12 Diciembre 2009
LECTURAS CONVERSANDO CON EL TIEMPO POR JOSÉ DEL CASTILLO PICHARDO
El arquitecto, músico y astrónomo Henry Gazón Bona construyó en 1936 la Casa Vapor, rebautizada Victoria, en la frontera de Gascue, San Juan Bosco y San Carlos, en la intersección de la avenida Francia y Dr. Delgado. "Con su proa al oriente, la rara nave oteaba el horizonte", escribió el genial caricaturista y editor Bienvenido Gimbernard al glosar esta curiosa pieza salida del laboratorio arquitectónico de quien fuera hasta su caída en 1954, artífice de los imponentes locales del Partido Dominicano -con concha acústica incluida-, de fortificaciones militares fronterizas, escuelas, iglesias como la de San Cristóbal, hoteles como el de San Juan de la Maguana, el Mercado Modelo de la Mella (en colaboración con Moncito Báez López-Penha) y el Monumento a la Paz de Trujillo de Santiago, hoy justamente designado Monumento a la Restauración.
Su arquitecto y constructor, Henry Gazón Bona, debió abandonar su hábitat marino de Ciudad Trujillo en 1954 rumbo al exilio consentido, caído en desgracia por la desventura de la Casa del Cerro, construida en San Cristóbal a iniciativa del presidente de la Junta Central Gubernativa del "glorioso" Partido Dominicano, don Virgilio Alvarez Pina, mi querido Papa Cucho, quien de paso también fue arrastrado momentáneamente junto a su familia por efecto de las intrigas de aposento del régimen.
Hijo del galo Louis Gazón, propietario del Hotel Francés sito en Las Mercedes con Arzobispo Meriño, Henry Gazón Bona se convirtió tras su retorno de París en los años 30 en dínamo de las obras urbanísticas del régimen. Casado con Evangelina Cabral, procreó al querido Henry, un magistral jugador y entrenador de tenis, excelente relacionador público de instituciones académicas y oficiales, afortunado encandilador de bellezas. El hogar de los Gazón Cabral lo completaban las hermosas mellizas, Jocelyn y Marcelle, quienes estudiaban en Estados Unidos y regresaban en vacaciones de verano e invierno, motivo de un enjambre de admiradores merodeadores de la Casa Vapor, un icono arquitectónico que llenaba de orgullo a nuestro barrio. Marineros en tierra, la muchachada nos sentábamos sobre sus olas estáticas a la espera paciente de la aparición de estos capullos en flor. Otro mirador era el murito frontal del hogar de don Pupo Cordero (dueño de la radioemisora HIG y padre de Andrés "Mac" y Jesús) o la entrada vehicular lateral de la mansión de los D'Alessandro Tavares.
Emparentado figuraba el bajito y rojizo regordete Manuelito, quien tocaba el piano y las rodillas de los muchachitos, con caramelito en mano, en las tandas infantiles de cine. Mi madre, quien le conocía por amistad con su hermana, me advirtió temprano en la penumbra de las funciones vespertinas: "José ¡cuidado con esa mano!" Ya adolescente, tuve que detener la impronta manuelística en el teatro Independencia, cuando acudí junto a mi compañero de estudios Rubén Silié a ver la película argentina Trueno entres las hojas, en la que se muestran los senos pletóricos y mojados de la sensual Isabel Sarli, guiada por el cineasta Armando Bo en adaptación de un cuento de Augusto Roa Bastos.
En esa casa se reunió en 1939 el Comité Pro Asociación de Ingenieros y Arquitectos que nucleó a lo más granado de la profesión, según nos cuenta Cuquito Moré en su fascinante obra Arquitectura Dominicana 1492-2008, editada en coautoría con Esteban Prieto Vicioso, Eugenio Pérez Montás y José Enrique Delmonte, en la Colección Centenario de E. León Jimenes. En el vecindario que alcancé en los 50 del siglo pasado se aposentaban el ingeniero Tancredo Aybar Castellanos (presidente dos veces del Licey) y su esposa, en la residencia que fuera de su padre Silvestre Aybar y Núñez de Cáceres. A una cuadra, en la Francia, vivía su hermano, el emblemático y paternal don José Andrés, líder de la patriótica Unión Cívica Nacional y presidente de la Comisión Nacional de Desarrollo, padre de Silvestre y José Andrés, quien siempre solía bien aconsejarnos.
A la ya referida familia Cordero, se sumaba la D'Alessandro Tavares, encabezada por el matrimonio del arquitecto italiano Guido D'Alessandro Lombardi (responsable de la obra del Palacio Nacional, terminada en 1947) y Carmen Tavares Mayer (hermana de Manolo Tavares Justo e hija de Isabel Mayer). El recién fallecido jovial Armando, Guido (Yuyo), Niní, Aldo (asesinado por la dictadura), Alfredo, Eda, eran hijos de este hogar amable siempre abierto, sin distinción de clase social, entre cuyas paredes se fraguó el movimiento clandestino 14 de Junio, pese al peso del parentesco y la concuñanía de Yuyo con Ramfis Trujillo. El dolor por la muerte de Aldo lo llevaría con dignidad doña Carmen, fiel devota de la iglesia y obra de Don Bosco. Armando fue un efectivo administrador de Favidrio y de la Pepsi. Yuyo, cofundador del 14 de Junio, dirigió el Partido Revolucionario Social Cristiano a su regreso del exilio, destacándose en la política, la administración pública y la diplomacia.
