Rotunda victoria Dominicana en la Batalla del 30 de Marzo de 1844
El
triunfo de los dominicanos en Santiago, en la Batalla del 30 de marzo del 1844,
fue recibido con júbilo, luego de que los criollos al mando del general José
María Imbert resistieran cinco ataques, por dos flancos, en los que los
invasores tuvieron unas 600 bajas y una mayor cantidad de heridos, mientras los
nacionales no sufrieron pérdidas.
Al
mediodía del 30 de marzo empezaron los combates, con una carga haitiana, por el
lado izquierdo dominicano que defendía el fuerte Libertad, la cual fue
rechazada. El enemigo volvió al ataque y fue enfrentado por la artillería
criolla, que empezó a diezmarlo. De nuevo, los foráneos embistieron y otra vez
fueron repelidos con vigor.
Prontamente
los haitianos arremetieron por el lado derecho, protegido por el fuerte Dios,
donde los rechazaron en dos ocasiones. Allí “andulleros” de la sierra,
comandados por el capitán Fernando Valerio, sembraron el campo de cadáveres a
golpe de machetes.
Tras
cinco horas de ásperos combates, los haitianos solicitaron una tregua para
recoger sus muertos y heridos, “ocasión que aprovechó el general Imbert para
entregar a los parlamentarios haitianos copia del comunicado de la Junta
Central Gubernativa”, que daba cuenta de la muerte en Azua del general Hérard”.
Tras
conversar con Imbert y pedir seguridad de que no sería molestado en la
retirada, el general haitiano Jean-Louis Pierrot, entonces candidato “natural”
para sustituir a Charles Rivière-Hérard, se marchó con sus tropas hacia Haití,
en “gran desorden, abandonando sus calderos, tambores y una infinidad de otros
objetos y demás víveres”, pues tenía noticias de que el general Villanueva
había salido con una columna de Puerto Plata para cortarle la huida y de que el
general Matías Ramón Mella organizaba otra columna en San José de la Sierra,
con el mismo fin, relató el historiador José Gabriel García.
“Por
una protección manifiesta de la Divina Providencia, el enemigo ha sufrido
semejante pérdida sin que nosotros hayamos tenido que sentir la muerte de un
solo hombre ni tampoco haber tenido un solo herido. ¡Cosa milagrosa que solo se
debe al Señor de los Ejércitos y a la justa causa!”. General José María Imbert.
En
efecto, después de dejar Santiago, en la huida los haitianos tuvieron otras
bajas, pues sufrieron emboscadas en las que se destacaron los comandantes
dominicanos Francisco Caba y Bartolo Mejía.
“El
campo dominicano está lleno de héroes: Imbert que comandó brillantemente las
tropas y trajo orden donde sólo había desvalimiento; (Pedro Eugenio) Pelletier
y (Achille) Michel, en el campo de batalla, dieron muestras de sus dotes de
mando y la eficacia de sus previsiones; (Fernando) Valerio, que con su carga,
selló el triunfo definitivo; (José María) López, cuya artillería probó ser
extraordinariamente eficaz contra las columnas haitianas; (Ángel) Reyes, que
con su batallón “La Flor”, formado por la juventud de Santiago, se lució en el
campo; en fin, los batallones de todo el Cibao y el pueblo de Santiago, que una
vez más ha dicho presente, y con su presencia ha salvado su independencia”,
escribió el historiador Adriano Miguel Tejada en “El Diario de la
Independencia”.
Según
García, “los triunfos tan espléndidos reanimaron el espíritu público” e
“hicieron renacer la confianza en el buen éxito de la causa nacional,
reviviendo en las masas el entusiasmo que se había debilitado con la
injustificada retirada del ejército del Sur a Baní, pues a la vista de los
últimos sucesos ya no le quedó sino a muy pocos la duda de que los dominicanos
pudieran sostener la independencia que habían proclamado y la integridad de su
territorio...”.
La
batalla del 30 de marzo de 1844 se produjo doce días después de que los
extranjeros fueran vencidos en el enfrentamiento comandado en Azua por el
hatero Pedro Santana.
El
general Imbert, designado el 27 de marzo para dirigir las operaciones, contó
que el enemigo se había formado en dos columnas, de cerca de dos mil hombres
cada una.
Ya
el viernes 29 de marzo las tropas haitianas, dirigidas por Pierrot, estaban a
las puertas de Santiago. Moviéndose por el camino de Mao, al llegar a las
cercanías del Alto del Yaque se dividieron en dos grupos: la columna de la
izquierda, encabezada por St. Louis, tomó el camino de La Herradura, y la de la
derecha, capitaneada por el propio Pierrot, vadeó el río al norte de La
Herradura para enfilar hacia Navarrete, por Cuesta Colorada, y acampó luego en
la confluencia del río Gurabo con el Yaque, en la zona donde termina la
sabaneta de Santiago, de acuerdo a Tejada.
Las
huestes de Pierrot avanzaban por una zona hostil y casi siempre eran emboscadas
por tropas dominicanas.
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madrugada del 30 de marzo que los ejércitos
haitianos habían acampado en La Otra Banda y en Gurabito, por lo que se dieron
cuenta de que el ataque a la ciudad era inminente.
