Los cocolos somos “gente mansa”
“Fulano
de Tal, serie 23,
tiro el paso y hablo inglés”
Por: Rolando
Robles
La expresión la escuché siendo niño y desde entonces
me ha acompañado en la memoria. Quien tal afirmación hacía, era un pastor de la
Iglesia de Dios de la Profecía, el Reverendo Ladow, de muy grata recordación
para mi familia. En ese momento me resultó ininteligible, porque yo no sabía a
plenitud lo que significaba e implicaba la palabra “cocolo”. Ahora, yo si suponía que los cocolos eran personas de la
raza negra, aunque no eran haitianos.
Sin embargo, intuía que en el fondo se escondía
algún sentido peyorativo cuando te identificaban como cocolo; te marginaban y
como que dejaban caer alguna zurrapita al hablar. Esto provocó que algunos
renegaran de su condición primaria y hasta castellanizaran su nombre. Pero en
modo alguno se puede considerar como una actitud de cobardía sino mas bien, era
como un intento de sobrevivencia, que a su vez evidenciaba una gran
preocupación por el futuro de la familia.
Ruinas del Ingenio Quisqueya |
Crecí con la duda de no saber a cabalidad lo que
significaba ser un cocolo. Hasta que en un viaje al ingenio Quisqueya, por
agosto de 1960, alguien le dijo a un familiar -en casa de don Daniel Luna- algo
así como: “oye cocolo, muévete que hay que salir temprano” y el aludido le
respondió con toda la dignidad que pudiera yo imaginar a mis trece años: “si,
cocolo y a mucha honra”. A partir de ese momento me dispuse a averiguar qué era
en realidad un cocolo; un sobre nombre que algunos rechazaban, pero que otros
aceptaban con evidente orgullo.
A mi tía Zulinda Robles (qepd), la escuché decir
alguna vez: “nosotros somos de origen inglés, cocolos”. Y lo decía con tanto
garbo y postín, que hasta la mismísima reina Isabel se habría sentido plebeya,
ante esta imponente negra, de correctísimo hablar y modales propios de la
realeza humana.
Hoy, a mis setenta años, aún sigo averiguando y
aunque he aprendido bastante sobre los cocolos, continúo intrigado y buscando
una definición mas explícita. Por supuesto, ya tengo muy claro que no es
pecaminoso ni vergonzante, el que alguien te llame cocolo. Porque si lo eres,
entonces experimentas un infinito placer cuando te lo recuerdan; eso lo puedo
sentir.
Ha llovido bastante desde entonces, pero mucho mas
que el tiempo transcurrido, es lo tanto que he ido conociendo sobre la gente
que siempre estuvo a mi alrededor y que sin modestia ni dolor alguno, se llaman
a sí mismos cocolos. Similar a la solidaridad de los negros americanos, que
entre ellos se llaman “niger”; pero si un “blanco” lo hace, lo consideran un
insulto. Los cocolos actuales, por el contrario, no se ofenden si se les recuerda
su origen; mas bien lo celebran y hasta lo agradecen.
Y precisamente de eso es que quiero hablarles.
Alguien comentando uno de mis artículos, me escribe: “Jabalí, yo no sabía que
tú eras cocolo, yo también lo soy, así que dejaré de atacarte, porque lo mínimo
que somos tú y yo es compadres”. Esto encierra una gran valoración por sus
ancestros y una evidente y sólida autoestima personal y colectiva.
Primero debo establecer que los cocolos no son
necesariamente negros y que el “cocolismo” no es una expresión simplemente
étnica. De hecho, a lo largo de mi vida he conversado sobre el tema con gente
que no tiene nada de negros ni en su sangre, ni en el ADN de su familia; y
ellos mismos, con altísimo pundonor se definen como “cocolos morales”. Una
demostración fehaciente de que el estilo de crianza de los cocolos es muy bien
valorado por el resto de los dominicanos.
Eso de “cocolo moral” me obliga a establecer ciertas
categorías con que este peculiar grupo de descendientes de esclavos isleños
proveniente de la madre patria África, se clasifica a sí mismo. Ese ejercicio
de reencuentro con los orígenes comunes, me resulta extraordinariamente
placentero, aunque en ocasiones pareciera un tanto pretencioso.
“Robles, de entrada, aclararemos que eso de que el
término ‘cocolo’ es una simple degeneración de ‘tortolos’ -o sea, habitantes de
la isla Tórtola- ya no se puede aceptar como el génesis de la ‘cultura cocola’,
nosotros somos una categoría histórica en el devenir dominicano” me dijo muy
convencido Celestino Potter, un mecánico romanense que supongo ya se ha ido,
por allá por los años 80’s.
Desde los tiempos previos a la independencia, se
había acuñado el término cocolo; mucho antes de la gran migración hacia la
isla. Tenemos constancia de que en una carta que dirigía el sacerdote peruano
Gaspar Hernández al pintor Baltazar Morcelo, días después del 27 de febrero de
1844, le decía: “Te felicito a ti y a todos los dominicanos por haber sacudido
el yugo de los mañeses cocolos, …” en evidente alusión racial y peyorativa a
los haitianos.
Ya viviendo en Nueva York, traté de recoger el
sentir de la comunidad dominicana sobre la valoración de los cocolos, ahora que
de nuevo han emigrado -como lo hicieron sus antepasados- y contacté a dos
“cocolos insignes” como Luis Graveley (qepd) y John Sheppard. La experiencia ha
sido sencillamente exquisita, por la claridad cultural de ambos.
