domingo, 5 de enero de 2014

El pueblo dominicano es superior a sus dirigentes, no han mostrado aprecio por su soberanía ni por su dignidad ni por su honor


Entre Sweet Micky y el Toripollo. Al borde del abismo


Por Manuel NÚÑEZ Asencio


Antes de llegar a la Presidencia de Haití, el Presidente Martelly era conocido en todas las discotecas, salones, fiestas y mentideros haitianos como Sweet Micky. Aparecía en los espectáculos en paños menores o con un taparrabo, cubierto el pecho con un corpiño, dando golpes de barriga, con una coquetería que iba más allá de las fronteras de la
Michel Martelly
decencia.


(Confróntese: http://www.youtube.com/watch?v=7z3XtuZgKOg). Por su parte, el Presidente Maduro, a quien los venezolanos, han apodado el Toripollo. Cuerpo de toro, su corpulencia resalta a ojos vistas, y cabeza de pollo, no tiene reputación de hombre reflexivo ni de persona inteligente, ha dado sobradas muestras de incapacidad en el ejercicio del poder. Tantas que hoy Venezuela ha roto todos los records negativos: la mayor inflación del continente, 56%; el mayor desabastecimiento de toda su historia no hay  alimentos ni medicinas ni siquiera papel higiénico;  la mayor cantidad de crímenes y de inseguridad del hemisferio (79 asesinatos por 100.000 habitantes), supera incluso los países en guerra. Tiene en su haber el peor balance presidencial; su ejercicio de poder no ha resultado positivo para su país. Ninguno de los dos son ejemplares, de uno y de otro, hay poco que aprender, y nada que imitar.

Ambos hombres, en conciliábulo, se han propuesto fracturar a
la nación dominicana. Sweet Micky ha logrado convencer a Maduro de que los nacionalistas dominicanos son la reencarnación de la derecha venezolana en la isla de Santo Domingo. Seducido por la intriga, toda la ira del Toripollo se desencadena contra la Sentencia del Tribunal Constitucional. La dependencia de los acuerdos de PetroCaribe le otorga  a esta intervención una dimensión imponente.

Varias características unen a estos dos hombres. En las ceremonias de vudú a las que suele asistir envuelto en la bandera haitiana, a Sweet Micky  se le reserva el trono del Barón Samedi, el hombre que es capaz de hablar con los muertos. Sirve de corcel  de los espíritu o los luases que bajan del más allá. Se aferra a las obsesiones con la determinación de una boa constrictora. Uno de esos empecinamientos llevados con ceguera absoluta y con obstinación delirante  es la destrucción de la soberanía dominicana. Lo ha jurado ante los ougam y ante las mambos, que son los verdaderos jefes espirituales de Haití. Lo ha confirmado ante el CARICOM, ante  el Gobierno de Venezuela y ante sus socios de las ONG. Se trata de un ejercicio irresponsable, agresivo, arrogante de la política, fundado en la búsqueda de soluciones ligadas a la hechicería. Delegado de fuerzas oscuras y caprichosas que esperan que su campaña de descrédito, de humillación, desmoralización y de ataques despiadados logrará demoler las instituciones dominicanas e imponernos una subnacionalidad dentro del territorio dominicano.

Por su parte, el Toripollo ha dado muestras vivas de su comunicación extra corporal. El milagro se produjo en una pequeña
capilla de Sabaneta, poblado donde nació el Comandante. Allí, al parecer, Chávez, había reencarnado en un pajarillo, secundado por la estatuilla del Cristo y de Gregorio Hernández. Convertido en ornitólogo, Maduro tradujo el mensaje que Chávez le enviaba a través de los pájaros.  Desde entonces suele  conversar  en las soledades del Cuartel de la Montaña con el comandante Chávez. Y atribuirle la responsabilidad de sus decisiones de Gobierno.

De modo que ambos hombres se hallan unidos por su afición al pensamiento mágico, por sus escapadas  al mundo sobrenatural y por ser el medio de aparición  del mandato de los muertos. 

