Los
políticos ante la Sentencia del
Tribunal Constitucional 256-14
Por
Manuel Núñez Asencio
En el Palacio de la Organización de los
Estados Americanos, ante el organismo superior que contiene como un apéndice la
Comisión Interamericana de los derechos humanos, de la cual, a su vez, depende
la Corte Interamericana (CIDH), el ex Presidente Leonel Fernández dictó una cátedra
magistral “La OEA, la democracia y
los derechos humanos”. Fue una conferencia muy bien documentada, cargada de
hallazgos, rematada con un examen de la sentencia emitida por los jueces de la CIDH, el 28 agosto del 2014.
En Washington todas las agencias y las embajadas montaron guardia para
examinar la posición del Presidente del Partido de Gobierno. En el cónclave se
hallaban presentes varios de los abogados de las ONG que nos han combatido en
todos los foros internacionales. Delegados de la Fundación Kennedy , del CEJIL,
de la Universidad de Columbia y, desde luego, los miembros de los organismos
que se hallan bajo la sombrilla de la OEA, el cuerpo diplomático acreditado en
la capital de Estados Unidos, que respondieron a la convocatoria de la misión dominicana ante el
organismo, encabezada por el
embajador Pedro Vergés.
¿Cuáles eran las expectativas que se habían
hecho de la posición del ex Presidente Fernández, los grupos que llevan a cabo
una campaña de descrédito contra
la República Dominicana?
El cálculo que hicieron algunos fue, que, en vista de que el Presiente Fernández
reconoció la competencia de la Corte en 1999, tendríamos en su magistral
conferencia una capitulación en toda regla. Fueron por la lana, y salieron
trasquilados.
Otros se habían figurado que el ex Presidente Fernández se
dedicaría a combatir las disposiciones del Tribunal Constitucional que ha
establecido que la República Dominicana se halla fuera de las competencias de
esta Corte, porque la incorporación a ese organismo se hizo sin haber cumplido
con las obligaciones del derecho interno. Se equivocaron; el ex Presidente no
se volvió contra las instituciones.
Pero lo importante para el porvenir de nuestro
país es deslindar las dimensiones del conflicto entre aquellos que se han
apandillado en la servidumbre al intervencionismo internacional y los que han
decidido apoyar la Constitución y las instituciones de nuestro derecho interno.
Al país lo que debe importarle es ¿Quién defiende a la nación dominicana? ¿Quién
defiende el proyecto de vida en común que hemos constituido los dominicanos?.
Tras el llamado que hicieron los jueces de la
CIDH, para que la República Dominicana cambiara su Constitución, el ex
Presidente Hipólito Mejía proclamó
que el país debería respetar lo que disponga el tribunal extranjero (Listín Diario, 11/11/14). Otro tanto,
hizo su compañero de batalla, Luis Abinader. A esa cruzada se sumó la
organización Participación Ciudadana,
el Partido Alianza por la Democracia de Max Puig y otros adeptos. Se ha
producido, pues, un proceso de desnacionalización del mando político, que se traduce en una actitud de
indecisión para defender el país y
una deslealtad a la Constitución y las leyes. El compromiso con la destrucción
han llevado a estas fuerzas confabuladas a organizarse, para pedirle a la
Fundación Kennedy, a Amnistía Internacional, a la ACNUR y a la propia Corte
Interamericana que se transformen en un
poder supranacional para que desmantele
nuestra capacidad para el gobierno propio. Si eso no es una traición, ¿qué es,
entonces, una traición?.
Miguel Vargas Maldonado |
Luis Acosta Moreta |
Afortunadamente, la otra porción del espectro
político encabezada por el ingeniero Miguel Vargas, del PRD y el ingeniero
Federico Antún Batlle, presidente
del PRSC, así como la Fuerza Nacional Progresista, la UDC de Luis Acosta Moreta
y otros, han decidido apoyar la Constitución y mantenerse leales a la
autodeterminación del pueblo dominicano. Ese es el contexto en el cual se
producen estas declaraciones. Examinemos los argumentos contenidos en la
conferencia del ex Presidente Fernández, que ni siquiera han sido siquiera tomado en cuenta en
las políticas oficiales.
Quique Antun |
Tres mentiras
1.
No es verdad que al quedar fuera de la
competencia de la CIDH nos convirtamos en un Estado paria en el continente. De
los 35 Estados de constituyen la OEA; 13 no han reconocido la competencia de
esa Corte, es decir, el 30%.
2.
No es cierto que nuestro país tenga una Constitución que contravenga
el derecho internacional, y que fomente, particularmente, la apatridia. De los
194 Estados que componen las Naciones Unidas, 164 países no se reconoce automáticamente
la nacionalidad de los descendientes de extranjeros que nacen en sus territorios.
