sábado, 9 de diciembre de 2017

Los poetas callejeros cantan al medio ambiente; contaminado y contaminante...


La música popular y sus secuelas

El laboratorio donde se cultiva la música 
popular del momento. Nuestros jóvenes cantores 
cantan a la pobreza, a las inequidades, 
a los antivalores, al narcotráfico, 
al crimen, a las injusticias.



Ricardo Viloria es un amigo recién estrenado por mí. Hace cosa de un año que lo estoy tratando y por momentos, tengo la sensación de que ambos aprendimos a leer en el libro Mantilla, esa joya de la didáctica donde nos alfabetizamos casi todos los “babyboomers” dominicanos. Sin embargo, Ricardo puede ser perfectamente hijo mío, pues nos separan unos cuatro lustros, mal contados.

El hilo que nos conecta, parece ser la formalidad en el trato que me dispensa este joven-viejo y el “chapado a la antigua” de su razonamiento. Por eso siempre disponemos de espacio para tratar los asuntos sociales y políticos. Y justamente, de esos intercambios de ideas -coincidentes por lo general- es que resulta el planteamiento que hoy quiero compartir con mis amigos lectores.
La vida de James Brown, ese semi dios de la música
James Brown
popular, fue sin dudas, un monumento a la interpretación del ruido bosque en el asfalto de la ciudad. Artísticamente, él en persona estableció el puente natural que condujo los acordes de la vieja plantación hasta los modernos rap y hip-hop de los centros urbanos. Su vida fue en cierta forma, un reflejo de su trayectoria musical; realmente novedosa e innovadora, pero sobre todo, portadora en algún grado de la denominada “violencia revolucionaria”, tan propia de la época de la “guerra fría”.

Por eso a nadie le caben dudas de que Jimmy es uno de los grandes de la música citadina. Se puede afirmar que todos, absolutamente todos los que hoy iluminan el cielo artístico de las grandes muchedumbres, están en deuda con este divino loco del escenario. No hay artista blanco o negro actual que no deba algo a Jimmy Brown, desde los intérpretes y músicos hasta los coreógrafos y bailarines.

Y qué bueno que así sea. Qué bueno que sus herederos hayan escogido lo mejor de su legado, rechazando mayormente, la vorágine de su vida particular; de su “vida loca”, para decirlo con el tono del momento. El que nos muestra Ricky Martin.

Es en este marco de comparaciones y razonamientos que Ricardo Viloria pronuncia las palabras claves; el juicio personal que genera esta modesta perorata mutua: “Rolando, pero la música no solo influye en la música y en los artistas; hay áreas de la vida diaria y el espectáculo que son afectadas por los ritmos y cadencias que en determinados momentos dominan el dial; porque tú no puedes negar que entre el Reggaetón y el Basquetbol actual hay ciertos vasos comunicantes, cierta analogía en los movimientos, los escenarios y las interpretaciones”.

Ya en territorio minado por el razonamiento acucioso y penetrante de Ricardo, deambulamos durante buen rato; buscando y encontrando esas herencias de las canciones mas sonoras y de los ritmos mas contagiosos.


Está claro que los poetas callejeros cantan al medio ambiente; y si éste está contaminado, su lírica también será contaminada y por supuesto -y esto es lo peor- también será contaminante.

El Lápiz Cociente
La desigualdad social genera a su vez los males sociales, que son al final de cuentas, el laboratorio donde se cultiva la música popular del momento. Nuestros jóvenes cantores cantan a la pobreza, a las inequidades, a los antivalores, al narcotráfico, al crimen, a las injusticias. Y al idealizarlos, los promueven y los hacen parte del diario vivir de todos, especialmente de la juventud expuesta a la marginalidad social. Es así como se teje y fortalece el círculo vicioso, creando y generando falsos paradigmas.

E indefectiblemente, caímos en la “bachata”, esa muestra del alma nuestra que particularmente cantaba a las bajas pasiones en sus orígenes y que los entendidos -entendiendo o sin entender- eufemísticamente etiquetaron como “música de amargue”, “amor de vellonera” o simple “desamor”. Al Pasar el tiempo, su trayectoria fue modificando el rumbo, y de las cursis historias de los años sesenta, pasamos a la poética mas formalmente romántica y a la mezcla con mayor elegancia de los elementos sonoros.

Víctor Víctor
Pero este es solo el “lado amable” de la bachata; que al escalar los nuevos escenarios e internacionalizarse, subió de categoría. Como sucede con la antigua prostituta, que al ser “honrada” por nosotros con el
matrimonio, la convertimos en la “señora” de la casa. Y sin dudas, en esta entrega de amor desinteresado y 
fortuito, los celestinos responsables fueron Víctor Víctor, Juan Luis, Zacarías, El Torito, Joe Veras y otros tantos maniáticos rimadores, excelentes componedores y consagrados intérpretes.

Ahora, aunque la prédica religiosa habla de arrepentimiento total y entrega plena a los nuevos y buenos designios, en el campo social siempre hay un remanente o una manifestación colateral que denota lo pecaminoso del pecado original, que siempre resulta absorbente y seductor. Hay un gran lastre en la elegante y exquisita bachata del momento y no es exactamente por ella misma sino, por los sentimientos y valores que ha impregnado en el público corriente, en el pueblo trabajador.

¿Cuáles pudieran ser las consecuencias más importantes de estos 60 años de bachata que han transcurrido, y muy a pesar del avance que ha alcanzado, tanto en la lírica como en el ritmo?

Ahora la nota de discordia la aporto yo, que pienso y sostengo que la nueva ola de asesinatos de mujeres por parte de sus parejas, exparejas, novios y pretendientes y que todos hemos consentido en denominar como
“feminicidios” -incluida la Academia de la Lengua Española que hubo de aceptar el vocablo- es una de las secuelas negativas de la lírica pasional de nuestra insigne bachata.

Pero eso sería “harina de otro costal”, que Ricardo y yo discutiremos, y que les presentaré en una entrega por separado.

¡Vivimos, seguiremos disparando!




 30 de noviembre, 2017

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