Tienen, además, otras semejanzas. Suelen ser despiadados, incluso brutales, con la oposición política. En Haití, el Presidente no
suele respetar los demás poderes del Estado. Ni al legislativo, que ha tenido que soportar los malos humores, la destemplanza, los retrasos del Estado para organizar las elecciones; las violaciones constitucionales y, en los casos más flagrantes,  la destrucción personal del adversario. Tal el caso del juez  Jean Serge Joseph. En el caso del Presidente Maduro el despliegue represivo hacia la oposición, se halla marcado por atropellos a la prensa, a las personas, a los legisladores y por suprimir las competencias del Congreso y de las instituciones,  mediante la llamada ley habilitante.

         La comparación sigue arrojando similitudes. Ambos hombres exhiben un discurso vacío de contenido, plagado de frases altisonantes, amenazas desbordantes, salidas irracionales. Cuando bajan el tono del diapasón, se acercan a la expresión de un presentador de circo. Chabacanos corrientes y molientes, en las concentraciones,  desempeñan el papel de los reggeatoneros, cantan, bailan, hacen chistes. Se alejan de la solemnidad de los estadistas. Convierten su mortificación, su incomodidad en problemas nacionales. No suelen orientarse por principios ni  por visiones de conjunto, sino por la atmósfera de sus estados de ánimo.

Los dos personajes  han tenido problemas con su nacionalidad. Durante el comienzo de su ejercicio la oposición le demostró a
El famoso Sweet Micky
Martelly que él, al igual que su mujer y sus hijos, tenían nacionalidad estadounidense. La Constitución haitiana prohíbe que alguien que posea otra nacionalidad ejerza la Presidencia. Se emplearon todos los mecanismos del poder  para esconder la verdad. Incluso se le hicieron modificaciones al verdadero nombre del famoso Sweet Micky. En el caso del Toripollo, una investigación arrojó, que el señor Maduro, al igual que sus padres y sus hermanos, era de nacionalidad colombiana. Que había modificado su fecha de nacimiento para hacer figurar que nació en el territorio venezolano.  Que, en todo caso, si tiene otra nacionalidad de origen, y tal es el caso, debería renunciar públicamente a ésta para terciar por la Presidencia. Sobre todas estas cuestiones,  en uno y otro  país,  se ha echado un manto de nieblas.

 Ninguno de los dos ha hecho estudios superiores. Se han formado en la universidad de la calle. Sweet Micky es músico de oídas, aficionado a cantante y a bailarín, y el Toripollo era conductor de autobuses. En los dos casos, se consideran muy superiores a nuestro Presidente; se creen más listos que el Presidente Medina; se emplean a fondo para engañarlo, y a veces les sale bien. Pero saben a ciencia cierta que son hombres ordinarios, sin cualidades
Bil Clinton "titiritero" contra de República Dominicana
intelectuales para gobernar, sin luces para examinar los grandes problemas. En vista de ello, cada uno tiene un mentor, que obra como un oráculo, al que acuden siempre para hallar el norte de la brújula. Sweet Micky se halla sometido a Bill Clinton, y el Toripollo cada vez que se le nublan las razones acude al santuario de La Habana.

Si alguna característica manifiestan estos personajes es la tendencia al victimismo. Sweet Micky presenta los problemas de su país  como víctima de los dominicanos. Que  no acaban por cederles definitivamente las escuelas y los hospitales a los haitianos. Que reclaman los empleos de la República Dominicana. Así el gran problema de Haití, según esta visión,  se halla en la República Dominicana. Son temperamentos lunáticos, pueden pasar del victimismo a la agresividad desbordada. Así en un despliegue de hipocresía, un día vemos a Martelly agradecer la creación de un vivero para combatir la deforestación de su país.  Y, al día siguiente, nos declara la guerra económica.

