05 Diciembre 2009
LECTURAS CONVERSANDO CON EL TIEMPO POR JOSÉ DEL CASTILLO PICHARDO
Mis Inmigrantes favoritos
Fernandito Aznar (Mosquito), mi compañero de infancia y adolescencia, junto a su hermana Montserrat, vivía en la avenida Francia 10, en la planta baja de un edificio de cuatro apartamentos. Su padre don Fernando madrugaba cada mañana para trasladarse en bicicleta al mercado de La Antena, donde adquiría frutas y víveres para abastecer un modesto quiosco que suplía las necesidades del vecindario. Antes de las 7:30 debía estar en su taller de carpintería y ebanistería. Como un mecanismo de relojería suiza, este laborioso catalán nacido en Gerona y llegado al país en 1940 como emigrado de la guerra civil española, tras pasar por un campo de refugiados en Francia, retornaba a su hogar al mediodía para almorzar y echarse una siestecita, para estar a tiempo a las 2 en su trabajo. En el camino, llevaba a Fernandito a Bellas Artes, pedaleando bajo la quemante canícula en su bicicleta de canasto, donde el joven recibía clases de pintura del maestro Prats Ventós, otro meritorio refugiado catalán.
Don Fernando era el menor de los tres Aznar Sesera, que incluían a Pedro, el mayor - candidato a diputado en 1936 en Barcelona por el Partido Catalán Proletario, del Frente de Izquierda durante la República-, y Manuel, quienes arribaron al país acompañados por sus padres Vicente Aznar y Francisca Sesera Coll. Pedro se trasladaría luego a Chile, donde está enterrado. Manuel sería deportado a Venezuela en las postrimerías del régimen de Trujillo. Vicente, Francisca y el menor de sus vástagos descansan en suelo dominicano, donde dejaron sus huesos y enseñanzas.
Al lado, en el mismo edificio ocupando el segundo apartamento del primer nivel, vivía don Gonzalo Güemez, otro incansable y calificado "mipyme" vasco nacido en Bilbao, quien se ocupaba en igual ramo industrial y realizaba jornada similar. Socio comanditario de Fernando Aznar en el taller -como lo fuera el maestro de ebanistería don Pascual Palacios- tenía una camioneta y era hombre de poco hablar y mucho trabajar. Antes, cuando negociaba frutos y maderas del país desde San Juan en dos camiones de su propiedad, tuvo un percance con un La Salle de Trujillo que estaba destinado al servicio de Ramfis. El accidente le reportó cárcel y le forzó a vender los dos vehículos de trabajo para reponerle uno nuevo al primogénito del tirano. Don Gonzalo era el padre de mis queridos compañeros Güemez Naut, Ildefonso (Fonsito), Gonzalito y Sara Aurora, procreados con la meritísima profesora doña Fior Naut -fundadora de la primera Escuela de Economía Doméstica de San Juan de la Maguana y maestra repostera-, quien a su vez descendía de una familia de los Pirineos franco-hispanos radicada en Azua a finales del siglo XIX.
Gonzalito -discreto, prudente, nada dado al parloteo político- siempre estuvo orientado a su vocación profesional, que entendía era la mejor forma de servir a la familia y al país, se hizo un exitoso arquitecto. Fonsito -de talento excepcional, inquieto, con talante de liderazgo y callado valor- fue la cabeza articuladora del osado grupo de 12 jóvenes Nueva Trinitaria (Víctor Núñez Keppis, Frank Pratt Pierret, José Vidal Soto, Rafael Martínez Espaillat, Roberto Carlos, Melquíades Cabral Jiménez, Julio Santos Aguasvivas, Braulio Montán, Luis Manuel Soriano Tatis, Máximo Báez Draiby, completado por el ya maduro profesor Ramón Rafael Casado Soler), que retó con sus audaces acciones orquestadas en las propias narices del régimen a una cuadra del Palacio Nacional, al bestial aparato de terror de Trujillo que dirigía el temible coronel Abbes García. Hace justo 50 años, el 8 de noviembre, mes de mi cumpleaños, tras meses de acciones temerarias que mantuvieron en vilo a los servicios de inteligencia, el grupo fue develado y apresados mis compañeros de barrio, trasladados a la casa de torturas de La 40 y recluidos en La Victoria, donde permanecieron 9 meses.
El sector -donde residían figuras claves del régimen, incluida la novia y luego esposa del presidente Negro Trujillo, Alma Mclaughlin Simó- fue ocupado por efectivos del SIM, tomado al estilo nazi en el barrio judío de Varsovia. La intentona conspirativa se fraguó en el edificio donde residía, en el segundo piso, el mayor Candito Torres Tejeda, jefe de operaciones del SIM, el mismo personero que dirigió la trama de asesinato de las hermanas Mirabal, frecuentemente visitado por Cholo Villeta y otros esbirros de la tiranía. En un barrio abarrotado de guardias de alta jerarquía y calieses, a un paso del cuartel general del siniestro servicio de espionaje y represión. Güemez Naut había reclutado a su vecino Casado Soler para elaborar los textos de los panfletos que el grupo diseminaba, impresos a mimeógrafo en el Colegio Don Bosco por el seminarista salesiano Báez Draiby.