En el caso de Haití sólo reconoce el jus sanguini. No formamos parte de la
excepción, sino de la normativa que impera en el derecho internacional.
3.
Tampoco es verdad que la aplicación de nuestra
Constitución suponga discriminación o violación de los derechos humanos. ¿Por
qué todos los países del continente tendrían derecho a aplicar cada uno su
Constitución y sus leyes, y los dominicanos se hallarían privados de ese
derecho?
4.
Los dos
Estados que comparten la isla de Santo Domingo, la República Dominicana y la República
de Haití, mantienen el sistema de jus sanguini o la nacionalidad por el origen.
No hay posibilidad de que un dominicano quede apátrida. Todo descendiente de
dominicano tiene derecho a la nacionalidad por jus sanguini o por hallarse
unido por vínculos familiares. En
el caso haitiano, las dudas quedan igualmente despejadas el Artículo 11 de su Constitución: “Toda
persona nacida de padre haitiano o madre haitiana, que son a su vez nacidos
haitianos y nunca han renunciado a su nacionalidad posee la nacionalidad
haitiana en el momento de su nacimiento”.
Los
descendientes de haitianos tienen ya una primera nacionalidad, la de sus padres. En ambos casos, no se puede privar a los
hijos de la nacionalidad de sus padres. De donde resulta que no hay lugar para
la apatridia.
Las
extravagancias de la Corte
En el caso dominicano,
la CIDH se apoderó de expedientes
que no se habían ventilado en el país; suplantó los tribunales internos; incluyó
en sus consideraciones circunstancias anteriores al momento de su supuesta
competencia; dio un fallo que sobrepasa las proporciones
del expediente. En el ´proceso de Benito Tide Méndez, tras la revelación de una
suplantación de identidad por parte del haitiano Wilnet Jean, la CIDH ordena al
Estado dominicano otorgarle sus papeles falsos como si fueran verdaderos y,
además, indemnizarlo. Para rematar con otra estocada la CIDH
le pide al Estado dominicano que cambie su Constitución, para adecuarlas a los
propósitos de los inmigrantes ilegales.
La
Corte ha tomado las ínfulas de un poder supranacional, han desbordado los límites
de su competencia: sometieron al Ecuador a 40 procesos; el hostigamiento
judicial fue de tal magnitud que
el Presidente Correa decidió olvidarse de ese organismo, otro tanto ocurrió con
Bolivia, Venezuela; destaca en ese cúmulo de temeridades, la sentencia que ordena que se paralice la construcción
de una presa en Monte Belo en Brasil, y que destinen esas tierras a una comunidad indígena. Todas esas
ocurrencias vuelto irrelevantes los fallos de la Corte. Los Estados no acatan sus sentencias; rechazan su
competencia. Venezuela y los países del Alba fundaron el CELAC, otra asociación
bolivariana de los Estados,
excluyendo a Estados Unidos y Canadá que, por lo demás, no tienen los
quebraderos de cabeza de esta, porque
no le reconocen competencia en su derecho interno.
Nos encontramos ante dos caminos. Uno, que nos lleva a
comprometernos con la autodeterminación del pueblo dominicano; es la doctrina que subyace en esta
conferencia; único modo de redimir la política del Gobierno, de sacar al país
de la impotencia, si es que decide defender a la nación. El otro
camino lo representan las malas ideas, que trata de imponerle a la República
Dominicana una servidumbre internacional que anula su Constitución y
suplanta las instituciones de su Estado. Esa verdad ha de imponerse por
encima de la politiquería, de las
rencillas, de los odios, de las obsesiones que se han apoderado de esta
sociedad y de las diferencias políticas
que enfrentan a los dominicanos. No es lo ideal; es lo queda de un país que se
desmorona.
La
soberanía nacional es indisociable de la libertad del pueblo dominicano. Sin
soberanía se fragmentaría la
sociedad y perderíamos, definitivamente, el control de nuestro destino. No podríamos
sobrevivir a los desafíos que nos plantea la globalización.
Graham Greene escribió
hace años una novela memorable los comediantes para referirse al
comportamiento de los haitianos.
Durante años el Estado haitiano ha privado a su población de la
documentación que los convierte en ciudadanos de derecho. Se sabe que más del
40% de las poblaciones de ese país carece de documento de identidad. Sus
organizaciones han decidido culpar a los dominicanos de ese crimen; traspasarle
la responsabilidad al vecino; llevarlo ante el banquillo de los acusados de una
Corte Internacional; exigirles a los jueces que nos condenen. Finalmente,
convertir el otorgamiento de la nacionalidad a los haitianos que logren cruzar
la frontera, en una obligación del Estado dominicano. A esta generación le toca
sacar al país de esa trampa.
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