Raíces de Gen-Libre
Por Fernando Casado
Conmociones profundas, labraron a golpes de
martillo, el perfil de nuestro rostro cultural e identidad. Paso a saltos,
fueron particularizando, delineando sutilmente nuestra musculatura social,
acentuando, en el tiempo, sus rasgos de caracterización diferenciada.
Estructurando, cincelando, y finalmente, conjugando la fortaleza visceral de
nuestra escultura idiosincrásica y el espíritu auténtico del ser dominicano.
Rasgos, más allá de lo físico hacia su quintaesencia, alimentaron y germinaron
su coherencia virgen, cuasi-escondidos, desde una brumosa génesis Pre-Temporal.
Poca atención hemos dedicado a tomar en cuenta el valor, cualitativamente
determinante de todas las circunstancias. ¿Porque somos lo que somos y como
somos? Perdemos la perspectiva y confunde, pero es un recurso “malicioso” con
que la propia naturaleza, instintivamente, nos impulsa y enfrenta al compromiso
intrínseco de ir transformando, cincelando, depurando y esculpiendo,
ineludiblemente, nuestro hombre, nuestra familia, nuestra sociedad y nuestra
nación del futuro. 31 años de dictadura, lastimaron el lecho de la fe y
socavaron una autenticidad que hubo de costar siglos, delinear en su esencia y
fisonomía propias. Estamos obligados a resaltar lo que la prisa de la Conquista
perdió de vista o, penosamente, no acertara siquiera a valorar.
Los rasgos y caracteres con que
la naturaleza ha marcado la quintaesencia profunda del hombre, se delatan,
imponen y manifiestan, en las grandes crisis. Ese “Algo”, crecido más allá de
lo personal. Ignorado e insospechadamente latente, dormitando en lo profundo de
uno mismo. Lo trascendentemente visceral, lo que, inevitablemente, explica la
fuerza metálica comprometida que diferencia naciones, individuos, razas o
tribus, y en un momento dado, se manifiesta y confirma en los arquetipos que
dan el paso y trascienden. Los hombres a quienes la historia no tendrá con qué
pagar su sacrificio o ejemplo y cuya siembra regalada queda prendida en la
testa de los pueblos, trátese ya de Héroes rotundos o Cristos anónimos.
Un
primer síntoma de esta elocuencia, asoma en Hatuey. Sobrehumano! Hay un ¡No! de
principios instintivos, primitivos, que ha sembrado los ecos en su actitud
indómita, imperceptiblemente
atesorados en nuestros conductos genéticos.
Quemado vivo sin proferir una sola queja, marca un valor inconcebible, de
principios cultivados desde lo profundo del instinto. El torrente hierve
incendiario en las pupilas de Hatuey, Caonabo, Guarionex, Anacaona, Bohechio,
Cotubanama y erupciona desorbitada y flameante en Enriquillo.
Aun con su verga genética
aborigen, el “Cacique” Enriquillo era, culturalmente, un ¡criollo! Su excepcional inteligencia había sido
educada, moldeada y formada a la española, asumiendo conocimientos en el uso de
las armas. Mientras tanto, sus viscerales concepciones morales y de tradición
permanecieron intactas, y aquella percepción intuitiva de su herencia cultural
taina, lo capacitó para enfrentar y vencer al Conquistador. Conocía sus
debilidades. Su estrategia de lucha durante 14 largos años, crearon, de hecho,
una Nación Aborigen al margen de la conquista y demostró el Genio latente en las
inteligencias y valores de la raza, bullente y magnético, en la transformación
de la sociedad múltiple que habríamos de ir consolidando, inevitablemente,
hacia el futuro.
El Dr. Chanca, quien arribara
con Colón en el segundo viaje. Testigo de la destrucción del “La Navidad” por
Caonabo, afirma, luego de presionar e insistir examinar físicamente a un
Guacanagarix negado, que éste, había engañado al Descubridor, que su pierna
“herida” estaba sana y que debió ser fusilado. ¿Hasta dónde es verdad el
“supuesto” enfrentamiento entre aborígenes en “defensa” de españoles? ¿Porque
desaparece voluntariamente Guacanagarix del escenario y no progresa aquella
“supuesta” incondicionalidad amistosa? ¿Quién pudo traducir los hechos, del
idioma taino al español, si aquellos fueron exterminados totalmente, sin
constancia testimonial posible, ante el desconocimiento de la lengua indígena y
éstos de la española.
Sería ignorante desarraigar o
ignorar, en el alma anciana de esta primera sociedad que surgiera en el Nuevo
Mundo desde 1492, el
sentido forzosamente autodependiente, orgánicamente
diferenciado y viceralmente amarrado al vientre de su propia tierra y
naturaleza, que fue conformando y transformando el basamento cualitativo de
aquella sociedad “criolla”, en la coherencia de nación y pueblo que somos hoy.
