Los
grandes olvidados, los trabajadores dominicanos
Por Manuel
NÚÑEZ Asencio
1. Pensar el mundo con
categorías inútiles
Hace treinta años, el
mundo se debatía en un enfrentamiento ideológico y militar entre dos
concepciones de la sociedad. La que representaba el bloque socialista de la
Unión Soviética (URSS) y los países satélites de la Europa de Este; a esa
plataforma se agregaba China y los países de la antigua Indochina (Vietnam,
Laos y Camboya) y la porción opuesta la encabezada EE. UU y las potencias de Europa Occidental, cuya
influencia era predominante en América latina y en la mayoría de países subdesarrollados del mundo.
En gran medida, este
período conocido como la Guerra Fría (1947-1989), marcado por conflictos
bélicos atroces en los países de la periferia, como lo fueron las guerras de
América Central (Nicaragua, El Salvador, Guatemala) y las guerras en África, Asia
y el Oriente Medio eran guerras de expansión ideológica. En muchas partes del
mundo, los hombres fueron a la guerra para hallar la redención, para construir
los sueños y fundar la gloria, y descubrieron, en muchos casos, funestas pesadillas.
La mayoría de nuestros
políticos y dirigentes sociales formaron sus concepciones del mundo en esas
refriegas. Pero ese mundo se desplomó en 1989 con la caída del muro de
Berlín, el hundimiento de la Unión
Soviética y la desaparición del bloque socialista, y la transformación de China en el más dinámico centro del capitalismo
mundial.
El mundo que quedó
atrás todavía se mantiene vivo en muchas cabezas. Hay gente que observa las
realidades presentes con las categorías inútiles, obsoletas, de un pasado
sepultado por los hechos, de un mundo que dejó de existir.
¿Cuál es el rostro del
presente?
El lindero en el cual podíamos construir la prosperidad de los
trabajadores, de los profesionales y de todos los dominicanos es la nación.
Sólo dentro de ese espacio de soberanía, dentro de ese territorio independiente
podemos salvar a los dominicanos de la
desnacionalización del empleo, de la fragmentación de la sociedad, del abandono
de los trabajadores Sin soberanía la nación queda convertida en un noble
sentimiento; se vuelve inmaterial. Sin soberanía se impondría el intervencionismo
internacional, los traidores, la sumisión del pueblo, la injusticia contra
nuestros ciudadanos, y la voluntad del
concierto de fuerzas que quieren resolver los problemas de Haití a expensas de
la República Dominicana.
En todo ese tejemaneje los trabajadores
dominicanos han sido los grandes olvidados. Olvidados por los políticos, y por
todos aquellos que se habían proclamados como sus redentores, sindicalistas,
intelectuales, todos han permitido la
suplantación del trabajador dominicano y, en grandes proporciones, su exclusión de todos los mecanismos de
supervivencia. Se olvidaron del
compromiso de dignificar a los hombres y mujeres que son el centro de gravedad
de la nación. Sobre ese mundo de esperanzas cayó un manto de nieblas.
El porvenir de los trabajadores dominicanos ha
sido echado a los perros. Excluidos de los empleos de la construcción.
Desterrados de las grandes inversiones del campo. Expulsados de los trabajos
informales y, ay, excluido de los empleos que se crean con las grandes inversiones
del Gobierno: infraestructuras, escuelas, carreteras etc. La solución al colapso y el naufragio de la
sociedad haitiana se construye sobre la tragedia y la destrucción de la
República Dominicana.
Hasta ahora los
economistas y los sociólogos se han limitado a darnos explicaciones sobre la
naturaleza de la inmigración haitiana. Que sean
falsas o verdaderas, poco importa. De lo que se trata es de salvar a los
dominicanos de las funestas consecuencias de la desnacionalización del trabajo.
Guárdense su dialéctica. No puede concebirse el porvenir del país,
prescindiendo de los trabajadores dominicanos.
