lunes, 21 de julio de 2014

El desplome del Estado haitiano no debe ser pretexto para suprimir la existencia del pueblo Dominicano.


Un muro para preservar la Independencia














En una pequeña obra, publicada por Regis Debray ( Eloge des frontieres, Paris, Folio, 2010) se examina el fantasma que habita en muchas de las mentes que se han dejado seducir  por la idea de que sería  deseable renunciar  a nosotros mismos: “ Una idea estúpida encanta al Occidente: la Humanidad que ya va mal, irá mejor sin fronteras.”  Nos recuerda, Debray, que allí donde se disuelven las fronteras; se  impone la ley de la jungla; desaparece el derecho y  se produce la guerra. Las fronteras son un factor de paz. Porque  evitan que la personalidad de la nación se disuelva; se fragmente;  sea colonizada en su interior. Cuando un pueblo  combate para salvar su patrimonio—sus empleos, sus escuelas, sus templos y catedrales, el panteón de sus libertadores—todos los medios empleados resultan  insuficientes. Porque de lo que se trata no es de salvar lo que tenemos, sino de preservar nuestro propio ser.

Cuando un invasor extranjero  quiere desfigurar a la nación  o disolverla; desvanecer su himno nacional; desconocer su soberanía; irrespetar su bandera y pretende, abolir sus fronteras, suplantando a su pueblo., cuando aparecen riesgos de semejantes proporciones,  la única salida que tiene el pueblo es el  patriotismo. La desaparición de la frontera,  como consecuencia de la ocupación haitiana (1822-1844) fue el caldo de cultivo de la guerra de Independencia dominicana (1844-1856). La  reimplantación de la frontera y su reconocimiento por parte de la nación agresora en el Tratado de Paz de 1874 fue el fundamento de las paces  entre los dos Estados que comparten la isla de Santo Domingo.

Con el Tratado de 1929 y el protocolo de 1936, las disputas fronterizas entre República Dominicana y Haití quedaron resueltas. Pero la vecindad con un Estado que todos los organismos internacionales han calificado como inviable, se ha transformado en la mayor amenaza para la República Dominicana.  Se trata de un Estado que incumple los tratados, que nos respeta los límites, ni la convivencia ni el derecho interno de los dominicanos. A consecuencia de ese fatales circunstancias , los dominicanos perdimos, tras el nacimiento de los dos Estados que comparten la isla de Santo Domingo, más de 5.600 km2.  En épocas de paz, Haití, aprovechándose de la debilidad de los dominicanos, rebasó las fronteras pre estatales de Aranjuez (1777) que había heredado de los franceses, y pasó de 21.087 km2  a los  27.750 km2  actuales, amputando  todo ese territorio a los dominicanos.
Nada permanente ha sido logrado por los dominicanos. Ni su independencia, ni su patria ni su libertad. Nacimos como Estado con una frontera intra insular que nos obliga a mantenernos en estado de guardia, en alerta roja,  para mantener inalterable el sentido inicial de nuestra vida como nación.

 El pueblo haitiano se ha desplazado, con todos los medios de que dispone, hacia la República Dominicana.  Sus dirigentes, totalmente irresponsables,  le han pedido a la Comunidad Internacional, una fusión, enmascarada bajo la coartada de la defensa de los derechos humanos. Sus masas de hambrientas han desnacionalizan el empleo; destruyen todas las conquistas sociales del pueblo dominicano. Con la ayuda de las ONG, que viven de la miseria de la esta población,  se han propuesto derribar la frontera jurídica y colonizar a la República Dominicana.

