Carta
abierta a Leonel, el dramaturgo
Hirayda Fernández
Guzmán
Abogada en ejercicio e Intérprete Judicial de
la República Dominicana para los idiomas español, inglés, francés e italiano.
Titular de un DSU (Diplôme Supérieur de l’Université) en Droit civil, mención
«Très bien» y de un Master 2 Recherche en Droit privé général, mención «Bien»;
ambos de la Universidad Panthéon-Assas (Paris II). hima08@hotmail.com
06
de junio del 2013
Excelentísimo Señor ex Presidente de la
República:
Todos conocemos sus habilidades para la
oratoria y los recursos discursivos de que habitualmente hace uso en sus
alocuciones públicas. Sin embargo, debo confesar que, nueva vez, me dejó sin
palabras; en esta ocasión, con su don para la prosa dramática, el cual quedó
evidenciado en su artículo publicado el pasado lunes 3 de junio en Listín
Diario.
De entrada, le agradezco sobremanera
que, en su artículo, haya tenido la delicadeza de presentarnos el perfil del
ilustre Erasmo de Rotterdam, pues tenga por seguro que la mayor parte de sus
súbditos desconoce la vida y obra de tan reconocido humanista y, más aún, es
probable que haya sido al leer su artículo que se hayan enterado que, en un
entonces, vivió un personaje tan emblemático para la Historia de la humanidad.
Asimismo, agradezco, y creo que es un sentimiento común a todos los que le
leímos, que haya utilizado un estilo de redacción relativamente simple y llano,
si lo comparamos con los rebuscados términos con que suele deslumbrar a este
pueblo de iletrados.
En su artículo, recurriendo a las obras
de “dos colosos de la creación literaria”, como lo son Erasmo de Rotterdam y
William Shakespeare, Usted hizo un intento –frustrado y contraproducente, a mi
entender- para, a través del paralelismo, equiparar la tragedia recreada por
Shakespeare en “Otelo” con la situación de que actualmente Su Señoría dice ser
víctima, debido a las actuaciones malévolas de un puñado de envidiosos que no
hacen más que denostar su obra y su persona.
Ahora bien, al leer las líneas emanadas
de tan excelsa pluma como la suya, créame que me cuesta identificarlo con
alguna de las fatales víctimas de la tragedia de Shakespeare. Sin embargo, con
cierta facilidad y a medida que avanzaba en la lectura de su escrito, me
pareció identificarlo con el personaje de Yago, y toda duda quedó disipada al
leer la frase alegadamente pronunciada por tan despreciable villano para
referirse a Otelo –que, para nuestros propósitos, equipararemos al pueblo
dominicano-: “Al servirlo, soy yo quien me sirvo. El Cielo me es testigo; no
tengo al moro ni respeto ni obediencia; pero se lo aparento así para llegar a
mis fines particulares
Cuesta creer, Señor ex Presidente, que
las múltiples “indelicadezas” que se le imputan sean meras calumnias e
intrigas, fruto de la frustración, complejo, envidia y malignidad de quienes no
han podido acceder al trono, por carecer de carisma y de la habilidad para
embaucar a las masas, virtudes propias de un estadista de su calibre.
Lamento mucho, Señor ex Presidente, que
haya empleado su tiempo en redactar un artículo para, de manera indirecta y
sinuosa, responder a su modo a las diversas “indelicadezas”que se le atribuyen
desde el primero de sus Gobiernos. En caso de que, como Usted ha señalado,
tales “indelicadezas” sean falsas, producto de una mente perversa y
trastornada, hubiese preferido que nos edificara con respuestas técnicas y
jurídicamente válidas para refutar dichas imputaciones, en lugar de intentar
defenderse –tristemente y sin éxito – con paralelismos shakesperianos y
haciendo gala de sus vastos conocimientos literarios. Usted, además de eminente
estadista y pasado gobernante, es abogado, por lo que entiendo que no tendría
dificultad alguna en elevar el debate a un nivel jurídico, y no mantenerse en
el lodo en que se arrastran sus adversarios, cual si todo se tratase de
chismoteos de barrio.
Asimismo, el tiempo invertido en la
redacción de su artículo pudo dedicarlo a textos más constructivos y útiles,
como, por ejemplo, unas breves líneas en que diese respuesta a la misiva que,
por esta misma vía y en el mes de noviembre, le dirigí a Su Señoría, con el
vano propósito de que informara al pueblo dominicano sobre el destino real dado
a los 187 mil millones de pesos que alegremente fueron dilapidados durante su
Gobierno.
Me parece -Usted me corrige, si me
equivoco- que este rebaño de borregos hubiera apreciado más una explicación del
déficit fiscal dejado en manos del pobre Danilo, que el despliegue de cultura y
sapiencia con que nos ilustró en su artículo del pasado lunes.
No, Señor ex Presidente, no me hable de
la sátira escrita por Rotterdam ni del drama trágico de la autoría de
Shakespeare, cuando resulta innegable que pueden escribirse infinidad de
sátiras a partir de los hechos y desechos de sus gobiernos; cuando drama
trágico del más alto nivel lo vemos a diario en la realidad de este pueblo
marcado por la miseria, el analfabetismo, la precariedad, el hambre y la
desesperanza.
