lunes, 24 de febrero de 2014

No permita, Presidente Medina, que la bandera dominicana sea pisoteada.



¡Qué linda, en el tope estás, dominicana bandera!


Por Manuel Núñez Asencio

       Entre todas las guerras de Independencia del continente, la que tuvo mayor desventaja de medios y se desplegó con mayor heroísmo, fue la que emprendieron los libertadores dominicanos en la Independencia del 27 de febrero de 1844. En aquel punto y hora, tres factores habían hecho naufragar a una parte del liderazgo en un pesimismo desolador, y habían comprometido los fines del movimiento libertador.

1.   El factor económico. Tenía Haití una economía trece veces mayor que la dominicana, y la capacidad para llevar a cabo una guerra de largo aliento, le concedía ventajas innegables;
2.   El factor militar. El ejército haitiano tenía cincuenta mil hombres y se hallaba mejor armado que el dominicano, que, en las mejores condiciones, nunca pudo desplegar en el teatro de operaciones una fuerza superior a los 10.000  soldados.
3.   El factor demográfico. Hacia 1844, la población haitiana rondaba las 800 habitantes, y los dominicanos no rebasábamos las 240.000 almas. En esos momentos, un desplazamiento masivo de poblaciones hacia la parte dominicana nos hubiera anulado como sociedad.
Luchábamos, además,  contra un enemigo que se hallaba en un espacio geográfico común. Que había colocado como una exigencia a todos sus dirigentes, desde la Constitución de 1805, que el imperio de Haití era uno e indivisible (art.15).Que la porción de dominicana de la isla,  le pertenecía al Estado haitiano (art. 18). Durante doce años cabales de guerra,  los dominicanos lucharon, con la sangre en la cintura, contra ese principio, que sólo quedó abolido con el Tratado de Paz y Amistad, refrendado entre Haití y la República Dominicana en 1874.
         El enorme desafío que implicaba la Independencia en esas condiciones hizo que una parte de nuestros próceres, creyese que la única forma de ponerle punto final a las ambiciones haitianas era colocando la soberanía bajo el mando de un Estado extranjero, más poderoso, que preservara nuestras formas de vida, y que nos pusiera a salvo, de volver a vivir su oprobiosa dominación. De ahí nació el anexionismo, fundado de la superioridad de un enemigo avieso y hostil. Esa solución fue derrotada en la guerra de restauración de la Independencia en 1865.
         Un testigo de excepción de aquel período histórico, el
Almirante de Marina de los Estados Unidos, Dixon Porter,  quien vino al país  en 1846, en plena guerra,  para elaborar un Informe al Gobierno de los Estados Unidos, escribió lo siguiente: la historia no registra ninguna guerra en donde la disparidad de la fuerza fuera tan grande, y donde la parte más débil encontró tan señalado éxito; y tan escasa fue la pérdida para ellos mismos, que, en dos grandes batallas donde el enemigo perdió más de mil hombres, los dominicanos no perdieron sino tres” (Diario de una misión secreta a Santo Domingo, SD, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, p.4).

         El Almirante Porter describe el heroísmo y el esfuerzo del pueblo en la guerra de independencia. Proeza  en la que participaron todas sus clases, sin distingo de raza, hombres, mujeres, ancianos y niños. “ el número de soldados en Santo Domingo asciende a 1200 además cada hombre en la ciudad está enrolado para llevar armas, y a veces muchachos de 12 y 13 años se ven bregando por cargar un mosquete casi tan pesado como ellos mismos” (idem)

El  mensaje de la bandera
         La independencia dominicana respondió, tal como ha expresado el historiador Manuel Arturo Peña Batlle, a la necesidad de supervivencia de nuestro modo de vida, de nuestra lengua y de lo que somos. A la guerra fuimos solos. Sin ayuda de nadie. Con escasísimas posibilidades de éxito: “ la independencia dominicana obedeció antes que a ninguna otra consideración a un definido sentimiento de cultura. Contrariamente a lo sucedido en los demás países americanos, con la sola excepción de Haití, los dominicanos no fuimos a la independencia impulsados únicamente por un ideal político, sino más bien obligados por necesidades apremiantes de preservación cultural, para resguardo y defensa de las formas de nuestra vida social propiamente dicha” ( Antología de Emiliano Tejera, SD, 1950, p. 20)

     La enorme significación de nuestra Independencia se manifiesta en la bandera dominicana. Durante la dominación haitiana alternaron dos banderas. La negra y roja, que representa, la esencial guerra de razas que ha estado presente en la tumultuosa historia haitiana.  La  azul y roja, a la cual se le extrajo el color blanco, que fue la que ondeó a partir de 1822 en la porción dominicana de la isla. Sobre esa bandera, expresión de la exclusión de las personas de raza blanca ( art. 12, 14) y  de la dominación haitiana en la parte este de la isla,  se introdujo la cruz de la redención. La bandera quedó descuartizada en cuatro rectángulos. Los de arriba, azules; y, rojos,  los de abajo. 

