Los cuatro
que echaron a la República Dominicana al pozo
La
palabra chantaje procede del francés faire chanter o chantage hacer
cantar. Era, primariamente, el
modo de hacer confesar al reo. Se
volvió luego sinónimo de extorsión, de amenazas, de
intimidación, de soborno y de las maniobras empleadas para la obtención de todo tipo de ventajas. No
creo que haya en el continente ningún país que, en sus relaciones con los demás
Estados del hemisferio, haya padecido el chantaje con tanta
saña, que haya recibido tantas
pruebas de hostilidad, resentimiento, incomprensión y de depredación moral.
Un ejemplo, sin duda, contundente, son
los chantajes empleados
para desacreditar a todas las personas que expresan su
preocupación por la desbordante inmigración haitiana en el país.
Algunos se refieren a
nosotros como si no tuviéramos ni siquiera derecho al aire que respiramos. En
la radio escuchamos a diario a comentaristas que nos insultan. Los propios
haitianos escriben cartas injuriosas en los periódicos. Se manifiestan ante la
Junta Central Electoral. Llaman a los programas de radio para bombardearnos con
insultos zafios. Desafían a las autoridades de inmigración y se baten a tiros
con ella. Y, en todo ese tejemaneje, la República Dominicana, la nación
agredida, cada vez tiene menos derechos. En nuestro país, el chantaje ha sido
simbolizado por varios personajes, que, a su vez, representan a gente que opera en el teatro de los
acontecimientos como en un hormiguero.
Son cuatro, a nuestro
ver, las orientaciones del chantaje.
1. El chantaje político.
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2. El chantaje económico
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3. El chantaje racial
La interpretación racial del
problema carece de fundamento. Para tratar de justificar la desaparición de
nuestra frontera, muchos tildan de
racismo el ejercicio de nuestra soberanía. Poco, en realidad, tiene que ver la
raza con la nacionalidad y con los
derechos de un Estado. En África negra hay
54 Estados; y se producen los mismos problemas que aquí. De manera que los marfileños
deportan a los burkineses; que los senegaleses deportan a sus vecinos de Níger
y Zambia; que los ruandeses deportan a los de Burundi. Que cada Estado, a pesar
de que todos son negros, deportan a las poblaciones venidas de otro sitio que
vienen a perturbar su tranquilidad y a amenazar el bienestar de su población.
En África negra todos son negros,
y ello no los vuelve iguales ni ha eliminado las fronteras ni las culturas.
Porque, en realidad, no hay ninguna cultura negra ni blanca ni amarilla. La
cultura son de las naciones y de los pueblos, y cada uno tiene derecho a
defender su terruño, sus tradiciones, su lengua, su historia y su modo de vida.
Los únicos que, al parecer, carecen de ese derecho, son los dominicanos. No hay
ninguna razón para que nos sometamos a
las exigencias de
extranjeros recién llegados ni para que sintamos vergüenza de ser y de actuar como dominicanos, protegiendo
a nuestro pueblo y decidiendo soberanamente, cómo se organiza el país.
4. El chantaje emocional
La otra forma de chantaje la
representa el victimismo haitiano. Se nos atribuyen obligaciones extra
nacionales y extra territoriales, culpabilidades, responsabilidades con esa
población extranjera que, en
realidad, no tenemos. Si los dominicanos defendemos los empleos que país
produce se nos acusa inmediatamente de
confrontación. Porque, al parecer, los
únicos que tienen derecho a trabajar en el país son los extranjeros ilegales.
Si repatriamos a los niños que
traen las mafias que viven del ataque a nuestro Estado, para devolverlos a sus familias, se nos
acusa de violar los derechos humanos. Si exigimos que los hijos de haitianos no
sean despojados de la nacionalidad de sus padres, se nos acusa de genocidio
civil. El objetivo del chantaje es paralizar la acción del Estado y suprimir
nuestros derechos como nación.
Los dominicanos son víctimas
del chantaje y del terrorismo verbal ejercido por personas que suelen
prescindir de la realidad, para imponerse el mundo imaginario surgido de sus
resentimientos.
A mí
que nadie me venga con paparruchas. Por más terrorismo verbal que empleen, nadie podrá convencernos de que a la
República Dominicana le conviene importar trabajadores del país con el mayor
desempleo, y destruir su mano de obra; que le conviene importar enfermos del
país más insalubre para, además de
contagiar a nuestra población, desmantelar el presupuesto de nuestros hospitales, que le conviene
introducir en el sistema educativo escolares del país vecino y descalabrar las
escuelas públicas. Nadie, absolutamente, nadie nos convencerá que situaciones
como esas, fundadas en el error,
puedan tener un resultado positivo para los dominicanos.
* Manuel NÚÑEZ Asencio: Poeta, ensayista e historiógrafo. Tiene una
licenciatura en Letras Modernas de la Universidad de París VII (Jussieu), una
maestría en Literatura General de la Universidad de París VIII (Saint-Denis) y
un doctorado en Lingüística y Literatura de esta última universidad. Enseñó
literatura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ha sido columnista de los
periódicos Hoy y El Siglo y editor de la casa Editorial Santillana. Es
considerado como uno de los ensayistas nacionales más polémicos del momento. En
1990 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo con la obra "El ocaso de la
nación Dominicana".
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