¡¡¡ tamo’junto…
pero no reburujáo!!!
Por Fernando Casado
El Pueblo Dominicano habría cumplido
un siglo y medio de existencia, cuando Fradíque de Toledo, en el año 1630,
fractura el establecimiento de aventureros ingleses y franceses que se habían
repartido en la isla de San Cristóbal (Saint Kitts), desafiando las
pretensiones españolas de dominio absoluto del
comercio en el Nuevo Mundo y, el
mero instinto de conservación, precipita a estos descastados en escapada, hacia
la costa norte de La Española, “casi enteramente abandonada”. Se enquistan
primitivamente allí, formando un tumor social genéticamente desordenado, sin
pudores éticos ni morales.
Fernado Casado |
El
drama históricamente trágico del establecimiento de ladrones de mar,
contrabandistas y delincuentes despatriados en la isla Tortuga, obligó al
Criollo dominicano a asumir la defensa de Su Territorio ante la indolente
incapacidad española. Es obvio que el fermento degradado del antisocial sin principios
ni reglas, normaba aquel asentamiento y que, inevitablemente, todos los
elementos enfermizos que caracterizan la barbarie, estarían presentes en las
raíces del germen que da nacimiento y cuerpo, con otros muchos agravantes que suma
la negritud belígera que se ubicó en occidente, en la sociedad que, desde allí,
se desarrolló con el tiempo y que devino en la nación haitiana.
James
Leyburn (“El Pueblo Haitiano”, p.27), ofrece un dato sumamente valioso y
definidor sobre lo que son las esencias de nuestras abismales diferencias con
el pueblo gestado en occidente como consecuencia de este nucleamiento filibustero.
Citamos: “Como en Saint Domingue no había nativos que los plantadores pudieran
explotar, los colonos optaron por la otra alternativa favorita del siglo XVIII:
la trata de negros”.
En 1730, cien años justos luego de
haberse nucleado esta madriguera en La Tortuga, comienza en la parte occidental
de nuestra isla el tráfico de esclavos negros procedentes de África. Es este el
punto de partida de lo que en el futuro sería la República de Haití y esta
referencia al hecho de que no existían “nativos” en la fecha en que arriban los
primeros negros a la parte francesa, denuncia elocuentemente, que no existe una
sola gota de sangre aborigen en el pueblo haitiano. Toda la prehistoria,
historia y cultura aborigen, pertenecen únicamente al pueblo que sintetizó y creció,
con la fuerza de la conjugación física y cultural española y aborigen,
asimilando la inserción de nuestras breves africanías, que fueron formando un
solo pueblo sobre esta tierra por más de tres siglos, hasta que las torpezas,
oportunismos e incapacidades de la indolente política española y francesa,
hicieron posible el desgarramiento de occidente.
Nuestros primeros esclavos arriban
cuando ha crecido ya una generación de Criollos, el ser consustancial con esta
naturaleza, el hombre que sembró los pies sobre el barro fértil de esta tierra
y la convirtió en Nación. Los primeros esclavos son traídos de España en 1510,
de seguro bautizados por sus amos cristianos y dominando el idioma español o
portugués, adaptados e influidos en aquella cultura; solo llegan 36 y “en Abril
más de 100, comprados en Lisboa”; mueren en su gran mayoría. Su numerario en lo
adelante no alcanzó proporciones cuantitativas importantes, ni manifestaron los
matices tribales violentos de Coromantos, Dahomeyanos y otras tribus que
determinaran, como en Haití, un Apocalíptico final. En nuestra historia, es
caso de excepción, la deserción de 20 Jolofes en el ingenio de Diego Colón en
1522, aunque constituye el hecho emblemático de ser la primera rebelión de
negros esclavos en el Nuevo Mundo. Citamos: “Los españoles, por su parte,
preferían los Yorubas”, “disciplinados e industriosos, acostumbrados a cultivar
la tierra”. (Manix & Cowley, “Historia de la Trata de Negros”).