Avecindados, el almacenista español José Manuel Bello Cámpora y su esposa. También, el consagrado abogado Juan Manuel Pellerano, socio de la prestigiosa firma Pellerano & Herrera. La familia Catrain Bonilla, en la residencia que hoy ocupa el Nuevo Diario, cuyos hijos Francisco, Pedro y Salvador eran mis compañeros en La Salle. Hoy, uno es ingeniero eléctrico de clase internacional, otro abogado de éxito y politólogo brillante, el tercero empresario informático. Los Schotborgh Nadal, con Edwin, Momón y Maritza, actuales fabricantes de fármacos, hijos de don Eddy y doña Celeste, provenían de familias curazoleñas. Alberto Schotborgh, farmacéutico establecido en la Isabel la Católica, tenía laboratorio en La Atarazana. En casa de los Schotborgh Nadal residía su primo Federico Nadal Sánchez, sociólogo meticuloso, filósofo naturalista y culto, un verdadero hermano en la convivencia universitaria de los 60 en Santiago de Chile.
Esquineando la Galván Mario Medina, ligado a los orígenes de Induban, formó familia con una hermana del abogado y almacenista Carlos Bairán, de la cual provienen Marito, Juan y sus hermanas. Entre la Casa Vapor y el hogar de los Schotborgh, se ubicaba la oficina de arquitectura e ingeniería de William y Charlie Reid Cabral, a pocos pasos del negocio de su hermano Donald. Don Mariano Defilló -quien laboraba en la Cervecería Nacional Dominicana- y doña Celeste Ricart, padres de Marianito, cardiólogo y Damaris, publicista. El filósofo, catedrático y pianista Tongo Sánchez. El Dr. Ernesto Suncar Méndez. La Cruz Roja dirigida por el Dr. Saladín Vélez con su corbatica de lacito. El coronel McLaughlin y su hija Alma, en la Dr. Delgado. El mayor Veras, padre de Horacito.
Los concurrentes a las vigilias juveniles frente a la Casa Vapor incluían a José Anibal Cruz, Billy Gutiérrez, Eddy García Recio, Rafuche Rodríguez, Víctor Núñez, Micky Cohén, Miguel Ortega Peguero, Macky de Peña Tactuk, José Ernesto Oviedo Landestoy, Víctor "Cuquito" García Alecont, Abelardito Leites, entre otros amigos que disfrutábamos de una sociabilidad sana.
En su último destino, la Casa Vapor fue convertida en bar fabuloso en la segunda planta y en restaurante de marisquería en la primera, adjunta a un anexo que operó como hotel de ensueños pasajeros. Asistí tantas veces pude a este maravilloso hábitat marino para saciar mi curiosidad y escarbar en los meandros de la memoria infantil y adolescente, recreando de paso viejos amores y enhebrando nuevos lazos. Me asomé a sus claraboyas buscando en lontananza los pasos perdidos en el paisaje del barrio. Admiré sus peceras que llevaban el fondo marino a la barriga de este barco de ilusiones. Me auxilié de sus instrumentos de navegación para orientar el rumbo de la nave del olvido y rescatar los tesoros del recuerdo. Intimé con la obra en madera de caoba lustrada, probablemente de Pascual Palacios, resbalando mis manos por su balaustrada, sus enchapados relucientes y la cálida acogida del mesón de su bar.
Me enseñoree en la proa de esta nave imaginaria fraguada en concreto, recorriendo su superficie al descubierto, a babor y estribor conforme la línea de crujía, hasta alcanzar la popa. No era el Titanic ni el Queen Elizabeth eternizado en sus travesías y tragedia por la magia del cinematógrafo. Ni mucho menos el Yate Angelita que engolfó las veleidades hedonísticas de Ramfis Trujillo y su cofradía, hoy devuelto al recreo de crucero bajo el nombre de Sea Cloud. Era simplemente mi barco terrestre, inmóvil, enclavado en el corazón de la melancolía más recóndita. Proyectando su estandarte, desplegando su señorío en el promontorio rocoso de la avenida Francia y Dr. Delgado, casi desafiante ante el simbolismo de poder cupular del Palacio Nacional.
Hoy, como tantos símbolos gloriosos de una ciudad desalmada que lo aplasta todo con la indolencia avasalladora de la ignorancia, la Casa Vapor permanece clausurada y con ella muchos sueños de una urbe que se fue en volandas.
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