 Por su parte, el Toripollo suele columbrar conspiraciones hasta
en la sopa. Maduro reconoce en un discurso ante el comercio de su país que hay problemas con el manejo de las divisas. Al día siguiente, invita a los venezolanos a saquear el comercio. Estamos en ambos casos, ante redentores, que emplean profusamente la demagogia  Su capacidad de comediantes simuladores, su tendencia a incumplir lo que prometen, burlarse de las leyes, actuar como reyezuelos absolutos, que no respetan la separación de los poderes, la Independencia y la soberanía de sus países, subyugada en cada caso por mentores extranjeros.

Ni siquiera conocen la historia que empalma a Venezuela y Haití. Y están dispuestos a reinventársela. En 1816 se produjo la ayuda de Alexandre Petion a Simón Bolívar. Posteriormente, los haitianos  enviaron a la  Gran Colombia a Desrivieres Chanlatte  para proponerle al Gobierno un Tratado que la colocara en pie de guerra contra Francia. O de lo contrario, que se le restituyera el valor de todos los pertrechos  y municiones  que le habían suministrado al Libertador.  Para solventar las exigencias de los haitianos, Santander hubo de solicitar un préstamo a un banco de Londres. Con la suma obtenida, los haitianos se  pertrecharon de armas y municiones para hacer efectiva la conquista de la porción oriental de la isla Española, que se había emancipado en 1821 bajo la inspiración de José Núñez de Cáceres.

Para muchos haitianos esta maniobra política, le restaba mérito a la ayuda que le había prestado Petion a Bolívar en 1816. La cobraron con creces. El historiador Thomas Madiou desaprueba la actitud de Boyer.  De este modo, queda cabalmente explicado por qué Bolívar no invitó a los haitianos al Congreso de Panamá.

El diálogo convocado para el 7 de enero en Juana Méndez entre los miembros de una  comisión de plenipotenciarios que se impondrá como objetivo neutralizar la decisión del Tribunal Constitucional será el teatro de una batalla llevada a cabo fuera de las instituciones dominicanas, y, en cierta manera, contra ellas. Dos proyectos sustancialmente distintos se hallan enfrentados.

1.   El proyecto de crear una población numerosa de haitianos con papeles dominicanos, la oportunidad de transformar definitivamente la geopolítica, y construir la plataforma  para nuevas oleadas de una colonización brutal y definitiva del país. Los haitianos han logrado asociar a sus intenciones al CARICOM, a Venezuela,  a la Unión Europea, a las ONG pro haitianas radicadas en el país y a los grupos traidores al ideario  de independencia de Haití, que obran como un enemigo interior. Toda la voluntad de Sweet Micky se vuelca de manera apasionada y resuelta en la disolución de la soberanía dominicana.

2.   Por otro lado,  en el bando nacional no hay claridad de miras.  Se enfrentan a una mayoría de comisionados, dispuestos a caricaturizar la posición del país.  Sin convicciones, sin ideales, desdeñando la historia se han metido en la encerrona de dialogar sobre  el fin de la soberanía dominicana  De modo que el  porvenir del país no está entre Lucas y Juan Mejía, sino  entre Sweet Micky y el Toripollo. Es decir, al borde del abismo. Según esto, todos los países del continente tienen derecho a aplicar su Constitución y sus leyes, sin el intervencionismo internacional. Todos, menos el nuestro. En estos tristísimos momentos,  nos vienen a la memoria aquellas palabras
del fundador de la República Juan Pablo Duarte: “Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria”.

          El pueblo dominicano es muy superior a sus dirigentes, que no han mostrado aprecio por su soberanía ni por su dignidad ni por su honor. Al pueblo dominicano no pueden sumergirlo en el pesimismo, en la derrota, en el fatalismo y en la impotencia de la que han dado sobradas muestras sus dirigentes políticos.

 Recordémosle a todos, que el pueblo dominicano ha luchado solo, y ha vencido en soledad. Solo luchó contra la destrucción de su nacionalidad y contra la ocupación extranjera. Sin ayuda de nadie combatió en las playas y en los campos; se enfrentó a fuerzas  muy superiores en número, capaces de arrasarlo completamente; combatió sin cansancio a los reyezuelos y a los emperadores haitianos; y nunca se rindió.







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