lunes, 7 de octubre de 2013

Solo en Haití...!

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Henry Cristophe …“nunca leyó un libro”…“no sabía leer ni escribir”…
                                                                                                                        
                                                                                                                          

Por Fernando Casado


El trato inconcebiblemente inhumano y brutal, como filosofía del amo, desquició y distorsionó la psiquis primitiva del esclavo y condicionó su respuesta conductual. Una respuesta explicable, fundamentada en una ideología instintiva de supervivencia animálitica, imposible de valores y conceptualizaciones, impregnada del odio profundo y visceral al amo, soterrada y cómplice, que transformaría una distorsión diabólica de carácter económico como la trata, en una abismal aberración más allá del simple prejuicio socio-cultural, descalificando y embruteciendo al hombre como un ser inferior, solo por el color de su piel.

El esclavo era sub-alimentado para apenas sobrevivir. Su vida útil era pautada en unos cuantos años. Al final, sus fuerzas terminaban devastadas por la impiedad del maltrato y el trabajo bestializado. El amo prefería la “eliminación” natural y la “obtención” de nuevos “animales” más jóvenes. Menos costoso que alimentarlos y mantenerlos en salud mientras envejecían.

 Como en animales, se fue desarrollando una ideología del instinto, cargada de malicia oportunista, impregnada de rencor, sedienta de venganza. La sumisión forzada fue creando una resistencia envenenada de simulación que se fue convirtiendo en una fuerza, una mística instintiva oculta que unió soterradamente la rabia y odios del esclavo y la convirtió en una cultura sin Dios. El Dios de los blancos sería juzgado en términos de la conducta despiadada del amo.

Sociedades donde la negritud tuvo incidencia y peso, como Brasil, Norteamérica, Cuba, Puerto Rico,  Jamaica o las Islas Inglesas, han podido superar, generosamente, el lastre que dejara como secuela la Esclavitud. No así el pueblo haitiano, cuya historia conductual pone de relieve la incapacidad para dejar atrás la ideología morbosa e irreflexiva del esclavo e insertarse en el pensamiento del mundo de hoy. Como una camisa de fuerza, el circulo vicioso que comprime y aplasta aquel estado fallido, aquella sociedad frustrada, no puede crear las condiciones mínimas para lograr el surgimiento de un liderazgo sano e inteligente.

El intento de revivir la economía en Haití, sin antes moldear el ser haitiano, es un acto tan fatal como la enfermedad de origen que los aplasta. Es al hombre al que hay que cambiar. El haitiano es “Esclavo” estancado en su obcecada “Ideología del Esclavo”. Haití tiene que dejar atrás la “ideología del esclavo” para poder reencontrarse y avanzar, como las demás sociedades esclavistas de América lograron.

La locura haitiana ha centrado su amarga impotencia en sublimizar sus odios en la República Dominicana, identificándola inconscientemente con el “amo” cruel y el “blanco” “superior”. En el fondo, encerrados en la “inferioridad” que sembró profundo la impiadosa e incapaz cultura esclavista francesa, los únicos culpables de su eterna desgracia. Una formula primitiva e inconsciente de autovaloración enfermiza, cuya realización y triunfo individual y de nación, se remite, como una obsesión perversa, al sueño de lograr su imposición histórica sobre la República Dominicana, como objetivo final y razón de ser y de existir. 

Haití ha sido derrotado por su propia inconducta, errores que debieron ser asumidos para ser negados con hechos de conducta fraterna y logros reales en el ser haitiano, cuya oscura inconsciencia sin luces ni ideas, no le permite ni siquiera sintetizar conceptos elementales como el agradecimiento y el respeto, agravados por una notoria falta de esfuerzo en desprenderse y evolucionar, para situar en el pasado las “glorias relativas” de una pesadilla sangrienta y tumultuosa, como fuera la hecatombe de su simbólica rebelión esclavista. Desprenderse y recomenzar hacia adelante, sin la mortificante obsesión dominicana. Inalcanzable, sin destino y sin razón.

