jueves, 1 de octubre de 2009

¡Ya no hay frontera!...


ENFOQUE
El día que quitaron la frontera

Edgar Hernández M. - 10/1/2009

A las cinco de la madrugada iniciaron su avance desde Belladere en dirección hacia el Este, numerosos tanques de guerra polvorientos, cruzando por Carrizal, la línea fronteriza dominico-haitiana, la cual durante muchos años se había mantenido impenetrable en términos militares. Al parecer, los eufóricos guardias haitianos no sentían temor a ser repelidos por el ejército dominicano.

Los primeros moradores del municipio Comendador que advirtieron el paso de las tropas extranjeras fueron tres hombres que conversaban frente a la plazoleta triangular donde un busto de Juan Pablo Duarte recuerda a todos los transeúntes los inmortales principios de la dominicanidad. El más alto de ellos experimentó una profunda confusión al escuchar el ruido de los tanques de guerra, ocasión en la cual pensó que no era verdadero lo visto por sus ojos borrosamente, luego de que la brisa fría que soplaba esa mañana empañara los vidrios de sus lentes al mezclarse con el humo caliente que provenía de una taza de café que él había aproximado a su boca. Entonces procedió a limpiar sus espejuelos con un pañuelo, y después de aclarar la visión y confirmar la existencia de guardias haitianos en nuestro territorio, comentó a sus acompañantes lo extremadamente grave que resultaría esa humillante acción.
-¡Isla indivisible, una isla indivisible!...

¡ya no hay frontera! -gritaron en un castellano mal pronunciado los militares de Haití que viajaban detrás de los tanques, montados en bien equipados jeeps y camiones color verde olivo, lo cual hicieron luego de haber derrumbado minutos antes el viejo hito divisorio de las dos repúblicas, ubicado cerca de las aguas del pequeño río Carrizal.

Aquél día fue extremadamente trágico y triste para la República Dominicana, en razón de que las tropas invasoras con gran algarabía iban arriando y destruyendo tantas banderas tricolores que encontraban en su camino. Las primeras que bajaron de sus astas fueron las banderas de las escuelas y oficinas públicas de los municipios Comendador, El Llano y Las Matas de Farfán. En este último lugar derribaron la estatua del trinitario Pedro Alejandrino Pina; más tarde continuaron la quema de banderas y profanación de monumentos en San Juan de la Maguana, donde dispararon contra la estatua del patricio Francisco del Rosario Sánchez, levantada en la plaza del mismo nombre, y en Azua de Compostela realizaron después similar acción criminal.

La gente contemplaba pasmada aquella cruel invasión castrense del país vecino. Algunos comentaron horrorizados que un comunicado leído al pueblo dominicano en creóle y en español a través de varias emisoras de radio de Elías Piña, San Juan de la Maguana y Azua, había informado ese día que los haitianos se proponían tomar militarmente el control de nuestra nación y luego ejercer el poder político a fines de ordenar, entre otras medidas, el cierre de todas las escuelas y universidades nuestras, aparentemente con el objetivo de impedir que se impartiera docencia en idioma español; asimismo, prohibirían la realización de cultos en todas las iglesias cristianas del país, católicas y protestantes.

Realidad histórica. Los haitianos siempre han encontrado trabajo en territorio dominicano, tanto en labores agrícolas como en la construcción de las zonas urbanas, situación que los atrae y les garantiza estabilidad económica.


Otras personas especularon en el sentido de que algunas autoridades de Canadá y de Francia, por sus vínculos históricos con nuestro vecino país, habían patrocinado el equipamiento de las tropas haitianas mediante la adquisición de modernísimas armas y vehículos de guerra, con el claro propósito de que ellos tomaran el control militar de la isla completa y lograran la unificación política y social de la misma. No faltaba quienes afirmaran que Estados Unidos de América fue el país que financió la totalidad del citado plan, inspirado en su marcado interés de que los haitianos no emigren hacia el territorio de ellos, sino que permanezcan en el lado este de la isla, el cual es mucho más próspero y desarrollado que la parte occidental.

Cuando Aldo Omar, un nacionalista ciudadano residente en Las Matas de Farfán, intentó enfrentar a pedradas a los soldados extranjeros, fue neutralizado con prontitud al ser herido de bala en el muslo derecho y en el vientre por uno de los guardias invasores.

Aldo Omar siempre sostuvo en público y en privado que la República Dominicana, es decir, la parte Este de la isla, tal como enseñó Juan Pablo Duarte, necesariamente tiene que ser cien por ciento independiente de la parte oeste que ocupa Haití, en razón de que en este lado hablamos español y no creóle o patuá, y aquí somos seguidores de Cristo y no practicantes del vudú. Aquí contamos con tradiciones, folklore, bailes, costumbres, comidas, música, etc. distintas a las de Haití y, además, la composición étnica nuestra es diferente a la de ellos; los mulatos y negros de nosotros no son parecidos a la gente haitiana; por todo lo cual nunca hemos constituido la misma realidad socio-cultural, sino dos pueblos vecinos, pero totalmente independientes. Estos muy bien definidos principios nacionalistas llevaron al patriota Aldo Omar a manifestarse violentamente en contra de la ignominiosa invasión militar ejecutada con furor por los descendientes de Dessalines y de Toussaint.

