domingo, 10 de noviembre de 2013

Se puede ser un extraordinario escritor, y ser al mismo tiempo un idiota moral.


Una respuesta a D. Mario Vargas Llosa

Por Manuel NÚÑEZ
El 3 de noviembre del 2013 en el periódico El PAIS  (Madrid)
MVLL dio a conocer un artículo “Los Parias del Caribe”
sobre la República Dominicana.


Que Mario Vargas Llosa es uno de grandes escritores  de la lengua española, quizá el más importante de los novelistas vivos, es algo que  no puede ponerse en duda.  Por ello, se le ha distinguido con  el Premio Nobel de Literatura y con un oropel reconocimientos que le llueven de todas partes todos los días. Pero esas extraordinarias capacidades y clarividencias que soy el primero en admirar, no son extrapolables a otros dominios, en donde el gran maestro de la ficción, el experto en desarrollar esas mentiras que son las novelas,  no tiene la misma competencia ni se le considera una lumbrera.
Se puede ser un extraordinario escritor, y ser al mismo tiempo un idiota moral. No hay contradicción en ser un gigante en un dominio particular de las ciencias o de las artes, y ser, a su vez, un pigmeo en la política, en la historia y en los juicios que se hagan sobre las sociedades. Los ejemplos de grandes escritores, incluso premio nobeles que han escritos majaderías y despropósitos en dominios en donde no  puede aplicarse el prestigio  que todo el mundo le reconoce, son abundantísimos y podrían llenar un libro de extravagancias.
En el caso de D. Mario hay dos factores que, acaso esclarecen, su posición con relación a la decisión del Tribunal Constitucional dominicano.
1.   Ha declarado urbi et orbi ser un cosmopolita.  No hay púlpito del mundo en el que no predique en contra de las existencias de las naciones. Rechaza, tajantemente, cualquier atisbo de nacionalismo. Eso es porción esencialísima del catecismo que repite, sin ton ni son, en todos los foros internacionales, sin importar las complejidades de las que se trate. En su prodigiosa imaginación de novelista, todos los males sociales se simplifican  en una dimensión única: el nacionalismo, y la forma de combatirlo se reduce a negar la nación. En su condición personal de súbdito español y ciudadano de la Unión Europea, se ha convertido en un ciudadano del mundo. Una ciudadanía de aeropuerto. Una persona que no puede considerarse extranjero en ninguna parte. Ni puede jurarle lealtad a ningún Estado ni a ninguna patria. Esa condición  lo lleva abominar de todo el que defiende su terruño, su patria minúscula. Lo tacha de racista, de xenófobo, hitleriano y de todas las monstruosidades contenidas en el diccionario.
2.    
Como decía Martí, cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea. Si su condición fuera la de los humildes peruanos de Arequipa que tratan de entrar a Londres o a Madrid, que son devueltos de Japón o de Estados Unidos e incluso de Chile, otro gallo cantaría. Esos  arequipeños se han encontrado con un  mundo lleno de  rejas, de alambradas, fronteras, normas. Muy bien.  Es el mundo que usted quisiera sustituir, como una justa ambición, en sus novelas. Porque encarna una aspiración humanitaria de todos aquellos que creen tener el monopolio del corazón, de los buenos sentimientos   y de la bienandanza. Pues bien, ese mundo sólo existe en su imaginación, don Mario. Y qué bueno que así sea. Porque qué sería del mundo si los únicos que tuviesen derecho a todo fuesen únicamente los extranjeros. Que no existan los Estados que controlen, que no haya inspectores de inmigración ni control de policía. Un mundo en el que podemos escoger la nacionalidad que queramos, adoptar el sexo que nos parezca mejor, cambiar de pasaporte cuando nos plazca, y cumplir sin limitaciones con todas las ocurrencias  y virguerías de nuestra imaginación hiperbólica. Ese mundo, que es el de sus convicciones, puede existir perfectamente en las novelas.

