domingo, 28 de julio de 2013

Haiti: Explota su condición de Miseria o Vivir de lo que le den


Los cuatro  que echaron a la República Dominicana al pozo
Por Manuel NÚÑEZ Asencio*

La palabra chantaje  procede del francés faire chanter  o chantage hacer cantar. Era, primariamente, el modo de hacer confesar al reo. Se volvió luego sinónimo de   extorsión, de amenazas, de intimidación, de soborno y de las maniobras  empleadas para la obtención de todo tipo de ventajas. No creo que haya en el continente ningún país que, en sus relaciones con los demás Estados del  hemisferio,  haya padecido el chantaje con tanta saña,  que haya recibido tantas pruebas de hostilidad, resentimiento, incomprensión y de depredación moral.
 Un ejemplo, sin duda, contundente, son los chantajes empleados
para desacreditar a todas las personas que expresan su preocupación por la desbordante inmigración haitiana en el país.
Algunos se refieren a nosotros como si no tuviéramos ni siquiera derecho al aire que respiramos. En la radio escuchamos a diario a comentaristas que nos insultan. Los propios haitianos escriben cartas injuriosas en los periódicos. Se manifiestan ante la Junta Central Electoral. Llaman a los programas de radio para bombardearnos con insultos zafios. Desafían a las autoridades de inmigración y se baten a tiros con ella. Y, en todo ese tejemaneje, la República Dominicana, la nación agredida, cada vez tiene menos derechos. En nuestro país, el chantaje ha sido simbolizado por varios personajes, que, a su vez, representan a  gente que opera en el teatro de los acontecimientos como en un hormiguero.
Son cuatro, a nuestro ver, las orientaciones del chantaje.
1.  El chantaje político.
Se ha puesto de moda, tratar de manipular a todas las fundaciones que exaltan las memorias de los caídos durante la dictadura de Trujillo, y de llamarle trujillista a los que defienden al país de las devastadoras consecuencias de la inmigración haitiana. La injuria, el desprecio, el apandillamiento de esas instituciones, instrumentalizándolas como un rodillo contra los dominicanos, es el precio que hay que pagar para mantener las convicciones nacionalistas. A mí que nadie me venga con cuentos chinos, si Trujillo dijo que dos más dos son cuatro. Son cuatro. Dígalo Balaguer, Trujillo o Marrero Aristy. Un bromista nos dijo que Hitler creía que la Tierra era redonda. ¿Dejaría de ser eso verdad porque lo dijo un dictador?. La verdad no puede ser retorcida con semejantes patrañas. Basta ya de chantajes políticos, y de tratar de hallarle coartada a la traición al país. Son los mismos que acusan a todo el que no piense en la disolución del país de atrasado, de reaccionario, de xenófobos. Que llaman progresista a todo el que se ponga al servicio de las ONG y del desmantelamiento del Estado dominicano. Ahora recurren al miedo que suscita la antigua dictadura  para presentarse como héroes. Peor aún:  como neo conjurados.  Son pirómanos que apelan al incendio, para presentarse como bomberos.

2.  El chantaje económico

La mentira de la supuesta ventaja económica de la República Dominicana con relación a Haití ha servido de instrumento de todo tipo de imaginaciones; “el segundo socio comercial del país”, “nuestro mercado natural “y otras ingenuidades. Antes de la aplicación de las represalias económicas contra los pollos y los huevos, contra los plásticos y otros productos, lo que el país le vendía a Haití ascendía a casi mil millones de dólares. Los que se llenan la boca con esta afirmación, deberían compararla con  el estudio del Observatorio del mercado laboral del Ministerio de Trabajo (OMLAD), según el cual   los haitianos que trabajan ilegalmente en el país remesan a Haití 924 millones de dólares con lo cual quedarían anuladas las supuestas ventajas dominicanas. Pero los haitianos y sus socios en el chantaje económico han empleado el dato de nuestra ventaja, primero, para tratar de convencer a las autoridades de las bondades de esa mentira, y luego para extorsionar a esas mismas autoridades y forzarlas a cambiar la soberanía por negocios. Peor aún: las recientes represalias comerciales sólo buscan sumar a los exportadores dominicanos a la obtención de un acuerdo migratorio que derrumbe nuestra frontera.  He aquí la síntesis del chantaje: “si ustedes no consiguen la legalización de los haitianos que están en República Dominicana no pueden vender en Haití “. Calculan que, de este modo, los comerciantes perjudicados se transformarían en demoledores de la frontera dominicana. Si esto no es un chantaje, ¿qué es, entonces, el chantaje?