Graveley, mi amigo de 30 años, afirmaba sin
reservas: “Un cocolo es un muchacho criado con método y respeto a la familia y
a las personas mayores”. Años después escuché el mismo criterio por boca de
otro cocolo, el magnífico beisbolista George Bell. “Es muy difícil que tú te
encuentres con un cocolo bruto (sin educación académica), por lo general, el
cocolo le hace tiempo al pupitre, no a la cárcel” reiteraba el conocido
dirigente político y seguidor de Peña Gómez”.
Sostiene por su parte el doctor Sheppard, con la
habitual parsimonia que lo caracteriza y desde luego, como docente consagrado
que es, lo siguiente: “te voy a confiar algo Robles, a los cobradores les dicen
‘ingleses’, porque los cocolos eran reclutados por los comerciantes para
cobrar, debido a su conocida seriedad, responsabilidad ciudadana y apego a las
leyes; cuando llegaba ‘el inglés’, llegaba el cobrador”.
Mas adelante, el sólido intelectual aclara otro
asunto de carácter folclórico, y que ha sido tergiversado por ciertos
comunicadores en funciones de “culturólogos”. Se refiere el doctor Sheppard al
origen de la expresión Yaniqueque. “En realidad, es una corruptela de ‘journey
cake’ o sea ‘la torta de viaje’, aludiendo al sabroso alimento de harina de
trigo -horneado o frito- que por descomponerse tan poco, te sirve para comer
durante una travesía mas o menos larga”
Francisco Chapman (qepd) cocolo insigne, laureado
escritor y activista comunitario, me decía con mucha propiedad: “es muy cierto
Rolando, si le das una mirada a las cárceles, te será muy difícil encontrar un
cocolo preso; es que el cocolo fue criado para servir a la sociedad, no para
delinquir. Nuestros padres siempre entendieron el concepto de ‘invertir en la
segunda generación’, algo que creo, hemos olvidado los dominicanos al venir a
Estados Unidos.”
Carlos McCoy (Johnny), otro cocolo insigne y de
armas tomar, relata en una reseña sobre su gente que: “el cocolo en nuestro
país, se distinguió por su sentido de orden y organización, fundando diversas
instituciones sociales, tales como: logias odfelas, sociedades religiosas,
artísticas, deportivas y de socorro mutuo. Algunas han prevalecido en el tiempo
como es el popular SAM (Sociedad de Ayuda Mutua)”, que aquí en Nueva York lo
identifican simplemente, como una “sociedad”. En realidad, el SAM es una
creativa manera de ahorrar en conjunto.
Mas adelante en su relato, remata Johnny con una
expresión de evidente satisfacción, proferida por su padre don Charlie McCoy
(qepd): “No hay un solo cocolo que sea ladrón ni maricón”
Julio César Malone, escritor y periodista nacido en
el ingenio Consuelo de Macorís del Mar, toca otra arista de la cultura cocola,
su cultura: “fíjate en la historia nuestra desde la muerte de Trujillo para
acá, por ejemplo, y dime ¿cuántos cocolos tú conoces señalados como corruptos?,
no es que no los haya, pero eso es muy raro”.
Esta verdad a medias, aceptada por mí solo por la
categoría investigadora del emisor, me indujo a verificar, con cierto
entusiasmo y algo de temor, que en realidad los cocolos no son gente de
adueñarse del erario público. Ese antiguo vicio de “coger lo ajeno”, hoy tan
arraigado en la sociedad, no es un hábito de los cocolos.
Marino Mejía, un meritísimo docente e investigador
social, reconocido por la comunidad en el grado de “cocolo moral e insigne” a
la vez, hace una acotación un tanto irreverente y que define con propiedad a
los cocolos mas frívolos, los cocolos de cabaret. Me asegura Mariano, que la
carta de presentación verbal a las meretrices, de los pocos cocolos que
visitaban “la Arena” de Miramar o “los Kilómetros” de la José de Jesús Ravelo
en Santo Domingo, decía lo siguiente: “Fulano de Tal, serie 23, tiro el paso y
hablo inglés”.
Otro cocolo moral, pero tan cuadra’o como los mas
originales, es Luis Gaspar, Comandante de Abril, mejor conocido como “Guiguí la
Vela” (por su figura espigada); que se apresura a aclarar que él es “makambo”,
o sea proveniente de Aruba y Curazao. Su padre don Rafael Gaspar (qepd) se
estableció en San Antón, cuando se levantó un “Quilombo” frente al “Solar de la
Piedra” en La Atarazana. Varias familias de las Antillas Holandesas crecieron
por esos alrededores: los Tillman, los Romell y los Gaspar, para solo mencionar
tres.
Guiguí tiene méritos personales para ser considerado
un cocolo insigne, en especial su preocupación por sus orígenes, su profundo
sentir patriótico y el apego a las buenas costumbres; pero disiente de los
otros cocolos antes citados, porque él cree que eso de la seriedad de los
cocolos es solo una prédica cosmética, aunque muy bien intencionada.
“Los cocolos eran serios hasta que se hicieron
dominicanos; de ahí en adelante copiaron todas las mañas de los españoles,
porque ellos no crecieron en Marte”, sentencia implacable La Vela Gaspar. “A
don Charlie McCoy yo lo respeto, porque sé que era ‘hecho de una sola pieza’,
como mi papá, pero creo que se le fue la mano un poco”.
“Y ten en cuenta Jabalí, que en eso yo me equivoco,
pero muy poco”
Mas luego conversaremos sobre los cocolos que viven
en Nueva York, sus diferencias, ¿cuándo vinieron, qué hacen aquí y hasta dónde
han llegado? Tengo el compromiso de reivindicar su existencia en estas tierras
de Dios; pues a fin de cuenta, es como contar mi propia historia; la historia
de mis antepasados, que también fueron cocolos.
15 abril 2017
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