“La
lucha que sostuvo el pueblo dominicano
contra
Haití no fue una guerra vulgar.
El
pueblo dominicano defendía
más
que su independencia, su idioma;
la
honra de su familia, la libertad de su comercio,
mejor
suerte para su trabajo, la escuela para sus hijos,
el
respeto a la religión de sus antepasados,
la
seguridad individual…
Era
la lucha solemne de costumbres y de principios
que
eran diametralmente opuestos;
de
la barbarie contra la civilización”
Eugenio María de Hostos
¿Qué es la República Dominicana?
Por: Manuel Núñez
Asencio
¿Qué es la República Dominicana?
Es una pregunta que se han hecho muchos de
nuestros intelectuales.
Para don Américo Lugo, maestro de las generaciones de comienzos del siglo XX, la República
Dominicana no era una nación. Podría considerarse, a lo más, como una
agrupación humana, con lengua
propia, costumbres comunes; pero sin
conciencia de su destino, sin personalidad para constituir un Estado, y, por lo
tanto, entregada al caos propio de su indefinición.
Durante muchos años, Lugo y con él, muchos
dominicanos, quedaron envueltos en un pesimismo
desolador y sin respuesta. La evolución del pensamiento de Lugo se
produjo cuando la soberanía nacional desapareció con la ocupación estadounidense de 1916. Se le revelaron, entonces, al gran pensador dominicano las consecuencias de la pérdida del control del destino nacional; la desaparición de la autodeterminación de los dominicanos. Al enfrentarse con la desaparición del Estado,
Américo Lugo descubre el carácter
heroico del pueblo dominicano. Fue entonces cuando escribió:
“El pueblo dominicano
no es un degenerado, porque si bien incapaz de la persistencia en las virtudes,
tira fuertemente hacia ellas; porque aunque falto de vigor y vuelo
intelectuales, tiene todavía talento y fuerzas para ponerse de pie y dominar el
gran espacio de la bóveda celeste, porque aún postrado y miserable, está
subiendo, peregrino doliente, el monte sagrado donde el águila de la
civilización forma su nido”.
Podría enumerar las visiones desdeñosas,
fraguadas por los intelectuales de estirpe pesimista, que son muchas, y llegar a la conclusión lapidaria de Juan
Isidro Jiménez Grullón, para, quien la República Dominicana era una ficción. A
semejantes conclusiones llegó un
sociólogo francés, Alain Touraine,
invitado por el Gobierno dominicano, y recibido con veneración supersticiosa, como se recibe a los grandes
gurús, y proclamó que la República
Dominicana no existía. Que éramos, en rigor, una ficción. Una
declaración que bien pudiera
figurar en la colección de estupideces recogidas por Jean Jacques Barrere y Christian Roché ( Estupidiario de los filósofos, Madrid, Cátedra, 1999) o en las payasadas que se dicen para llamar la atención. Pese al desprecio que manifiestan tantas
personas dentro y fuera del país en contra de nuestra continuidad histórica.
Las vidas de los dominicanos no tendrían sentido, sin esa ficción. El mundo se
desplomaría sobre nuestras cabezas, si algún día nos faltara, la República
Dominicana.
Creemos
que la interpretación del pasado ha de hacerse para crearle los valores a la
población en los que se fundamenta su razón de ser como pueblo independiente.
El conocimiento de la historia está al servicio
de la vida presente y ha de ser el modelo para mantenernos cohesionados
en la vida futura. Si no somos capaces de apreciar la trascendencia del pasado,
no tendremos razones para la conservación de los derechos adquiridos. Porque en
la medida en que se venera y se conoce y se exalta el proceso que nos ha
conducido a la soberanía, se estimula el mantenimiento de todo lo que hemos
logrado como nación.
La
historiografía ha de explicarle a nuestra población, cuáles naciones han
agredido nuestro territorio para dominarlo o para conquistarlo, y cómo han
podido los dominicanos vencer a sus opresores.
El
pueblo dominicano no registra en sus anales el haber actuado como pueblo
opresor, como pueblo conquistador de otra nación, sino el haber defendido
noblemente, en todos los momentos calamitosos de su historia, su derecho a la
autodeterminación. En consecuencia, sus próceres sólo han empuñado las armas
para defender nuestra independencia, no para arrebatársela
a otra nación. Por todo ello, merecen el reconocimiento y respeto de
todos los dominicanos.
