¡Qué
linda, en el tope estás, dominicana bandera!
Por Manuel Núñez
Asencio
Entre todas las guerras de
Independencia del continente, la que tuvo mayor desventaja de medios y se
desplegó con mayor heroísmo, fue la que emprendieron los libertadores
dominicanos en la Independencia del 27 de febrero de 1844. En aquel punto y
hora, tres factores habían hecho naufragar a una parte del liderazgo en un
pesimismo desolador, y habían comprometido los fines del movimiento libertador.
1.
El factor económico. Tenía Haití una economía trece veces
mayor que la dominicana, y la capacidad para llevar a cabo una guerra de largo
aliento, le concedía ventajas innegables;
2.
El factor militar. El ejército haitiano tenía cincuenta
mil hombres y se hallaba mejor armado que el dominicano, que, en las mejores
condiciones, nunca pudo desplegar en el teatro de operaciones una fuerza
superior a los 10.000 soldados.
3.
El factor demográfico. Hacia 1844, la población haitiana
rondaba las 800 habitantes, y los dominicanos no rebasábamos las 240.000 almas.
En esos momentos, un desplazamiento masivo de poblaciones hacia la parte
dominicana nos hubiera anulado como sociedad.
Luchábamos, además, contra un enemigo que se hallaba en un
espacio geográfico común. Que había colocado como una exigencia a todos sus
dirigentes, desde la Constitución de 1805, que el imperio de Haití era uno e
indivisible (art.15).Que la porción de dominicana de la isla, le pertenecía al Estado haitiano (art.
18). Durante doce años cabales de guerra, los dominicanos lucharon, con la sangre en la cintura, contra
ese principio, que sólo quedó abolido con el Tratado de Paz y Amistad,
refrendado entre Haití y la República Dominicana en 1874.
El
enorme desafío que implicaba la Independencia en esas condiciones hizo que una parte
de nuestros próceres, creyese que la única forma de ponerle punto final a las
ambiciones haitianas era colocando la soberanía bajo el mando de un Estado
extranjero, más poderoso, que preservara nuestras formas de vida, y que nos
pusiera a salvo, de volver a vivir su oprobiosa dominación. De ahí nació el
anexionismo, fundado de la superioridad de un enemigo avieso y hostil. Esa
solución fue derrotada en la guerra de restauración de la Independencia en
1865.
Un
testigo de excepción de aquel período histórico, el
Almirante de Marina de los
Estados Unidos, Dixon Porter,
quien vino al país en 1846,
en plena guerra, para elaborar un
Informe al Gobierno de los Estados Unidos, escribió lo siguiente: la historia no registra ninguna guerra en
donde la disparidad de la fuerza fuera tan grande, y donde la parte más débil
encontró tan señalado éxito; y tan escasa fue la pérdida para ellos mismos,
que, en dos grandes batallas donde el enemigo perdió más de mil hombres, los
dominicanos no perdieron sino tres” (Diario de una misión secreta a Santo
Domingo, SD, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, p.4).
El
Almirante Porter describe el heroísmo y el esfuerzo del pueblo en la guerra de
independencia. Proeza en la que
participaron todas sus clases, sin distingo de raza, hombres, mujeres, ancianos
y niños. “ el número de soldados en Santo
Domingo asciende a 1200 además cada hombre en la ciudad está enrolado para
llevar armas, y a veces muchachos de 12 y 13 años se ven bregando por cargar un
mosquete casi tan pesado como ellos mismos” (idem)
El mensaje de la bandera
La
independencia dominicana respondió, tal como ha expresado el historiador Manuel
Arturo Peña Batlle, a la necesidad de supervivencia de nuestro modo de vida, de
nuestra lengua y de lo que somos. A la guerra fuimos solos. Sin ayuda de nadie.
Con escasísimas posibilidades de éxito: “ la
independencia dominicana obedeció antes que a ninguna otra consideración a un
definido sentimiento de cultura. Contrariamente a lo sucedido en los demás
países americanos, con la sola excepción de Haití, los dominicanos no fuimos a
la independencia impulsados únicamente por un ideal político, sino más bien
obligados por necesidades apremiantes de preservación cultural, para resguardo
y defensa de las formas de nuestra vida social propiamente dicha” ( Antología de Emiliano Tejera, SD, 1950,
p. 20)
La enorme significación
de nuestra Independencia se manifiesta en la bandera dominicana. Durante la
dominación haitiana alternaron dos banderas. La negra y roja, que representa,
la esencial guerra de razas que ha estado presente en la tumultuosa historia
haitiana. La azul y roja, a la cual se le extrajo el
color blanco, que fue la que ondeó a partir de 1822 en la porción dominicana de
la isla. Sobre esa bandera, expresión de la exclusión de las personas de raza
blanca ( art. 12, 14) y de la
dominación haitiana en la parte este de la isla, se introdujo la cruz de la redención. La bandera quedó descuartizada
en cuatro rectángulos. Los de arriba, azules; y, rojos, los de abajo.