Entre
el descubrimiento en 1492 y la presencia del primer esclavo en Haití en 1730
transcurren 238 años, y desde la entrada de la civilización por Santo Domingo
al Nuevo Mundo y el surgimiento de la nación haitiana en 1804, transcurren más
de 300 años de sólida integración dominicana. La pre-historia aborigen establece
una presencia sin tiempo de la que es continuación genética y cultural unívoca
la síntesis dominicana, que siembra la conquista hasta el día de hoy. Nuestro
Hombre es el Génesis del Nuevo Mundo y parte de nuestra historia particular,
sin perder humildad, es capítulo insoslayable de la Historia de la Humanidad.
Haití
arriba a su independencia con un concepto blando de nación. Apenas a 74 años de
haber desembarcado el primer esclavo, con formaciones de origen que denotan un
ser instintivo, primitivo, selvático y salvajemente cruel, sus relaciones de origen
cercenadas, desgarradas las familias, los grupos tribales y raciales, vendidos
como manadas de bestias, con vocación asustadiza a la agresividad feroz,
acentuada por el maltrato despiadado y animálico del francés, en circunstancias
terribles de supervivencia que reducen la brecha entre el hombre y el animal a
cero, no puede admitirse la más mínima posibilidad de que existiera, en el
esclavo sublevado de 1791, un criterio conceptual maduro para concebir la
creación inteligente de una nación. Citamos: “Las ferocidades de ambos bandos
eran casi increíbles. Los negros destripaban a los niños y violaban las
mujeres, los blancos les rompían los huesos a los negros que capturaban, les
echaban aceite hirviendo en los oídos y los desollaban vivos”. (Leyburn).
Es
degradación demencial de bestias endemoniadas en un Apocalipsis por una libertad
bastarda: aquella que arrebata o niega el hombre dantesco, no la que otorga
Dios. Cuando apuntan Boukman o Toussaint, perpetuando el símbolo de la tea
incendiaria, traen en sus rivalidades y ambiciones el germen de su propio
descalabro como nación. La herencia tribal y primitiva de sus ancestros, la
brutalidad hedonista del pirata y contrabandista francés, caló su sentido
distorsionado y teatral del poder, quebrantó las vanidades endémicas de la raza
y evacuó un liderazgo exaltado, de estridencias primitivas y versiones
elementales y caricaturescas de las pomposidades de una corte europea,
degenerando en el desgajamiento de parcelas ridículamente nobiliarias,
furiosamente rivales; históricas limitaciones, fruto lamentable de carencias
insalvables, no permitieron superar los contrastes, ni contribuir al
surgimiento de una tradición de liderazgo noble, capaz de guiar civilizadamente
al desarrollo de una nación fraterna, sin golosos apetitos obsesivos de
conquista ni oportunismos territoriales.
La
ferocidad brutal del levantamiento revela la herida honda y profundamente
traumática de la esclavitud, lo que sumado a la naturaleza del ser, hace
utópico pensar fecundara en un alto sentido ciudadano. El amo francés no era
culturalmente agricultor, y evidentemente, aquel africano tampoco lo era, en
consecuencia, esto pudiera explicar el penoso drama de un país cuyas riquezas
naturales han sido indolentemente devastadas. En el fondo del paisaje late aun
el eco sombrío de los tambores y el espectro posesivo vuduista parece flotar
como un fantasma sobre aquella tierra, atada sin remedio al continente de sus
orígenes y sus creencias ancestrales. Aun hoy en día, el alma haitiana se
debate sin encontrar la síntesis que define a todo pueblo, en una conducta
donde prima solo el instinto de conservación, la supervivencia y la locura trasnochada
de la conquista obsesionante del país dominicano como salvación, por encima del
pudor ciudadano, el patriotismo y el sentido responsable y obligado de
construir por si mismos su futuro, como todo pueblo que pretende ser
considerado con los atributos de una nación.
Existe
una diferencia abismal e insalvable entre el sentido libertario que galvaniza
el pensamiento luminoso de Juan Pablo Duarte y los Patriotas Trinitarios,
quienes enastan el derecho a la libertad del hombre más allá del color de su
piel, con una filosofía de elevación humana universal, y las motivaciones
feroces que muestran en carne viva los hechos históricos en el país haitiano:
Un caluroso agosto en Turpin en 1791, luego de una sudorosa ceremonia vuduista
de arrebatada ebriedad enloquecida, las señales macabras del tambor, la tea incendiaria
y un río de sangre decapitante de niños, mujeres y hombres, empapando la
llanura… solo por el color de la piel.