¿Cómo osar escribir en prosa dramática
a una nación en la que el analfabetismo alcanza niveles alarmantes? ¿A qué
madre o padre de familia podría interesarle conocer a Rotterdam, Shakespeare o
sus obras, cuando no pueden garantizar a su prole el sustento de cada día, o la
asistencia médica necesaria, dada la deficiencia del servicio público? Queda
claro que su prosa está destinada a la élite, minoría afortunada en esta tierra
de parias; pero no llegue al extremo, Señor ex Presidente, de burlarse de
quienes, por error o por temor, pero nunca por acierto, le colocaron al frente
del Estado Dominicano en más de una ocasión, para que, al término de su último
mandato, entregara en manos de Danilo los bagazos de país que aún quedan.
Para finalizar, y visto que es amante
de la obra del dramaturgo inglés, me permito citar una frase que, al parecer,
Shakespeare pronunció pensando en Su Señoría:
“No teman a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos
logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza
les queda grande”. Creo que sabrá identificar a cuál grupo pertenece Usted.
Elogio
a la Calumnia
Por Leonel
Fernández - Observatorio Legal
EL AUTOR es un ex presidente de la República
Dominicana y presidente del Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
Fue Erasmo de Rotterdam, un eminente
humanista de finales de laEdad Media, promotor de la Reforma protestante,
admirado y respetado por todos sus contemporáneos, quien escribió, a principios
del siglo XVI, Elogio a la Locura, una de las obras más influyentes de la
literatura occidental. Escrita en forma de sátira, realiza un examen de las
supersticiones y prácticas
piadosas de la Iglesia Católica, en la
que la locura se presenta como una diosa, hija de la ebriedad y la ignorancia,
entre cuyas leales compañeras se encuentran el narcisismo, la adulación, el
olvido, la pereza, el placer, la
irreflexión y la intemperancia.
Casi un siglo después de haberse
publicado la obra de Erasmo, otro coloso de la creación literaria, William
Shakespeare, lanzó a la publicidad su drama, Otelo, el Moro de Venecia, el
cual, en lugar de sátira, fue elaborada, al igual que Hamlet, El Rey Lear y
MacBeth, en forma de tragedia.
Símbolo
de la calumnia
A pesar de ser Otelo un general de raza
negra, del Norte de Africa, el personaje central del drama de Shakespeare, hay
otra figura en la obra, Yago, que por el siniestro papel que desempeña ha sido
elevado a la categoría de símbolo universal de la calumnia y la malignidad.
Al iniciar la obra, Yago declara a
Rodrigo que odia a Otelo, y manifiesta el único motivo real de sus bajos
sentimientos, que no es otro que el del ®sentido del mérito ofendido®, como
bien han señalado algunos críticos.
Yago era alférez de Otelo, tercero en
el mando, y a pesar de que varias destacadas y prestigiosas figuras de la
ciudad de Venecia le habían solicitado el ascenso de su subalterno al rango de
lugarteniente, éste prefirió, en su lugar, a Cassio, más orientado a la
diplomacia y a la administración que a lo militar.
En el análisis psicológico de la figura
de Yago se puede advertir que la escogencia de Cassio para el cargo que aspiraba
generó en Yago un dolor indescriptible, un vacío existencial, una especie de
trauma que se transformó en odio hacia la persona por la cual, hasta ese
momento, mayor admiración había sentido
Otelo.
A los ojos de Yago, Otelo no podía
tomar otra decisión que no fuera la de favorecerle a él, al propio Yago, que
tantas veces se había jugado la vida en los campos de batalla, al lado de su
comandante, enfrentando todo tipo de adversidades y vicisitudes.
Lo que ignoraba Yago, o tal vez no
quería reconocer, era que en esos momentos lo que Otelo necesitaba no era otro
jefe militar, sino al revés, alguien con mayores aptitudes para la diplomacia y
la paz.
No obstante, lo que se desató a partir
de aquella decisión fue una vocación de venganza, un odio intenso, enfermizo e
irrefrenable de Yago hacia Otelo y Cassio.
En uno de los diálogos de la obra, Yago
se expresa así: “Al servirlo, soy yo quien me sirvo. El Cielo me es testigo; no
tengo al moro ni respeto ni obediencia; pero se lo aparento así para llegar a
mis fines particulares.”
Desde aquel momento, todas sus energías
y todo su talento fueron puestos al servicio de una sola causa que procuraba la
ruina de a quienes él ya había escogido como sus dos enemigos irreconciliables,
por la afrenta de no haber sido reconocido por sus méritos.
El
método de la calumnia
El método a utilizar por Yago para
realizar sus planes macabros sería el de la calumnia, la acusación falsa, el
asesinato moral, en fin, todo lo que pudiera servirle para sacar de sus
adentros lo más bajo, ruin e innoble que había dentro de su ser.
El blanco escogido para tan nefastos
ataques y desconsideraciones morales sería Desdémona, la esposa de Otelo, una
joven y bella mujer, de alma pura y conducta intachable, que había escapado de
la tutela de su padre para contraer matrimonio con el moro.
