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EL TRAUMA AJENO DE… “la una e
indivisible”…CON MINÚSCULAS
Por: Fernando Casado
Desde esos años, el diabólico proyecto,
que parece hubo de ser replanteado precipitadamente
a la muerte premonitoria de Peña Gómez,
quien representaba la opción ideal para la
“integración” del satánico proyecto,
luce haber sido la razón que llevó a la humillación
de un Balaguer negado, espantado ante el juicio
de la historia,
forzándole a reducir en dos
años su mandato constitucional.
El
momento es propicio para traer de la oreja, un informe de la Comisión de
Desarrollo y Cooperación del Parlamento Europeo, que fuera publicado en el periódico La Nación, en su edición del día
20 de Junio del año 2000, como suplemento exclusivo, bajo el título “El Peligro Haitiano”.
El documento parece haber sido el
punto de partida, ya preconcebidamente madurado, para el inicio sistemático de
una abierta conspiración, una admisión
desinhibida, de las monstruosas
intenciones que encierran los planes de este organismo, para paliar, a como de
lugar, el inevitable despeñadero haitiano, a costa del sacrificio dominicano.
El pragmático plan, parece intentar penetrar hasta donde las debilidades y
cobardías nuestras lo permitan, contando con el tiempo infinito a su favor, e
ir acomodando irresponsablemente el destino de la desintegración haitiana, como
peso muerto, al sacrificado esfuerzo del desarrollo dominicano. Desde esos
años, el diabólico proyecto, que parece hubo de ser replanteado
precipitadamente a la muerte premonitoria de Peña Gómez, quien representaba la
opción ideal para la “integración” del satánico proyecto, luce haber sido la
razón que llevó a la humillación de un Balaguer negado, espantado ante el
juicio de la historia, forzándole a reducir en dos años su mandato
constitucional. La indignación de Balaguer no se hizo esperar. Se abrazó con
Juan Bosch y dio respaldo decidido a Leonel Fernández, para cortar el camino
oscuro de aquella traición histórica. Desde esos años el venenoso plan ha
estado letalmente en marcha.
Fernando Casado |
Empeñados
los países europeos en recuperar su hegemonía económica en alguna medida,
frente a los Estados Unidos. Forzados a abrir mercados potenciales, revalorizar
influencias políticas y de imagen en zonas comercialmente convenientes, han
estado de algún modo intentando restablecer posiciones de beligerancia que
equilibren o disminuyan el cesarismo norteamericano, en la medida de su
beneficio y penetración futura, probablemente manejándose con la poco elegante
oferta del “dando y tomo”, de la que Francia y España nos han dejado odiosas
galanuras históricas. Hay una terquedad empecinada en imponer a la República
Dominicana, sin ningún escrúpulo ni justificación, como si este país fuese una
colonia de súbditos de sus naciones, ha quinientos años malditos, o una de esas
proto-repúblicas africanas tan poco irrespetadas como Haití, un proyecto
descabellado de proporciones insólitas, que atropellaría nuestra soberanía y
cuya aceptación hundiría para siempre la República. La calificación insólita
para la República Dominicana de “Estado Fallido”, al mismo nivel de un Haití
descalabrado, militarmente intervenido, tribalmente incontrolable, cuando la
República Dominicana ha sido ejemplo de vocación y empecinamiento democrático
para toda América, con todas las imperfecciones de nuestra democracia, desde la
eliminación heroica de la dictadura trujillista hasta hoy. Esto no solo
sorprende… se hace sospechoso.
Las consecuencias serían catastróficas y las
reacciones que pudiera provocar en nuestro pueblo una tragedia de tal magnitud,
no serían tan impredecibles, dadas nuestras históricas diferencias con Haití.
Las estridencias de indignación y conciencia desafiantes son ya peligrosamente
elocuentes. Desde las bestialidades de Toussaint, y los degüellos salvajes de
Moca y Santiago, peores que los de Trujillo, los dominicanos hemos estado
defendiéndonos permanentemente de las irracionales pretensiones de la locura
haitiana. Y es que existe en toda sociedad un ingrediente de civilización y de
prudencia histórica, de la que no da notación, evidentemente, la nación
haitiana.
El
focus de sus tenebrosos proyectos con respecto a la Isla Española, donde los
perjuicios irreparables y permanentes que serían infligidos a la nación
dominicana parecen no importar un comino, se centran únicamente en favorecer
los intereses de supervivencia haitianos, asumiendo, motu-propio, el papel de
fiscales de un neocolonialismo históricamente imprudente, en la imposición de
políticas y exigencias absolutamente inaceptables. Su metodología de
penetración y la dañosa finalidad de objetivos, manejada con faraónica
subjetividad y maquiavélicamente trastornadora, ante una virtual admisión de
incapacidad y falta de decidida voluntad política para lograr un camino de
solución al problema haitiano desde dentro de su propio país, como debe ser, ahora
trata de imponer a la República Dominicana de forma patibularia, brutalmente amoral
e inconsiderada, posiciones que implicarían el sacrificio inconcebible de
imborrables logros históricos, profundamente ligados al espíritu patriótico
visceral que ha forjado el corazón de esta nación, pagados con creces ya, en ríos
tumultuosos de sangre e inmerecidos sufrimientos.