El
hecho de que un grupo de personas decidieran bautizar con el nombre de Haití a
su nación, 300 años después del descubrimiento, es sencillamente alegórico. No
tiene ninguna relación Histórica, con el aborigen o con el criollo, que
desarrolló esta nación. Pudieron llamarle con cualquier otro nombre y la
historia no se hubiese conmovido, porque toda relación genética e histórica en
esta isla antecede al pueblo haitiano en 300 años y pertenece únicamente al
pueblo dominicano. El dominicano no es la continuación del pueblo español, el
dominicano es la continuación, en el ente criollo, del pueblo heroico que
poblaba esta isla llámese como se llamara. No hay relación ninguna entre el
pueblo haitiano: ni genética, ni cultural, ni étnica, ni social, ni religiosa,
entre aquel pueblo Taino, que se diluyo en el criollo dominicano, a la
inserción española de la Conquista. No existía el ser aborigen cuando asoma el
negocio esclavista que da origen a Haití y sus históricas violencias. No hay
una sola gota de sangre aborigen en el pueblo haitiano.
Los
factores que determinan la sangrienta rebelión de esclavos, tiene sus claros
detonantes en el odio a muerte al amo, cuya brutalidad y presencia es y
simboliza, en su esquema del momento, la raza culpable, la sumisión degradante
y la razón de su despersonalización y humillante pobreza, desbordando sus
fobias primitivas en incontrolables contradicciones raciales y de castas,
culminando en un baño de sangre con la eliminación brutal de todo vestigio de
raza blanca y la entronización y única permanencia de una raza y una república
negras. Los sacerdotes católicos fueron asesinados. No por su credo, sino por
blancos y esta monstruosidad sacrílega, dejó desamparado al pueblo haitiano por
casi cien años de otra orientación “religiosa” que no fuesen los rituales
tribales ancestrales, que sintetizaron el vuduismo en que han quedado
atrapados.
Al
personaje liberador de Haití de 1804, los dominicanos tenemos históricamente
que recordarle y evaluarle, entre otras bestialidades, por su deuda impagada
con los 40 niños degollados y las 500 personas indefensas, encerradas a la
fuerza en la Iglesia de Moca para luego ser quemados vivos en diabólico
sacrilegio, incendiando aquel Templo Sagrado; haber convertido en cenizas la
ciudad de Santiago de los Caballeros y haber arrastrado su población humillada
sin distingos hasta Puerto Príncipe, como manada de animales, dejando las
heridas del camino sembradas de cadáveres. La distancia cronológica con Turpin
y el cambio de escenario y personajes, no hace diferencias en salvajismo. Mas
los pueblos, como los hombres, están condenados a pagar inevitablemente sus
culpas cuando pecan contra Dios. No puede ser ajeno el apocalipsis catastrófico
devastador que vive hoy el país haitiano a aquella barbarie obsesiva de culpas
monstruosas incalificables, aun sin noción de arrepentimiento, contra un pueblo
dominicano indefenso, la quema sacrílega de sus Templos Sagrados y el asesinato
de niños sin ninguna piedad, que no sugiera el castigo implacable de la ira
divina.
Las
razones que provocaron las iras del tirano Trujillo y condujeron a la supuesta matanza
de 1937, son exactamente las mismas que presentan las provocaciones de hoy. A
las imprudentes indelicadezas que caracterizan las instituciones
anti-dominicanas en sus incapacidades de siempre, se suma el hecho irresponsable
de naciones e instituciones sin prudencia, que sin detenerse ante la evidente
filosidad histórica del problema, ignorando diferencias insalvables de origen,
cultura e idiosincrasia, y cuya imperdonable falta de memoria y pudor, no las
exime de su responsabilidad en las miserias endémicas haitianas, sugieren
soluciones inaceptables, que implicarían el sacrificio del pueblo dominicano
frente a la inviabilidad de lograr transformar aquello en nación válida. El
irrespeto desafiante por una frontera que ha costado tanta sangre y sacrificios,
es un acto inaudito de inconsecuencia histórica, al esfuerzo y determinación de
siglos por construir laboriosamente una auténtica nación; un exceso intolerable
frente a nuestra soberanía, una provocación irreflexiva que ya, trágicamente,
definió claramente el único idioma que “un conglomerado en desintegración”
parece entender.