 De este modo, se organiza, en territorio dominicano, la batalla entre dos naciones distintas por la lengua, la historia, la cultura, los modos de vida y las diferencias económicas. Por un lado, el pueblo haitiano, colapsado, sin esperanzas, sin rumbo político, intervenido por la Comunidad Internacional y sin respuestas, a su naufragio. Por otro, el pueblo dominicano  sobre cuyas espaldas se han  echado todas las desgracias laborales, sanitarias, educativas de esa infortunada nación.  Ante esa situación ha entrado en el teatro histórico la idea de un amurallado fronterizo. Un corredor de prosperidad que añada  a la muralla física, la barreras de los intereses humanos, representada por  el retorno  de dos millones de dominicanos a esas provincias desoladas que representan el 21% de todo el territorio nacional.
Los enemigos de la felicidad del pueblo dominicano no se conforman con desnacionalizar a la República, quieren, además, desacreditar a los que la defienden, burlarse de sus propuestas; reírse de su patriotismo.
Tres son los argumentos empleados por los promueven la haitianización del país para oponerse a la construcción de muro fronterizo.

1.  La hostilidad a todo lo que atente a la idea de fusión. Mantienen el propósito, rotundamente perverso,  de traspasarle a los dominicanos los problemas de Haití. Los mismos que nos insultaron, callaron la construcción del muro haitiano de poco más de un kilometro de longitud en la ribera del arroyo Carrizal (Elías Piña). Al parecer, los haitianos tienen derecho a protegerse de lo que consideren necesario, y a los dominicanos se nos priva y se nos condena todos los reclamos, que en igualdad de derechos hagamos. La idea de un muro fronterizo no es un invento dominicano. Actualmente, hay 32 muros fronterizos.  Michel Foucher (L´obsession des frontieres, Paris, 2007) nos dice que desde 1991 hasta el día de hoy se han construido 28.000 kilómetros de nuevas fronteras internacionales, 18.000 kilómetros de barreras, vallas y muros fronterizos.

2.   En otros casos,  nuestros rivales  han proclamado la inutilidad de los muros. Se olvida que otros países con políticas más sensatas que las nuestras han construido muros. a) para controlar el tráfico de armas y     estupefacientes; b). el cruce ilegal de personas, la trata personas; c)   controlar el terrorismo; d).  protegerse de enfermedades procedentes de   territorios insalubres; e) evitar los atentados al medio ambiente. En caso dominicano, todas estas razones legítimas se hallan presentes.  Tenemos 392 kilómetros de una frontera sin obstáculos apreciables, abierta a la penetración  ilegal en enormes proporciones, y cuyo respeto  descansaría casi exclusivamente sobre la conciencia cívica de los inmigrantes ilegales. En todos los países en donde se han establecido barreras a la penetración ilegal, ha disminuido grandemente la inmigración ilegal. Así ha ocurrido en Estados Unidos, en Ceuta y Melilla, en la frontera afgano iraní  y en otras partes del mundo.  No logro visualizar cómo podrán convencernos de que una frontera sin obstáculos, marcadas por arroyos que se cruzan a pie, puede darnos una sensación de seguridad  mayor que la de  un amurallado fronterizo Cualquier argumento sobre la inutilidad de los muros queda desmantelado ante los resultados posteriores a su instalación.

3.   La tercera razón que fundamenta la oposición es el costo.
¿Puede nuestro hacer una inversión que podría muy bien andar por los trescientos millones de dólares en un muro fronterizo,  que limitaría el ingreso de personas al país únicamente por los cuatro puntos autorizados? En la actualidad se ha producido una desnacionalización del empleo, el país gasta más de 5.300 millones de pesos en atenciones médicas a los indocumentados que penetran por las fronteras, los bosques dominicanos son copiosamente devastados por las demandas de la población haitiana que consume 6 millones de metros cúbicos de madera por año, equiparable a toda la superficie boscosa de Higuey.  Todas esas realidades deberían quedar suprimidas con el amurallado.  La pregunta a la que debemos responder es la siguiente: ¿Cuánto cuesta la felicidad del pueblo dominicano? Se dirá que la República Dominicana cuesta cara, pero debemos pagar el precio de la Independencia, o resignarnos a vivir sin ella y perder para siempre el control de nuestro destino.  El riesgo de no hacerlo es en el corto plazo enfrentarnos a un caos demográfico que destruiría todas nuestras conquistas sociales.

En todo caso, es mejor tenerlo, y que no resulte necesario para mantener contenido al pueblo haitiano dentro de sus fronteras,  que necesitarlo, y no tenerlo para proteger lo único que la da sentido a nuestras vidas, la República Dominicana.

