lunes, 6 de octubre de 2014

Los cinco errores de la Comunidad Internacional en haití


Dos bombas de tiempo

Por Manuel Núñez Asencio

              La circunstancia haitiana

  En los últimos veinte años, la Comunidad Internacional ha respaldado los procesos electorales con apoyo económico, con asistencia técnica, escudada en la tesis de que bastaba con la llegada de la democracia para que la prosperidad económica y los problemas gigantescos de la nación haitiana comenzaran a desaparecer.
En este período, el poder internacional ha secundado un cúmulo de errores.

1.   Primer error: creer que el problema haitiano radica en un déficit de democracia. La idea de que la ausencia de democracia era el principal problema de Haití llevó a la Unión Europea, a Canadá y Estados Unidos ha gastar cientos de millones de dólares para organizar elecciones y presentar el espectáculo de la democracia como la llegada de una nueva sociedad. Ninguna de esas ilusiones fantásticas pudieron concretarse  en realidades apreciables.

2.    El segundo error: fue creer que los grandes problemas de ese país podían ser resueltos por un mesías.  Un líder populista, que se apoye en el resentimiento, en la pobreza, para devolverle a la población el sentimiento de la esperanza y de redención. Un liderazgo basado en el empleo de palabras mágicas. Todas esas alucinaciones se desvanecieron en las dos presidencias fallidas
Jean Bertrand Aristide
de  Jean Bertrand Aristide. Durante años, la comunidad internacional ha esperado inútilmente el advenimiento de un milagro en  unos líderes sin carácter, sin proyecto,  sin credibilidad, sin visión, sin honestidad, sin disciplina, fantasiosos,  endiosados por la función, sin ningún compromiso con su pueblo, y, en algunos casos, opacos y sin carisma.

3.  Tercer error: fue creer que  las ONG y los organismos supra nacionales podían cumplir con todas las funciones de un Estado. El asistencialismo ha arruinado a los productores de arroz del valle del Artibonito; ha destruido el comercio; ha generado  un  paternalismo paralizante y ha bloqueado la participación de la sociedad  haitiana en la solución de sus problemas.

4.   Cuarto error: durante mucho tiempo las agencias internacionales hicieron rodar la idea  de que el problema haitiano radicaba en la falta de diagnóstico.  Se han gastado millones de dólares convocando a los mayores expertos del planeta Paul Collier, Jeffrey Sachs, Muhamed Yunus y otras lumbreras del pensamiento económico, geopolítico han hecho
Muhamed Yunus
sus aportaciones al examen de la circunstancia de Haití. Se han producido montañas de informes. Hemos oído todas las paparruchas de intelectuales inútiles, cantamañanas disfrazados de consultores, y como decía el gran Martí,  la realidad ha vencido al libro importado. Para resolver los problemas de Haití no hay que buscar  de modelo a la democracia sueca o noruega. Se organizan cumbres y seminarios interminables, y las personas terminan subyugadas por esos vendedores de ilusiones.

5.   Quinto error: consiste en creer que el despegue de Haití puede resolverse con montañas de préstamos del Banco Mundial y con gran impulso de un Gobierno Internacional
La ocasión pareció llegar paradójicamente con el terremoto del 2010.  En aquel punto y hora se crearon dos Gobiernos. Uno, formal presidido por Michel Martelly y otro dotado de toda la fuerza económica para reconstrucción al
Bill Clinton y Michel Martelly
mando de Bill Clinton. Ambos Gobiernos han fracasado estrepitosamente.

Mientras tanto, el Estado haitiano no tiene control del territorio. No tiene servicios sociales. No tiene capacidad para cobrar impuestos y fomentar la riqueza del país. No tiene el monopolio de la violencia y de la fuerza. Su población  se halla dispersa, sin documentos de identidad, sin escuelas ni hospitales ni empleos. No hay instituciones que puedan constituirse en árbitro de la sociedad. En algún momento,  la Comunidad Internacional que apadrina la MINUSTAH  tomará la decisión de abandonar el país. ¿Podrán los haitianos ocuparse de la seguridad de su país si desaparece el polo de autoridad, que ha mantenido las apariencias de un Estado? ¿Cuándo? ¿cómo? ¿Con cuáles recursos? Todas esas terribles circunstancias nos ponen delante de una bomba de tiempo. ¿Cuándo estallará? ¿Qué hará el Gobierno ante esos desafíos que amenazan todos los progresos que el país ha logrado?

           2.    La circunstancia dominicana

Los Estados Unidos que son la primera potencia del mundo consideran que tener 12 millones de ilegales en su territorio constituye una situación totalmente calamitosa y una amenaza a su existencia y a su identidad como nación. Se trata de una proporción de 3% de los trescientos millones de habitantes que tienen la nación estadounidense.  Para hacerle frente a ese desafío, se construyó un muro de más 1.123 kilómetro de longitud que representa un tercio de su frontera con México. Se  han tomado medidas extraordinarias para contrarrestar la inmigración ilegal.

En el caso dominicano, la mudanza de una enorme población extranjera haitiana a nuestro territorio que rebasa los dos millones de
personas, y que nos pone delante del mayor desafío migratorio del continente, más de 20% de la población. Las consecuencias de este desplazamiento son la desnacionalización del trabajo, de la cultura y la colonización del territorio por parte de una población que, con el apoyo de la comunidad internacional, se propone fracturar a la nación dominicana.

Se trata de un modelo insostenible. Para afrontar la falta de empleos, el Gobierno se ha visto obligado a agigantar la nómina de todas las instituciones del  Estado que ha pasado de 245.000 personas en 2004 cálculos que ya eran graves, a  proporciones que rebasan las 700.000 personas; se han desplegado grandes planes de ayuda social, subsidios de los campesinos sin trabajo, de los trabajadores sin empleos. Todas esas cargas sociales recaen sobre la clase media, y para mantener ese sistema perverso que priva a los dominicanos de los mecanismos de supervivencia hay que tomar dinero prestado para financiar el presupuesto, para evitar un desbordamiento social.

Ni la capacidad de endeudamiento ni el asistencialismo que pueda llevar a cabo el Gobierno son ilimitados, ¿Qué ocurrirá  cuando ambas realidades encuentren su frontera natural?

¿Permaneceremos impasibles ante el desplome de nuestra sociedad?



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