Henry
Cristophe …“nunca leyó un libro”…“no sabía leer ni escribir”…
El trato
inconcebiblemente inhumano y brutal, como filosofía del amo, desquició y
distorsionó la psiquis primitiva del esclavo y condicionó su respuesta conductual.
Una respuesta explicable, fundamentada en una ideología instintiva de
supervivencia animálitica, imposible de valores y conceptualizaciones,
impregnada del odio profundo y visceral al amo, soterrada y cómplice, que
transformaría una distorsión diabólica de carácter económico como la trata, en
una abismal aberración más allá del simple prejuicio socio-cultural,
descalificando y embruteciendo al hombre como un ser inferior, solo por el
color de su piel.
El esclavo
era sub-alimentado para apenas sobrevivir. Su vida útil era pautada en unos
cuantos años. Al final, sus fuerzas terminaban devastadas por la impiedad del
maltrato y el trabajo bestializado. El amo prefería la “eliminación” natural y
la “obtención” de nuevos “animales” más jóvenes. Menos costoso que alimentarlos
y mantenerlos en salud mientras envejecían.
Como en animales, se fue desarrollando una
ideología del instinto, cargada de malicia oportunista, impregnada de rencor,
sedienta de venganza. La sumisión forzada fue creando una resistencia envenenada
de simulación que se fue convirtiendo en una fuerza, una mística instintiva
oculta que unió soterradamente la rabia y odios del esclavo y la convirtió en
una cultura sin Dios. El Dios de los blancos sería juzgado en términos de la
conducta despiadada del amo.
Sociedades
donde la negritud tuvo incidencia y peso, como Brasil, Norteamérica, Cuba,
Puerto Rico, Jamaica o las Islas
Inglesas, han podido superar, generosamente, el lastre que dejara como secuela
la Esclavitud. No así el pueblo haitiano, cuya historia conductual pone de
relieve la incapacidad para dejar atrás la ideología morbosa e irreflexiva del
esclavo e insertarse en el pensamiento del mundo de hoy. Como una camisa de
fuerza, el circulo vicioso que comprime y aplasta aquel estado fallido, aquella
sociedad frustrada, no puede crear las condiciones mínimas para lograr el
surgimiento de un liderazgo sano e inteligente.
El intento
de revivir la economía en Haití, sin antes moldear el ser haitiano, es un acto
tan fatal como la enfermedad de origen que los aplasta. Es al hombre al que hay
que cambiar. El haitiano es “Esclavo” estancado en su obcecada “Ideología del
Esclavo”. Haití tiene que dejar atrás la “ideología del esclavo” para poder
reencontrarse y avanzar, como las demás sociedades esclavistas de América
lograron.
La locura
haitiana ha centrado su amarga impotencia en sublimizar sus odios en la
República Dominicana, identificándola inconscientemente con el “amo” cruel y el
“blanco” “superior”. En el fondo, encerrados en la “inferioridad” que sembró
profundo la impiadosa e incapaz cultura esclavista francesa, los únicos
culpables de su eterna desgracia. Una formula primitiva e inconsciente de
autovaloración enfermiza, cuya realización y triunfo individual y de nación, se
remite, como una obsesión perversa, al sueño de lograr su imposición histórica
sobre la República Dominicana, como objetivo final y razón de ser y de existir.
Haití ha
sido derrotado por su propia inconducta, errores que debieron ser asumidos para
ser negados con hechos de conducta fraterna y logros reales en el ser haitiano,
cuya oscura inconsciencia sin luces ni ideas, no le permite ni siquiera
sintetizar conceptos elementales como el agradecimiento y el respeto, agravados
por una notoria falta de esfuerzo en desprenderse y evolucionar, para situar en
el pasado las “glorias relativas” de una pesadilla sangrienta y tumultuosa,
como fuera la hecatombe de su simbólica rebelión esclavista. Desprenderse y
recomenzar hacia adelante, sin la mortificante obsesión dominicana.
Inalcanzable, sin destino y sin razón.
