lunes, 2 de septiembre de 2013

¿De dónde, ha surgido la idea de que Trujillo constituye hoy una amenaza?




El argumento del necio


Por Manuel NÚÑEZ Asencio*

La muerte del dictador

El 30 de mayo de 1961, a las 10 de la noche, en la autopista que llevaba a San Cristóbal fue ultimado el generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina. Con ese  magnicidio se le ponía punto final a su régimen de 31 años de dictadura. Ni sus hermanos, los generales de opereta, Héctor Bienvenido y José Arismendi, alias Negro y Petán respectivamente tenían la posibilidad de sustituirlo. Tampoco su hijo, Ramfis Trujillo, considerado el delfín de ese reino, tenía la vocación y talento para asumir el mando.  Trujillo encabezó una dictadura centrada en su persona. Ninguno de sus parientes y allegados podía ponerse las botas del generalísimo. No tuvo, pues, el régimen sucesión dinástica.
Tras su muerte, el albacea de sus haberes, el licenciado Tirso Rivera, hizo un fabuloso inventario de la cuantía todos sus bienes, concentrados esencialmente en el país. Treinta y seis grandes empresas, 11 ingenios de azúcar, 10 hoteles de lujo en cada en las grandes provincias. Palacios  del Partido en las principales provincias y la Hacienda Fundación, con cientos de cabezas de ganado  de la mejor estirpe, y 142.000 hectáreas de tierra. A todo ese emporio de riquezas, hay que añadir las fincas, comercios y empresas de sus hijos, esposas, familiares y testaferros.  El fin de reino fue aparatoso. Las fábricas y las empresas y comercios pasaron a formar parte de la Corporación de  Empresas del Estado (CORDE). La Hacienda Fundación fue saqueada, al igual que las casas y palacios. Muchas de las propiedades fueron secuestradas por testaferros, que, al producirse el cambio de mando, cambiaron bruscamente  de chaqueta y se presentaban como parte de las hordas vengativas de la Unión Cívica. Eso le permitió quedarse con periódicos, fábricas, comercios y casas. El Partido Dominicano, cabeza política del régimen,  fue desmantelado. Sus bienes fueron repartidos; sus registros fueron destruidos. El Servicio de Inteligencia Militar  (SIM) fue desguazado y las redes de espionaje demolidas. Todo desapareció. Estatuas, símbolos y emblemas.  Todo quedó convertido en agua de borrajas. 

1.  De esas ruinas, nació sistema de partidos, la competencia  abierta y democrática por el poder político. 

2. Dejamos de ser una sociedad de pensamiento dirigido, con la aparición de una prensa diversa y multitud de intereses. 

3. Dejamos de ser un país cárcel, y los dominicanos comenzaron a desplazarse libremente por  el mundo  y a expresar sus opiniones y sus variopintas preferencias políticas. En una democracia se alcanza el poder, no por el cuartelazo, sino venciendo en la mente de cada  elector. Y eso es, desde luego, con sus bemoles  y dificultades,  lo que hemos vivido en el último medio siglo que nos separa de la muerte de Trujillo.

El argumento del necio

Todos esos cambios bruscos producidos en menos de un año, debieron indicarnos que  Trujillo y el trujillismo murieron  definitivamente ese 30 de mayo. Que sus herederos quedaron exiliados y olvidados, sin posibilidad de reinventar el régimen. ¿De dónde, pues, ha surgido la idea de que Trujillo constituye hoy una amenaza? ¿Quién, con qué fines, ha disparado todas las alarmas sociales, todos los clarines de que estamos a punto  de volver a ese pasado?
 Un grupo de ciudadanos se ha dedicado a cultivar la ficción de que el pasado no ha muerto. Que pervive en el presente. Es una forma de desconocer el pasado y de falsificar el presente. Enloquecidos  con sus propias invenciones, surge la estrambótica teoría de la aparición del neo trujillismo. Que conste, oh Dios, que  aquellos  que actúan de ese modo no quieren reivindicar a las víctimas ni rendirles homenaje a los mártires y héroes que murieron combatiendo ese régimen oprobioso. 

Todo lo contrario

Desean ocupar  el lugar de los héroes y el honor del los combatientes. Es, pues, una operación de puro oportunismo. Volver a repetir la historia, desde luego, no ya como tragedia, sino como comedia. Algunos en sus delirios proclaman que se está gestando una dictadura, y sobre sus extravagancias verbales se construyen las más enmarañadas  leyendas y, desde luego, las extraordinarias proezas de estos guerrilleros de cafeterías y campeones del bla, bla, bla.
Pero el centro de su ataque, la bestia parda, la madre de las mentiras consiste en tildar de trujillista, fascista y otros denuestos a todo aquel que defienda los intereses nacionales con relación a la desproporcionada inmigración haitiana que ha penetrado en el país.

¿Cuáles son los objetivos de esta descalificación? 

         Primero apandillar a todas las fundaciones  que defiendan la memoria contra dictadura, y ponerlos al servicio de un objetivo antinacional: la promoción de la haitianización del país. 

         Segundo,  cerrar el debate con el chantaje y con la invocación  al miedo para que  la gente no reflexione, no piense, en lo que está ocurriendo con su país. Un miedo que paraliza y nos hace olvidar nuestros intereses.

         Tercero, triturar moralmente  a todo aquel que no piense como ellos. Manipular todo el odio que suscita la dictadura, y dirigirlo contra todo el que tenga una visión del  mundo que coincida con el nacionalismo.
En definitiva, detrás de toda esa campaña exagerada que quiere convencer a la población  de que estamos al borde de ver entrar en escena a Trujillo con un séquito de matarifes, y que corremos un gravísimo riesgo de naufragar en una dictadura, de resultas de la defensa del territorio de la penetración haitiana, lo que se echa de ver es un pensamiento monosilábico, que funciona por eslóganes y consignas vacías  de contenido. Un pensamiento sin argumento que se apropia del heroísmo del pasado, para darle blasones de nobleza, a su causa innoble.

Ahora vamos a desollarle el rabo a todo este engaño

¿En que se fundamenta la acusación de trujillista a las reacciones nacionalistas que están ocurriendo aquí y ahora en muchas provincias?   Se parte del principio  de que  si se  coincide en algún punto con alguna declaración que haya hecho Trujillo, se deduce que  puede atribuírsele todos los horrores de esa dictadura a la persona. De manera que si Trujillo creía  que dos más dos son cuatro,  que la Tierra era redonda el que sustente lo mismo puede ser  imputado de trujillista y sometido al exterminio moral.  Al parecer, Trujillo  no era partidario de la fusión de los dominicanos y los haitianos.  Y esta visión es parte esencialísima del ideario de Juan Pablo Duarte que no dejará de serlo nunca, aunque lo asuma Trujillo o Al Capone. En todos sus discursos, Trujillo pronunció muchas verdades
 ¿Dejarán esas verdades de serlo porque las haya dicho Trujillo?  Soy de los que cree  que se  puede defender al país de todas las amenazas que hemos citado sin mostrarse partidario de Trujillo ni de ningún político, sencillamente siguiendo a pie juntillas los principios que Duarte colocó en su ideario.

 Para aquellos deseosos de destruir todo lo que se haya creado durante ese período histórico, de exterminar hasta el último vestigio de Trujillo,  podrían comenzar suprimiendo la creación de la cédula de identidad  (1931),  suprimiendo la ley de dominicanización  del trabajo (1933), aboliendo el voto femenino aprobado en 1942,  la creación del Banco Agrícola (1945), la creación del Banco de Reservas, el Banco Central  y del peso dominicano de 1947, la creación del impuesto sobre la renta y la organización financiera del Estado en 1949, la dominicanización fronteriza y la creación de las provincias  (1942), la promulgación de la Ley orgánica de Educación  (1951) y la Ley de alfabetización obligatoria para los adultos (1952). Defender esas conquistas y esas instituciones no nos convierten en  partidarios del trujillismo.  No hay que temerle a las ideas.  Ese período histórico merece ser examinado por las nuevas generaciones de dominicanos, con respeto por las víctimas y  por todos aquellos que lucharon por restablecer la soberanía del pueblo dominicano y sus libertades. Pero cuidándose de aquellos que manipulan esa historia para ponerla al servicio de su interesado juego antinacional.

En los últimos años, hemos tropezado con estos monstruos y espantapájaros fabricados por la imaginación de personas que promueven la disolución del país. A falta de argumentos que demuestren que la importación de los problemas haitianos hacia nuestro país resulte positiva, centran sus ataques empleando el argumento ad hominen (dirigido contra la persona). De ahí nace la imputación de trujillista, para desacreditar a la persona  y para apandillar a todos los indignados con el recuerdo de esa dictadura.  Estamos combatiendo contra unos adversarios   incapaces de explicar con claridad cuáles son sus propósitos, y qué tipo de rumbo  le proponen al país. Estamos librando una batalla continua en el campo del pensamiento, deshaciendo entuertos, intriguillas, insultos,  pensamientos monosilábicos, ideas a medio pensar. Pienso en Martí, que al salir de Montecristi le escribe a Benjamin Guerra y Gonzalo de  Quesada, un mes antes de caer en Dos Ríos  lo siguiente:

 “De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace, ganémosla a pensamiento”.


* Manuel NÚÑEZ Asencio: Poeta, ensayista e historiógrafo. Tiene una licenciatura en Letras Modernas de la Universidad de París VII (Jussieu), una maestría en Literatura General de la Universidad de París VIII (Saint-Denis) y un doctorado en Lingüística y Literatura de esta última universidad. Enseñó literatura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ha sido columnista de los periódicos Hoy y El Siglo y editor de la casa Editorial Santillana. Es considerado como uno de los ensayistas nacionales más polémicos del momento. En 1990 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo con la obra "El ocaso de la nación Dominicana".


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