viernes, 23 de abril de 2010

¿Que es la Patria?...



“El comerciante no tiene patria, no tiene madre, no tiene hermano, no quiere a nadie; lo que quiere es vender” El dicho se remonta a los orígenes del comercio formal por allá por los siglos XII y XIII en la edad media.


"mi patria es mi lengua"

“donde me halle, soy un pedazo del paisaje de mi patria”.

“El comerciante no conoce más patria, ni más rey, ni más religión que su interés”

“mi patria es la Tierra” "mi patria es mi infancia"

“La infancia es la patria de todos”

“amamos la patria no porque sea grande, sino porque es nuestra”

“la verdadera patria del hombre es su infancia”

“el pobre es un extranjero en su patria”

“para un comerciante la patria es la bolsa (o su bolsillo)”


Mi patria es…


“MI PATRIA ES… la memoria, o el pensamiento, o mi hogar, o una nube, o la intemperie, o un baúl de recuerdos en el desván, o el huerto de mi abuela,…"

Reflexiones
Buscando una respuesta más universal a esta clásica pregunta de identidad, que históricamente ha producido tantas desgracias a la Humanidad.

El sentimiento patriótico de cada uno es algo que puede compartirse con otras muchas personas -con la misma o diferente patria-. La patria es siempre motivo de orgullo propio y nunca debiera ser causa de conflictos. La patria que sentimos como nuestra debiera ser abierta, acogedora e imponernos únicamente la responsabilidad de cuidar de sus lenguas y de sus culturas asociadas, sin desconocer las ajenas y respetando a los restantes idiomas y civilizaciones.

Porque no fueron los políticos quienes mejor definieron qué era la patria, sino los poetas. Ilustres rapsodas dictaron versos gloriosos como "mi patria es mi lengua", "mi patria es mi infancia", “mi patria es la Tierra”,… Qué fácil es proclamar con ellos las mismas verdades: MI PATRIA ES… la memoria, o el pensamiento, o mi hogar, o una nube, o la intemperie, o un baúl de recuerdos en el desván, o el huerto de mi abuela,…

Cómo no compartir con Baudelaire que "mi patria es mi infancia", o con Antoine de Saint-Exupery que “La infancia es la patria de todos”. Este axioma es reiterado por pensadores con Rainer María Rilke, “la verdadera patria del hombre es su infancia” o Miguel Delibes, “la infancia es la patria común de todos los mortales, de ahí que el lector se identifique de inmediato con un personaje infantil sea de donde sea”.

Muchos literatos, desde tiempos remotos, señalaron otro aspecto prosaico -pero innegable- de qué entendemos a veces como patria. Aristófanes manifestó que “allí donde se está bien es la patria” y Benjamín Franklin que “allí está mi patria, donde mi libertad”. Múltiples proverbios apuntan en la misma dirección, desde los aforismos franceses “para un comerciante la patria es la bolsa (o su bolsillo)”, hasta el adagio árabe “el pobre es un extranjero en su patria”, destacando el apotegma sueco que “la patria está allí donde uno es útil”.

La inmensa mayoría de nosotros somos pacíficos y creemos, desde las incontables y peculiares identidades patrióticas y desde la individual libertad, que el respeto mutuo entre personas, lenguas y culturas nos hace más grandes y libres a todos los seres humanos. Suscribimos también las palabras de Séneca, “amamos la patria no porque sea grande, sino porque es nuestra” y las de Fatos Arapi, “donde me halle, soy un pedazo del paisaje de mi patria”.

Creo sinceramente que mi patria se escribe con minúscula, como algo importante pero nunca de valor absoluto. Mi patria convencional probablemente la comparto sólo con uno o dos millones de personas, pero mi Patria Grande, que puede ser la Patria de todos, se llama Inocencia, Tiempo y Vida.



(Un fragmento de Agirregabiria.net)



¿Qué es la patria?...


Nuestra patria es la tierra donde nacimos. A la que nos sentimos ligados por amor y por vínculos históricos. Es la suma de los dominicanos, un pueblo que tiene características singulares.

Somos un conjunto de razas que nos hemos entrelazados a través de los siglos y que con el tiempo hemos llegado a tener una identidad propia, a tal punto que es sencillo reconocer a un compatriota no importa donde se encuentre, por su hablar, su comportamiento, su sonrisa singular. Y cuando nos vemos en otros lares, nos identificamos fácilmente.

Pero la patria es mucho más. Es el resultado de múltiples acciones llevadas a cabo a través de los siglos por hombres y mujeres que con la suma de su trabajo y privaciones, nos dieron una identidad, de la cual nos debemos sentir orgullosos.

Lo que somos hoy, ha sido posible por el sacrificio y abnegación de los que nos antecedieron.

Muchos de ellos dieron sus vidas en heroicas luchas, en rebeliones contra la opresión. Otros nos brindaron su entrega desinteresada.

Así hemos tenido héroes, caudillos, educadores, médicos, obreros, agricultores, empresarios y estadistas visionarios, a los cuales les debemos lo que hoy somos.

La patria es también nuestra naturaleza.

Los bosques que mucho trabajo nos ha costado preservar. Es nuestros ríos, nuestras playas, valles y montañas.

Nuestros amaneceres, el canto de nuestros pájaros, el color y aroma de nuestras flores. Es el café de la mañana, el arroz con habichuela, nuestro dulce de leche, el lechón asado, nuestra sabrosa música, nuestro dominó, nuestro ron, nuestro folclor, nuestro desparpajo.

En suma, la patria es el lugar donde nos ponemos tristes cuando partimos y alegres cuando regresamos.

Donde viven nuestros familiares, nuestros seres queridos. Donde están nuestros amigos. Es la esencia de nuestras vidas.

Todo esto, que tanto trabajo nos ha costado forjar a través de los siglos, estamos a punto de perderlo o de ver transformada su identidad, si continúa ante nuestra mirada indiferente e irresponsable, la invasión pacífica de haitianos que cada día se acrecienta, transformándolo todo. Es mucho lo que podemos perder para siempre, lo que sería una afrenta al esfuerzo de nuestros antepasados.

Por eso, es imperativo que reflexionemos sobre este delicado tema y que todos juntos le busquemos una solución, que sea humanitaria, inteligente y firme, a esta grave amenaza, donde está en juego nuestra propia identidad como nación.

Por Carlos Despradel
21 de Sep 2009




POEMA DEL LLANTO TRIGUEÑO
Al señor Magdalena.


I

Es la calle del Conde asomada a las vidrieras,
aquí las camisas blancas,
allá las camisas negras,
¡y dondequiera un sudor emocionante en mi tierra!
¡Qué hermosa camisa blanca!
Pero detrás:
la tragedia,
el monorrítmico son de los pedales sonámbulos,
el secreteo fatídico y tenaz de las tijeras.

Es la calle el Conde asomada a las vidrieras,
aquí las piyamas blancas,
allá las piyamas negras,
¡y dondequiera exprimida como una fruta mi tierra!

¡Qué cara piyama blanca!
Pero señor, no es la tela,
es la historia del dolor escrita en ella con sangre,
es todo un día sin sol por cortar veinte docenas,
es una madre muriendo el presente del hambre,
es una madre soñando el porvenir de la escuela.

Es la calle el Conde asomada a las vidrieras,
aquí los ensueños blancos, allá las verdades negras,
¡y dondequiera ordeñada como una vaca mi tierra!

Rompo el ritmo, me llora el verso, me ruge la prosa.

¿Es que no hay nadie que sepa la historia de las camisetas?

II

Llegaba de Monte Plata
como una carta trigueña,
con una firma de pascuas,
y un sello de nochebuenas.
Recia en los muslos redondos,
suave en la frente de tela,
con la esperanza en la Virgen
y el seno en la primavera.
Llegaba alzado en sonrisas
todo un corral de guineas,
cortando con las pestañas
racimos de gentileza,
calzando las esperanzas
con zapatillas de seda
y oteando los horizontes
con las miradas en fiesta...

Con ojos de mala noche
la miró Niño Rivera:
¡Para mirarte, muchacha,
está la calle del Conde,
asomada a las vidrieras!
Subieron las alegrías
por escalones de estrellas,
se abrieron de serenatas,
jazmines de luna llena,
blancas de miedo, las nubes
almidonaron tormentas
y una estrella hincó temblores
como un presagio de penas...

Allá los ensueños blancos,
aquí las verdades negras.

Con llanto de manantiales,
destila sangre la tierra.
Dice a su hija que un día
las dejó Niño Rivera,
sin cena para la noche,
sin traje para la escuela,
¡y un ogro le está pagando
con un pan, veinte docenas!

III

Es la calle del Conde asomada a la tragedia,
aquí los ensueños blancos,
allá las verdades negras,
¡y dondequiera un sudor rojo de sangre en mi tierra!


Don Pedro Mir
1938

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