viernes, 10 de junio de 2011

Togae arma cedant

viernes 10 de junio de 2011



Ricardo Rojas León

En el año 63 antes de Cristo, el más insigne de los oradores romanos, Marco Tulio Cicerón, pronunció cuatro espectaculares discursos en el Senado, en contra de la conspiración contra la República del general Lucio Sergio Catilina.

Las "catilinarias", como se conocen esas cuatro memorables piezas oratorias, se iniciaron con la frase "Quousque tandem abuccere, Catilina, patientia nostra?", que traducido al español quiere decir "Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?".

Los discursos de Cicerón indignaron al pueblo romano, que vuelto en armas defendió a la ciudad de Roma y derrotó a las huestes del general Catilina, en un episodio que la historia romana recuerda como la vez que las armas cedieron a las togas (arma togae cedant).

Esta historia viene a cuento a propósito de la observación presidencial a la Ley Orgánica del Ministerio Público, cuyo único y lamentable propósito es el de desistir de la creación del “Cuerpo Técnico de Investigación de la Policía Nacional”, mejor conocida como Policía Técnica Judicial.

La creación de la PTJ, como un área a lo interno de la Policía Nacional, pero bajo la dirección legal y funcional del Ministerio Público, es una vieja aspiración de todos los sectores democráticos y progresistas del país. De lo que se trata es de separar, en las labores policiales, las funciones investigativas de crímenes y delitos, cada día más especializadas y complejas, de las tareas de prevención, vigilancia y mantenimiento del orden público.

Si la investigación de los delitos es la “materia prima” de las acusaciones y juicios penales, resulta extremadamente lógico, claro y evidente, que el Ministerio Público debe tener control de ese proceso de búsqueda y recolección de las pruebas e indicios que, posteriormente, serán evaluadas por los jueces.

Muchos casos de crímenes y delitos, alegadamente “resueltos”, han concluido con descargos, simple y sencillamente, porque las investigaciones policiales no satisfacen los estándares probatorios exigidos por la normativa procesal penal vigente. Por eso, la LOMP prevé la especialización de una parte de los miembros de la Policía Nacional, que se dedicarán en forma exclusiva a la investigación y que no estarían sujetos a los vaivenes, humores e inseguridades que se producen en una institución en la que cada jefe policial, remueve y traslada a toda la oficialidad, tan pronto toma posesión de su cargo.

La dependencia de la Policía del Ministerio Público, cuando la primera investiga infracciones penales, ha sido una de las “promesas incumplidas”, como diría Bobbio, o una de las “tareas pendientes” de nuestro sistema judicial, inspirado en los postulados del liberalismo, pues en el viejo Código de Procedimiento Criminal (CPC), quedaba claro que los oficiales y agentes de la policía se definían como auxiliares de la justicia e integrantes de la Policía Judicial.

El control de la investigación policial por parte del Ministerio Público también forma parte de la dogmática del Código Procesal Penal, ya que muchas diligencias y actuaciones tendentes al esclarecimiento de un delito o a la recolección de pruebas, no pueden realizarse sin la presencia de un representante de un Ministerio Público y el cumplimiento de una serie de formalidades.

Desgraciadamente, el Poder Ejecutivo ha cedido a las presiones públicas del Jefe de la Policía Nacional, de algunos ex incumbentes de esa posición y de personas que suscriben una concepción militarista, pretoriana y represiva de la Policía Nacional.

La Policía Nacional de hoy no es mejor que la que el país tenía hace 15 años. Todo lo contrario. Y este lamentable episodio, para lo único que va a servir es para reforzar esa visión autoritaria y pre-moderna, que no se adapta, que no es funcional a una sociedad que se pavonea de tener un metro y de usar Blackberrys y Ipad.

A diferencia de lo que sucedió en la Roma de Cicerón, Julio César y Marco Antonio, esta vez, desde el punto de vista de la institucionalidad del país, estamos en una situación en la que “las togas cedieron a las armas”. Es decir, togae arma cedant.

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