Fundamentados
en la traición interesada, el chantaje y el manipuleo de instituciones
mercenarias pro-haitianas, que no se atreven a ir a levantar la voz en su
propio país, organismos de pantalla y colaboración traidora, o rentando
sepultureros de compraventa y púlpitos quebrantados de vuduismo, sus mal
disimulados propósitos van dirigidos al debilitamiento de las esencias de
nuestra nacionalidad, la disolución del patriotismo y la aceptación final de su
imposición de tolerancia a la telaraña haitiana, en una mediación viciosa, que
presenta todas las características de una conspiración silenciosa, cuyas
consecuencias de acumulación explosiva provocarán, tarde o temprano, la
hecatombe inevitable entre los dos pueblos. De ahí que se limite al mínimo la
difusión del Himno Nacional. Quizás esa sea la intención maquiavélica final,
porque ello sí implicaría la solución definitiva a un problema indeseado. Por
algo se ha sugerido la disolución progresiva de nuestras “desproporcionadas”
Fuerzas Armadas y de este modo, que el país pudiera quedar a merced del macabro
plan. ¡El patriotismo no necesita uniforme! Haití debe recordarlo.
No
se podrá acertar en el problema sin soluciones que es Haití, si no se parte del
conocimiento y entendimiento profundo de los vericuetos ladinos de la idiosincrasia
tribal del alma haitiana, en el sentido primitivo con que la palabra marcaba al
esclavo. El ser haitiano, no importa su estatura social, no ha podido desprenderse
de sus conflictos ancestrales de amo y esclavo. Traspolando sus odios y
frustraciones. El error fundamental está en el absurdo de pretender equiparar,
por encima de evidentes y remotas diferencias de fondo, el fracaso de nación
haitiano, con lo logrado, con alto precio, luchas y sacrificios, por el país y el ser dominicanos.
Es
lamentable por lo absurdo, que se recojan en el informe de marras, conceptos
decrépitos y enfermizos que argumentara Price-Mars en sus frustraciones
anti-dominicanas. El haitiano, para el dominicano es simplemente haitiano, no
importa el tono de su piel, y no puede resultar bochornoso, ni ha sido nunca
motivo de soberbia para los dominicanos, el que nuestra idiosincrasia y
cultura, como parte consustancial conformada de su ser inconsciente e
instintivo, obedezcan a las conjugaciones históricas que establecieron las
influencias de aquellos pueblos y culturas que sintetizaron nuestros orígenes.
Nuestro
pueblo es esencialmente mulato y en ello reside su fuerza, riqueza de identidad
y características de diferenciación como pueblo. Tan igual da en este país ser
blanco, negro, mulato o jabao. Es la enseñanza de Juan Pablo Duarte, el Padre
de la Patria. El hombre es cuestionable por otras razones, no por el color de
su piel. Nuestra cultura e idiosincrasia, que evolucionó acriollando su
negritud, es muy lejana a las africanías de aislamiento, que sí han dejado
profundamente marcada la conducta, la etnia y la socio-cultura haitianas.
Esto
no tiene que entenderse a través del tono de la piel, ni llega a ser desaforada
crítica, es sencillamente la desnuda e ineludible realidad. El problema de
Haití frente a la República Dominicana, nunca se ha fundamentado en
connotaciones étnicas, ha sido problema de estancamiento cultural y formación
retrasados, cuya secuela de incapacidades y primitivismos no les ha permitido
sacar hacia delante una nación castrada, arrastrando un fondo de frustración y
agresividad ante el esfuerzo de progreso y desarrollo del precario despegue de
la nación dominicana, en contraposición al descalabro de la nación haitiana,
cuya evidencia, en la medida en que se han magnificado los contrastes entre las
dos naciones, han ido desbocando los apetitos del vampiro haitiano.
Es
error garrafal, observar, analizar, y tratar de negociar soluciones a la
tragedia haitiana, partiendo en su apreciación y discusión, sobre niveles de
concepto, idiosincrasia y mentalidades, a la par de la inteligencia europea, y
no focalizados descendentemente en el plano de la malicia primitiva haitiana.
Perdemos el tiempo a la espera de respuestas imposibles que no pueden surgir desde
una no despejada capacidad de comprensión, aun no desprejuiciada de sus propios
abismos, problemas y predisposiciones históricas con relación a la República
Dominicana. No pueden quedar sin visualizar factores evidentes de aberración
espiritual, contrastes de desarrollo, abismos históricos, fracturas de origen
etc. que atan la conducta y el pensamiento atascado y sin evolución de aquella
sociedad, culpa endémica de sus propios errores y la irresponsabilidad e
incapacidad de sus “Emperadores” de todo tiempo, frente al futuro de su nación.
Disparate
imperdonable sería situar nuestro país en una misma línea de degradación. Esa
parece ser la aberración francesa & Co. desde los tiempos fracasados de la
refrescante decapitación de Ferrand. Valores como: honestidad, dignidad,
libertad, respeto, colaboración, gratitud, fraternidad, igualdad, desarrollo,
democracia, nacionalidad, etc., tienen significado distinto o distorsionado en
los códigos idiosincrásicos haitianos, que los que puedan tener en el venenoso
propósito sajón o en el insultado intelecto nuestro. Mientras esa realidad no
se asuma, estaremos en un diálogo de sordos, donde lo único que se escucha y
defiende es lo que las mezquindades ego-tribales de la naturaleza haitiana
entiende por su mítica verdad y sus enfermos y desquiciados propósitos de logros
y conquistas maliciosas, a costa de la nación dominicana.
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