lunes, 27 de enero de 2014

Y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos


En la isla de La Española, compartida por dos Estados, 
se desarrollan hoy dos proyectos fundamentalmente distintos.
Se ha desplegado en el teatro internacional, la voluntad de Haití y 
de los socios de las ONG de imponer un proyecto fusionista.

  

Por Manuel NÚÑEZ Asencio


       Desde hace algunos meses, hemos recibido una salva de insultos zafios procedentes de las ONG pro haitianas  que se han ´propuesto desacreditar la aplicación de la Constitución y las leyes. A esa campaña internacional que no ha tenido treguas, se ha sumado el Estado haitiano con todos sus embajadores, sus Ministros, sus cabilderos e incluso su Presidente. La bullaranga de las insidiosas maniobras ha seducido a los Gobiernos del Caribe. El CARICOM, Venezuela, Cuba se han convertido en caja de resonancia  del propósito de criminalizar el ejercicio de la soberanía dominicana. El Gobierno dominicano se enfrenta, sin saberlo, a una guerra relámpago. Una blitzkrieg  en todos los frentes en el político, en el diplomático, en el mediático, en el económico. Sus consejeros palaciegos le sugieren que se convierta en instrumento del poder extranjero, que dirija sus poderosísimas cañoneras contra la decisión del Tribunal Constitucional. ¿Qué hará el Gobierno? , ¿Se convertirá en la quinta columna del Estado haitiano y de sus aliados extranjeros?  ¿Le dará la espalda al pueblo que está obligado a defender? ¿El porvenir de la República Dominicana se halla determinado por las decisiones que ya ha tomado el Estado haitiano y sus aliados? Tal como acaece en “Lo Fatal” del gran  Rubén Darío, no sabemos adónde vamos ni de dónde venimos.

En la isla de La Española, compartida por dos Estados, se desarrollan hoy dos proyectos fundamentalmente distintos.
Se ha desplegado en el teatro internacional, la voluntad de Haití y de los socios de las ONG de imponer un proyecto fusionista. Que lleva diversos componentes:

 1. Creación de una minoría nacional de haitianos con papeles dominicanos, que se conviertan en la plataforma de una colonización masiva;

2. Traspasarnos sus grandes problemas sanitarios, laborales, educativos, sociales que liquide nuestros logros sociales.

3. Pasarnos el rodillo del intervencionismo internacional que elimine nuestra capacidad de autodeterminación. Toda esta extraordinaria campaña se ha llevado a cabo con el apoyo de las ONG, organismos para estatales, que se han fraguado como mecanismos de presión interior para sabotear el ejercicio interno del Estado, por los lobby pagados por Haití; son los cabilderos pagados en los Estados Unidos los que han fraguado la destrucción  de la imagen internacional de la República Dominicana.

           En contraste con este plan,  se desarrolla  el propósito de los dominicanos de cada uno de los pueblos que habita en La Española viva independiente, según su modelo de cultura. Nosotros nos hemos centrado en la política de la no intervención. Esta guerra invisible que se desarrolla en el pensamiento, en la diplomacia, en las visiones que se imponen en el teatro internacional, nos plantea, a su vez, desafíos extraordinarios.

1.   Desafío de la vecindad. Los haitianos quieren hacernos culpables de su fracaso, de sus frustraciones y de su impotencia. Quieren solucionar su incapacidad para enfrentar de manera soberana las exigencias que les plantean los tiempos desmantelando a la República Dominicana. Los dominicanos han sido agredidos en su identidad por todos los medios disponibles. Los haitianos se proponen romper la frontera jurídica;  atacan a la Junta Central
Electoral, a la Dirección de Migración. Exigen la eliminación de nuestra Constitución y de nuestras leyes. No se trata de  la petición de residencia que hace cualquier extranjero que se halle en nuestro territorio, sino la de la depredación  de la nacionalidad dominicana. Toda la maquinaria propagandística se ha apoyado en nuestros intelectuales desnacionalizados, sin identidad y sin sentido patriótico, y en los periodistas, las ONG, los jesuitas y los empresarios, comerciantes, que intervienen en estos manejos.