Durante todo aquel día las destructivas tropas foráneas pudieron con suma facilidad desplazarse por la principal carretera del sur del país, sin encontrar la más mínima resistencia de parte de las Fuerzas Armadas dominicanas; sólo algunos civiles que se reunieron en el arco ubicado en la avenida Independencia de San Juan de la Maguana, arrojaron piedras y basura a la soldadesca enemiga en señal de rechazo y protesta. Pronto se rumoró en la población que desde Santo Domingo se había impartido instrucciones precisas a todos los cuarteles militares de la República para que se mantuvieran pasivos e indiferentes ante tan grosera invasión. También se conjeturó con insistencia, en los sectores de la población de mayor formación, que el gobierno de los Estados Unidos había conseguido persuadir al presidente dominicano a fines de que ordenara a las altas instancias de los cuerpos armados de la nación que mantuvieran acuartelados a todos sus miembros de bajos rangos, así como a los oficiales subalternos y superiores de la tres ramas de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional para que no se produjera reacción alguna de parte de los militares.

Manuel, Manuel, los guardias haitianos destruyeron el monumento que en el parque de Azua se construyó para recordar la gloriosa batalla del 19 de Marzo, y me informó Víctor que lo mismo hicieron horas antes en perjuicio de la estatua conmemorativa de la batalla de Santomé, situada a la salida de San Juan hacia Las Matas de Farfán expresó con ira Samuel y agregó - vamos a tirarles por lo menos agua caliente a esos desgraciados- Durante aquel momento la gente afirmaba insistentemente que sólo una orden del Palacio de la Presidencia para que los soldados criollos no actuaran, podía explicar que los mismos se mantuvieran indiferentes, al margen de esta irritante agresión extranjera a la soberanía nacional.

Julián Bautista sudaba copiosamente y daba vueltas en la cama sin poder descansar adecuadamente; quizás esa inquietud extrema se debía a las horribles imágenes que había visto durante aquella deshonrosa invasión militar haitiana.

Cuando los referidos soldados extranjeros llegaron a Baní, lo cual sucedió sin el surgimiento de ningún tipo de resistencia armada, algunos de ellos profanaron los principales templos religiosos locales y otros incendiaron todas las escuelas primarias y secundarias que encontraron en su camino. Sin embargo, respetaron los monumentos y bustos levantados en homenaje a Máximo Gómez, quizás como una medida de precaución para no tocar los intereses y el honor de Cuba y evitar así el probable respaldo de ese país antillano a los dominicanos.

Históricamente esta no ha sido la primera agresión militar haitiana a la República Dominicana, ya antes Dessalines realizó en el año 1806 el degüello más horroroso jamás visto, de niños y niñas, así como de mujeres y hombres, en la iglesia de Moca y en otros puntos del Cibao. Del mismo modo, años después, los haitianos nos invadieron numerosas veces -manifestó con amargura Manuel y luego motivó su afirmación con estas palabras -la primera embestida contra nosotros, siendo ya un Estado autónomo, se produjo en el año 1822, luego de que José Núñez de Cáceres proclamara nuestra independencia de España. En aquella oportunidad, Haití nos avasalló durante veintidós años, hasta el 27 de Febrero del 1844, fecha en que se proclamó nuestra definitiva independencia. A partir de entonces los haitianos protagonizaron repetidas irrupciones en nuestra nación. Durante doce años nos estuvieron invadiendo, hasta 1856. Agresiones que provocaron las correspondientes reacciones de parte de los patriotas dominicanos. Muchas fueron las batallas que se libraron en suelo dominicano para repeler los reiterados ataques haitianos. Las primeras invasiones se produjeron pocos días después de la Independencia Nacional, en 1844, lo que motivaron las batallas del 19 de Marzo en Azua y del 30 de Marzo en Santiago. Luego le siguió la batalla del Memiso el 13 de abril del mismo año y dos días después la fuerza naval dominicana, comandada por el general Cambiaso, derrotó a los invasores en Puerto Tortuguero. En abril de 1845 hubo necesidad de rechazar la ofensiva haitiana en Cachimán. En septiembre del citado año se logró otra victoria dominicana en La Estrelleta y luego se repitió el triunfo de los criollos en Beller. El 17 de abril de 1849 enfrentamos con éxito a los crueles invasores en El Número y más tarde en Las Carreras. Seis años después los dominicanos vencimos nueva vez a los intrusos haitianos en la batalla de Santomé; también en Cambronal y, finalmente, en el 1856, en Sabana Larga, siendo libradas todas estas batallas en suelo dominicano; porque han sido los haitianos quienes siempre nos han invadido. Nosotros jamás hemos ido a Haití para declararle la guerra... siempre hemos respetado esa frontera que ellos hoy han pisoteado y eliminado mediante la más sangrienta fuerza militar -concluyó Manuel con un manifiesto sentimiento de ira y pesadumbre.

