¿Por
qué fracasó la nación haitiana?
Por
Manuel Núñez Asencio
¿Por qué fracasan las
naciones? (Why nations fail,
2012) fue la pregunta que se plantearon
dos economistas de renombre, Daron
Acemoglu*, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts y James Robinson*,
profesor de la Universidad de Harvard. El resultado de sus investigaciones fue un
libro excepcional, que se lee con la
respiración contenida e insaciable
curiosidad, como se leen las grandes novelas. El libro ha sido traducido a una
treintena de lenguas. Unos meses después fue publicado en español con el título Por
qué fracasan los países (México,
Paidos, 2013).
La tesis de Acemoglu y Robinson
La tesis esencial del libro
se centra en el análisis de las instituciones
económicas y políticas. Según esto, la
clave de la prosperidad y del desarrollo de las naciones se halla
sujetada por el tipo de institución que predomine. Los autores distinguen dos
tipos de instituciones socialmente antagónicas:
James A. Robinson |
1.
Las
que tienen capacidad inclusiva, que incorporan a grandes porciones de la población al progreso y al desarrollo, que logran
franquear las dificultades y propician la creación de riqueza y prosperidad
para el conjunto de la sociedad.
2.
Las
sociedades sometidas a instituciones extractivas,
donde queda anulada la prosperidad
colectiva. Según Acemoglu y Robinson, el
predominio de instituciones extractivas destruye
el estímulo para producir riqueza, la capacidad de innovación y llevan a
las naciones al fracaso.
Si examinamos cada uno de los
casos, que les sirven a Acemoglu
y Robinson, para demostrar su teoría, veremos
con estupor, que, en lo que respecta a Haití, se cumplen brutalmente cada una
las causas que, individualmente, han llevado a cada una de las naciones tomadas
como ejemplo al hundimiento. En Haití se comprueban, y se reúnen en un solo
país, todos los cálculos de todos los
fracasos.
Kamer Daron Acemoğlu |
.
En su diagnóstico de Acemoglu y Robinson ponen
sobre el tapete diez casos, basados en los datos de diez países.
1.
No hay derechos de propiedad;
no hay sistema de catastro. Esto destruye las motivaciones para invertir y para
fomentar los negocios y la riqueza
2.
El trabajo forzado y la servidumbre aniquila generaciones enteras. (Por ejemplo: los llamados restavec o niños abandonados).
3.
El país ha vivido en un
sistema de exclusivismo racial. Tal fue caso de la barrera jurídica que le
prohibía a las personas de raza blanca poseer propiedades en Haití de 1804 a
1918.
4.
La confiscación del Estado
por parte de una elite que bloquea la competencia; crea monopolio e impide la
expansión del mercado.
5.
La oposición del grupo
gobernante a la tecnología y a la modernización de la agricultura y de la innovación del
trabajo.
6.
No existen garantías jurídicas
de los contratos; ni orden legal, no hay
control del espacio geográfico.
7.
Implantación de un gobierno débil. Sin
servicios públicos, sin infraestructuras, sin un polo de autoridad; un Estado
vacío de contenido.
8.
Predominio de instituciones extractivas o
excluyentes, que secuestran los recursos agrícolas, mineros, financieros y el
poder político
9.
una sociedad capitaneada por
un pequeño grupo depredador que secuestra la riqueza, aplicando la ley de
hierro de la oligarquía; crea, de este modo, inestabilidad permanente.
10.
Un gobierno empobrecido, sin
presupuesto, que no recauda impuestos, sin proyecto y naufragado en el caos.
Una explicación insuficiente
El diagnóstico de Acemoglu y Robinson nos
demuestra que el gran desafío en Haití es la construcción de un Estado. Un Estado que
no funciona. No provee infraestructuras. No proporciona ningún tipo de
servicios: ni educación, ni salud pública ni seguridad ciudadana ni garantiza
del derecho de propiedad ni hace cumplir las leyes ni se halla sometido al
control de las ciudadanos. Es un Estado
inexistente que carece de poder, que para existir económica y militarmente,
solo puede hacerlo asociado al intervencionismo internacional. Es decir, sin
soberanía. En esa circunstancia, el Estado no puede fomentar la riqueza y la
prosperidad.
