miércoles, 9 de marzo de 2016

El premio a Vargas Llosa:


Justificando lo Injustificable

Por: Juan Miguel Castillo Pantaleón

Ha sido innecesaria e inoportuna la concesión del principal galardón literario que otorga el gobierno dominicano al escritor naturalizado español Vargas Llosa, quien había escrito un ofensivo artículo de difusión universal, difamatorio del país y sus instituciones.  Artículo sesgado,  fundamentado en una selectiva ignorancia de principios jurídicos elementales, que hizo coro a la campaña de descrédito internacional que pretende desconocer a la República Dominicana el atributo soberano de regular la presencia extranjera en su territorio y de definir los alcances de su nacionalidad. Este personaje, con su prestigio e influencia minimizó el rol generoso sin par que ha jugado República Dominicana en relación con el Estado fallido de Haití, nación que, junto a la hipócrita y cínica comunidad internacional que lo tiene
intervenido desde hace décadas, son los únicos responsables de negarle documentación de identidad a los haitianos y a sus descendientes, a quienes pretenden atribuirles la absurda condición de apátridas para endosárnoslos.  Eso premio no hay manera de justificarlo por inconsecuente.

Pero el galardón, concedido sin concurso y sin prudencia alguna, trata fallidamente de ser justificado por algunos, entre quienes se confunden, quizás de forma no consciente, los “políticamente correctos” y los ingenuos, con los abyectos.
El catálogo de fallidas justificaciones se basa en estas tres premisas:
  •  Se ha premiado la obra literaria, no la posición ideológica del autor;
  •      Las autoridades gubernamentales son ajenas a toda responsabilidad por la selección del beneficiario de un galardón que se otorga precisamente a nombre del gobierno, porque con ello dan ejemplo de “pluralidad democrática”; y
  • La concesión del premio dominicano a este español naturalizado contribuirá a “prestigiar” el galardón.
 
Con respecto a la primera premisa, algunos señalamientos, debidamente ilustrados, deben ser hechos para afirmar su desatino. Citaré dos ejemplos histórico-literarios que demuestran que la postura “naif” de pretender desprender al autor de su obra, al momento de hacer reconocimientos de trayectoria, sólo caben en una cabeza desorientada por la ingenuidad consciente o inconsciente.
El hombre ES lo que hace.  Usted puede pasarse la vida escribiendo piadosos salmos y actuar injusta y mezquinamente.  A la víctima de sus pecados, ¿le corresponde, sin necesidad alguna, atender a la letra y no al acto para reclamar santidad al Tartufo?.
Ezra Pound fue uno de los más grandes poetas norteamericanos  de todos los tiempos. A principios del Siglo XX, desde la Londres en que se radicó, fue una luz muy influyente en toda la literatura anglosajona. Amigo y compañero de las principales figuras intelectuales de la época, fue una voz muy crítica del papel jugado por el involucramiento de los EEUU en la primera guerra mundial.  Acusaba su propio país de haber contribuido a los horrores sin par de aquella conflagración.  Entonces emigró a Italia y allá, en medio de apremios por su situación personal  y familiar, terminó de forma vergonzante sirviendo al gobierno fascista, haciendo apología del eje y trabajando activamente para el régimen de Mussolini, poniendo su talento y prestigio al servicio de un país con el cual su patria estaba en guerra durante la segunda guerra mundial. Fue juzgado y condenado en contumacia por traición.  Cuando los aliados triunfaron, le arrestaron y le confinaron en una celda solitaria.  Allí, tres semanas después, tuvo un “colapso nervioso” y un exquisito y selecto grupo de figuras literarias de gran reputación intervino ante las autoridades judiciales  norteamericanas para que cumpliera en un centro psiquiátrico su condena.  En el año 1948, con recursos aportados por la millonaria Fundación Mellon, se instituyó el “Premio Bollingen”, que sería otorgado a nombre de la Librería del Congreso Norteamericano al autor de la obra que fuera publicada en los últimos dos años y que fuera considerada más valiosa por un jurado de intelectuales norteamericanos, sin concurso, o por los logros literarios de toda una vida. El grupo de refinados escritores que componía el jurado, como parte de la coreografía que perseguía la libertad del indigno poeta, decidió galardonar al Efialte por un libro escrito y publicado estando en el psiquiátrico (que parece milagrosamente había sanado de sus problemas mentales), bajo los mismos ingenuos argumentos con los cuales se justifica ahora el premio a Vargas Llosa. Los cófrades del bardo traidor perseguían colocar al Departamento de Justicia norteamericano en una situación incómoda para lograr su liberación. Una generalizada indignación se produjo en la sociedad que provocó que el Congreso retirara el aval institucional al premio.  El intento de justificación, que pretendía separar la obra del escritor de su posición pública contraria a los intereses de la nación que lo premiara, a la trayectoria de un traidor que había cerrado filas junto a los enemigos de Estados Unidos, redujo las explicaciones del jurado a un ejercicio fútil de la sinrazón. El premio desapareció.