Del Caonabo indómito al
invencible Enriquillo y la primera
rebelión de Negros en la orilla de la Nueva Historia; de los sacudimientos
ambivalentes de Roldan hacia un espacio justo para españoles y aborigenes, a
las Devastaciones de Osorio que dieron origen a Monte-Plata y Bayaguana y las
desobediencias desafiantes criollas a las órdenes del Rey, a las luchas por
desalojar la piratería tortuguera y las ocupaciones culpables de nuestro
territorio. En los ducados sacrílegos de un ladrón de mares y saqueador de
iglesias como Francis Drake, al espanto asustadizo de Penn y Venables, hasta la
sangre santiaguera derramada en una guerra ajena, defendiendo el corazón de
este sueño del desamparo indiferente y los acosos golosos del pillaje francés
aventurero, hasta los imperdonables y catastróficos Tratados Malditos de
subastadores sin consciencia, de pueblos históricos y fronteras sangrantes,
como si aquellos fuésemos bestias y no seres humanos, que enfermaran al delirio
aquella primitiva negritud beligerante, que no ha sido capaz de despertar de su
terca pesadilla canibalesca. El desvarío aberrante, que para ser “primero de
los negros” o “primero de los blancos” importara el color del pellejo y no las
profundidades de un liderazgo de inteligencia coherente de propósitos
patrióticos constructivos, de fertilidad colectiva para cultivar y florecer la
conciencia visceral de una verdadera inteligencia de Nación.
La historia nos ha ido haciéndonos más
capaces, osados y conscientes. Sin proponérnoslo, hemos devenido en una
sociedad atípica en este Caribe tumultuoso. Es evidente que somos un pueblo de
inteligencia, un brazo histórico diferente al resto. Los liderazgos pueden
equivocarse. Los pueblos no. El precio a pagar es demasiado caro. Es lo que nos
ha ayudado a reencontrar el camino, cada vez que algún liderazgo enceguecido ha
perdido las huellas y la luz envanecida en el camino.
El sentido singular de “Nación”
se percibe, sensible y espontáneo, en la piel histórica de nuestras actitudes.
La “Corona” ordena las “Devastaciones” (1605). Abandono de las poblaciones del
norte y traslación hacia áreas cercanas a la capital. Hubieron de ser
violentados y forzados a obedecer la voluntad cesárea del “Rey”. La pregunta
es: Cuando el “Criollo” enfrentaba negado estas órdenes “Reales”, ¿cómo pensaba
intrínsecamente, como español o como dominicano?
Tenemos el deber ineludible de
despejar nuestra fascinante esencia del pre-nacer, brumosa e irresponsablemente olvidados de un
principio remoto ineludible. Un extraño rasgo particular que nos excepciona del
resto del entorno. Retos imponderados que nos atan a “civilizaciones”
desconocidas, lagunas dormidas detrás del telón de la simpleza aborigen, fuerza
genética virginal latente, del pueblo que somos hoy en día, inevitable
coyuntura de flexión y ritmo diferente en este drama de simpleza tortuosa del
Caribe.
Muestras objetivas, atestiguan
un fascinante escenario de vitalidad arqueológica real. Marcio Velóz Maggiolo y
la dedicación enamorada de los monjes tranquilos del Museo del Hombre
descubrieron, en cuevas de los farallones del Mirador y zonas cercanas a
Macorís, masas esféricas compactadas de tierra y restos alimenticios
triturados. El análisis científico del C-14 determinó su antigüedad y origen en
civilizaciones nómadas remotas, anteriores a los llamados Siboneyes localizados
en el extremo oeste de la isla de Cuba.
“Hay evidencia también de una temprana presencia de gente de avanzada
cultura que difieren de los Arawacos. La primera de tales indicaciones son los elaborados
trabajos de Irrigación que fueron vistos en y cerca de la región de Xaragua en
el árido suroeste de Española”. Estos estaban en uso de los
nativos a la llegada de los españoles, pero eran considerados como de
construcción antigua”. (Carl Sauer, “The Early Spanish Main” p.64).
El dato toma dimensión
trascendente en un párrafo de la obra “Before Columbus”, Cyrus H. Gordon,
p.38-39, donde afirma, involucrando en ello a los antiguos fenicios: “Una más que información de contacto
transatlántico está disponible en la “Historia” de Diodorus de Cicilia, que
vivió en la primera centuria antes de Cristo. Diodorus (5:19:1-5) adelanta
contando de una vasta “isla” en el océano muchos días hacia el oeste fuera de
las costas de África. Mucho de ésta es montañoso pero es
favorecida también con hermosas planicies”… ”Una colección de
relatos de la antigua Grecia es titulada “Acerca de Cosas Maravillosas
Escuchadas” y atribuida a Aristóteles”… “La sección 84 de la colección tiene
que ver con una “isla” con ríos navegables descubiertos por los Cartagineses”…
“El elemento ríos navegables es significativo porque al oeste de África no hay
ríos navegables hasta Haití (La
Española, FC.), Cuba y el Continente
Americano”…”Como hemos ya señalado la única gran masa de
tierra al oeste de África con ríos navegables es América (comprendidas algunas
grandes islas en el Caribe). Diodorus menciona
que en la “isla” hay gentes con hogares bien construidos y arboledas y jardines
irrigados. Si su información es correcta”, estos habitantes de
América (en tiempos Fenicios) deben haber sido civilizados y poseedores de
avanzada agricultura y arquitectura”.