¿Puede explicarse el fracaso de la sociedad haitiana únicamente por estos factores
sobradamente comprobados, omitiendo el
papel que ha desempeñado el factor medioambiental , tal como lo había planteado
Jared Diamond, en Colapso y, desde luego el papel que representan las
mentalidades en el desarrollo de las naciones, tal como había establecido el
gran Max Weber . Tesis que han servido a
otros tratadistas que se han adentrado en el laberinto del problema
haitiano? Desde luego que estas
explicaciones resultan insuficientes, para revelarnos en toda su pavorosa
magnitud las proporciones del hundimiento haitiano. Quedan otros aspectos,
ignorados erróneamente por Acemoglu y
Robinson. A saber, los factores
geográficos, históricos y culturales. Veamos aunque sea de pasada informaciones
igualmente contundentes.
El
factor geográfico
Cuando la población
crece más rápidamente que la riqueza conduce un círculo infernal de pobreza y
de destrucción medioambiental que aniquila las posibilidades del país. En 1960, Haití tenía un producto interno bruto por habitante semejante al de República Dominicana. Al cabo
de cincuenta años, el PIB de Haití apenas alcanza el 13% del PIB de la
República Dominicana. Es uno de los países más pobres del mundo. Su PIB per cápita (en paridad de poder
adquisitivo) es de aproximadamente 1.241 dólares, sólo el 2,5 por ciento del
PIB estadounidense per cápita. Su
vecino en la isla de La Española, la República Dominicana, es mucho más rico,
con un PIB per cápita de 9,289
dólares.
Jared Diamond que había analizado esa dicotomía
entre las dos sociedades que comparten La Española la atribuye a las decisiones
que habían tomado la sociedad haitiana y la dominicana.
En
1960, el liderazgo político dominicano
tomó decisiones trascendentales. a) ponerle coto a la deforestación del territorio, y cambiar drásticamente el
consumo de carbón vegetal; b) crear los parques nacionales y las áreas protegidas,
para proteger las cuencas de las grandes presas hidroeléctricas. En contraste,
Haití ha continuado deforestando el bosque y destruyendo el suelo donde se
asienta el país. Esa destrucción
continuó de forma imperturbable,
sin que la élite de Gobierno interviniese para parar la muerte del territorio. Un
proverbio dice que los políticos se esfuerzan para ganar la próxima elección; en cambio, los hombres de Estado trabajan para
la próxima generación. Haití no tuvo
visionarios ni en el grupo que gobierna
ni en sus políticos que le evitarán el cataclismo medioambiental que lo ha conducido al colapso.
1. El factor histórico, el
papel de la mentalidad
Jean Jacques Dessalines |
En 1804, los esclavos que
fundaron el Estado haitiano no construyeron una sociedad de hombres libres y
ciudadanos dotados de derechos, tal como
han proclamado historiógrafos que han ignorado la naturaleza de su régimen. Los haitianos no crearon una República, tal
como había soñado los que hicieron la
Revolución francesa, sino una monarquía absoluta. El movimiento que encabezó Jean Jacques Dessalines
que lo llevó a llamarse emperador y a apropiarse de la soberanía de la nación,
no fue—si se mira desde la óptica del derecho—una revelación revolucionaria, republicana, representativa,
sino un movimiento reaccionario, que significó un retorno al pasado más
atrasado de Francia y a las peores manifestaciones del Antiguo Régimen. Haití representa, el único movimiento en todo
el continente americano de recreación de
un régimen pre republicano, anti revolucionario y anti representativo. No fue
el teatro de la recreación de la Revolución francesa en el continente, sino la representación
de su parodia.
No se fundó sobre la
reconciliación de todos los grupos que constituyeron la sociedad previa a la
proclamación del Estado, sino sobre el odio racial, sobre la exclusión del
blanco, que era, en aquel punto y hora,
el más antiguo habitante de la colonia francesa de Saint Domingue
(1697-1804).
Proclamada
la Independencia, el país se cerró al mundo exterior. Decretó la imposibilidad
de convivencia entre negros y blancos. Implantó como doctrina jurídica el
exclusivismo racial de los negros (art.12, Constitución de 1805), e inició un
proceso de regímenes autoritarios de reyezuelos degradantes y presidentes
vitalicios, que concluye con la dictadura de los Duvalier (1957-1986).