La descalificación
del proyecto nacional que somos los dominicanos
Durante 170 años, los
dominicanos hemos mantenido el proyecto
nacional que nos legó el esfuerzo de Juan Pablo Duarte. En estas circunstancias especialísima enfrentamos
una de los mayores desafíos a nuestra capacidad de supervivencia; se ha colocado en la picota la integridad de
nuestro ser nacional, la definición de nuestras fronteras, el reconocimiento de
la soberanía del pueblo dominicano y la preservación de los símbolos de nuestra cultura y de nuestras instituciones.
Los esfuerzos para
descalificar el proyecto nacional que constituimos los dominicanos tienen dos
vertientes:
· 1) La conjura internacional. En la OEA, el
Secretario General, Luis Almagro y en la ONU, Ban Ki Moom rompen lanzas
para que le otorguemos nacionalidad
dominicana a los hijos de haitianos, y romper definitivamente la unidad
demográfica del Estado dominicano. De este modo, quedaría definitivamente
anulada nuestra constitución social y política.
No se halla en los cálculos de los dominicanos, ni en los que viven en
el país ni en los que se hayan fuera del territorio, que todas estas operaciones que se llevan a
cabo solapadamente, nos divorcien del sentido inicial de nuestra vida cultural
y social. Tras estas maniobras se halla la cancillería haitiana,
sus aliados políticos, que, al mismo
tiempo que nos acusan de las peores calamidades, tratan por todos los medios de
traspasarle sus problemas al Estado dominicano.
· 2) La otra vertiente la representa el regente
del Gobierno, el más influyente de todos los
Ministros, y al que algunos califican, y acaso no les
falta razón, el poder tras el trono, el Ministro de la Presidencia, don Gustavo
Montalvo. En los gobiernos como en las monarquías, los validos han
desempeñado un papel fundamental en el ejercicio del poder, y en algunos casos,
han opacado al gobernante. El mundo
recuerda más a Gaspar Guzmán y Pimentel,
el famoso Conde Duque de Olivares que a Carlos IV; tiene mayores referencias
del Conde de Floridablanca, que del propio Carlos III y desde luego, con la
mala fama que tuvo Carlos IV, el rey alfeñique, la figura de Manuel Godoy, el Duque de
Alcudia, personaje de triste
recordación para los dominicanos; impulso
el Tratado de Basilea en 1795 y que tantos desbarajustes produjo en la propia
España.
Gustavo Adolfo Montalvo Franco |
·
En Juan Dolio, ante la plana mayor del
Gobierno haitiano y ante los testigos internacionales, el Ministro de la
Presidencia, don Gustavo Montalvo,
esbozó el sendero que había adoptado el Gobierno dominicano en lo que
toca a las relaciones con Haití, Sus importantes
declaraciones niegan el proyecto
nacional que constituyen los dominicanos; se contrapone a los resultados
históricos que nos llevaron a
independizarnos de Haití en 1844. He
aquí la doctrina del más influyente de los funcionarios de Gobierno:
1. “ En todo
el mundo hay países que han sabido dejar atrás lo peor de su pasado, para centrarse en construir el futuro que
quieren para sus hijos”
( Véase
Gustavo Montalvo 10/7/14 : youtube.com/watch?v=PSsh8LcBZEg )
¿A cuál
pasado se refiere el señor Ministro,
a nuestra independencia nacional, acontecimiento mil veces glorioso? ¿A
la guerra dominico haitiana, en la que los dominicanos éramos la nación
agredida?
En otro pasaje, el señor Ministro, muestra su
desprecio por la enseñanza de la historia:
Si mantenemos vivas esas disputas corremos el
riesgo de sacrificar los intereses de nuestro presente por los agravios
narrados en nuestros libros de historia. Y no digo esto como una simple
reflexión romántica, lo digo desde el pragmatismo. Porque es muy sencillo
demostrar las consecuencias económicas que han supuesto esos prejuicios. La
verdad objetiva es que la política de odio sembrada en el pasado ha tenido un
costo elevadísimo para esta isla.
(Ídem)
La existencia del
dominicano consiste en la aceptación de un proyecto o ideal de ser que se
realiza en la lealtad a los hombres que fundaron el Estado dominicano en 1844, y lo
mantuvieron durante la guerra dominico
haitiana, durante la guerra de Restauración
y durante las etapas de resistencia a todas las invasiones.
El Estado dominicano
no puede explicarse sin la defensa. Los dominicanos han tenido que arrancarle
la libertad a un enemigo avieso y hostil. A un enemigo conjurado como un obstáculo en su
destino. La dualidad social y política de la isla
de Santo Domingo, supone que los dominicanos están llamados a mantener viva,
como el fuego del tíbar, la llamarada que forjó su independencia en 1844. Es un hecho ejemplar en todo el continente.
