“Europeísmo español a costa
del latinoamericanismo español”
Por Pedro Caba
Con motivo de la celebración del 500 aniversario del Descubrimiento de
América, en 1992, la gran colonizadora de América que es España se encontraba
atrapada en una disyuntiva que ella misma se labró: recobrar su condición de
gran potencia europea o convertirse junto a Portugal, de una vez y por todas,
en beneficiarias y defensoras en todos los ámbitos de la gran herencia
hispano-lusa recibida de sus portentosos conquistadores.
España se decantó por ser más europeísta a costa de ser menos
latinoamericanista, como si el especial momento histórico que vivía le exigiera
tal cosa, pudiendo cumplir los dos propósitos sin desmedro de ninguno de ellos.
Portugal fue arrastrada por su hermano mayor ibérico, siendo los resultados de
tan infausta decisión los que hoy, una generación después, se perciben:
pérdida, quizá para siempre, de la brillante oportunidad de constituirse ambas
en puerta de entrada a Europa de todas sus antiguas colonias.
La Cumbre Iberoamericana de Veracruz ya no interesa a los grandes
Brasil, Argentina o Venezuela porque de poco le sirvió las anteriores para
estrechar lazos económicos-sociales con las madres patrias.
En estos 25 años transcurridos ¿qué no fueran de importantes y sólidas
contrapartes negociadoras, por sus propios intereses y los de toda
Latinoamérica, España y Portugal con respecto al resto de Europa? ¿Cuáles no
serían de influyentes desde el punto de vista económico y geopolítico los
respectivos asientos de España y Portugal en el Parlamento Europeo y en todas
las demás instancias de poder de la Unión Europea?
¿Previeron España y Portugal lo necesitada que estaba América Latina
de que sus padres fundadores le protegieran del influjo imperial de la nación
de origen anglosajón que había pasado a ser, y todavía lo es aunque depreciada,
primera potencia de la Tierra reclamando lo que consideraba su “natural” zona
de influencia? ¿De qué valió el histórico gesto de Ignacio Lula da Silva de
negar que Brasil formara parte de un Acuerdo de Integración Económica de las
Américas, ambicionado por Estados Unidos de América, que no fuera de igual a
igual, si los que estaban destinados a protegerlos se quedaban de brazos
cruzados? ¿Por cuáles razones que pudieran hoy justificarse, dos décadas
después, España y Portugal no ofertaron a Latinoamérica un bloque integrador
que negociara el mismo acuerdo comercial, pero más justo que el pretendido por
los norteamericanos, con la Unión Europea?.
En oposición a la adopción de ese compromiso histórico, España al
igual que las naciones que se consideran íconos europeos, se han puesto del
lado de los norteamericanos imitándolos en sus prácticas neoliberales y
manipuladoras de los grandes mercados de commodities y de cuantas iniciativas
de extensión del poder e influencia mundiales se les ocurre en el resto del
mundo, con tal de preservar su predominio mundial. Y tanto lo han hecho, que
hasta copiaron sus mismas prácticas hipotecarias y financieras que desbastaron
sus economías.
Vivimos intensamente los esfuerzos constructivos y de organización
que, para los efectos del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, el
hispanista jefe de Estado de la República Dominicana, doctor Joaquín Balaguer,
entre otras grandes obras, hizo ejecutar el compromiso iberoamericano de
levantar un enorme Faro a Colón, pretendiendo que los reyes de España y todo su
gobierno cumplieran una promesa que databa ya de más de 100 años. Siendo la
Hispaniola el primer asentamiento europeo en el Nuevo Mundo y punto de partida
de todas las empresas colonizadoras de América, era dable pensar que España y
Portugal le prestaran máxima
importancia política al evento. El Vaticano, con
mayor visión de la historia, sí lo hizo trasladando al mismo Papa a la celebración,
pero las autoridades de la península ibérica enviaron personal representativo
de segundo orden, mostrando su cortedad de miras.
Se entiende que el franquismo sumergió a España en el atraso
institucional y político y no la dejó acompañar al resto de Europa que se
incorporó con nuevos paradigmas de progreso de las ruinas de la Segunda Guerra
Mundial. Pero después del franquismo no había razón de hacerse más europeísta a
costa de ser menos latinoamericanista.
De nuevo las corrientes neoliberales impuestas por los imperios
imperaban entonces en la península ibérica, y tanto las autoridades como la
intelectualidad española y lusa se encontraban subsumidas en el examen de su
pasado histórico, bajo el prisma desdoblado de las nuevas corrientes del
pensamiento que pretendían derribar toda la tradición estatal e histórica y
suplantarlas por las horrendas fuerzas del mercado.
Endeble y falso intelectualismo que se flageló el entendimiento
haciéndose creer que acabó con culturas enteras y riquezas autóctonas de las
originarios pobladores de América, sin tomar en cuenta que en ningún caso de la
historia universal del progreso humano la espada ha estado ausente.
Que se pregunten cuáles de esas herencias han sido preservadas de los
indígenas que los norteamericanos destinaron a las reservaciones.
En el reverso, se observa a más de 600 millones de latinoamericanos
cuya lengua, cultura, religión, hábitos alimenticios, estilos de vida resumen
la rica herencia hispano-lusa, aunque sus progenitores no lo valoren de esa
forma. Cuando comiencen a desaparecer las lenguas y estilos de vida para
preservar únicamente las más fuertes y representativas del nuevo orden
universal, quizá se repare en tamaño error histórico.
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