La presencia de argumentos
arqueológicos físicos, históricamente comprobados, nos da créditos suficientes
para asumir nuestra “Española” como una de las lógicas opciones de
asentamientos ancianos y contacto pre-histórico en el camino, que en algún
momento detuvieran sus pasos y dejaran plasmadas herencia y huella.
Gordon aclara que: “la
gente del Viejo Mediterráneo usaba el término “isla” para denominar
cualquier masa de tierra que pudiera ser alcanzada por mar --aun enormes
continentes— como era natural para marineros que, alcanzando alguna costa, no
podían decir si habían arribado a una gran isla o todo un continente”.
“Un segundo elemento lo
constituyen las “Minas Viejas de San Cristóbal”:
“… terreno minero en el cual Colón creyó reconocer las minas de Salomón.
Los Arawacos desconocían el excavar por oro, como Guarionex señalara, ni
ninguna otra manera de obtenerlo excepto entresacar pepitas. Ni estaba su
cultura orientada hacia la posesión de oro”.
¿Quiénes
excavaron y dejaron como bocas abiertas a la historia esas inevitables cuevas
en las minas de San Cristóbal? ¿Quiénes aplicaron aquella técnica arcaica
“desconocida” para el aborigen? ¿Con que elementales o artesanales
herramientas? ¿Qué uso daban al oro? ¿Dominaban la orfebrería? ¿Hacia adonde
apuntaba su “mercado”?
Carl Ortwin Sauer en su obra
“The Early Spanish Main” (p.64), bajo el título “Non-Arawak Remains” ausculta
otro de los grandes enigmas fascinantes de nuestra atesorada arqueología
pre-histórica, citando a Schomburgk:
“En 1851 Sir Robert Schomburgk visitó las Montañas del Cibao, como
ellos entonces aun propiamente llamaban, entrando por el camino de Jarabacoa
hacia el Valle de Constanza. En el valle de Constanza encontró extensos
trabajos aborígenes de defensa, varios cientos de pies de paredes de más de
seis pies de altura y lo que el consideró ser túmulos de tumbas en número de
más de mil. También habían allí muchas piezas verdosas (greenstone F.C.), extrañas a la región. Veinte años después,
William Gabb hizo el primer y aun virtualmente el único estudio geológico de la
Cordillera Central, expresando sobre Constanza: “Por los vestigios que aun
existen es evidente la ubicación de un antiguo pueblo aborigen de no poca
importancia”. Terraplenes varios cientos de pies en extensión, similares a
aquellos encontrados en el Valle del Mississippi, son aun visibles, en un buen
estado de preservación, cubierto en lugares por árboles de dos pies en
diámetro”. Ambos personajes eran observadores de mérito. Los terraplenes,
infortunadamente, no fueron descritos más detalladamente, ni lo fueron los
“túmulos”. Los escasos informes no sugieren ninguna característica de pueblos
Arawacos. Que los túmulos pudieran haber sido los montones de tierra de un gran
conuco se hace improbable por la abundancia en ellos de piezas de Jade
(Greenstone, FC.) extrañas al área—una
piedra preciosa la cual ha sido ampliamente apreciada y exhibida, mostrándose
en horizontes arqueológicos en diferentes partes del Nuevo Mundo. Si bien son
en verdad túmulos, ellos difieren de las conocidas costumbres de enterramientos
Arawacos.
– (Sven Loven, “Origins of the
Tainan Culture, West Indies)--: “Nunca ha sido encontrada una particular
necrópolis (Grupo de
sepulturas pre-históricas, F.C.) ni ningún túmulo sobre una tumba excavada”. Refiriéndose a las prácticas de
enterramientos Arawacos en general. (p. 544) } --.
Schomburgk continuó a través de la cordillera central hacia la cuenca
de Maguana. Cerca del pueblo de San Juan de la Maguana se dirigió al Cercado de
los Indios, el cual él midió como teniendo una circunferencia de 2,270 pies,
situada en una sabana y formada por rocas grandes de granito pesando desde 30
hasta 50 libras. Estas habían sido amontonadas dando la apariencia de un camino
de 21 pies de anchura. Los cantos de roca, él considera, habían sido llevados
hasta allí desde alguna corriente cercana (río o arroyo, F.C.). El gran círculo de piedra, en su opinión, no es probable haber sido
construido por los Indios con quienes los Españoles tropezaron, ni están tales
corrales identificados en otros lugares con asentamientos Arawacos.
El sistema de irrigación, cavidades mineras, terraplenes, circunvalación
de piedras, y presumidas sepulturas pre-históricas con túmulos sepulcrales,
señalan la presencia de otro grupo pariente que el Arawaco y de este modo era
interpretado por los nativos. La materia está aguardando ser estudiada
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