2. La trágica fragmentación de
la sociedad dominicana
La primera víctima del
desplazamiento de poblaciones desde Haití a República Dominicana son los
trabajadores. Se ha pasado brutalmente
de la ocupación a la suplantación. Como en la fábula atribuida a Bertolt Brecht, primero vinieron por el
campesino, y como los políticos se habían olvidado del campo, se apoderaron de
todos los empleos de la agricultura. Luego vinieron por los trabajadores de la
construcción; pero como los líderes no eran albañiles ni carpinteros, sino burócratas,
se apropiaron de todos los empleos creados por las grandes obras públicas y
privadas. Luego vinieron por los
trabajadores de los servicios (guardianes, empleados del turismo, conserjes de
los edificios) y ocurrió lo que ya había ocurrido otras veces. Entonces las ONG se propusieron dar el gran
zarpazo: suplantar a todos los buhoneros: vendedores ambulantes, vendedores de
frutas, trabajadores por cuenta propia. Se introdujeron, posteriormente, en las universidades dominicanas en
proporciones no aceptadas por ningún país, y a la chita callando comenzaron a
suplantar a los médicos, a las enfermeras.
Nuestro país se halla amenazado por el
ejército de desempleados más grande del continente (70% de la población
haitiana), con el salario más bajo (89
dólares mensuales: los salarios primarios en nuestro país oscilan entre 149
dólares y 249 dólares). Obligados a competir con esta masa humana, dispuesta a destruir el valor del salario y a
convertir el crecimiento económico que ha tenido nuestro país en agua de
borrajas. ¿Cuáles razones humanitarias justifican la invasión desordenada de
todos esos desempleados para devorar la poquísima prosperidad que hemos
construido penosamente en los últimos cincuenta años? ¿Qué puede justificar que
un país, con un desempleo endémico tenga que abrir sus fronteras, que no pueda aplicar sus leyes de migración y,
además, se le acuse de los peores
crímenes, cuando intenta preservarle el porvenir a su población? ¿Qué tipo de defensores de los derechos
humanos son éstos que condenan a los trabajadores dominicanos--- sin empleo,
sin medios para ganarse la vida-- a la delincuencia, a la prostitución, al
juego, al narcotráfico y a la emigración ilegal?
A ellos no los mueven
los derechos humanos, sino el proyecto de deshacer a la República Dominicana y
llevar a cabo un experimento geopolítico en
la isla de Santo Domingo. Poner a su clase empresarial al servicio de un
proletario extranjero. Olvidarse del patriotismo que nos obliga a tomar la
decisión de preservarles el bienestar a nuestros trabajadores
¿Qué
harán todos miles de dominicanos que no tienen acceso a los empleos de la
agricultura, que no tienen posibilidad de trabajar en los empleos creados por
las grandes obras públicas: el Metro, las grandes avenidas, las ampliaciones,
las presas, los trabajos de ODEBRECHT, que no tienen derecho a trabajar como
buhoneros, ni siquiera tienen el derecho a ser pobres de solemnidad y mendigar
en las esquinas?
Todos aquellos para
los cuales el trabajo ha desaparecido, que han sido sustituidos por haitianos,
¿qué harán? ¿Se irán de pesca con sus
hijos? ¿Tomarán vacaciones permanentemente en las playas de Juan Dolio hasta que
los políticos se acuerden que deben reorganizar la vida de otro modo? ¿Qué hará toda esta gente, a las cuales las
políticas sociales no les llegan? ¿Jugarán
una quiniela o un billete de lotería? ¿Se prostituirán? ¿Engrosarán las bandas
de delincuentes o se irán en una yola a Puerto Rico, si es que los tiburones,
los bravísimos tiburones y tintoreras del canal de la Mona, se los permiten?
