miércoles, 25 de diciembre de 2013

Todo el mundo tiene “derechos”, pero pocos tienen “deberes”...


Cosas Veredes, Sancho

Por L. Portorreal

Lo bueno de vivir en “democracia” es que todo el mundo tiene “derechos”, pero pocos tienen “deberes”.

Pero ni unos ni otros (derechos y deberes) viven, conviven y perviven casi a la perfección, como sucede en sociedades más “avanzadas” que la nuestra.

Lamentable, pero cierto.
Ahora y aquí, con motivo de la Sentencia 168 del Tribunal Constitucional, son muchos los que la respaldan y unos pocos los que la objetan. Pero…

Esos muchos (autoridades, comunicadores, especialistas, congresistas, sacerdotes, ministros evangélicos, protestantes y ciudadanos de a pie) no tienen ni siguen un “programa” que apoye con efectividad el inmenso deseo de los dominicanos por resolver “el problema haitiano” y la porosidad de nuestra frontera.

Los pocos, sin embargo, sí tienen claro un calendario de actividades para defender a esa cantidad de haitianos nacidos en Haití, de hijos de esos nacidos aquí y de otros que ingresaron más recientemente a nuestro país, huyendo de la miseria y las calamidades provocadas por el terremoto del dos mil diez.

Esos “pocos” tienen el apoyo, además, de organizaciones de la llamada “sociedad civil”, de instituciones internacionales y hasta de gobiernos muy poderosos. Y ellos no pueden negar esta aseveración común porque es mucho el dinero que se gastan en su “programa de reinvidicación” de los derechos humanos y legales de esos pobres ciudadanos carentes de pan, educación, ropa y amor.

La mayoría de los dominicanos sabe todo lo que pasa en Puerto Rico, en Miami, en Nueva York, en Boston, en Venezuela, Panamá, Italia o España, pero sabe muy poco de lo que es Haití y de cómo se vive allí. No hay casi informaciones procedentes de allí, como por ejemplo que nacen y nacen niños que no son declarados en ninguna parte, no hay casi Oficialías.

Lo del estado calamitoso de Haití se sabe porque Francia, Estados Unidos y Canadá, para mencionar solo tres, han sido países beneficiados del suelo y el subsuelo, amén de otras “explotaciones” que se consideran “normales”.

Apartando que Haití gobernara a RD durante 22 años (1822-1844) de muy mala manera, los dos pequeños países se distancian por tener
idiomas, religiones, costumbres y modales culturales muy diferentes. Y esto lo saben esos “pocos” que hablan mentiras cuando refieren que los haitianos ilegales residentes aquí desde antes de 1929 gustan de nuestras cosas.

Un haitiano o un nacido aquí de haitiano ilegal “no vive nuestro merengue”, no “se zapatea y mueve las caderas” cuando escucha un tema de Johnny Ventura o de Milly Quezada, no conoce, baila ni goza con “La Sonora Matancera”, Barbarito Diez, Celina y Reutilio, Alfredo Sadel, Marco Antonio Muñiz, Roberto Yanés, Fernando Casado, Rafael Solano y Niní Cáffaro entonando “Por amor”.
Ningún haitiano nacido aquí o en Haití se goza los triunfos del “Licey”, del “Escogido”, de las “Aguilas Cibaeñas”, ni se goza y baila la salsa de Rubén Blades, de Vaqueró, o de “El Buenón”, ni las bachatas de Anthony Santos, Frank Reyes, Joe Veras y otros muchos.

Por eso extraña que esos “pocos” quieran que RD se abra por completo a los haitianos y permita que más de los dos millones que ya residen aquí entren a nuestro territorio.

Y eso, que esos “pocos” viven diciendo que RD y sus más recientes administraciones no han hecho nada por el país y su gente, lo que trae como consecuencia la interrogante de cómo hemos podido entonces recibir, atender, mantener y hospedar a tantos vecinos en condiciones irregulares e ilegales.

Pero voy más lejos. ¿Ha escuchado usted a un haitiano (nacido allá o aquí) entonar nuestro Himno, o saber, hablar y resaltar a Duarte, Sánchez, Mella, Luperón, Manolo, Minerva, Hostos, los Henríquez Ureña?. Nada de eso.

La Sentencia 168 del TC está ahí y debe ser mantenida por encima de cualquier “Decreto”,  de cualquier “bajadero” o de cualquier “intromisión” extranjera que solo pretenda “beneficiar” a un conglomerado, perjudicando a un país sabroso, amoroso, respetuoso, democrático, solidario y viril como es República Dominicana.

Y  no hablo ya de mi ignorancia en cuanto a ver como esos “pocos” que hablan y actúan por los “muchos”, se juntan con yanquis y franceses, con españoles y canadienses, con “fósiles izquierdistas” y “políticos aberrantes” para “enjuiciar” a nuestro país, por el hecho de querer regularizar a los extranjeros ilegales residentes aquí, de ordenar nuestra frontera y de exigir a cuantos vengan o residan aquí un mínimo de preparación, de salubridad y amor por quienes le facilitan un suelo y un trabajo (mal que bien pagado) para una subsistencia que no tienen ni encuentran en su lugar natal.

Yo quiero que haya mejor vida en Haití, que eche palante, que se desarrolle, que sus hijos tengan “papeles legales” al nacer, pero todo sin que se afecte a nuestra querida República Dominicana.
Si el gobierno que encabeza don Danilo Medina Sánchez anula la Sentencia, la desconoce por “decretos” o le busca un “bajadero” cualquiera para “quedar bien” con esos “pocos” y con esos órganos, países y organismos extranjeros, pienso que algo grande va a pasar en Quisqueya, pues se quedaría sin el apoyo de los “pocos” y sin el apoyo de los “muchos”.

Y pienso en que hasta los “yanquis” regresarían como resucitarían también los Caamaño, los Fernández Domínguez, los Herasme Peña, los Caba y los Collado, los Hernando Ramírez y los Hombres Ranas, todos verdaderos anti-imperialistas.

Y este país, en constante progreso pese a sus corruptos e hijos perversos, no se merece otro nuevo atropello.

10-12-13 

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