Sólo los dominicanos corremos el riesgo, en vista de nuestra especialísima
condición, de volver a un estadio anterior al de nuestra propia independencia.
Estamos obligados como Sísifo a sostener la piedra gigantesca que contenga el
mar de adversidades y de combinaciones conjuradas que trata de hacernos naufragar.
Estamos forzados a mantener inalterable una frontera intrainsular, a expensas
de cruentos sacrificios.
Hemos sostenidos, a
veces con unos hilitos de sirgo, el sólido armazón de los resultados históricos
de 1844. Porque la República Dominicana es un equilibrio. Un equilibrio de las
poblaciones, de las culturas, de las economías, de dos sociedades distintas y
de propósitos opuestos, enclavadas en un mismo espacio insular, alimentada por
la conciencia, que le han fraguado las interpretaciones historiográficas, y por
el deseo de mantener la lealtad al sentido inicial de nuestra vida, marcado por
el inolvidable Juan Pablo Duarte, quien escribió como uno de sus grandes
pensamientos de que entre los dominicanos y los haitianos no es posible la
fusión “.
En Juan Dolio, don Gustavo, promovió la
desconexión con ese pasado: la
independencia queda reducida a vago recuerdo, desplazada por los intereses del
comercio. A los ojos del Ministro resulta ideal que los dominicanos dejen de venerar su bandera, su
himno, sus próceres, sus efemérides. Veamos.
Nuestros recuerdos son una parte de nuestra
identidad; pero no pueden ser toda nuestra identidad. No tienen por qué
condicionar nuestro presente ni nuestro futuro. Nuestro futuro puede ser muy
diferente. Puede ser mucho mejor. Y es
nuestra responsabilidad que así sea.
¿Cuál es la intención
de don Gustavo?
¿Qué idealicemos la
dominación haitiana?
La enseñanza
de la historiografía debe ofrecerle al
dominicano la información indispensable para comprender el pasado. De tal modo
que el ciudadano tenga una actitud responsable y solidaria con el esfuerzo
emprendido por las generaciones que les han precedido. Desarrollar el espíritu
crítico, la capacidad de reflexionar sobre los acontecimientos, valorando el
sentimiento de independencia del dominicano, rechazando la actitud de conquista
y cualquier otra forma que pretenda disculpar o disfrazar la dominación
extranjera. Evaluar el comportamiento histórico de los próceres de nuestra
nación a la luz de las normas jurídicas internacionales que reconocen el
derecho de las naciones a su autodeterminación territorial.
La
enseñanza de la historia tiene como principalísima función fabricarles el pasado a los futuros ciudadanos de la
nación dominicana. Crearle la conciencia de pertenecer a una historia y de ser
parte de la evolución de un pueblo. En otras palabras: sentar los cimientos de
la identidad, mostrar el papel representado por el pueblo dominicano en la
búsqueda de su bienestar. En su
declaración de Juan Dolio, el Ministro propone que destruyamos las lealtades
fundadas en el recuerdo.
Pero
la historia es, además, el mecanismo de la formación en los valores del civismo
y en la vinculación de los ciudadanos con su territorio y con los ideales que
han hecho posible la existencia de un pueblo con personalidad propia. Es la
demostración, en resumidas cuentas, de
la presencia de una voluntad colectiva que ha luchado con denuedo por la
autodeterminación. Es todo lo que nos
caracteriza: cultura, territorio y derecho a gobierno propio.
El espíritu de guerra ideológica que
desarrolla el Ministro Montalvo contra todos los que defienden la independencia del
influjo haitiano, lo lleva a comparar
la dualidad social y política que
mantiene los dos Estados en la isla de Santo Domingo con la insostenible
y nauseabunda circunstancia de la Sudáfrica del apartheid. Es la mayor
acusación que puede hacérsele a la propia nación dominicana; no puede haber mayor
manifestación de desprecio contra nosotros mismos:
Ya lo dijo Nelson Mandela nadie nace odiando a
otra persona por el color de su piel, su origen, su religión, el odio se
aprende, y si son capaces de aprender a odiar, también se les puede enseñar a
amar.
El
mejor ejemplo de eso es precisamente Sudáfrica (…) En ambas naciones hay
millones de personas que quieren más desarrollo, más educación, más salud, más
seguridad, mejores trabajos y más oportunidad. Comienza una nueva era en las
relaciones dominico haitianas. Una era de entendimiento y cooperación mutua,
que traerá más bienestar y más progreso
a ambas naciones.