¿Por qué debemos construir un muro fronterizo?

Para nosotros resulta indispensable proteger a las generaciones presentes y futuras de dominicanos.
1.    Necesitamos un muro que nos proteja de la desnacionalización del empleo en la agricultura, en la construcción, en la buhonería, en los servicios. Para que podamos modernizar la agricultura, auxiliar a nuestros  compatriotas que han sido brutalmente despojados de los mecanismos de supervivencia y obligados a vivir privados completamente de las posibilidades de mantener a sus familias.

2.   Necesitamos un muro, que nos defienda de las enfermedades procedentes del país más insalubre del continente. Haití tiene el liderazgo del SIDA (6% rural y 10% urbano), de la malaria, de todas las enfermedades generadas por vectores (el agua, los animales, los insectos), del cólera y tiene, además, el liderazgos de las enfermedades de animales. Es un deber de las autoridades evitar que las consecuencias fatales de esta situación les sean traspasadas al pueblo dominicano.

3.   Necesitamos un muro que nos prevenga de la intención de las autoridades del Estado vecino destruir nuestras fronteras jurídicas, y hacernos naufragar en sus problemas.

4.   Un muro para recuperar el control de nuestra sociedad, de nuestra nacionalidad y para evitar que nuestros derechos nos sean arrebatados para dárselo a los indocumentados procedentes del país vecino.  La  única  forma de combatir los males que se ensañan contra nuestra sociedad, es que nuestras  fronteras se mantengan cerradas a la inmigración ilegal, bajo la tutela y rigor de nuestras leyes.

5.   Necesitamos un muro, porque el tiempo de la recuperación de Haití y el tiempo de disolución de nuestra sociedad no son homogéneos. Nosotros no podemos esperar que a largo plazo Haití se recupere. Porque es la sociedad con el mayor desempleo del continente 70%, con la mayor proporción de enfermedades, con la menor proporción médicos y de recursos; con los mayores grados de empobrecimiento deterioro del medio ambiente, en las carencias de  recursos humanos más elementales. Nosotros tenemos la responsabilidad de salvaguardar la soberanía y el bienestar del pueblo dominicano, y para hacerlo tenemos que hacer uso del derecho a decidir nuestro destino. Que los dominicanos recuperen sus hospitales y sus escuelas y sus empleos. Que desaparezca la desesperanza y que, llegado el fin de la ocupación extranjera, podamos dedicarnos a construir la felicidad. A reencontrarnos con nuestro país, sin interferencias extranjeras.
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6.   Independientemente de los derroteros que tome el caso haitiano, tenemos derecho a subsistencia cultural. Es probable, que la única forma de legarle a las generaciones futuras de dominicanos un país viable sea construyendo el muro de la amistad y de la buena convivencia entre dos sociedades distintas. Un muro que nos evite la fractura de nuestra sociedad. Un muro contra la delincuencia, el contrabando, el narcotráfico, el tráfico de armas ilegales y la invasión de ilegales. Un muro que les devuelva la confianza y la paz a los dominicanos.  Que nos coloque en la senda de la regeneración y de la reconstrucción de todo lo que se ha destruido en esta sociedad. Un muro que nos proteja de la importación de la miseria. Que nos devuelva la fe en nosotros mismos. Que los haitianos se ocupen de sus problemas, y nosotros de los nuestros. Era ése el sueño de Juan Pablo Duarte. Poder llevar al dominicano, con su talento, con su esfuerzo, con el amor por su tierra y por los suyos, como Moisés condujo a su pueblo a las puertas de la tierra prometida.

 El colapso y el desplome del Estado haitiano no debe ser pretexto para suprimir la libertad y la existencia del pueblo dominicano.
La decisión de construir un muro fronterizo debe ser resultado de la expresión en referendo aprobatorio del pueblo dominicano. Es menester, que el pueblo dominicano como conciencia real del Estado, en el ejercicio de sus atributos y derechos, se pronuncie libremente sobre la mayor amenaza a su existencia.








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