Recuerdo la visita al recinto central del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), acompañándola para gestionar el papel de no objeción de ese siniestro organismo para que mis hermanas pudiesen inscribirse en la universidad. Un primo -Jesús del Castillo Díaz, hijo del único tío paterno que sobrevivió a la dictadura- había venido en la expedición del 14 de junio. El interrogatorio a mi madre, practicado por el mayor Cándido Torres, giró en torno a los nexos con ese pariente (si existía correspondencia, comunicación telefónica frecuente, comunión de ideas). El primo, a quien nunca conocí, fue fusilado en San Isidro y el permiso del SIM denegado. Pero la persistente y tenaz Fefita logró a la postre vencer el obstáculo al obtener en la Procuraduría, gracias a un funcionario consecuente, el documento de marras.

En las postrimerías de la Era de Trujillo otros episodios me abrieron los ojos sobre la naturaleza del poder despótico del Benefactor y sus métodos de represión. A una cuadra del Palacio Nacional, mis compañeros de barrio de mayor edad -junto al apreciado profesor Rafael Casado Soler- fueron a parar a la 40 y luego a la cárcel de La Victoria en noviembre de 1959, acusados de complotar contra el Jefe. Se trataba del movimiento La Nueva Trinitaria, formado en agosto de 1959 al influjo de las expediciones de junio e inspirado en el modelo de organización duartiano, llamado por el SIM "los incendiarios".

Ildefonso Güemez Naut, Víctor Núñez Keppis y Frank Pratt Pierret, los primeros nuevos trinitarios, enrolaron a José Vidal Soto, Rafael Martínez Espaillat, Roberto Carlos, Melquiades Cabral Jiménez, Julio Santos Aguasvivas, Braulio Montán, Luis Manuel Soriano Tatis. Casado Soler fue reclutado por su vecino Güemez Naut para elaborar los textos de los panfletos que el grupo diseminaba, impresos a mimeógrafo en el colegio Don Bosco por el seminarista salesiano Máximo Báez Draiby. Cuando Trujillo fue enterado durante su paseo nocturno en el Malecón de la captura de este grupo que precedió al movimiento clandestino 14 de Junio encabezado por Manolo Tavares Justo y Minerva Mirabal develado en enero de 1960 -y ante informes previos de Johnny Abbes de que se trataba de una célula terrorista internacional altamente peligrosa y sofisticada- exclamó a los concurrentes de la caminata: "!Miren que servicio de inteligencia tenemos!. Los terroristas internacionales son unos muchachos. ¿Qué motivos pueden tener esos jóvenes para estar en contra de mi gobierno?" El descubrimiento de esta red juvenil que realizaba audaces acciones incendiarias vespertinas y nocturnas en oficinas gubernamentales (Cámara de Cuentas, Oficina de Suministro) y en otras facilidades públicas como la zona franca comercial de La Feria, no sólo comportó el suplicio para sus miembros y familiares.

Representó también la ocupación de nuestro barrio por efectivos del SIM, quienes hacían guardia permanente y controlaban los movimientos de los residentes, vecinos de Alma Mclaughin, pareja de Negro Trujillo. Al tac-tac-tac reiterativo de los temibles cepillos que rondaban por las calles aledañas al Palacio se sumó el registro metódico de cualquier paquete o envoltorio. La guagüita con la compra de la Casa Pérez, los potes con peces que criaba en mi patio, hasta el bulto del colegio, eran chequeados por el calié de servicio apostado en la acera. Una tarde, al regreso del colegio Don Bosco, compartía a la entrada de mi casa con unos compañeros la lectura de una hoja impresa que me habían entregado, alusiva a la formación de una red para intercambio internacional de postales. La forma de integración era trinitaria. En esas estábamos cuando la hoja me fue quitada por el calié de servicio, quien sigilosamente se había situado a mis espaldas. "Anjá, entonces es como La Trinitaria, cada uno busca tres más y así sucesivamente", dijo el astuto sabueso. "Mañana vengo a buscarte a las 7 para ir al SIM para que expliques cómo funciona eso y quién te dio el papel". Esa tarde mi tío Arístides Alvarez Sánchez -hijo de don Cucho Alvarez Pina- me recogió para ir al estadio Quisqueya al juego de pelota. Le conté lo sucedido.