Es
difícil que en una sociedad en quiebra estructural, con las características de
la dinámica haitiana de hoy, puedan surgir hombres idóneos y desprendidos,
verdaderos políticos de buen juicio, estadistas, que fuesen capaces de medir
con ponderación serena los riesgos tremendos a que empujan su propio pueblo,
sin advertir que se siembra una infección irritante de enconada peligrosidad explosiva,
que reabriría heridas latentes que no cicatrizarían nunca y cuyas consecuencias
futuras son impredecibles. En el drama de Kosovo y en aquella triste
experiencia mejicana se retrata el sueño añorado por la frustración ajena en
esta isla.
Es
preocupante la violencia injusta implícita, que ha ofendido el honor de esta
nación, en el desaire a nuestro Presidente, en ocasión de aquel invaluable
gesto de nobleza política con su visita a Haití, echado a perder, sin medir las
cataclísmicas consecuencias que pudieran haber desatado. Las señales sombrías
presagian un enfrentamiento violento, no deseado, ni buscado por la nación
dominicana, si no se ordena el pensamiento de los prestidigitadores
internacionales de lo irracional y de víboras que pretenden cubrirse
prostituyendo la nacionalidad dominicana solo para ocultar su ponzoña envenenada
contra esta Nación. La Nacionalidad es para honrarla. Desde Santana hasta Solaín
Pie lo que cuestiona la historia no es el hecho de ser dominicano o no, es la
traición a la tierra que le vio nacer, en uno y la puñalada inconsecuente de la
ingratitud perversa con la Patria que le acogió, le dio respeto, y compartió
con ella pan y abrigo en su desgracia, en la otra. Es el mismo pecado.
No
es un papel ni un NOMBRE lo que cambia la naturaleza del hombre, es su conducta
la que dice a gritos todo lo que lleva dentro. Podrán intentar enlodar
perversamente nuestras escuelas y nuestros niños, contaminando el plazo para
una dominicanidad enfermiza, prostituyendo clandestinamente la educación,
asumiendo textos maliciosamente desfasados, arriesgando indolentemente la
formación idiosincrásica e histórica básica de nuestra juventud, intentando
distorsionar y acomodar irresponsablemente el anti-sentido haitiano de
nacionalidad, de familia o la educación ciudadana, y hasta ensuciar en nuestros
niños el sentido subliminal del concepto “Integración”
con su venenoso “Texto Integrado”. Lo
que no podrá perimir jamás es el desprecio digno y eterno de quienes aman esta Patria
de Juan Pablo Duarte tanto como cualquier haitiana ama la suya. Únicamente la
inmadurez aventurera de un liderazgo descabellado puede pensar que la República
Dominicana va a cruzarse de brazos y que este despropósito diabólico no va a
tener respuesta.
Trujillo
no está, y es posible que esto sea parte del envalentonamiento de los desquiciados
ideolojetes de la “una e indivisible” y los mentores irresponsables que quieren
revertir el disparate de la ocupación inoperante de Haití, con la locura
inaceptable de la fusión perversa de dos pueblos diametralmente distintos.
Pierden de vista la historia y el hecho real de que el pueblo dominicano es hoy
y será siempre el mismo de 1844. El pueblo valeroso que ha sabido contener los
apetitos y necedades históricas de ingleses, franceses, españoles,
norteamericanos y haitianos. Quienes han sabido mantener detrás de esas
fronteras aquel desafortunado pueblo. Un irremediable y doloroso drama del que
nadie mas que ellos y quienes han desgarrado alguna vez aquel país, son y serán
únicos responsables ante la historia. ¡¡¡Tamo’junto… pero no reburujáo!!!.
1 comentario:
Bravo! Bravo! Bravo!
Todos mis respetos a Fernando Casado por respetar y proclamar la Dominicanidad que solo nos pertenece a nosotros los dominicanos de Quisqueya.
Virginia Guillen
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