El gran desafío que nos plantea la vecindad es la defensa de nuestra identidad como nación y como país, y la preservación de los mecanismos de supervivencia del dominicano.  Los dominicanos han perdido el control de los yacimientos empleos que el país produce. Se ha producido una ocupación por la mayor cantidad de enfermos del país más insalubre y con más enfermedades del continente.  Semejante problema se está produciendo en el combate a la orfandad y al desamparo de nuestros niños; la mayoría de los hogares infantiles se hallan poblados de haitianos. Todas las políticas sociales que ha emprendido la República Dominicana se han descalabrado con esta importación masiva de pobreza del país más empobrecido del continente. Esta agresión se ha acompañada de una campaña implacable para destruir la imagen del país. La destrucción creadora de este caos ni siquiera ha sido prevista por los dirigentes políticos. En lugar de tratar de comprender el abismo en el que estamos cayendo, los promotores de esta política tratan de culpabilizar a los propios dominicanos del desastre que nos ha provocado la vecindad.  Nuestra incapacidad como Estado para defendernos de esta avalancha se presenta como la causa de la desnacionalización del país, es decir, que los haitianos son eximidos de la responsabilidad de corromper a las autoridades, a las cuales les pagan; son absueltos de la responsabilidad de violar la frontera de un Estado extranjero. Tampoco son culpables de suplantar identidades, de emplear cédulas falsas, de comprar documentos fraudulentos. Este razonamiento que omite el papel de la mala fe, del odio que incendia banderas dominicanas y de las ambiciones que produce la frustración es un insulto a la inteligencia del pueblo dominicano.
Si para defendernos del problema nos decidimos a repatriarlos, entonces se nos acusa de xenófobos, racistas, y patatín y patatán. Es palos si bogas, y palos si no bogas.

2.  La amenaza a nuestro territorio. En la isla que habitamos la demografía constituye en factor desestabilizador. Son veinte millones de habitantes, el 90% de las tierras agrícolas se hallan en nuestro país; Haití ha destruido su país; se deforesta a un ritmo implacable de 4% anual; consume seis millones de metros cúbicos de madera. Tiene menos del 1% de superficie boscosa; esa realidad desoladora ha lanzado a miles de haitianos a  nuestros bosques y a nuestros parques nacionales. Nosotros estamos pagando el precio de la imprevisión y del ansia destructiva del haitiano. Nuestros
bosques son desmontados, carbonizados y transportados a Puerto Príncipe a través del Lago del Fondo. Esta dinámica infernal, no sólo no ha sido enfocada por su Gobierno ni enfrentada por la Comunidad internacional representada por la MINUSTAH ni, desde luego,  afrontada por la comunidad de países del Caribe que se han asociado a los intereses haitianos.  Los dominicanos no somos responsables de este desequilibrio. Sin embargo, las necesidades de los haitianos podrían aniquilar nuestra soberanía alimentaria. Nosotros estamos obligados a defender el territorio de esta devastación. Increíblemente el movimiento ecologista dominicano que ha sido tremendamente eficaz en combatir los enclaves mineros de las compañías transnacionales, mantiene una ceguera extraordinaria ante la catástrofe producida por las poblaciones que viven de la producción de carbón, que emplean más de 150 mil personas en este trasiego. Hoy  podemos decir que el bosque dominicano arde en las cocinas de Puerto Príncipe.

3.  La recuperación de Haití
La historia no la hacen las grandes masas, como creíamos en las etapas románticas de las revoluciones, sino que estas grandes mayorías son manipuladas por minorías, pequeños grupos que crean  redes, que tienen el poder y la influencia política, económica y cultural, para tirar del carro y llevarnos a nuevas riberas. Así nació el Estado dominicano, los trinitarios que eran una minoría, lograron orientar al pueblo dominicano, y crearon la chispa que incendió la pradera.  Nosotros nos hallamos en momento desolador, las minorías haitianas, han echado a rodar la idea  de que la solución y la recuperación se Haití se halla en la República Dominicana, y eso es fundamentalmente falso. Y, por otra parte, las minorías más poderosas de la República Dominicana carecen de patriotismo y de claridad de miras. Nosotros podemos enfrentar los desafíos económicos y alcanzar progresos dentro de los linderos de la nación. Lo que resultaría imposible sería enfrentarnos a nuestros deberes de país, con una crisis de identidad, con las grandes masas haitianas implantadas en nuestro territorio, y compitiendo por los mecanismos de supervivencia del pueblo dominicano. Sobre temas importantes del país, salvaguardar nuestras fronteras, control territorial es el pueblo quien debe decidir mediante el mecanismos del referéndum. Nosotros no podemos esperar que Haití se recupere para llevar a cabo nuestras políticas de nacionalización del empleo, fundamental para combatir la pobreza y la exclusión del dominicano de la prosperidad del país, no podemos esperar que Haití se restablezca de los desastres y del abismos en que lentamente se hunde, para recuperar los hospitales, las escuelas, la seguridad social, las  políticas sociales y devolverle la esperanza a nuestro pueblo.
El mayor problema que tenemos es la vergüenza y el miedo a ejercer la soberanía. El chantaje que nos impide aplicar nuestras propias leyes. Entre haitianos y dominicanos el problema que nos divide quedaría zanjado  dándole  primacía al derecho internacional, al respeto de las soberanías, al respeto de las fronteras, necesarias para que impere la paz, el derecho, la amistad y la colaboración.
En todo este drama se ha sido maquinalmente injusto con nuestro país.  A fuerza de hacernos creer que  todos los países tienen derecho a defender su identidad, menos nosotros.  Que solo los otros tienen derecho a la soberanía y que todos tienen razón, menos nosotros, nos han llevado a la autodestrucción.



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