Un
muro para preservar la Independencia
En una pequeña obra, publicada por Regis Debray ( Eloge des frontieres, Paris, Folio, 2010) se examina el fantasma que habita en muchas de las mentes que se han dejado seducir por la idea de que sería deseable renunciar a nosotros mismos: “ Una idea estúpida encanta al Occidente: la Humanidad que ya va mal, irá mejor sin fronteras.” Nos recuerda, Debray, que allí donde se disuelven las fronteras; se impone la ley de la jungla; desaparece el derecho y se produce la guerra. Las fronteras son un factor de paz. Porque evitan que la personalidad de la nación se disuelva; se fragmente; sea colonizada en su interior. Cuando un pueblo combate para salvar su patrimonio—sus empleos, sus escuelas, sus templos y catedrales, el panteón de sus libertadores—todos los medios empleados resultan insuficientes. Porque de lo que se trata no es de salvar lo que tenemos, sino de preservar nuestro propio ser.
Cuando
un invasor extranjero quiere
desfigurar a la nación o
disolverla; desvanecer su himno nacional; desconocer su soberanía; irrespetar
su bandera y pretende, abolir sus fronteras, suplantando a su pueblo., cuando
aparecen riesgos de semejantes proporciones, la única salida que tiene el pueblo es el patriotismo. La desaparición de la
frontera, como consecuencia de la
ocupación haitiana (1822-1844) fue el caldo de cultivo de la guerra de
Independencia dominicana (1844-1856). La reimplantación de la frontera y su reconocimiento por parte
de la nación agresora en el Tratado de Paz de 1874 fue el fundamento de las
paces entre los dos Estados que
comparten la isla de Santo Domingo.
Con
el Tratado de 1929 y el protocolo de 1936, las disputas fronterizas entre República
Dominicana y Haití quedaron resueltas. Pero la vecindad con un Estado que todos
los organismos internacionales han calificado como inviable, se ha transformado
en la mayor amenaza para la República Dominicana. Se trata de un Estado que incumple los tratados, que nos
respeta los límites, ni la convivencia ni el derecho interno de los
dominicanos. A consecuencia de ese fatales circunstancias , los dominicanos
perdimos, tras el nacimiento de los dos Estados que comparten la isla de Santo
Domingo, más de 5.600 km2. En épocas
de paz, Haití, aprovechándose de la debilidad de los dominicanos, rebasó las
fronteras pre estatales de Aranjuez (1777) que había heredado de los franceses,
y pasó de 21.087 km2 a los 27.750 km2 actuales, amputando todo ese territorio a los dominicanos.
Nada
permanente ha sido logrado por los dominicanos. Ni su independencia, ni su
patria ni su libertad. Nacimos como Estado con una frontera intra insular que
nos obliga a mantenernos en estado de guardia, en alerta roja, para mantener inalterable el sentido
inicial de nuestra vida como nación.
El pueblo haitiano se ha desplazado, con
todos los medios de que dispone, hacia la República Dominicana. Sus dirigentes, totalmente
irresponsables, le han pedido a la
Comunidad Internacional, una fusión, enmascarada bajo la coartada de la defensa
de los derechos humanos. Sus masas de hambrientas han desnacionalizan el
empleo; destruyen todas las conquistas sociales del pueblo dominicano. Con la
ayuda de las ONG, que viven de la miseria de la esta población, se han propuesto derribar la frontera
jurídica y colonizar a la República Dominicana.
De este modo, se organiza, en territorio
dominicano, la batalla entre dos naciones distintas por la lengua, la historia,
la cultura, los modos de vida y las diferencias económicas. Por un lado, el
pueblo haitiano, colapsado, sin esperanzas, sin rumbo político, intervenido por
la Comunidad Internacional y sin respuestas, a su naufragio. Por otro, el
pueblo dominicano sobre cuyas
espaldas se han echado todas las
desgracias laborales, sanitarias, educativas de esa infortunada nación. Ante esa situación ha entrado en el
teatro histórico la idea de un amurallado fronterizo. Un corredor de
prosperidad que añada a la muralla
física, la barreras de los intereses humanos, representada por el retorno de dos millones de dominicanos a esas provincias desoladas
que representan el 21% de todo el territorio nacional.
