Nelson Mandela y
j.j. Dessalines, dos personajes opuestos
Por
Manuel NÚÑEZ Asencio
El hombre que, tras 27 años de
sufrimiento en el presidio de Robben-island, le quitó la espoleta de la guerra
civil a Sudáfrica. El
hombre que sepultó todos los resentimientos, las
amarguras, para implantar el credo de la reconciliación no ha sido olvidado. El
mundo llora la muerte de Nelson Mandela. En el Congreso Nacional Africano, el
instrumento de su lucha, Mandela
tuvo que manejarse como un
verdadero equilibrista para devolverle
la libertad a Sudáfrica. Tuvo muchas veces que rectificar y enfrentar a los
suyos para salvar la unidad del país. Tuvo la generosidad y grandeza de
retirarse a tiempo para que la nación, el objeto supremo de su amor, produjera los liderazgos que habrían de
conducirla en el siglo XXI. ¡Qué ejemplo de desprendimiento, de integridad y de
honradez había en este hombre!.
Nelson Mandela |
Tres fueron los desafíos planteados a este gigante:
1.
Hubo de hacer frente a las ambiciones de los extremistas de
izquierda que querían desmantelar a Sudáfrica y meter a esa extraordinaria nación en las campañas
de la Guerra Fría y comprometer su
porvenir en los conflictos que han hundido a muchos países de ese continente.
Y, una vez enseñoreados en el poder, dejar que la venganza social impere, que
se imponga el saqueo de las propiedades.
Que se ponga punto final a la prosperidad de la nación más desarrollada de África.
2.
Tuvo que contrarrestar las propósitos de
los partidarios de la negritud y de la violencia , que querían imponer el lema
haitiano de tierra arrasada, exterminar a los blancos o expulsarlos del
territorio; establecer leyes discriminatorias que culminaran con la expropiación
de todos los blancos e indios y asiáticos, y dañar indefectiblemente y para
siempre la convivencia en esa nación.
3.
Y, finalmente, tuvo que enfrentarse a
los afrikáners, los blancos de Sudáfrica,
que querían mantener los antiguos privilegios, que habían postrado al 80% de la
población del país; desmontar todo
el sistema de apartheid, el
aparato jurídico, policial, social y territorial que había arrinconado a la
población mayoritaria del país en enclaves miserables, y romper las fronteras
mentales que había fabricado ciudades prohibidas para los sudafricanos.
Toda
esa obra gigantesca tuvo que hacerla predicando la paz, evitando la guerra social
y racial que muchos habían anhelado, impidiendo los baños de sangre, tras los
cuales suele implantarse la pesadilla y el empobrecimiento colectivo.
La estampa de este revolucionario fue la creación de la nación
arcoíris. Por eso hoy junto a los negros que obtuvieron los derechos de una
ciudadanía digna, también llora el blanco, el indio, el asiático. Llora toda
Sudáfrica.
Si algo se aleja del ideal de Mandela
es el sionismo negro. Sudáfrica es la nación más próspera del continente
africano. Y cuando ha tenido que expulsar a inmigrantes negros venidos de los
territorios vecinos para arrebatarles los empleos, los hospitales y las
escuelas a los sudafricanos lo ha hecho sin vacilaciones. Nadie puede, pues,
invocar la raza para hundir la prosperidad de Sudáfrica. Nadie puede invocar el
chantaje para traspasarles a los sudafricanos problemas de otras naciones.
La hazaña de Mandela solo es comparable
a la obra del Mahatma Gandhi. ¡Qué grande era Madiba! Pudo vencer el odio que
se había amadrigado durante décadas en el corazón de sus conciudadanos, y
conducir el barco de su patria a un puerto de prosperidad material y de
justicia social.
Ocasiones como éstas, son
aprovechadas por los oportunistas.
Ahora resulta que algunos quieren presentar a Nelson Mandela como un opositor a
la Sentencia 168/13, un tema sobre
el cual no se pronunció el grande y humano Madiba. Para aquellos
que manipulan la ignorancia con una prodigiosa perversidad, les
recordamos que la nacionalidad sudafricana puede obtenerse por dos vías esenciales,
por origen (jus sanguinis) todos los hijos de los sudafricanos y por nacimiento
en el territorio (jus solis). Examínese
el texto constitucional de Sudáfrica.
Se verá que tampoco allí los haitianos indocumentados e ilegales serían
considerados ciudadanos de ese país:
South African Citizenship Act, No. 88 of 1995
- Por nacimiento:
- Nacido
en territorio sudafricano, siempre y cuando sus padres sean sudafricanos
o extranjeros legales con residencia permanente en la República de Sudáfrica.
No se incluyen en esta categoría los hijos de diplomáticos o
representantes de gobiernos extranjeros, ni los hijos del personal doméstico
dependiente de funcionarios extranjeros.
En Sudáfrica aplican una ley sobre la
nacionalidad aún más restrictiva que las que aplicamos en República Dominicana,
basadas en la Constitución refrendada durante el Gobierno de Nelson Mandela
(1994-1999). Esas mismas
disposiciones se aplican taxativamente a todos los extranjeros ilegales, sin
importar el color de su piel, que
penetran en lugar más próspero de África.