Antes de las escaramuzas se temía que
una eventual victoria haitiana en Santiago renovara las fuerzas perdidas por
los foráneos a causa de la derrota sufrida en la Batalla el 19 de Marzo. La
previsible confrontación en el Norte era decisiva, pues definiría de inmediato
el destino de la recién nacida República Dominicana.
El día 29 el general Imbert había
ordenado a Pelletier que saliera de San Francisco de Macorís, en la mañana del
siguiente día, a la cabeza de un contingente de 400 hombres de infantería y 100
efectivos de caballería para establecer un campamento avanzado, relata Tejada.
Además, el jefe despachó dos
patrullas de reconocimiento, dirigidas por el comandante M. M. Frómeta y el
doctor Bergés, que tenían la encomienda de vigilar los movimientos del ejército
haitiano y reportarlos al general Imbert, quien tomó medidas para asegurar la
plaza, en cuanto fue designado cabecilla.
Como parte de las acciones
defensivas, la entrada de Santiago fue atrincherada y se construyeron fosos
para que los usaran los fusileros en los fuertes Dios, Patria y Libertad, en
donde fueron distribuidos efectivos militares y colocadas tres piezas de
pequeño calibre.
La fortaleza San Luis fue dejada como
centro de retaguardia con las tropas del general Francisco Antonio Salcedo.
Además, se distribuyeron efectivos en lugares estratégicos de la ciudad para
prever la llegada de los enemigos a la ciudad.
Tejada subrayó que los observadores
de la posición militar de Pierrot se maravillaban de “la ingenuidad” con la
cual este había caído en una posible trampa, pues le habían organizado una
defensa en su frente y en sus espaldas, los efectivos de la Línea Noroeste,
Puerto Plata, y los que podían en la sierra, lo que había su posición muy difícil.
No obstante, existía preocupación
entre los dominicanos, pues se entendía que Santiago no estaba en condiciones
de resistir un largo ataque, dada la configuración y tamaño de la villa.
Además, se pensaba que la victoria dependería de la forma en que interactuaran
las fuerzas en pugna.
Temores y preparativos
Los encargados de la defensa
dominicana preveían que los haitianos dividirán su ataque en dos flancos: uno
que embestiría el fuerte Dios, por la derecha, y otro que, cruzando el río
Yaque del Norte, por el paso habitual, arremetería el flanco izquierdo
dominicano, que defendía el fuerte Libertad, expresó Tejada.
El fuerte Libertad se consideraba el
más débil y en este punto el general Imbert hizo colocar una pieza de dos
libras, la más pequeña del parque de artillería y se construyeron fosos para
los fusileros y la infantería armada de machetes y lanzas.
Los estrategas dominicanos planearon
usar las fuerzas que protegían el fuerte Patria como tropas en movimiento para
proteger las zonas de defensa que recibieran las mayores cargas haitianas,
sistema usado con éxito en la batalla de Azua.
En los emplazamientos, situados en el
lado derecho de Santiago, en el fuerte Dios, fue ubicada la pieza de mayor
calibre de la artillería dominicana. Además, habían apostado allí un cuerpo de
macheteros serranos, al mando del coronel Fernando Valerio, que acampaban
detrás del viejo cementerio.
Mientras, soldados encabezados por el
general Francisco Antonio Salcedo, recién llegados de la Línea Noroeste, se
encontraban en la fortaleza San Luis, cubrían la retaguardia y esperaban actuar
en caso de que las posiciones de los patriotas resultaran comprometidas.
“Romo” para la guerra
El tradicional ron dominicano jugó su
rol en la animación de las tropas destinadas a enfrentar a los antagonistas en
la Batalla del 30 de marzo.
A la sazón, el coronel Francisco Caba
escribió a la municipalidad de San José de Las Matas, solicitando armas, útiles
para la contienda, dinero y además ron, para animar a la gente en caso de
pelea.
En su comunicación, Caba requería que
le entregaran al capitán Fernando Céspedes además de una montura y lo que
verbalmente pida, “un tambor con su caja para la tropa, “y si se puede una
carga de romo”, así como “sustancia” (dinero) para la tropa, que se estaba
quejando.
Juana Saltitopa, “la coronela”
Se llamaba Juana Trinidad, pero la
valerosa dominicana ha pasado a la historia como “Juana Saltitopa” o “La
coronela”. La valiente mujer, nacida en Jamao, ayudó a los combatientes
dominicanos a vencer a los haitianos en la Batalla del 30 de Marzo.
En los estruendos de los
enfrentamientos, la criolla desempeñó el rol de “aguatera”, pues se encargaba
de asistir a las tropas para refrescar los cañones” y saciar la sed de las
milicias. También se le atribuye haber realizado labores de enfermera, cuidando
heridos.
A la dominicana, nacida en 1815, se
le consideraba extrovertida y enérgica. Se habría ganado el sobrenombre de
“Saltitopa” porque gustaba trepar a los árboles y saltar de rama en rama.
Fue asesinada en el 1860 durante un
enfrentamiento, mientras se dirigía a la provincia de Santiago.
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· TOMADO DE DIARIO LIBRE
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