lunes, 2 de junio de 2014

Nosotros no podemos, traspasarle nuestra nacionalidad a extranjeros...

-->
Los grandes olvidados, los trabajadores dominicanos

Por Manuel NÚÑEZ Asencio

1.  Pensar el mundo con categorías inútiles
Hace treinta años, el mundo se debatía en un enfrentamiento ideológico y militar entre dos concepciones de la sociedad. La que representaba el bloque socialista de la Unión Soviética (URSS) y los países satélites de la Europa de Este; a esa plataforma se agregaba China y los países de la antigua Indochina (Vietnam, Laos y Camboya) y la porción opuesta la encabezada EE. UU y  las potencias de Europa Occidental, cuya influencia era predominante en América latina y en la mayoría  de países subdesarrollados del mundo.

En gran medida, este período conocido como la Guerra Fría (1947-1989), marcado por conflictos bélicos atroces en los países de la periferia, como lo fueron las guerras de América Central (Nicaragua, El Salvador, Guatemala) y las guerras en África, Asia y el Oriente Medio eran guerras de expansión ideológica. En muchas partes del mundo, los hombres fueron a la guerra para hallar la redención, para construir los sueños y fundar la gloria,  y  descubrieron, en muchos casos,  funestas pesadillas.
La mayoría de nuestros políticos y dirigentes sociales formaron sus concepciones del mundo en esas refriegas. Pero ese mundo se desplomó en 1989 con la caída del muro de Berlín,  el hundimiento de la Unión Soviética y la desaparición del bloque socialista, y la transformación de  China  en el más dinámico centro del capitalismo mundial.
El mundo que quedó atrás todavía se mantiene vivo en muchas cabezas. Hay gente que observa las realidades presentes con las categorías inútiles, obsoletas, de un pasado sepultado por los hechos, de un mundo que dejó de existir.
¿Cuál es el rostro del presente?


El  lindero en el cual  podíamos construir la prosperidad de los trabajadores, de los profesionales y de todos los dominicanos es la nación. Sólo dentro de ese espacio de soberanía, dentro de ese territorio independiente podemos salvar  a los dominicanos de la desnacionalización del empleo, de la fragmentación de la sociedad, del abandono de los trabajadores Sin soberanía la nación queda convertida en un noble sentimiento; se vuelve inmaterial. Sin soberanía se impondría el intervencionismo internacional, los traidores, la sumisión del pueblo, la injusticia contra nuestros ciudadanos,  y la voluntad del concierto de fuerzas que quieren resolver los problemas de Haití a expensas de la República Dominicana.
 En todo ese tejemaneje los trabajadores dominicanos han sido los grandes olvidados. Olvidados por los políticos, y por todos aquellos que se habían proclamados como sus redentores, sindicalistas, intelectuales, todos  han permitido la suplantación del trabajador dominicano y, en grandes proporciones, su  exclusión de todos los mecanismos de supervivencia.  Se olvidaron del compromiso de dignificar a los hombres y mujeres que son el centro de gravedad de la nación. Sobre ese mundo de esperanzas cayó un manto de nieblas.
El  porvenir de los trabajadores dominicanos ha sido echado a los perros. Excluidos de los empleos de la construcción. Desterrados de las grandes inversiones del campo. Expulsados de los trabajos informales y, ay, excluido de los empleos que se crean con las grandes inversiones del Gobierno: infraestructuras, escuelas, carreteras etc.  La solución al colapso y el naufragio de la sociedad haitiana se construye sobre la tragedia y la destrucción de la República Dominicana.