3.  El chantaje racial
La interpretación racial del problema carece de fundamento. Para tratar de justificar la desaparición de nuestra frontera,  muchos tildan de racismo el ejercicio de nuestra soberanía. Poco, en realidad, tiene que ver la raza con la nacionalidad y con los
derechos de un Estado. En África negra hay 54 Estados; y se producen los mismos problemas que aquí. De manera que los marfileños deportan a los burkineses; que los senegaleses deportan a sus vecinos de Níger y Zambia; que los ruandeses deportan a los de Burundi. Que cada Estado, a pesar de que todos son negros, deportan a las poblaciones venidas de otro sitio que vienen a perturbar su tranquilidad y a amenazar el bienestar de su población. En África  negra todos son negros, y ello no los vuelve iguales ni ha eliminado las fronteras ni las culturas. Porque, en realidad, no hay ninguna cultura negra ni blanca ni amarilla. La cultura son de las naciones y de los pueblos, y cada uno tiene derecho a defender su terruño, sus tradiciones, su lengua, su historia y su modo de vida. Los únicos que, al parecer, carecen de ese derecho, son los dominicanos. No hay ninguna razón para que nos sometamos a  las exigencias  de extranjeros recién llegados ni para que sintamos vergüenza de ser y  de actuar como dominicanos, protegiendo a nuestro pueblo y decidiendo soberanamente, cómo se organiza el país.

4.  El chantaje emocional

La otra forma de chantaje la representa el victimismo haitiano. Se nos atribuyen obligaciones extra nacionales y extra territoriales, culpabilidades, responsabilidades con esa población  extranjera que, en realidad, no tenemos. Si los dominicanos defendemos los empleos que país produce se nos acusa inmediatamente de
confrontación. Porque, al parecer, los únicos que tienen derecho a trabajar en el país son los extranjeros ilegales. Si repatriamos a los niños  que traen las mafias que viven del ataque a nuestro Estado,  para devolverlos a sus familias, se nos acusa de violar los derechos humanos. Si exigimos que los hijos de haitianos no sean despojados de la nacionalidad de sus padres, se nos acusa de genocidio civil. El objetivo del chantaje es paralizar la acción del Estado y suprimir nuestros derechos como nación.
Los dominicanos son víctimas del chantaje y del terrorismo verbal ejercido por personas que suelen prescindir de la realidad, para imponerse el mundo imaginario surgido de sus resentimientos.

A mí que nadie me venga con paparruchas. Por más terrorismo verbal que empleen,  nadie podrá convencernos de que a la República Dominicana le conviene importar trabajadores del país con el mayor desempleo, y destruir  su  mano de obra; que  le conviene importar enfermos del país  más insalubre para, además de contagiar a nuestra población, desmantelar el presupuesto de nuestros hospitales, que le conviene introducir en el sistema educativo escolares del país vecino y descalabrar las escuelas públicas. Nadie, absolutamente, nadie nos convencerá que situaciones como esas,  fundadas en el error, puedan tener un resultado positivo para los dominicanos. 


* Manuel NÚÑEZ Asencio: Poeta, ensayista e historiógrafo. Tiene una licenciatura en Letras Modernas de la Universidad de París VII (Jussieu), una maestría en Literatura General de la Universidad de París VIII (Saint-Denis) y un doctorado en Lingüística y Literatura de esta última universidad. Enseñó literatura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ha sido columnista de los periódicos Hoy y El Siglo y editor de la casa Editorial Santillana. Es considerado como uno de los ensayistas nacionales más polémicos del momento. En 1990 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo con la obra "El ocaso de la nación Dominicana".







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