Posteriormente,  se invirtieron los cuarteles. Azul y rojo,  en la banda superior; y, rojo y azul, en la inferior. El mensaje de la bandera concebida en el juramento de los Trinitarios es la  oposición a la dominación extranjera. El rojo simbolizaba la sangre derramada; el azul el cielo del territorio que cubre la patria, la paz y el ideal de progreso y la cruz representa la oposición a la religión del opresor. En el centro de la cruz existe el escudo de armas de la República Dominicana. Y en el escudo quedó estampada , tras una etapa de vacilaciones, una biblia, una cruz, un laurel y una palma. La cruz representa el ideal cristiano combatido sañudamente por los dominadores. En lema de los trinitarios se habla de  Dios. Porque durante la dominación haitiana (1822-1844) fueron omitidas todas las fiestas religiosas; las iglesias y templos fueron convertidos en almacenes de víveres y el régimen se propuso desarraigar al dominicano de esas profundas creencias ancladas en nuestras tradiciones. En 1805, Henri Christophe incendió la catedral de Santiago y la Iglesia de Moca, y emprendió una espantosa matanza de las poblaciones blancas de estas provincias. Finalmente, en el lema trinitario se habla  de la Patria , porque  es lo que une a todos los dominicanos bajo un mismo ideal , bajo una misma bandera y se habla, además, de la   libertad,  porque  con ella se proclama nuestro  derecho a un gobierno propio. Es decir, a la autodeterminación.

     He aquí los juicios de Jean Casimir, antropólogo haitiano sobre la naturaleza de su nación   la cultura nacional no es oficial; del mismo modo que la lengua nacional tampoco es oficial; ni la religión de Haití es la religión oficial”. Ni la lengua francesa ni la religión católica constituyen el fondo en el que se mueve esa población. Es como alguien que aprende un idioma extranjero, y le queda el acento y la presencia de su lengua nativa que, de tiempo en tiempo, reaparece porque es la que, en realidad, domina y defiende. Tras más de un lustro de vida en los seminarios católicos de La Vega, el ex sacerdote Jean Bertrand Aristide mandó a pegarle fuego a la Catedral de Puerto Príncipe, en diciembre de 1990, y mandó a perseguir al nuncio de su Santidad, quien,  logró salvarse milagrosamente de la lapidación, y ponerse a buen recaudo en tierra dominicana.

Con ese mismo descaro y esa misma impunidad,  han actuado los haitianos radicados en el país. En Santa Lucia ( El Seibo) un grupo de haitianos incendió la bandera dominicana (12-12-2013), a la entrada del pueblo. En su lugar izaron la bandera haitiana.  En otra ceremonia  llevada a cabo para celebrar el odio que le profesan al país en donde se hallan establecidos ilegalmente,  hicieron una quema de la bandera dominicana entre insultos y
amenazas ,  y han tenido el desparpajo de llevarlo a Internet,  para mostrarle al mundo nuestra desidia en hacer cumplir nuestras leyes y la decadencia del patriotismo dominicano.  Ninguno de los responsables de ese atropello a la dignidad y la honra de nuestro país ha sido sometido a la Justicia. Se ha vuelto tradición, que,  muchas  ceremonias de gagá,  son rematadas con  el fuego de la bandera nacional.


La bandera nacional nos representa a todos los dominicanos. Quedó abolida en 1861, tras la Anexión, por la bandera española del rojo y el gualda; volvió a ser restaurada en 1865, tras la gloriosa guerra de restauración de la Independencia. Quedó proscrita, nueva vez,  en 1916, tras la ocupación estadounidense. El 13 de enero de 1920, ondeaba en la Torre del Homenaje,  la bandera de las barras y las estrellas. El pueblo dominicano nunca podrá olvidar lo que ocurrió ese día. El Presidente de Argentina, don Hipólito Irigoyen, le dio la orden al buque 9 de julio de la Armada argentina, que izara la bandera dominicana frente al puerto, y los dominicanos que vieron su bandera desde el puerto, saltaron de alegría y prorrumpieron en llanto. Ya eran multitudes las que saludaban la bandera dominicana y golpeaban el aire con sus puños. Entonces,  el capitán del 9 de julio, dio la orden de saludar el pabellón nacional dominicano, con una salva de veintiún cañonazos.

El capitán de la nave argentina, Francisco de la Fuente y su tripulación entraron por la Puerta de San Diego en olor de multitudes y  fueron  llevados por la población al Club Unión. Allí don Américo Lugo le agradeció  el homenaje a la bandera dominicana. Le expresó, con emoción desbordante,  toda la gratitud de la patria agradecida.

 Aun cuando aquellos que promueven la implantación de los pirómanos que queman nuestra bandera, nos llamen ultranacionalistas.  Y quieran sembrar un conflicto de lealtades, donde sólo deben reinar los intereses dominicanos. No permita, Presidente Medina, que la bandera dominicana sea pisoteada. No permita que pabellón que representa la dignidad, la honra, la soberanía del pueblo dominicana, sea incendiado por estos vándalos extranjeros y ultrajado, por los que le inventan excusas a los vándalos.  A la bandera no basta con honrarla en las ceremonias oficiales, hay que honrarla cada día, en cada palmo del territorio, y defenderla con lealtad plena y sin desmayos.





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