Los
enemigos de la felicidad del pueblo dominicano no se conforman con
desnacionalizar a la República, quieren, además, desacreditar a los que la
defienden, burlarse de sus propuestas; reírse de su patriotismo.
Tres
son los argumentos empleados por los promueven la haitianización del país para
oponerse a la construcción de muro fronterizo.
1. La hostilidad a todo
lo que atente a la idea de fusión. Mantienen el propósito,
rotundamente perverso, de
traspasarle a los dominicanos los problemas de Haití. Los mismos que nos
insultaron, callaron la construcción del muro haitiano de poco más de un
kilometro de longitud en la ribera del arroyo Carrizal (Elías Piña). Al parecer, los haitianos tienen derecho a protegerse de lo que
consideren necesario, y a los dominicanos se nos priva y se nos condena todos
los reclamos, que en igualdad de derechos hagamos. La idea de un muro fronterizo no es un invento dominicano. Actualmente,
hay 32 muros fronterizos. Michel
Foucher (L´obsession des frontieres,
Paris, 2007) nos dice que desde 1991 hasta el día de hoy se han construido
28.000 kilómetros de nuevas fronteras internacionales, 18.000 kilómetros de
barreras, vallas y muros fronterizos.
2. En otros casos, nuestros rivales han proclamado la inutilidad de los
muros. Se olvida que otros países con políticas más
sensatas que las nuestras han construido muros. a) para controlar el tráfico de armas y estupefacientes; b). el
cruce ilegal de personas, la trata personas; c) controlar el terrorismo; d). protegerse de enfermedades procedentes de territorios insalubres; e) evitar
los atentados al medio ambiente. En caso dominicano, todas estas razones legítimas
se hallan presentes. Tenemos 392
kilómetros de una frontera sin obstáculos apreciables, abierta a la penetración ilegal en enormes proporciones, y cuyo
respeto descansaría casi
exclusivamente sobre la conciencia cívica de los inmigrantes ilegales. En todos
los países en donde se han establecido barreras a la penetración ilegal, ha
disminuido grandemente la inmigración ilegal. Así ha ocurrido en Estados
Unidos, en Ceuta y Melilla, en la frontera afgano iraní y en otras partes del mundo. No logro visualizar cómo podrán convencernos
de que una frontera sin obstáculos, marcadas por arroyos que se cruzan a pie,
puede darnos una sensación de seguridad mayor que la de un amurallado fronterizo Cualquier argumento sobre la inutilidad de los muros queda desmantelado
ante los resultados posteriores a su instalación.
3.
La tercera razón que fundamenta la oposición es el costo.
¿Puede
nuestro hacer una inversión que podría muy bien andar por los trescientos
millones de dólares en un muro fronterizo, que limitaría el ingreso de personas al país únicamente por
los cuatro puntos autorizados? En la actualidad se ha producido una
desnacionalización del empleo, el país gasta más de 5.300 millones de pesos en
atenciones médicas a los indocumentados que penetran por las fronteras, los
bosques dominicanos son copiosamente devastados por las demandas de la población
haitiana que consume 6 millones de metros cúbicos de madera por año,
equiparable a toda la superficie boscosa de Higuey. Todas esas realidades deberían quedar suprimidas con el
amurallado. La pregunta a la que
debemos responder es la siguiente: ¿Cuánto cuesta la felicidad del pueblo
dominicano? Se dirá que la República
Dominicana cuesta cara, pero debemos pagar el precio de la Independencia, o
resignarnos a vivir sin ella y perder para siempre el control de nuestro destino. El riesgo de no hacerlo es en el corto
plazo enfrentarnos a un caos demográfico que destruiría todas nuestras
conquistas sociales.
En todo
caso, es mejor tenerlo, y que no resulte necesario para mantener contenido al
pueblo haitiano dentro de sus fronteras, que necesitarlo, y no tenerlo para proteger lo único que la
da sentido a nuestras vidas, la República Dominicana.