El sueño de
derrotar históricamente a los dominicanos, no es posible. Nunca lo fue. Con
ello, el haitiano ahonda aun más su frustración y su desgracia. Combatimos como
franceses castrando la pretensión haitiana. Al francés lo sacamos nosotros, no
el haitiano. La señal es clara. La ocupación haitiana pudo ser porque
carecíamos de ejército y armas para defendernos, de ahí la búsqueda de
protección en la “Gran Colombia”. Boyer y Bolívar coincidían en el
anticolonialismo, uno contra el francés, otro contra el español. ¿Compraba el
haitiano el futuro cuando puso en sus manos armas y dinero? ¿A cual precio? Las
cartas de Boyer a Bolívar y el silencio de respuesta a Núñez de Cáceres, es
episodio elocuente y triste que los Dominicanos nos encargamos de borrar desde
1844, un 27 de Febrero glorioso, que el haitiano no debe olvidar.
Para todo
Cristiano, tanto el pretencioso “Emperador” Henry
Cristophe, así como el
descuartizado Dessalines, fueron monstruos diabólicos que hoy arden en el
infierno. Es obvio que para aquellos las Iglesias Cristianas tenían un
significado diferente que para un Jesús que nunca conocieron ni de apellido. El
degüello de 40 niños y el incendio de la Iglesia de Moca, con 500 personas a
puerta cerrada o la matanza indiscriminada en Santiago de miles de inocentes,
entre otras satánicas bestialidades, arrastrados como animales hacia Haití,
dejando un rastro de sangre y luto en los caminos de miles de cadáveres, tiene
un precio que nunca ha sido asumido, ni siquiera con el arrepentimiento, pero
que tendrá que ser, inevitablemente, cumplido… mucho más costoso. No habrá vudú
en los cielos. La ofensa no es contra el hombre… es contra Dios.
El hecho
burdo de otorgar el nombre de Henry Cristophe,
quien “nunca leyó un libro”, “no sabía leer ni escribir”, que “solo
aprendiera a garabatear “Henry”, a una Universidad donada por Dominicanos, es
un insulto que mancha y ensucia su propia ignorancia, no a nosotros, como se
pretende. Intentar enlodar un gesto de tal dimensión, debe espantar a los
extraños que conocen la historia. Solo el rencor, el odio y la ignorancia
estancada son capaces de una perversidad tan torpe. El desatino haitiano no
podrá empañar nunca tan noble gesto histórico. Valiente y hermoso esfuerzo que resalta,
lamentablemente, el abismo que separa nuestros pueblos, y que permanecerá,
inevitablemente, registrado para siempre, aunque mañana hicieran polvo y tierra
del ultrajado recinto.
La
cristiana frase “Nuestros hermanos haitianos”, que con tan desprejuiciada
nobleza aplica el candor dominicano con frecuencia empalagosa, no ha sido nunca
interpretada por el relente haitiano en el sentido fraterno en que los
dominicanos la sublimizan. Por el contrario, la torpeza rencorosa de la
“ideología del esclavo” la asume, en su absurdo, para justificar y alimentar su
gran vacío de realización de nación y del ser, como un síntoma velado de
temores cobardes escondidos en el profundis del alma dominicana.
La
improvisada “Intelligencia” haitiana nos envió precipitadamente, en la ocasión,
una “Reina de Belleza” en bandeja, para recoger los platos rotos y tratar de
endulzar la “Limonade”, asumiendo debilidades baratas y provocar efectos
estratégicos de distracción afiebrada, partiendo de una infección sembrada en
su ladina naturaleza de “Ideología del Esclavo” y que presumen compartimos los
dominicanos. Le invitamos a pasar por la Iglesia de Moca y rezar una oración
arrepentida y sincera por las 500 personas y los 40 niños sacrificados por
Cristophe y Dessalines, solo por el pecado de ser dominicanos. Pretender una
justificación a semejante monstruosidad histórica, solo contribuye a poner en
evidencia, la verdadera naturaleza perversa y peligrosidad cancerosa de la
latente “Ideología del Esclavo”. Nunca he escuchado un haitiano decir:
“Nuestros hermanos dominicanos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario