sábado, 9 de diciembre de 2017

Sánchez Lamouth fue un hombre espontáneo en persona y en poesía








Juan Sánchez Lamouth, en el recuerdo…



Por: REGINALDO ATANAY


Uno de los poetas modernos más prolíficos, con que cuenta ahora la literatura dominicana, se llama Juan Sánchez Lamouth. 
Quien sepa que el vate murió hace años, a temprana edad, nos dirá: “Pero… él se murió hace tiempo”. Para el bregador de poesía, de arte… no hay muerte; como tampoco para el místico. Y en definitiva, para quien cree en la vida, no hay muerte. En la muerte creen los que siguen teniéndole miedo al cuco. Y… a ellos mismos.

Juan, partió al otro lado de la vida, cuando tenía cuarenta y pico de años de edad; y… un pico pequeño. Dejó una producción asombrosa.

Nos honró con su amistad, y compartimos infinidad de tragos y recitadera de poesía en los recovecos que están repartidos en la colonial ciudad de Santo Domingo de Guzmán.

En una sola noche. Bueno, no, en unas cuantas horas de una noche, Juan escribió un libro de poesías completo, que nos causó una honda impresión, por su pureza poética, por su espontaneidad… y sin rebuscaderas de palabras. No estamos seguros si ese libro fue “Otoño y Poesía”. Porque como no hemos sido dados a guardar recortes periodísticos de los que escribimos, casi nunca sabemos lo que publicamos en tal o cual fecha.

Pero una vez nos comunicamos con el querido amigo ya ido, el escritor, poeta e investigador mocano Julio Jaime Julia, y le pedimos de favor (Julio vivía la poesía y la música constantemente) que consiguiera ese escrito nuestro, sobre Sánchez Lamouth, hace años, en el suplemento literario de El Caribe, escrito que luego, el mismo poeta, al gustarle, que lo puso como prólogo en no de sus libros. Nos lo hizo llegar. Y de los pocos recortes que guardamos con fruición, ése es uno.

Ese libro de que hablamos, Sánchez Lamouth lo escribió… “durante media botella de ron”, que fue lo que nos bebimos y, a veces, acompañados de una vela, porque en el sitio, la luz falló. Porque “en aquel tiempo” -como casi ahora mismo-no había para más.

Sánchez Lamouth tenía un amor platónico hacia la doctor Josefina Pimentel Boves, quien a la sazón era gobernadora de la provincia de San Cristóbal. Casi todas las semanas, el poeta “levantaba” los pesos necesarios, para ir a la casa de la gobernadora, quien lo trataba con cariño; un cariño que siempre Juan buscó y que pocas veces encontró en su medio ambiente. Allí iba a hablar de poesía… y a comer.

Juan Sánchez Lamouth
Porque el poeta hizo un curso avanzado de pasador hambre; como muchos de su especie.

En uno de esos viajes a San Cristóbal, parece que un trago le hizo una mala jugada… y lo estropeó un auto, fracturándole una pierna.

Años después conocimos en Nueva York a la doctora Pimentel Boves, de quien nos hicimos amigos, y nos sentimos “como si hubiéramos sido amigos siempre”. Una mujer de temple, con don de gente. Y repartidora de cariños.

Le comentamos entonces, que una vez, Sánchez Lamouth nos dijo que “le gustaba” doña Josefina. Y que quería casarse con ella. Pero él no se atrevía a decírselo. Doña Josefina rió a mandíbula de batiente y repuso: “Si, ombe, pero ¡imagínese usted! Yo lo admiraba como poeta, como persona, pero nada más. Lo veía quizás como a un hijo, pues era un alma noble”.

Quizás el espíritu del poeta hizo que la amistad nuestra con doña Josefina creciera un poquitín, ya que sosteníamos esporádicos encuentros, cuando ella venía a Nueva York, y ella se hospedaba en la casa de nuestra madrina de matrimonio eclesial, Minerva Bernardino.

Porque en casa de doña Minerva, Luz y nosotros nos casamos por la iglesia, con la bendición de nuestro hermano del alma, el presbítero Milton Ruiz. E interpretó la Marcha Nupcial, de Mendelson, al piano, otro carísimo amigo: Oscar Luis Valdez Mena. Y hubo una sesión de alegría inconmensurable con esos y otros amigos, entre ellos otro a quien queremos y admiramos: Rafael  -Bullumba- Landestoy.

Sánchez Lamouth, entre los pocos empleos públicos que tuvo, uno fue el de recibidor, en la Dirección de Rentas Internas, cuando la oficina estaba en el Palacio de Borgellá, frente al Parque Colón.

El otro empleo fue el de guardián del Parque del Faro, que estuvo en la parte del Malecón llamada Paseo Presidente Billini esquina a la calle 19 de Marzo.

Sánchez Lamouth fue un hombre espontáneo en persona y en poesía. Muchos de sus libros fueron editados por la Editora del Caribe, C. Por A., cuando de ella era administrador Elías Arbaje Ramírez.

Los libros que publicó allí el poeta, fueron “de balde”. Don Elías ordenó que “no le cobraran un chele” para que Sánchez Lamouth, luego, “se defendiera” con la venta de los ejemplares.

A veces, cuando nuestra menta vaga por los espacios siderales, hurgando, y “metiéndose en lo que no le importa” enviamos uno que otro mensaje de cariño fraterno a ese hermano de trago y sonrisa perenne.

Porque así como era espontáneo en su producción poética, espontáneo lo era en la vida diaria. Como en la vez aquella en que pasó un susto tras el cual consiguió una casita en el barrio de Los Mina, en el sector oriental de Santo Domingo.

Fue la vez en que se asomó al dictador Rafael L. Trujillo, cuando éste hacía uno de sus habituales paseos por el Malecón de Santo Domingo.

Sánchez Lamouth siempre usaba saco, pero era él desgarbado y abandonado; y no se preocupaba por lucir bien. Al aproximarse a Trujillo, los de la escolta lo agarraron y físicamente lo agredieron. Trujillo ordenó que lo dejaran tranquilo. Y que lo dejaran hablar.

Y el poeta habló:

–Jefe, es que esta gente son una vaina. Yo, lo que soy es un jodido y quiero que usted me ayude.

Trujillo rió de buena gana, y ordenó que “lo atendieran”.

El poeta vivía en un rincón de aquel barrio santodominguense… y le dieron “su casita”.

Y Juan Sánchez Lamouth siguió trabajando la poesía (y los tragos).

Hasta su muerte.

Meditación

Para la meditación de hoy: ¿Cuántas veces haz sido tú mismo ante los demás? Porque a veces, queremos que otros nos miren y sientan de manera distinta a como somos. Es, cuando no nos queremos a nosotros mismos, y ansiamos ser “otro”. La ventaja de ejercer nuestra propia identidad, es que nos afincamos en nosotros, y así, la intimidad con nuestro Yo, crece. Y al crecer la confianza en nosotros… se sueltan cables viejos que nos ataban a complejos. Y entonces crecemos. Y nuestra capacidad para vencer obstáculos, se hace grande.




1 marzo, 2005

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