Al día siguiente temprano el calié devolvía el papel a mi madre y le notificaba que ya no tenía que ir al SIM. Años antes de estos eventos descubrí varias armas y un radio transmisor en el cielo raso del hogar de mi abuela en La Trinitaria 4, San Carlos. Cuando le hablé del hallazgo a Emilia Sardá Piantini -para mí fabuloso, ya que era un equipo de hierro pesado que había visto tantas veces en las películas sobre la Segunda Guerra Mundial- se quedó "de una sola pieza". Me dijo: "Cheché, júrame que no le dirás nada a nadie. Oye bien, a nadie. Eso es de tu tío Mané, que lo dejó guardado ahí". Aludía al doctor Manuel Pichardo Sardá, encargado de comunicaciones del Frente Interno durante los años de Cayo Confites y Luperón, quien había salido del país en los 50, radicado en Centroamérica y México hasta 1964. Justo en México -con motivo de la visita de Estado que realizara Juan Bosch en 1963 invitado por el presidente Adolfo López Mateos- tío Mané se encontró en tierra azteca con su antiguo camarada de conspiración antitrujillista. Fue una grata y efímera ocasión, de lo que debió ser los albores de la democracia dominicana. Ambos amigos ignoraban que la terca Guerra Fría -con la quemante cercanía de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, acaecida apenas en octubre del 62- nos echaría a perder de nuevo la fiesta libertaria.

Las prioridades anticomunistas de Estados Unidos se multiplicarían en golpes de Estado sucesivos en la región, para "evitar una nueva Cuba". Antes del derrocamiento de Bosch en septiembre de 1963, caería en julio Carlos Julio Arosemena en Ecuador, siguiendo en cascada en octubre Ramón Villeda Morales en Honduras, el asesinato de John F. Kennedy en noviembre. Continuando en marzo de 1964 con la deposición de Joao Goulart en Brasil, inicio en Sudamérica de un nuevo tipo de intervención militar de carácter corporativo y prolongado bajo el manto de la doctrina de seguridad nacional. Y el golpe ese año a Víctor Paz Estenssoro en Bolivia. En abril de 1965 nos tocó la ocupación militar norteamericana de Santo Domingo que descubrí al abrir una mañana la puerta que da al patio de mi casa y encontrar a los marines de la compañía 82 aerotransportada subidos en el techo cableando una red para comunicar un campamento en la Reid & Pellerano con el comando de inteligencia del Oratorio Don Bosco. Ya alejado de estas latitudes tropicales, en el Cono Sur le tocó el turno al presidente Arturo Illia en 1966, removido por los "gorilas" encabezados por el general Juan Carlos Onganía (golpe que seguí en vivo en Santiago de Chile, transmitido desde la Casa Rosada en Buenos Aires por la radio chilena). En la ciudad porteña pude presenciar los métodos de los milicos arrestando jóvenes por llevar el pelo largo, trasquilándolos como corderos en plena vía pública.

En 1968, el arquitecto Fernando Belaunde Terry (a quien traté en los 70 en la Library of Congress de Washington) fue depuesto en Perú por el general Velasco Alvarado. Al igual que Arnulfo Arias en Panamá, por el general Omar Torrijos. Origen de los golpes populistas de militares "progresistas". El de Panamá, con su valioso aporte de los tratados Carter-Torrijos sobre el Canal, culminó en la intervención norteamericana de 1989 que capturó a Manuel Noriega (un oficial de inteligencia dislocado que estuvo en nómina de la CIA), para juzgarlo y condenarlo en La Florida por narcotráfico. Por esos y muchos otros episodios vividos, mi generación ha estado marcada, para bien o para mal, por la Guerra Fría.

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