3.   Poner todo el prestigio del Nobel para arrebatarle a los dominicanos, que usted lo sabe mejor que nadie,  viven en una situación de promiscuidad territorial con el país más
empobrecido del continente, el derecho a decidir quiénes son sus nacionales, es un desatino que  no   compagina con la amistad que le han profesado los dominicanos. En su credo la nación se volatiliza hasta volverse nieblas; en el nuestro es el único marco que da sentido al esfuerzo de todos y al porvenir de un proyecto común.

4.   Muchas de las informaciones echadas a rodar en su artículo del 3 de noviembre son auténticas falsedades. Falsa es la cantidad de personas, 200.000 decía usted,    en circunstancias semejantes a la  de la señora Deguis Pierre.  La Junta Central Electoral acaba de dar el inventario completo de los descendientes de extranjeros  desde el 1929 al 2007. El sistema sólo tiene registrado 53.847 y pertenecen a 117 nacionalidades. De esos, 24.392 fueron inscritos de manera regular. Esto representa el 55%. Del total, 24.392 no fueron inscritos con arreglo a la Constitución y las leyes.  De esa cantidad, 13,637 son descendientes  de padres haitianos. De ese conjunto, 4.859  corresponden a haitianos declarados con un ficha de trabajador temporero de ingenio azucarero, que es el caso de la señora Deguis Pierre, y  el resto se incorporaron de manera fraudulenta en el registro. A partir del 2004 se incorporaron los libros de extranjería para registrar los nacimientos. La información dada por usted al mundo resulta, pues, falsa.  Tampoco es verdad que el caso Deguis Pierre sea semejante al de las niñas Dilcia Jean y Violeta Bosico, que fue llevado ante  la Corte Interamericana. En ambos casos, chocaban las legislaciones dominicanas y haitianas.  Porque basta con que uno de los padres sea, indudablemente, dominicano, y tal era en ambos casos, para estas niñas fuesen  consideradas como dominicanas por jus sanguinis. Ese fue el fallo de la Corte Interamericana.

5.   El sistema judicial que ha pronunciado esa sentencia de declarar que los no residentes legales no pueden beneficiarse de los efectos de jus sanguini, en modo alguno condena a los haitianos a la apatridia. El artículo 11 de la Constitución haitiana establece claramente que los hijos de haitianos, nazcan donde nazcan, son haitianos. El problema inicial no es que los hijos hereden la ilegalidad de los padres. Es si resulta conforme al derecho que usted predica y defiende privar a los hijos de la nacionalidad de los padres. Es decir, romper con el fundamento de la filiación.  Por otra parte, debo aclararle que la República Dominicana no es un derecho humano de los haitianos. Es un país que no puede ser privado de su soberanía para atribuírsela antojadizamente a las personas que emigran desesperadamente de Haití. Tiene usted todo el derecho de contribuir a la campaña que desarrolla su hijo Gonzalo desde las oficinas del ACNUR y desde la colaboración con las ONG que se ocupan de los inmigrantes haitianos en el país, pero esa preferencia por los haitianos no lo autoriza a quitarle esos derechos a los dominicanos.

