La homosexualidad es
una desviación de la sexualidad...
Como la pedofilia, la necrofilia, el bestialismo,
el sadomasoquismo y
muchas otras, etc.,
es como decir que las
enfermedades
son otra manera de ser y de existir.
Reynaldo Vargas*
Parece que
las sociedades, la política y la ciencia pasan por un ataque de nervios, un
brote sicótico colectivo o algo por el estilo; quizás, experimentando una
enajenación o viviendo una realidad paralela en un mundo bizarro en modo
historieta de Supermán, al volvernos protagonistas de un poco gratificante espectáculo.
Como un sarcasmo de la vida, nos vemos, sin saber cómo ni desde cuándo ni por
qué, remolcando un raro afán de ruptura con la higiene mental, atrapados
en un contaminado torbellino que nos
fuerza a claudicar ante aviesas maniobras de quienes dominan la geopolítica,
que nos empuja cada vez más hacia las siempre escabrosas barrancas del azar.
Nunca he
temido llamarle la atención a alguien, de criticar, de sugerir cosas, de
incordiar -lo que me ha metido en
más de un embrollo- y, aunque lo he hecho cuando siento es inevitable, creo que
hasta me ha llegado a gustar quebrarle el sutil y suave compás de la vida de
uno que otro sujeto. Cónsono con ello y debido a mi congénita malicia, me
atrevería a decir -y es que soy realmente atrevido- que negar que la
homosexualidad es una desviación de la sexualidad (como la pedofilia, la necrofilia,
el bestialismo, el sadomasoquismo y muchas otras, etc.) es como decir que las
enfermedades son otra manera de ser y de existir. Pero, ni modo, al fin y al
cabo, la humanidad interpreta lo que le importa y sólo defiende lo que le gusta; pero, no tarda
en lanzarse a defender lo que no le gusta cuando, de algún modo, le conviene.
No se trata de errores o de despistes, como
tampoco es frivolidad o ignorancia el adjetivo para definir una actitud intransigente
de defensa obligatoria a la homosexualidad, sino el efecto tangible de la
evidencia de un pensamiento absolutamente malogrado. Usted apoya -sí o sí, con jolgorio
incluido- a los homosexuales o usted es crucificado inmediatamente por homofóbico. Y no me refiero a cambios de opinión en los individuos, me
refiero a cambios definitivos de actitud en la sociedad toda, a cambios profundos
en el patrón natural de la mentalidad humana, a cambios de valores intrínsecos
de nuestra cultura, cuando se pretende imponernos a la fuerza un séptico diseño
de relaciones íntimas como es el de tener sexo con una cloaca dentro de una
cloaca.
No cabe
duda que, de no gustarle haber apelado desde
sus orígenes a un hombre y a una mujer como precepto antropológico inobjetable para
perpetuar la especie, a la naturaleza le habría bastado con colocar en el
tablero a un diligente e impúdico diablillo hermafrodita al estilo del diminuto
pez teleósteo llamado Hipocampo -mejor conocido como caballito de mar- para
resolver el dilema. El hecho de que exista la homosexualidad no significa que
sea una conducta sexual normal, como tampoco son normales, aún existan, las
anomalías congénitas.
No estoy
diciendo que la homosexualidad tenga un origen congénito, sí digo que ese tipo
de desviaciones -al igual que las congénitas-, son producto de prueba, ensayo y
error durante millones de años de evolución de modo que, la carga de ADN a
transmitir esté libre de toda tendencia de simpatías receptivas hacia las
pifias dejadas en el camino y, en su lugar, transfiriendo de generación en generación el rechazo a las mismas para que sólo continúen los más aptos, según
el esquema biológico trazado. Y en eso estamos.
Parecería impensable que, en un vuelco
paradójico de la historia, los siquiatras, portadores de conocimientos
excepcionales de las interioridades de la mente, prefieran -igual que los patéticos
políticos- dejar de ser profesionales tan especiales, sólo para sucumbir ante la depravación de unos desquiciados
que han hecho de los excrementos su más
exquisita fantasía como aderezo de su propio lecho. ¡Ofrézcome, este cuento si
ha cambiado!
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* Doctor
en Medicina, especialista en Cirugía Cardiotorácica y Vascular
Graduado en la
Universidad Autónoma de Santo Domingo en 1976, posgrado en el Instituto de
Cirugía Cardiovascular Bakulev. Academia de Ciencias Médicas de Rusia, en
Angiología y Cirugía Vascular Central y en Madrid, España en Cirugía
Cardiovascular y Torácica Periférica.
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