La trama siniestra urdida por Yago
consistiría en verter veneno en el corazón de Otelo. En sembrar la duda sobre
la fidelidad de su mujer. En crear la impresión de la existencia de un romance
entre Cassio y Desdémona. En fin, en suscitar amargura, aflicción y pena.
Para hundir a Cassio, procedió,
primero, a seducirlo a tomar vino una noche, mientras tenía la responsabilidad
de garantizar la seguridad de la ciudad. En principio, Cassio, que era noble y
gentil, y confiaba en la amistad de Yago, rechazó la oferta. Pero luego de
varias insistencias, terminó por vacilar y aceptó.
Al final, acabó ebrio; y Yago se las
arregló para provocar un alboroto y atraer la atención de Otelo hacia el
aparente descuido e irresponsabilidad de su lugarteniente. Al observar lo
acontecido, Otelo no sólo lo recriminó por su inconducta, sino que lo suspendió
de sus funciones.
El espíritu maligno de Yago, su falta
total de escrúpulos y de principios morales, entrarían ahora en su segunda
fase. Para recuperar el afecto de Otelo, le sugiere a Cassio que procure la
intervención de Desdémona ante su marido, que ésta le insista hasta que logre
el objetivo de ser reintegrado en su puesto de mando.
Pero, al tiempo que indica eso a
Cassio, suscita los celos en el ánimo de Otelo, teje la intriga y siembra la
cizaña en el sentido de que la solicitud que hará Desdémona en favor de Cassio
obedece a flaquezas de la carne.
En uno de sus monólogos, Yago lo dice
en estos términos:
®Mientras este honrado imbécil (Cassio)
solicite apoyo de Desdémona para reparar su fortuna, y ella abogue
apasionadamente en favor suyo cerca del moro, insinuaré en los oídos de Otelo
esta pestilencia de que intercede por la lujuria del cuerpo; y cuanto más se
esfuerce ella en servir a Cassio, tanto más destruirá su crédito ante el moro.
Así le enviscaré en su propia virtud y extraeré de su propia generosidad la red
que coja a todos en la trampa.®
No lo dice directamente. Sólo lo
insinúa. Lo sugiere. Pero eso será suficiente para producir en el moro una
mutación radical de su conducta. De amoroso y tierno con su esposa, pasa a ser
resbaladizo, dudoso, huidizo, hasta llegar a la agresividad.
A pesar de que Yago suele hacer sus
insinuaciones en forma ambigua, ambivalente, por medio de retruécanos, no cabe
dudas que ha alcanzado su pérfido objetiv perturbar el alma de Otelo. Por eso
este reacciona, en forma iracunda, exigiendo pruebas que le demuestren la falta
de su mujer.
Yago aquí se manifiesta como un maestro
consumado de la perversidad. Juega a la angustia e incertidumbre de su víctima.
Cuenta que le había tocado dormir en la
misma cama con Cassio, y que éste, en medio del sueño, no hacía más que hablar
de sus relaciones con Desdémona. De por dónde se deslizaban sus manos. Que
parte del cuerpo tocaba. De cómo se hundía en el placer.
Luego, como prueba ineludible de la
villanía de su mujer, le pidió que se ocultara, observara y escuchara el
diálogo que sostendría con Cassio acerca de sus relaciones con Desdémona.
Que prestara atención a sus gestos, a
su expresión facial, a cómo se reía al hablar de ella, a su actitud alegre, a
su tono de burla e irrespeto.
No importaba que en realidad Otelo no
viera ni escuchara nada.
Sólo había bastado que su estado de
ánimo fuese alterado de tal manera que lo indujera a creer que había escuchado
lo que nunca oyó, y a interpretar unos gestos y un lenguaje corporal que no
podría descifrar en el contexto del intercambio verbal en que se habían
producido.
Lo importante, sin embargo, lo
verdaderamente trascendente, es que desde el siglo XVII, el genio de William
Shakespeare nos revela, a través de su personaje lúgubre, Yago, que la técnica
de la desinformación, la desorientación y la manipulación ya existía.
Parece, entonces, que lo único que se
ha logrado desde aquella época
hasta la actualidad, en los últimos
tres siglos, es perfeccionar su
calidad.
Las calumnias, las intrigas de Yago,
terminaron en lo inevitable:
en una tragedia. Otelo asesina a
Desdémona para luego suicidarse; y Cassio mata a Yago, quien antes había dejado
sin aliento a su mujer.
El mundo literario recrea hoy la figura
de Otelo como la de un héroe trágico, a Cassio, como la de un hombre ingenuo y
noble, y a Desdémona como un símbolo de la virtud.
Yago, sin embargo, siempre será tenido
como un genio del mal,
como un villano sin rival, como un
engendro del odio y como el
calumniador por excelencia.
Al contemplar un fenómeno de tal nivel
de vileza y depravación,
preciso es recordar la frase inmortal
de Víctor Hug ®Dejarse calumniar es una de las fuerzas del hombre honesto.®
Tal es, al mismo tiempo, el mejor
elogio a la calumnia.