Otros ejemplos de cómo en cabezas bien puestas no se separa la
Jorge Luis Borges
trayectoria y la ideología del escritor de su obra lo constituyen la negativa perenne del Comité del Premio Nobel de otorgar en vida el galardón al escritor Jorge Luis Borges, una indiscutida gloria de las letras hispanoamericanas y uno de los escritores más grandes en toda la historia de la literatura universal.  Aún con una obra vasta, sólida, ciclópea pudiera decirse, al bardo argentino los suecos le ignoraron simplemente por haber recibido un reconocimiento del gobierno pinochetista chileno.  El Comité de Jurados del Premio Nobel no hizo distinción entre el escritor y su obra en su momento, pero aquí, las autoridades gubernamentales dominicanas han pretendido colocarse por encima del bien y del mal hiriendo la sensibilidad y el orgullo de los dominicanos.

Queda asimismo y en consecuencia, destruida la segunda premisa, porque no hay manera de que las autoridades justifiquen como “pluralismo democrático” el lauro innecesario.  Porque precisamente la democracia es el gobierno por y para el pueblo y no hay “pluralismo” que justifique el reconocimiento de una persona que ha denostado de forma tan artera al pueblo dominicano y sus instituciones.  El alegato de libertad de opinión y de libertad del pensamiento artístico-literario resultan irritantes argumentos con los que se pretende que se soslayen los agravios.  Peor aún, si alguien piensa que dando el premio con ánimo obsequioso al calumniador  que nunca se ha retractado de sus infamias, se le pone en situación incómoda o comprometida, resulta todo lo contrario.  Un premio concedido por el gobierno a quien ha ofendido la única instancia institucional que interpreta válidamente la Constitución dominicana, hace causa común con tales vituperios y endosa sus mentiras.  Pareciera quererse expresar que la Constitución no vale, que lo que vale es lo que dice el señor Vargas Llosa. Eso no es complacencia, es abyección.  A propósito, las leyes de nacionalidad y extranjería españolas son mucho más rigurosas y excluyentes que la dominicana, y en la frontera domínico haitiana no se ha construido una valla cubierta de filosas cuchillas para ensartar inmigrantes, como lo ha hecho España en Ceuta y Melilla.  Igualmente España, país de elección del escritor, no concede nacionalidad por jus soli a los hijos de los millares de inmigrantes indocumentados que llegan en pateras, y el ex peruano nunca se ha referido a ellos como apátridas. 

La última explicación que he escuchado entre quienes fallidamente tratan de justificar el por qué precisamente optaron por ese escritor por encima de cualquier otro para otorgar el lauro, y en este momento histórico, es que supuestamente, al engrosar el catálogo de premiados con nombres fulgurantes, se prestigiará la reputación del galardón. La misma resulta indignante, porque un premio que ha sido dispuesto por el Estado dominicano con el nombre del insigne humanista Pedro Henríquez Ureña, entonces parte de ser considerado por los organizadores como un detrito, una insignificancia que solo valdrá por el nombre de quienes lo reciban y no por la trascendencia que debe serle atribuido por representar los mas altos valores de la nación dominicana, galardón que cualquier personalidad del mundo debía sentirse honrada en recibir como distinción.  Porque es nuestro premio, no la dádiva que regala un gobierno de ocasión para congraciarse o jugar a su propia agenda, al margen de los intereses de la República Dominicana.

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