El castigo por esta "afrenta" implicó a don Gonzalo -ajeno a los ajetreos conspirativos de su hijo-, quien fue deportado a España. En 1961, tras ser excarcelado, Fonsito fue a estudiar a Madrid, donde residió hasta 1968 y cursó tres carreras: Ciencias Políticas en la Complutense, Diplomacia en la Escuela Diplomática, y Sociología en el Instituto Social León XIII de la Pontificia Universidad de Salamanca. Con estos saberes como herramienta ha sido un destacado ejecutivo y profesor universitario en la UASD, así como funcionario de la Cancillería. Su hermana Sara Aurora, actual subsecretaria administrativa y financiera de Relaciones Exteriores, se licenció en Psicología en la UASD, donde obtuvo una maestría en Ciencias Políticas. En España realizó post grado en Administración en el Instituto Nacional de Administración Pública, área en la cual ha desarrollado su fortaleza profesional con entrenamientos especializados en centros de formación en Costa Rica, Brasil, México, Colombia y Venezuela. Dirigió con acierto el Instituto de Capacitación Tributaria (ICAT) y fue subsecretaria de Finanzas.
Los Güemez Naut han sido ejemplo de honestidad, decencia y calificación profesional, fraguados en la escuela de valores de su virtuoso hogar, con la vecindad benéfica del gran maestro Casado Soler (Caneiro) y su filosofía pedagógica de superación personal, autor celebrado de Regalo Mejor, compuesto en presidio como obsequio a uno de los jóvenes cumpleañero, compañero de infortunio. Mosquito Aznar mantiene el taller de ebanistería en el que le entrenara su padre, en las inmediaciones del Cementerio de la Máximo Gómez, la vieja zona industrial de Ciudad Trujillo, y sus servicios son requeridos para sofisticados trabajos en gran escala que exigen calidad y cumplimiento. Su hermana Monserrat se hizo bioanalista y labora en su profesión. Una ética laboral en desuso en este vivir facilongo permeado por las remesas, el narco, el lavado y el juego de azar, los nuevos estandartes de una dominicanidad en volandas.
En ese mismo edificio, en la segunda planta, se estableció la familia Miguel Miguel (Niní, Carmen, Jocelyn), de origen libanés, que previo se había radicado en la intersección de la Benito González con Emilio Prudhomme, cerca del Mercado Modelo, frente a la Comercial Barahonera de Juan Bautista Vicens (Tistete). Este, de ascendencia catalana, hermano de mi madrina María y padre de mis amigos Lucas, talentoso economista, Melba, doblemente bella y genial al igual que la más apacible Carmen, Margarita, biógrafa eximia de María Montés, y Marisol Vicens Bello, brillante abogado empresarial actual presidenta de la Confederación Patronal. Ambas familias ligadas a la mía por entrañables lazos.
Frente al hogar de mi madre, en la Martin Puche 5, vivía don Pedro, puertorriqueño que operaba un taller de herrería, y doña Victoria, mejicana, quien todas las mañanas se asomaba a nuestra galería y con voz dulcísima clamaba: "Fefita, Fefita, mira lo que te traje". Eran flores cortadas de su hermoso jardín que sus manos hacendosas cultivaban. En ocasiones, doña Victoria cruzaba en la tarde para charlar con mi madre y llevarle algún detallito culinario. Esas cariñosas atenciones las continuó su hija Guillermina, hasta el fallecimiento de la memoriosa Fefita hace dos años.
Vecino de nuestra casa en la sancarleña calle Eugenio Perdomo, muy amigo de mi madre, residía don Manolo Vela, de la Casa del Ingeniero, tronco de una familia hispana. También se avecindaron los Sicart, catalanes, cuya cabeza fue un maestro chocolatero llegado al país para trabajar en Cortés Hermanos. Su hija María Nieves "Neus" -de una dulzura simpar, ceramóloga de fina sensibilidad artística- fue nuestra amiga y compañera de quehaceres culturales en museos y tertulias, relación compartida con Manolito García Arévalo, Francis Pou, Federico Fondeur, Fray Vicente Rubio, Francisco José Arnáiz y doña María Ugarte.
En San Carlos una emisora guiaba los gustos musicales del vecindario con su programa De Fiesta con la Sonora y las audiciones merengueras en vivo de Guandulito. Era La Voz del Trópico, de Joaquín Custals, de origen catalán, residente en una casa de dos pisos en la Duvergé con 30 de marzo. En el primero su hermano operaba un taller de embobinado altamente demandado. Se la jugó en la transición del Trujillato al transmitir el programa de Unión Cívica, en el que intervenía Arnulfo Soto: "Unión Cívica Nacional te prometió, Navidad con libertad", pregonaba con voz vibrante y viril el renacido Miñín. Joaquín era un ángel laborioso y paternal que me ayudó facilitándome sus colecciones de discos, para los trabajos de investigación del libro Antología del Merengue, publicado en los 80 junto a Manuel García Arévalo, con el patrocinio del Banco Antillano presidido por Polibito Díaz.
Otros inmigrantes me llenan el alma de nostalgia, ahora que friso los 62. "Josecito, ver y no tocar", exclamaba aludiendo a los juguetes don Magín Domingo, comerciante cubano que abrió una pequeña juguetería frente a La Trinitaria 4, hogar de mi abuela, en el piso inferior de su residencia. Padre del destacado médico y autor de libros de texto, Magín Domingo Puello, del estadígrafo Joaquín, profesor por décadas de la Facultad de Economía de la UASD, de Maritza y Lucita, viuda del colega bancentraliano Francisco Díaz Morales, secretario de la Junta Monetaria y padre del economista Magín Díaz.
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