El sueño de derrotar históricamente a los dominicanos, no es posible. Nunca lo fue. Con ello, el haitiano ahonda aun más su frustración y su desgracia. Combatimos como franceses castrando la pretensión haitiana. Al francés lo sacamos nosotros, no el haitiano. La señal es clara. La ocupación haitiana pudo ser porque carecíamos de ejército y armas para defendernos, de ahí la búsqueda de protección en la “Gran Colombia”. Boyer y Bolívar coincidían en el anticolonialismo, uno contra el francés, otro contra el español. ¿Compraba el haitiano el futuro cuando puso en sus manos armas y dinero? ¿A cual precio? Las cartas de Boyer a Bolívar y el silencio de respuesta a Núñez de Cáceres, es episodio elocuente y triste que los Dominicanos nos encargamos de borrar desde 1844, un 27 de Febrero glorioso, que el haitiano no debe olvidar.

Para todo Cristiano, tanto el pretencioso “Emperador” Henry
Cristophe, así como el descuartizado Dessalines, fueron monstruos diabólicos que hoy arden en el infierno. Es obvio que para aquellos las Iglesias Cristianas tenían un significado diferente que para un Jesús que nunca conocieron ni de apellido. El degüello de 40 niños y el incendio de la Iglesia de Moca, con 500 personas a puerta cerrada o la matanza indiscriminada en Santiago de miles de inocentes, entre otras satánicas bestialidades, arrastrados como animales hacia Haití, dejando un rastro de sangre y luto en los caminos de miles de cadáveres, tiene un precio que nunca ha sido asumido, ni siquiera con el arrepentimiento, pero que tendrá que ser, inevitablemente, cumplido… mucho más costoso. No habrá vudú en los cielos. La ofensa no es contra el hombre… es contra Dios.

El hecho burdo de otorgar el nombre de Henry Cristophe,  quien “nunca leyó un libro”, “no sabía leer ni escribir”, que “solo aprendiera a garabatear “Henry”, a una Universidad donada por Dominicanos, es un insulto que mancha y ensucia su propia ignorancia, no a nosotros, como se pretende. Intentar enlodar un gesto de tal dimensión, debe espantar a los extraños que conocen la historia. Solo el rencor, el odio y la ignorancia estancada son capaces de una perversidad tan torpe. El desatino haitiano no podrá empañar nunca tan noble gesto histórico. Valiente y hermoso esfuerzo que resalta, lamentablemente, el abismo que separa nuestros pueblos, y que permanecerá, inevitablemente, registrado para siempre, aunque mañana hicieran polvo y tierra del ultrajado recinto.

La cristiana frase “Nuestros hermanos haitianos”, que con tan desprejuiciada nobleza aplica el candor dominicano con frecuencia empalagosa, no ha sido nunca interpretada por el relente haitiano en el sentido fraterno en que los dominicanos la sublimizan. Por el contrario, la torpeza rencorosa de la “ideología del esclavo” la asume, en su absurdo, para justificar y alimentar su gran vacío de realización de nación y del ser, como un síntoma velado de temores cobardes escondidos en el profundis del alma dominicana.
La improvisada “Intelligencia” haitiana nos envió precipitadamente, en la ocasión, una “Reina de Belleza” en bandeja, para recoger los platos rotos y tratar de endulzar la “Limonade”, asumiendo debilidades baratas y provocar efectos estratégicos de distracción afiebrada, partiendo de una infección sembrada en su ladina naturaleza de “Ideología del Esclavo” y que presumen compartimos los dominicanos. Le invitamos a pasar por la Iglesia de Moca y rezar una oración arrepentida y sincera por las 500 personas y los 40 niños sacrificados por Cristophe y Dessalines, solo por el pecado de ser dominicanos. Pretender una justificación a semejante monstruosidad histórica, solo contribuye a poner en evidencia, la verdadera naturaleza perversa y peligrosidad cancerosa de la latente “Ideología del Esclavo”. Nunca he escuchado un haitiano decir: “Nuestros hermanos dominicanos”.

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