Hasta ahora los economistas y los sociólogos se han limitado a darnos explicaciones sobre la naturaleza de la inmigración haitiana. Que sean  falsas o verdaderas, poco importa. De lo que se trata es de salvar a los dominicanos de las funestas consecuencias de la desnacionalización del trabajo. Guárdense su dialéctica. No puede concebirse el porvenir del país, prescindiendo de los trabajadores dominicanos.
2.  La trágica fragmentación de la sociedad dominicana
La primera víctima del desplazamiento de poblaciones desde Haití a República Dominicana son los trabajadores. Se ha  pasado brutalmente de la ocupación a la suplantación. Como en la fábula atribuida  a Bertolt Brecht, primero vinieron por el campesino, y como los políticos se habían olvidado del campo, se apoderaron de todos los empleos de la agricultura. Luego vinieron por los trabajadores de la construcción; pero como los líderes no eran albañiles ni carpinteros, sino burócratas, se apropiaron de todos los empleos creados por las grandes obras públicas y privadas. Luego vinieron por  los trabajadores de los servicios (guardianes, empleados del turismo, conserjes de los edificios) y ocurrió lo que ya había ocurrido otras veces.  Entonces las ONG se propusieron dar el gran zarpazo: suplantar a todos los buhoneros: vendedores ambulantes, vendedores de frutas, trabajadores por cuenta propia. Se introdujeron, posteriormente,  en las universidades dominicanas en proporciones no aceptadas por ningún país, y a la chita callando comenzaron a suplantar a los médicos, a las enfermeras.
 Nuestro país se halla amenazado por el ejército de desempleados más grande del continente (70% de la población haitiana),  con el salario más bajo (89 dólares mensuales: los salarios primarios en nuestro país oscilan entre 149 dólares y 249 dólares). Obligados a competir con esta masa humana,  dispuesta a destruir el valor del salario y a convertir el crecimiento económico que ha tenido nuestro país en agua de borrajas. ¿Cuáles razones humanitarias justifican la invasión desordenada de todos esos desempleados para devorar la poquísima prosperidad que hemos construido penosamente en los últimos cincuenta años? ¿Qué puede justificar que un país, con un desempleo endémico tenga que abrir sus fronteras,  que no pueda aplicar sus leyes de migración y, además,  se le acuse de los peores crímenes, cuando intenta preservarle el porvenir a su población?  ¿Qué tipo de defensores de los derechos humanos son éstos que condenan a los trabajadores dominicanos--- sin empleo, sin medios para ganarse la vida-- a la delincuencia, a la prostitución, al juego, al narcotráfico y a la emigración ilegal?
A ellos no los mueven los derechos humanos, sino el proyecto de deshacer a la República Dominicana y llevar a cabo un experimento geopolítico en  la isla de Santo Domingo. Poner a su clase empresarial al servicio de un proletario extranjero. Olvidarse del patriotismo que nos obliga a tomar la decisión de preservarles el bienestar a nuestros trabajadores
         ¿Qué harán todos miles de dominicanos que no tienen acceso a los empleos de la agricultura, que no tienen posibilidad de trabajar en los empleos creados por las grandes obras públicas: el Metro, las grandes avenidas, las ampliaciones, las presas, los trabajos de ODEBRECHT, que no tienen derecho a trabajar como buhoneros, ni siquiera tienen el derecho a ser pobres de solemnidad y mendigar en las esquinas?
Todos aquellos para los cuales el trabajo ha desaparecido, que han sido sustituidos por haitianos, ¿qué harán?  ¿Se irán de pesca con sus hijos? ¿Tomarán vacaciones permanentemente en las playas de Juan Dolio hasta que los políticos se acuerden que deben reorganizar la vida de otro modo? ¿Qué  hará toda esta gente, a las cuales las políticas sociales no les llegan?  ¿Jugarán una quiniela o un billete de lotería? ¿Se prostituirán? ¿Engrosarán las bandas de delincuentes o se irán en una yola a Puerto Rico, si es que los tiburones, los bravísimos tiburones y tintoreras del canal de la Mona,  se los permiten?