6.   Hay muchos principios vacíos, como el famoso derecho a emigrar que tiene cada y que usted, al parecer, defiende a capa y espada. Pues bien, ese derecho choca con el derecho a vivir tranquilos, que tienen los países anfitriones. Se dirá que el caso de las potencias europeas deberían pagar como tributo, por haber sido imperios, recibiendo la miseria de todo el mundo. Pero, y nosotros que vela tenemos en ese entierro. Nos libertamos de la dominación haitiana de la cual le ahorro el relato de sus horrores en 1844. Construimos  desde unas circunstancias extremadamente penosas y desventajosas en comparación con esa dominación de veintidós años, y logramos superar la dinámica en la que viven atrapados los haitianos, y constituir una nación, cuyas ambiciones la han colocado en condición de obtener algunos progresos. Nosotros, don Mario, tenemos derecho a la tranquilidad y al sosiego constructor. Nosotros no hemos deforestado ese territorio, reduciendo sus posibilidades a menos de 1% de capa boscosa, no hemos prohijado el concierto de enfermedades que se abate en su población, no hemos destruido el polo de autoridad, que constituía el Ejército, al punto de que el país para mantener a los funcionarios internacionales presentes, ha establecido una misión militar que lleva más de 10 años.  Por estar en las proximidades de ese desastre, y pretender no dejarse arrastrar por esa vorágine nos acusa usted de racistas, y para no serlo, debemos renunciar a un principio que impera en toda los países iberoamericanos, desde México hasta Chile, sin excepción. Que los hijos de inmigrantes indocumentados e ilegales, no residentes, no se benefician de un procedimiento que, en el caso dominicano, se implantó en 1929. Por lo tanto, no sólo ha insultado usted a los jueces dominicanos, asociándolo en una amalgama incalificable a los ideales de Hitler, sino a todo el sistema que impera incluso en su Perú natal, y en todas las democracias europeas, convertidas por el asalto de los pobres de la tierra, en una auténtica fortaleza.

7.    ¿Acusaría usted, don Mario, a todas estas naciones desde México hasta Chile de ser hitlerianas, de aplicar aberraciones jurídicas porque en lo que toca a la nacionalidad  aplica los mismos principios que  el Tribunal Constitucional dominicano?

8.    Si ese sistema jurídico resulta bueno para el resto del mundo e incluso para la admirable democracia española, por qué ha resultar malo para los dominicanos. Por qué todos pueden tener razón en sus respectivos países, menos los dominicanos en el suyo.  Usted pretende que la Corte Interamericana nos enmiende la plana. Le recuerdo que el recorte de soberanía que supone nuestra inclusión en esa Corte no ha sido aprobado por el Congreso, y que  Haití y las naciones que nos acusan no reconocen las competencias de la Corte ni reconocen el jus solis.
Ha colocado usted, don Mario, toda su influencia y todo el señorío de su bien ganada fama en provecho de una causa que conculca la capacidad de los dominicanos para decidir quiénes son dominicanos. En África negra hay  una cincuentena de Estados fronterizos, poblado mayoritariamente  por negros, y las diferencias llevan a los Estados más prósperos a deportar a negros que se hallaren en otro país de negros. Así acaece en Costa de Marfil, en Senegal, en Nigeria, en Camerún y otros territorios, nadie, hasta ahora, le ha negado a esos países la capacidad de  identificar a sus nacionales, aunque desde afuera, usted al observarlos, los vea como personas que pertenecen a un mismo país.

Pensar en términos abstractos, espoleados por ideales que no han tenido encarnación en ningún  país de la tierra no es, a nuestro parecer, una buena solución ni un consejo aceptable. La propuesta suya es que las personas renuncien a lo propio, para disolverse en lo universal, en una nacionalidad de aeropuerto.
Desde luego, el mundo va por derroteros muy distintos a los que ocupan su vertiginosa imaginación de novelista.

Tras el derrumbe del socialismo real en 1989, la URSS quedó despedazada en 16 nuevos Estados; Yugoeslavia quedó convertida en 6 nuevos Estados y Checoeslovaquia en dos Estados.
   
En honor a la verdad histórica, debo recordarle, don Mario, que nuestro país a pesar de vivir en una dictadura atrabiliaria le declaró la guerra en diciembre de 1941 al nazismo; varias de las embarcaciones fueron hundidas por los submarinos alemanes y fue de las poquísimas naciones que acogió sin tasa a las víctimas judías que huyeron del holocausto alemán:
He leído toda su obra periodística y ensayística y no he encontrado nunca una rectificación de las cosas publicadas. No tengo, pues, esperanzas de que usted rectifique los juicios injustos, severísimos sobre nuestro país. Rectificar es faena de hombres amantes de la verdad. Mantenerse en sus trece es hábito de hombres engreídos de soberbia.  

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