Al momento de su
independencia en 1804, era una nación
próspera, vinculada al mercado mundial ,
que había expulsado a los ricos
hacendados franceses, y había heredado de ese pasado de gloria, un potencial
económico muy superior al que inicialmente tuvieron las naciones del continente
al día siguiente de proclamada la independencia.
Todo ese emporio de riqueza fue convertido brutalmente en cenizas. Ni la
Constitución haitiana ni las instituciones creadas por ese régimen tuvieron
seguidores en el resto del mundo. Sólo los dominicanos padecimos las consecuencias
de ese régimen oprobioso y fatal.
Una de las maniobras
aplicadas por los historiadores consiste en responsabilizar al mundo externo
del cataclismo que los ha llevado de ser la colonia más próspera del Caribe, a
ser el país más pobre del continente.
De 1806 a 1843, la
producción de azúcar decayó a
niveles insignificantes; se mantuvo viva
durante el paréntesis del Rey Henri Christophe quien restableció la esclavitud
y logró niveles de producción apreciables, entró en barrena definitiva con
Boyer, donde la mayor proporción de la producción se usaba para producir tafiá
y jarabe. Los campos se llenaron de abrojos, y pareja suerte corrió toda la
agricultura: café, algodón y las hortalizas, todo esa prosperidad en manos de
sus gobernantes ineptos e indolentes, había sido arropado por la ruina y la
destrucción. (James G. Leyburn, El pueblo haitiano, Santo Domingo, 1986
pág. 106).
En la Constitución
haitiana, refrendada en Washington en 1918, se eliminó por vez primera en la
historia jurídica de ese país, la
prohibición de que personas de raza blanca puedan ser propietarios de tierra.
Se aprobó, igualmente, la libertad de reunión, la elección directa de los
senadores, la libertad de prensa y la sumisión de las enmiendas al voto popular
(Leyburn, pág. 280). En esas
circunstancias, se hicieron trece enmiendas, que acercaron el régimen opresivo a un gobierno representativo. Esto,
desde luego, no le ha ahorrado que, en el siglo XX, hayan tenido por más de
un cuarto de siglo una de las más destructivas y sanguinarias dictaduras.
Por otra parte, las instituciones económicas haitianas son
brutalmente excluyentes; no generan prosperidad; toda la economía termina
secuestrada por una casta que traba el desarrollo de la sociedad. En lugar de
convertirse en ciudadanos de un Estado democrático, representativo, donde la
soberanía radicase en el pueblo, fueron explotados por un monarca absoluto y
brutal.
Conclusión
--Sin
capital social (carece de instituciones que puedan capitanear su recuperación);
---
sin capital humano (una población en un 70% de analfabetos, con prevalencia rotunda de todas las enfermedades que se transmiten
por vectores; con el mayor desempleo del continente, 70%);
---Sin
capital económico ( el 98% del territorio se halla completamente devastado; la
ayuda exterior ha fracasado; las necesidades apremiantes del país crecen vertiginosamente y los recursos desaparecen).
Ante esas
circunstancias, la única idea que se pone de manifiesto en la tramoya de
intereses que manejan a Haití es desmantelar al vecino; saquear toda su
prosperidad y sus conquistas sociales; culparlo; responsabilizarlo de su
suerte. En resumidas cuentas; exportar sus problemas a República Dominicana. Es la crueldad del
moribundo que quiere arrastrarnos al
centro de la muerte. No debemos permitirlo.
*Kamer Daron Acemoğlu es un economista turco nacido el 3 de septiembre de 1967 en Estambul, Turquía, actualmente residente en Estados Unidos, donde es profesor de Economía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y ganador del 2005 Medalla John Bates Clark.1 Es uno de los 10 economistas más citados en el mundo según IDEAS/RePEc. Su artículo más citado es " orígenes coloniales del desarrollo comparativo "(2001).
*James A. Robinson (nacido en 1960) es un economista británico y politólogo. Desde 2004, es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard.
Estudió Economía y Ciencia Política en la prestigiosa London School of Economics, se doctoró en la Universidad de Yale (Estados Unidos), y su primer trabajo como profesor lo consiguió en la de Melbourne (Australia).
Es un economista precoz. Empezó a interesarse por la economía a la temprana edad de 14 años. Su padre trabajaba en los programas de descolonización en África, con lo que su infancia transcurrió en lugares como Barbados, Trinidad y varios países de África occidental.
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