En ese enfoque quiénes
son los verdugos y quiénes son las víctimas. En todas las circunstancias historiográficas,
los dominicanos hemos sido la nación agredida (1844-1856), 1801, 1805. Sin
embargo, esas odiosas
comparaciones, se hacen para descalificar moralmente al pueblo dominicano.
Evans Paul, primer ministro haitiano, dijo
urbi et orbí, que Haití no se disculpará con sus torturadores, es decir,
con los dominicanos.
El esfuerzo de
independencia emprendido por los dominicanos fue magistralmente descrito por
don Eugenio María De Hostos, mentor de Américo Lugo y del prócer Gregorio
Luperón:
“La
lucha que sostuvo el pueblo dominicano contra Haití no fue una guerra vulgar.
El pueblo dominicano defendía más que su independencia, su idioma; la honra de
su familia, la libertad de su comercio, mejor suerte para su trabajo, la
escuela para sus hijos, el respeto a la religión de sus antepasados, la seguridad
individual…Era la lucha solemne de costumbres y de principios que eran
diametralmente opuestos; de la barbarie contra la civilización”
(Véase
prólogo de J. Bosch al El
derrumbe pág. 15-16, frase recogida en los textos de Luperón, SD,1975)
Así describía las
cosas, el Maestro Hostos, hace más de un siglo.
Muy lejos del desprecio manifiesto por esa gesta que trasuntan las palabras del Ministro
Montalvo.
Todo el esfuerzo emprendido para
dotarnos de unas fronteras claras y de
una soberanía podría volverse agua de borrajas, si los dominicanos prescinden
del mandato que nos han legado los próceres del pasado. El día en que se pierda
el equilibrio demográfico, social y
político entre los dos Estados de la isla de Santo Domingo, ya sea porque habremos
desdeñado tanto nuestros intereses, que miraremos con indiferencia la
desnacionalización del trabajo, de las poblaciones y del territorio; ya
porque le hayamos traspasados nuestros derechos nacionales a otra población;
o, porque queden deshechas nuestras
fronteras interiores, saltará en pedazos
el esfuerzo de todas las generaciones de dominicanos.
El día en que traicionen a esos próceres
comprometiendo la suerte del Estado y el porvenir de la nación, el país entrará en capilla ardiente. Pero será una muerte
catatónica. Por poco tiempo. Porque cuando los dominicanos descubran la vida
que nos depara una circunstancia semejante, cuando se multipliquen los
horrores, los errores y los escollos, cuando entren en ese antro de Trofonio y
vean caer todos nuestros progresos, tomarán el hilo de Ariadna y volverán a la
Trinitaria, y a una refundación de la primera República, y sería ésta la más
grande de todas las batallas.
1 comentario:
Por mala suerte para el "SuperMinistro" Montalvo, serán pocos los dominicanos que pondrán en práctica sus recomendaciones de que olvidemos lo que Haití ha hecho y sigue haciendo contra la República Dominicano. Así como de "pequeña" es su reflexión, debió ser su "auditorio", donde incluso, no todos los asistentes salen convencidos con la oratoria o el orador. Si no encuentra un aparato político donde oner en práctica su "visión", su esfuerzo quedará reducido al círculo del "corifeo" gubernamental. Poner eso en el manejo de la cultura dominicana, lo veo imposible, y mucho menos posible, cuando la gran mayoría de los dominicanos, aún con descuido, con su ignorancia de su propia desgracia, ya están advertidos de qué lado lanzan las flechas.Dudo que Montalvo encuentre un vehículo político desde donde poner en práctica su concepción de la "nueva historia" que quiere que escribamos los dominicanos. A menos que esté creando un espacio de "servicio" similar en un nuevo regimen parido por un proceso de fusión.
El verdugo ha tenido la capacidad de culpar a la víctima, y lo difunde, y lo hace doctrina, tal y como ha hecho el Primer Ministro de Haití. Montalvo deberá explicar en su momento,si no es en el plano espiritual, cómo se puede esfumar el odio al opresor; al agresor permanente, al que conspira contra un pueblo y su Estado, y al que desea que seamos sus súbditos, al que desea que desaparezcan nuestros sueños patrios, nuestras creencias, nuestro arraigo, nuestra identidad. La verdad es que el Primer Ministro dominicano, pasará al círculo de la historia donde honramos a los "traidores", una especie en extinción pero que tiene la capacidad de sobrevivir y de hacerse existente en cualquier proceso. Tuvimos traidores, y lo seguiremos teniendo, desde la fundación de la primera República, así es que esa estirpe de dominicanos, no es extraña a nuestra propia historia, pero como siempre, "no pasarán".
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