¿Por qué debemos construir un muro fronterizo?
Para
nosotros resulta indispensable proteger a las generaciones presentes y futuras
de dominicanos.
1. Necesitamos un muro que nos proteja de la desnacionalización del empleo
en la agricultura, en la construcción, en la buhonería, en los servicios. Para
que podamos modernizar la agricultura, auxiliar a nuestros compatriotas que han sido brutalmente
despojados de los mecanismos de supervivencia y obligados a vivir privados
completamente de las posibilidades de mantener a sus familias.
2. Necesitamos un muro, que nos defienda de las enfermedades procedentes
del país más insalubre del continente. Haití tiene el liderazgo del SIDA (6%
rural y 10% urbano), de la malaria, de todas las enfermedades generadas por vectores
(el agua, los animales, los insectos), del cólera y tiene, además, el
liderazgos de las enfermedades de animales. Es un deber de las autoridades
evitar que las consecuencias fatales de esta situación les sean traspasadas al
pueblo dominicano.
3. Necesitamos un muro que nos prevenga de la intención de las autoridades
del Estado vecino destruir nuestras fronteras jurídicas, y hacernos naufragar
en sus problemas.
4. Un muro para recuperar el control de nuestra sociedad, de nuestra
nacionalidad y para evitar que nuestros derechos nos sean arrebatados para dárselo
a los indocumentados procedentes del país vecino. La única forma de combatir los males que se ensañan
contra nuestra sociedad, es que nuestras
fronteras se mantengan cerradas a la inmigración ilegal, bajo la tutela
y rigor de nuestras leyes.
5.
Necesitamos un muro, porque
el tiempo de la recuperación de Haití y el tiempo de disolución de nuestra
sociedad no son homogéneos. Nosotros no podemos esperar que a largo plazo Haití
se recupere. Porque es la sociedad con el mayor desempleo del continente 70%,
con la mayor proporción de enfermedades, con la menor proporción médicos y de
recursos; con los mayores grados de empobrecimiento deterioro del medio ambiente,
en las carencias de recursos
humanos más elementales. Nosotros tenemos la responsabilidad de salvaguardar la
soberanía y el bienestar del pueblo dominicano, y para hacerlo tenemos que
hacer uso del derecho a decidir nuestro destino. Que los dominicanos recuperen
sus hospitales y sus escuelas y sus empleos. Que desaparezca la desesperanza y
que, llegado el fin de la ocupación extranjera, podamos dedicarnos a construir
la felicidad. A reencontrarnos con nuestro país, sin interferencias extranjeras.
.
6. Independientemente de los derroteros que tome el caso haitiano, tenemos
derecho a subsistencia cultural. Es probable, que la única forma de legarle a
las generaciones futuras de dominicanos un país viable sea construyendo el muro
de la amistad y de la buena convivencia entre dos sociedades distintas. Un muro
que nos evite la fractura de nuestra sociedad. Un muro contra la delincuencia,
el contrabando, el narcotráfico, el tráfico de armas ilegales y la invasión de
ilegales. Un muro que les devuelva la confianza y la paz a los
dominicanos. Que nos coloque en la
senda de la regeneración y de la reconstrucción de todo lo que se ha destruido
en esta sociedad. Un muro que nos proteja de la importación de la miseria. Que
nos devuelva la fe en nosotros mismos. Que los haitianos se ocupen de sus problemas,
y nosotros de los nuestros. Era ése el sueño de Juan Pablo Duarte. Poder llevar
al dominicano, con su talento, con su esfuerzo, con el amor por su tierra y por
los suyos, como Moisés condujo a su pueblo a las puertas de la tierra
prometida.
El colapso y el desplome del Estado
haitiano no debe ser pretexto para suprimir la libertad y la existencia del
pueblo dominicano.
La decisión
de construir un muro fronterizo debe ser resultado de la expresión en referendo
aprobatorio del pueblo dominicano. Es menester, que el pueblo
dominicano como conciencia real del Estado, en el ejercicio de sus atributos y
derechos, se pronuncie libremente sobre la mayor amenaza a su existencia.
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