Posteriormente, se invirtieron los cuarteles. Azul y
rojo, en la banda superior; y,
rojo y azul, en la inferior. El mensaje de la bandera concebida en el juramento
de los Trinitarios es la oposición
a la dominación extranjera. El rojo simbolizaba la sangre derramada; el azul el
cielo del territorio que cubre la patria, la paz y el ideal de progreso y la
cruz representa la oposición a la religión del opresor. En el centro de la cruz existe el escudo de armas de
la República Dominicana. Y en el escudo quedó estampada , tras una etapa de
vacilaciones, una biblia, una cruz, un laurel y una palma. La cruz representa
el ideal cristiano combatido sañudamente por los dominadores. En lema de los
trinitarios se habla de Dios.
Porque durante la dominación haitiana (1822-1844) fueron omitidas todas las
fiestas religiosas; las iglesias y templos fueron convertidos en almacenes de
víveres y el régimen se propuso desarraigar al dominicano de esas profundas
creencias ancladas en nuestras tradiciones. En 1805, Henri Christophe incendió
la catedral de Santiago y la Iglesia de Moca, y emprendió una espantosa matanza
de las poblaciones blancas de estas provincias. Finalmente, en el lema trinitario se habla de la Patria , porque es lo que une a todos los dominicanos
bajo un mismo ideal , bajo una misma bandera y se habla, además, de la libertad, porque con ella
se proclama nuestro derecho a un
gobierno propio. Es decir, a la autodeterminación.
He aquí los juicios de
Jean Casimir, antropólogo haitiano sobre la naturaleza de su nación “ la cultura nacional no es oficial; del mismo modo que la lengua
nacional tampoco es oficial; ni la religión de Haití es la religión oficial”. Ni
la lengua francesa ni la religión católica constituyen el fondo en el que se
mueve esa población. Es como alguien que aprende un idioma extranjero, y le
queda el acento y la presencia de su lengua nativa que, de tiempo en tiempo,
reaparece porque es la que, en realidad, domina y defiende. Tras más de un
lustro de vida en los seminarios católicos de La Vega, el ex sacerdote Jean
Bertrand Aristide mandó a pegarle fuego a la Catedral de Puerto Príncipe, en
diciembre de 1990, y mandó a perseguir al nuncio de su Santidad, quien, logró salvarse milagrosamente de la
lapidación, y ponerse a buen recaudo en tierra dominicana.
Con ese mismo descaro y esa misma impunidad, han actuado los haitianos radicados en
el país. En Santa Lucia ( El
Seibo) un grupo de haitianos incendió la bandera dominicana (12-12-2013), a la
entrada del pueblo. En su lugar izaron la bandera haitiana. En otra ceremonia llevada a cabo para celebrar el odio que
le profesan al país en donde se hallan establecidos ilegalmente, hicieron una quema de la bandera
dominicana entre insultos y
amenazas ,
y han tenido el desparpajo de llevarlo a Internet, para mostrarle al mundo nuestra desidia
en hacer cumplir nuestras leyes y la decadencia del patriotismo dominicano. Ninguno de los responsables de ese
atropello a la dignidad y la honra de nuestro país ha sido sometido a la
Justicia. Se ha vuelto tradición, que, muchas ceremonias
de gagá, son rematadas con el fuego de la bandera nacional.
La bandera nacional nos representa a todos los
dominicanos. Quedó abolida en 1861, tras la Anexión, por la bandera española
del rojo y el gualda; volvió a ser restaurada en 1865, tras la gloriosa guerra
de restauración de la Independencia. Quedó proscrita, nueva vez, en 1916, tras la ocupación
estadounidense. El 13 de enero de 1920, ondeaba en la Torre del Homenaje, la bandera de las barras y las
estrellas. El pueblo dominicano nunca podrá olvidar lo que ocurrió ese día. El
Presidente de Argentina, don Hipólito Irigoyen, le dio la orden al buque 9 de julio de la Armada argentina, que
izara la bandera dominicana frente al puerto, y los dominicanos que vieron su
bandera desde el puerto, saltaron de alegría y prorrumpieron en llanto. Ya eran
multitudes las que saludaban la bandera dominicana y golpeaban el aire con sus
puños. Entonces, el capitán del 9 de julio, dio la orden de saludar el
pabellón nacional dominicano, con una salva de veintiún cañonazos.
El capitán de la nave argentina, Francisco de la
Fuente y su tripulación entraron por la Puerta de San Diego en olor de multitudes
y fueron llevados por la población al Club Unión. Allí don Américo
Lugo le agradeció el homenaje a la
bandera dominicana. Le expresó, con emoción desbordante, toda la gratitud de la patria
agradecida.
Aun
cuando aquellos que promueven la implantación de los pirómanos que queman
nuestra bandera, nos llamen ultranacionalistas. Y quieran sembrar un conflicto de lealtades, donde sólo deben
reinar los intereses dominicanos. No permita, Presidente Medina, que la bandera
dominicana sea pisoteada. No permita que pabellón que representa la dignidad,
la honra, la soberanía del pueblo dominicana, sea incendiado por estos vándalos
extranjeros y ultrajado, por los que le inventan excusas a los vándalos. A la bandera no basta con honrarla en
las ceremonias oficiales, hay que honrarla cada día, en cada palmo del
territorio, y defenderla con lealtad plena y sin desmayos.
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