Sobre esa realidad nadie habla. ¿Qué dirá el Santo Padre a quien le han calentado las orejas con relatos escalofriantes contra nosotros?  ¡Ay, si Santo Padre supiera cómo un hecho externo nos ha destruido la vida!  Con mentiras grandes como catedrales nos han  arrebatado el control del territorio, de los hospitales, de las escuelas, de los empleos y nos quieren arrancar el porvenir, y como si  todo lo anterior fuera poca cosa, emplean el dinero de sus patrocinadores para llevar a cabo campañas injuriosas y echarle a las fieras la reputación de nuestro país.
El ultra liberalismo sólo calcula los intereses de la patronal de tener bajos salarios, permitiendo de que las montañas de trabajadores haitianos, destruya el valor del esfuerzo. El Gobierno ha quedado atrapado por la servidumbre a estos grupos de intereses, a las presiones de las ONG y a los grupos internacionales que conciben a la República Dominicana como una masa de borregos y vasallos.
¿Dónde está el Gobierno que hemos elegido para que nos defienda?        
La prioridad del Gobierno no es ocuparse de una población extranjera, sino detener el sufrimiento de los trabajadores dominicanos, privados del bienestar que produce la economía del país, privado de los yacimientos de empleos. Por encima de toda esta barbarie, por encima de la desesperanza que han creado arrodillando al país, a nosotros nos toca defender a nuestros compatriotas de esta invasión desproporcionada.
Los trabajadores dominicanos no son una cifra, ni una estadística, ni un cuadro ni un esquema de power point. Son seres humanos que sufren y padecen. La economía no puede estar condicionada por los sueldos miserables que se pagan en Haití. Necesitamos que se imponga, como mandan las leyes, un patriotismo económico que una al trabajador dominicanos con los yacimientos de empleos que  el país produce.  La economía dominicana debe estar al servicio de los dominicanos, y no al servicio de las ganancias excesivas, el egoísmo, el individualismo y las ocurrencias del ultra liberalismo.
¡Trabajadores dominicanos! ante  una clase política que se ha arrodillado ante el intervencionismo extranjero y ha cedido ante el chantaje de los haitianos, tenéis mucho que perder. En una gran proporción, habéis perdido los mecanismos de supervivencia. El trabajo que dignifica y redime de la miseria. El trabajo que nos devuelve la autoestima, la esperanza y el deseo de hacer grande y permanente esta patria.
         Sin organización, perderéis los hospitales, invadido por las grandes marejadas de enfermos del país más insalubre del continente.
Perderéis las escuelas; penetradas hasta el tuétano por las consecuencias del colapso haitiano. Perderéis vuestros grandes  ríos y vuestros bosques, víctimas de las necesidades de un vecino que consume más  6 millones de metros cúbico de madera por año. Perderéis la prosperidad y, lo más grave de todo, si no se detienen a los traidores y a los sepultureros de la nación, si no enfrentáis a vuestros enemigos, si no tomáis el control de vuestro destino, para conducir a un país que ha perdido el rumbo de la prosperidad, que se ha olvidado de sus hijos, perderéis la patria.
Al pueblo dominicano que en estos momentos sólo ustedes encarnan le  toca rechazar todas esas tutelas ideológicas y políticas. Le toca defenderse de la disolución y de  la montaña de acontecimientos trágicos traídos por esta vecindad devastadora.
Le toca recoger la bandera, que han encontrado tirada por el suelo. La bandera que nos dejó Juan Pablo Duarte que  representa la Independencia de todas las tragedias que nos circundan.
Nosotros no podemos, por más dialéctica que empleen para ocultar la verdad, traspasarle nuestra nacionalidad a extranjeros que no tienen vocación de convertirse en verdaderos dominicanos. Que le pegan fuego a nuestra bandera; que desprecian nuestro himno nacional; que no comparten nuestro modo de vida, nuestras tradiciones, nuestra cultura ni nuestro destino ni respetan nuestras leyes,  que llevan campañas contra nuestra soberanía, y que son la plataforma de una colonización que terminará sepultando nuestro porvenir como nación independiente.  Si no actuamos, perderemos el centro de gravedad de nuestras vidas.

No hay comentarios: