Nos
quieren dar lecciones…
En medio del intenso debate público acerca de
los alcances de la reciente sentencia del Tribunal Constitucional sobre el
registro civil y la nacionalidad dominicana, ha sacado nueva vez su cabeza la
horrorosa hidra que representa la sub-valoración por parte de ignorantes
extranjeros de nuestra cultura.
A los dominicanos, por alguna mezquina razón,
se nos quiere hacer parecer como más racistas que los propios haitianos, cuyo
Estado nació en medio de un terrible baño de sangre que costó la vida a todos
los colonos blancos. Haití es de los pocos países, por no decir el único, que
mantuvo por décadas la racista prohibición del derecho de propiedad o a su
nacionalidad a cualquier individuo en base exclusivamente a su raza: han sido
“blancófobos”.
En cambio, desde antes de 1844, en todos los
documentos constitutivos de la dominicanidad, hubo siempre expresas
manifestaciones contrarias al racismo. Pero no eran sólo palabras.
Desde antes de que los Estados Unidos debiera
desangrarse en su Guerra Civil para abolir la esclavitud, en tiempos en que su
Suprema Corte había evacuado su infame sentencia Dred Scott (que negaba
expresamente derechos ciudadanos y humanos a los negros y a los esclavos sólo
en base a su raza o condición), ya la República Dominicana había elegido un
presidente mulato hijo de una esclava, Buenaventura Báez.
Los dominicanos, lejos de padecer vergüenzas
como la existencia del Ku Klux Klan dedicado a linchar negros, de sufrir la
segregación racial legalmente protegida hasta hace pocas décadas, de mandar a
los negros al fondo del autobús o a usar baños separados, hemos convivido en
mayor paz e integración social y racial que los Estados Unidos. Más de un siglo
antes de Barack Obama, tuvimos a los Puello, a Luperón, a Lilís Heureaux, a
Bonó y a una pléyade de líderes cuya raza no les impidió el ascenso social,
económico ni político.
En Santo Domingo las mujeres votaron y
adquirieron plenos derechos antes que en los Estados Unidos. Cuando se creó la
Organización de las Naciones Unidas, una mujer dominicana rubricó en
representación nuestra.
Fue en Santo Domingo donde Montesinos dio su
grito en defensa de los indios. La dominicanidad es un auténtico crisol de
razas. ¿En cuántos “country clubs” estadounidenses se ve la integración racial
que poseemos aquí? ¿No es pues una frescura enorme pretender darnos lecciones
sobre tolerancia racial o derechos humanos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario