La
humillación
Por
Manuel NÚÑEZ
Entre
los dominicanos y los haitianos se han desarrollado distintas formas de verse. Los dominicanos, por ejemplo,
mantienen una posición dividida en dos bandos enfrentados, muchas veces de una forma exacerbada. Según esto, hay un enfoque
defendido por los llamados grupos
progresistas, que sustenta que
entre los dos países, la República Dominicana, debe perjudicarse siempre. Debe desnacionalizar sus empleos y desamparar
a su propia población. Debe prestar sus hospitales y sus instituciones
educativas a una inmigración
ilegal, sin fronteras y desproporcionada. Debe suprimir su soberanía, para que
reine la solidaridad. Dicho más
claramente: debe arrancarle el derecho al dominicano para dárselo a otro.
Esta es la posición sustentada por la orden de los jesuitas,
por las diásporas haitianas establecidas en el extranjero, por las redes de ONG pro haitianas
implantadas en cada una de las provincias del país, por una parte de la prensa
dominicana instrumentalizada para
esos fines, por los intelectuales filo socialistas que creen haber hallado en esa política las viejas ideas
revolucionarias de la lucha por la
justicia social y por la redención
de un pueblo pobre. Los haitianos hábilmente han convertido estos grupos en quinta columna contra el
interés de los dominicanos. La
otra parte del país, quizá la mayoritaria, la constituyen aquellos que han sido bautizados,
perversamente, como los conservadores, aquellos que creen
que a la República Dominicana no
se pueden traspasar los problemas del país vecino. Que Haití no es un problema
interno de la República Dominicana. Que los haitianos deben resolver sus
problemas en su territorio, y no en el nuestro. A los que hemos defendido esta
posición se nos ha bombardeado con
una salva de denuestos e insultos zafios. Al parecer, no tenemos derecho ni siquiera al aire que
respiramos.
Ni
los políticos que permanecen ciegos ante este problema, ni las élites
económicas ni sus intelectuales representan los intereses del pueblo
dominicano. Son la gente del
común, los del montón salidos, los que ven que sus hijos no pueden acceder a los empleos
creados por la vasta inversión pública. Los que ven las precariedad en los hospitales dominicanos y en
nuestras escuelas públicas, por la introducción de enormes oleadas humanas
procedentes del país vecino; son
ellos, las primeras víctimas del crecimiento de la delincuencia, del
narcotráfico, de la prostitución, del desamparo porque a una gran parte de los dominicanos,
se les ha arrancado el mecanismo
de supervivencia. Son la gente del
común, los que se han de sublevar contra este estado de cosas. Ellos son mejores que los políticos, que sus periodistas, que sus
intelectuales, que sus élites económicas. Fueron ellos los que fraguaron
nuestra independencia del yugo haitiano en 1844.
Los
haitianos han sembrado entre nosotros la guerra intestina. Obedeciendo a ese objetivo, se colocó la soberanía dominicana bajo
la tutela de la Corte Internacional de Costa Rica en 1997, para complacer estos
grupos, sin medir las consecuencias de ese acto suicida. En 1998 fuimos
inmediatamente condenados, sometidos por dos testigos el MUDHA y el
Centro Puente, apoyado por las redes locales. Desde estos mentideros se documentan las denuncias internacionales
contra el país. Ahora mismo nos
hallamos nuevamente en la picota de la Corte. A pesar de la irregularidad
de nuestra incorporación a esa Corte,
cuya membrecía no ha sido aún refrendada por nuestro Congreso como mandan la
Constitución y las leyes. Los
grupos pro haitianos se han
convertido en muralla en contra el
objetivo de que la atribución de
la nacionalidad, sea lo que es en
todas partes del mundo, un dominio reservado del Estado. Para decirlo sin tapujos, se quiere
suprimir la soberanía nacional en lo que toca al estatuto de nacionalidad.
La
consecuencia de todo esto es que nuestro Estado ha demostrado su incapacidad
para tener una posición rectilínea, apegada al interés nacional. Se ha dejado conquistar por un grupo de
donjuanes, pseudo expertos en las relaciones con los haitianos, demagogos, irresponsables, poseedores de una verborrea vacía, tras
la cual se oculta una ideología fusionista, que anula la soberanía dominicana. Muchos de estos encantadores
profesionales, expertos en zalamería, creyeron que debían cambiar la soberanía
nacional por negocios. Los resultados de
este predominio son visibles.
Los
haitianos nos ven como el país poderoso de la isla. El culpable de su
subdesarrollo. Muchos intelectuales haitianos sustentan la idea absurda que el
gran desastre que se abate sobre Haití se debe al interés que ha puesto en ese
objetivo la Republica Dominicana. He leído esta superstición
en boca Christophe Wargny,
ex consejero de Aristide,
que la había planteado como una de las razones del subdesarrollo de Haití. Son muchos los que creen esa tontería.
Tras la auspiciosa reunión de ambos presidentes, en la celebración del día del medio ambiente, llegó la puñalada
trapera.
Desde
hacía meses, las señales eran
claras. Las visitas de Lamothe, Primer Ministro haitiano, a Brasil para concretar un acuerdo en tres grandes orientaciones
despejaban las dudas. 1. Les
ofreció el mercado avícola que ya suplían los dominicanos a la creación de un
grupo constituido por testaferros de Martelly, empresarios jamaiquinos,
financiamiento del gigante Food Brasil y el Banco de Inversión, asesorado por
el premio Nobel de Bangladesh, Muhammad
Yunus., experto en el microcrédito, que le crearía la red de productores
. Este golpe contra los productores avícolas dominicanos sería copiosamente aplaudido en Haití, por sectores
que aprecian estos golpes de bolsón. 2.
El Ministro Lamothe ofreció
a Brasil, las cuotas comprendidas por la Ley Hope, que permite que los textiles
confeccionados en Haití puedan
exportarse al mercado estadounidense libremente. Hay empresas dominicanas,
concretamente, el Grupo M, que podría ser afectado por esta medida unilateral
y 3. Se llegó a un acuerdo en infraestructuras con la compañía
ODEBRECH, para invertir la dinámica que se ha ido creando con la penetración de empresas dominicanas, dedicadas a la construcción, que habían instalado allí porque
aportaban costos menores que lo podrían
suplir otras compañías, lejanas al teatro de operaciones. La pregunta de
oro que hay que hacerse: ¿dónde estaba la diplomacia dominicana? ¿Cómo es
posible que ni la cancillería ni nuestras autoridades ni los productores supieran absolutamente nada sobre el giro
que habían tomado las cosas, con
la que estaba cayendo? Hay una sensación de impotencia ante los hechos. No hay
quién defienda los intereses dominicanos. Las pérdidas son ya millonarias. Las autoridades de la Cancillería han
sido humilladas. Se les ha dejado plantado. Se les ha mentido. Se les ha
insultado. Probablemente, después de haber sido víctimas del
diestro ejercicio de la hipocresía de los haitianos, abandonemos las políticas
cortoplacistas, dejemos de lado las manías de la autodestrucción. De este modo,
el sacrificio de un millón de gallinas ponedoras y la ruina de nuestros productores, no habrán sido en vano.
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