Sobre esa realidad
nadie habla. ¿Qué dirá el Santo Padre a quien le han calentado las orejas con
relatos escalofriantes contra nosotros? ¡Ay, si Santo Padre supiera cómo un hecho externo
nos ha destruido la vida! Con mentiras
grandes como catedrales nos han
arrebatado el control del territorio, de los hospitales, de las
escuelas, de los empleos y nos quieren arrancar el porvenir, y como si todo lo anterior fuera poca cosa, emplean el
dinero de sus patrocinadores para llevar a cabo campañas injuriosas y echarle a
las fieras la reputación de nuestro país.
El ultra liberalismo
sólo calcula los intereses de la patronal de tener bajos salarios, permitiendo
de que las montañas de trabajadores haitianos, destruya el valor del esfuerzo.
El Gobierno ha quedado atrapado por la servidumbre a estos grupos de intereses,
a las presiones de las ONG y a los grupos internacionales que conciben a la
República Dominicana como una masa de borregos y vasallos.
¿Dónde está el
Gobierno que hemos elegido para que nos defienda?
La prioridad del
Gobierno no es ocuparse de una población extranjera, sino detener el
sufrimiento de los trabajadores dominicanos, privados del bienestar que produce
la economía del país, privado de los yacimientos de empleos. Por encima de toda
esta barbarie, por encima de la desesperanza que han creado arrodillando al
país, a nosotros nos toca defender a nuestros compatriotas de esta invasión
desproporcionada.
Los trabajadores
dominicanos no son una cifra, ni una estadística, ni un cuadro ni un esquema de
power point. Son seres humanos que sufren y padecen. La economía no puede estar
condicionada por los sueldos miserables que se pagan en Haití. Necesitamos que
se imponga, como mandan las leyes, un patriotismo económico que una al
trabajador dominicanos con los yacimientos de empleos que el país produce. La economía dominicana debe estar al servicio
de los dominicanos, y no al servicio de las ganancias excesivas, el egoísmo, el
individualismo y las ocurrencias del ultra liberalismo.
¡Trabajadores dominicanos!
ante una clase política que se ha
arrodillado ante el intervencionismo extranjero y ha cedido ante el chantaje de
los haitianos, tenéis mucho que perder. En una gran proporción, habéis perdido los
mecanismos de supervivencia. El trabajo que dignifica y redime de la miseria.
El trabajo que nos devuelve la autoestima, la esperanza y el deseo de hacer
grande y permanente esta patria.
Sin organización, perderéis los
hospitales, invadido por las grandes marejadas de enfermos del país más
insalubre del continente.
Perderéis las escuelas; penetradas hasta el
tuétano por las consecuencias del colapso haitiano. Perderéis vuestros grandes ríos y vuestros bosques, víctimas de las
necesidades de un vecino que consume más 6 millones de metros cúbico de madera por año.
Perderéis la prosperidad y, lo más grave de todo, si no se detienen a los
traidores y a los sepultureros de la nación, si no enfrentáis a vuestros
enemigos, si no tomáis el control de vuestro destino, para conducir a un país
que ha perdido el rumbo de la prosperidad, que se ha olvidado de sus hijos, perderéis
la patria.
Al pueblo dominicano que en estos momentos
sólo ustedes encarnan le toca rechazar todas
esas tutelas ideológicas y políticas. Le toca defenderse de la disolución y
de la montaña de acontecimientos
trágicos traídos por esta vecindad devastadora.
Le toca recoger la bandera, que han encontrado
tirada por el suelo. La bandera que nos dejó Juan Pablo Duarte que representa la Independencia de todas las
tragedias que nos circundan.
Nosotros no podemos, por más dialéctica que
empleen para ocultar la verdad, traspasarle nuestra nacionalidad a extranjeros
que no tienen vocación de convertirse en verdaderos dominicanos. Que le pegan
fuego a nuestra bandera; que desprecian nuestro himno nacional; que no
comparten nuestro modo de vida, nuestras tradiciones, nuestra cultura ni
nuestro destino ni respetan nuestras leyes, que llevan campañas contra nuestra soberanía,
y que son la plataforma de una colonización que terminará sepultando nuestro
porvenir como nación independiente. Si
no actuamos, perderemos el centro de gravedad de nuestras vidas.
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