¿Acusarán a Mandela y todos los
presidentes posteriores de Sudáfrica
de ser adeptos del genocidio civil, de nazi, de xenófobos, de racistas y de ser partidarios de aberraciones jurídicas
porque no premian las violaciones de sus fronteras regalándole la nacionalidad
a los indocumentados? Es triste ver a un gran hombre manipulado en su
pensamiento por una banda de fariseos. A estos individuos, carentes de probidad
intelectual, hay que recordarles que Sudáfrica ha perdido la paciencia con su
vecino Zimbabue y que deporta trescientos ilegales cada día.
Jean Jacques Dessalines |
Jean Jacques Dessalines, el opuesto de Mandela
La Revolución haitiana, en contraposición
al ideario de nación arcoíris de Nelson Mandela, se fundó en el odio racial y en la imposibilidad de
convivencia entre negros y blancos. Boisrond Tonnerre , el redactor del Acta
Constitucional, promulgada por el emperador Jean Jacques Dessalines en 1805
escribió en la introducción del texto que representa la personalidad del Estado
haitiano lo siguiente:
Para
redactar el Acta Constitucional -escribe Tonnerre- fue necesario la piel de un blanco como
pergamino, el cráneo de un blanco
como escritorio, la sangre de un blanco como tinta y como pluma una bayoneta.
En los artículos 1, 15 y 18 se establecía la indivisibilidad política de la isla
bajo el dominio del Imperio de Haití. De este modo, quedaba suprimida toda
posibilidad de libertad e independencia de la parte este de la isla. De ahí que
el Estado haitiano nació con sentimientos agresivos contra la porción
dominicana de la isla, la que invadió en 1805 para aplicar brutalmente su texto
constitucional, y luego ocupó por veintidós largos años en 1822. En contraste
con el deseo de conquista que manifestaron todos los gobiernos haitianos de
esos días, el constituyente dominicano
que funda el Estado el 6 de noviembre de 1844, convino en expresar los límites
del ejercicio de la soberanía en las fronteras anteriores al nacimiento de
ambos Estados, las correspondientes al Tratado de Aranjuez de 1777.
Para defender la independencia de las
consecuencias f atales de esa Constitución los dominicanos enfrentaron 12 años de guerra, cuando creyeron la causa perdida naufragaron
en la Anexión, restauraron la
Independencia, y la incertidumbre sólo quedo disipada, tras el tratado de
Amistad y Navegación firmado por Haití en 1874, que reconoció oficialmente la
independencia dominicana.
En el artículo 12 de la Constitución de
1805 se les prohíbe la
propiedad a las personas de raza
blanca. En las disposiciones
generales quedarían confiscadas todas las propiedades pertenecientes a
personas blancas en provecho del Estado. La bandera enarbolada el 20 de mayo de 1805 suprimió el
color blanco y se constituyo de negro, rojo y azul.
La Constitución haitiana no tuvo
repercusiones en ninguna de las naciones del continente. Sus fatales
consecuencias sólo fueron padecidas por los dominicanos. Cuando se examina el relato escalofriante de las famosas matanzas de Dessalines de 1803, los horrores que acompañaron las matanzas de Moca y Santiago
de 1805, las posteriores matanzas de mulatos, en el siglo XIX y en
el siglo XX, se comprenderá
por qué no podemos recibir
lecciones de derecho de aquellos
que fueron precursores de las
primeras limpiezas étnicas aplicadas en este continente.
El legado de Mandela ha sido contrario a los ideales de la
negritud aplicados por los haitianos. Mientras Mandela impuso el ideal
multirracial de la nación arcoíris, fundamento de la reconciliación de las razas y de la paz,
Dessalines, en cambio, planteó el
exclusivismo racial negro, el racismo antiblanco; se le cerraron las puertas al extranjero; se aplicó la ley del talión; y, sin consideraciones de ningún tipo, se
arrojaron sobre el pueblo vecino.
Aunque estas palabras hagan sonrojar a
los traidores que se han enseñado contra nuestro país, estoy completamente convencido
que el ideario aplicado en Sudáfrica por Nelson Mandela compagina con las
ideas de Juan Pablo Duarte sobre
la unidad de las razas. He aquí el pensamiento del patricio: Los blancos, morenos, cobrizos, cruzados,
marchando serenos, unidos y osados, la Patria salvemos de viles tiranos, y al
mundo mostremos que somos hermanos.
Juan Pablo Duarte |
Eso escribió el patricio dominicano. Muy superior en
grandeza, a los héroes haitianos, sedientos de sangre y de poder. En contraste
con las exequias de Mandela que
han mostrado la unidad del
mundo y los permanencia de valores universales, la muerte de Jean Jacques Dessalines, padre de la
patria haitiana, se produjo en una
emboscada en Pont Rouge en 1806, fue despedazado como un cerdo por vengadores que celebraban el fin de sus
crueldades, una loca llamada Defilée recuperó la cabeza y la colocó en un
olvidado panteón del cementerio de
Sainte-Anne (Puerto Príncipe).
El 9 de diciembre el Presidente
Martelly se hallaba en Puerto España (Trinidad y Tobago) acompañando a todos los jefes de Estado
del CARICOM que viajaron a Johannesburgo para asistir a los
funerales de Nelson Mandela. Ni la
Prensa haitiana ni el Presidente Martelly perdieron la magnífica ocasión
para ultrajar a la República Dominicana, ¿por cuánto tiempo más permitiremos
que nuestra reputación sea
arrojada a los perros?.
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