Al desplazarse enarbolando banderas haitianas los tanques de guerra polvorientos, destruían el pavimento de las carreteras y las calles por donde transitaban con sus grandes orugas metálicas.

Cuando iban a la altura del kilómetro veinte de la autopista Baní-San Cristóbal, uno de los referidos tanques sufrió una avería, lo cual motivó que el avance militar cesara momentáneamente. Entonces se permitió que dos minibuses del transporte público, pintados de color azul, que llevaban pasajeros civiles, adelantaran por el paseo de la carretera en dirección hacia San Cristóbal y la capital de la nación. En el primero de esos vehículos del transporte colectivo iba Samuel; el valiente ciudadano que sugirió lanzar agua caliente a los invasores: En el interior de la mencionada guagua pública, a pesar del temor que reflejaban en la faz todos los pasajeros, se criticaba la vil acción de Haití en contra del pueblo dominicano. Se resaltó entonces que en nuestro país los nacionales haitianos, aun los indocumentados, siempre han encontrado trabajo, tanto en labores agrícolas del campo como en tareas de la construcción en las zonas urbanas, y aquí ellos han tenido oportunidades hasta de ser venduteros y buhoneros ambulantes, que mercadean libremente diversos artículos del hogar, así como frutas, dulces de maní, etc.

Aseguraron que si algunas veces la población por su cuenta ha reaccionado contra los haitianos, ha sido por algo altamente antisocial que han hecho; porque algunos de ellos cometen aborrecibles asesinatos, robos con violencia o violaciones sexuales contra personas dominicanas. Se destacó, sin embargo, que las autoridades de aquí, en cumplimiento de la ley, lo que hacen es apresar y someter a la justicia a los haitianos infractores. Asimismo, comentaron que existe una apreciable cantidad de dominicanos presos en Nueva York y en Puerto Rico; no obstante, sostuvieron, hay ausencia de protesta nuestra ante esas medidas privativas de libertad, toda vez que se trata de legítimas actuaciones de las autoridades de esos lugares contra los actos delictivos.

En el radio de aquel minibús azul del transporte interurbano, se escuchaba un noticiario informar que una masa incontenible de ciudadanos haitianos que residen ilegalmente en la República Dominicana había salido a ocupar las calles y carreteras de la región este del país.

Las movilizaciones tumultuosas habían ocurrido en San Pedro de Macorís, La Romana e Higüey. El informativo radial daba cuenta de que lo mismo estaba sucediendo en varias comunidades del Cibao, donde una cantidad extremadamente alta de haitianos indocumentados que se dedican a la realización de diversas actividades productivas y a la mendicidad, se lanzaron violentamente a las vías públicas coreando con insistencia: “Una isla indivisible gobernada por Haití... una isla indivisible gobernada por Haití...”

Cuando las iracundas huestes haitianas entraron al municipio de San Cristóbal, protagonizaron un ensordecedor tiroteo al aire, aparentemente con la finalidad de amedrentar a la población civil al extremo de infundir terror. Allí arremetieron contra numerosas escuelas, incluyendo el Politécnico Loyola y el Colegio San Rafael. También tirotearon los edificios de la sindicatura y de la gobernación. Antes de provocar un gran incendio en la iglesia parroquial, dispararon con ametralladoras contra los murales de la autoría del pintor español Vela Zanetti que decoran el techo del referido templo católico.

Al avanzar las tropas haitianas hacia Santo Domingo, tres de sus tanques de guerra impactaron con sus fuertes orugas metálicas, una y otra vez, el monumento en honor a los constituyentes del año 1844 que se encuentra levantado a la entrada de este municipio cabecera de provincia; acción que descontinuaron cuando lograron derribarlo por completo. Al pasar por Haina, el oficial superior que comandaba la primera de las columnas militares que avanzaban por la carretera, ordenó a un capitán que se transportaba en un jeep pintado de camuflaje, que se internara en el citado lugar a fines de lanzar varias granadas a las plantas procesadoras que operan allí. Al parecer el referido comandante poseía un mapa que le permitía conocer muy bien y con detalles la geografía de la República Dominicana y los lugares donde se encuentran ubicadas las cosas de interés estratégico.

Cuando llegaron los hostiles invasores a la autopista 30 de Mayo, ya había perdido intensidad la luz de la tarde. Al pasar frente al monumento construido en honor a los héroes que ajusticiaron al dictador Rafael Trujillo, el cañón de uno de los tanques de guerra disparó contra el mismo, logrando destruirlo en su totalidad. Aproximadamente veinte minutos después los citados efectivos militares que integraban la extensa caravana armada se encontraban en el malecón de Santo Domingo, y cuando se disponían doblar hacia la izquierda, en la calle Palo Hincado de la zona colonial, para dirigirse al Altar de la Patria con la dañina intención de profanar los venerables restos de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella...

-¡Nooo! -gritó Julián Bautista al saltar sobre la cama y despertar sudoroso en medio de un gran espando; luego miró su reloj y reflexiónó -son las cuatro de la tarde; esta pesadilla me ocurrió porque como general comandante de la tercera brigada no debí acostarme a dormir siesta. Aquí hay que estar como la serpiente, siempre en vigilia.

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